# Yo y El Papa,
una visita personal
POR EDUARDO ARRIAGADA DECANO DE COMUNICACIONES UC n el 87' estuve muy metido en la visita papal, como estudiante de último año de la carrera de periodismo apoyé el trabajo de comunicaciones de ese viaje como uno de los "edecanes de prensa". Siempre valoré que ese compromiso me permitió estar en cada uno de los lugares donde Juan Pablo II nos habló.
Cuando se anunció este nuevo viaje papal ya había caído en cuenta que el anterior había condicionado mis últimos 30 años. Por eso estaba tan entusiasmado con aprovechar en #ModoPapa la venida de ¦ Francisco, ahora como decano de Comunicaciones en la misma Universidad Católica. La experiencia de los ochenta me animó a ponerme especialmente vulnerable a lo que dijera el Papa que había vivido en Chile, un argentino que asumí nos hablaría con claridad de las miserias que los chilenos arrastramos como católicos.
Antes de que llegara me entrevistó una vieja amiga, Elisabetta Piqué. En la mañana del lunes en La Nación de Buenos Aires se publicó su nota desde Roma: "Yo creo que el Papa Francisco vendrá a inquietar las conciencias y a despertar una renovada esperanza para muchos". Son palabras de Eduardo Arriagada, decano de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile, institución académica que Francisco visitará pasado mañana. En una entrevista con La Nación Arriagada, de 53 años, si bien reconoció que se trata de una visita compleja se mostró optimista: "Confío en que las palabras del Papa terminen por comprometernos a los chilenos con un verdadero cambio de fondo".
Estoy seguro que la mayor emoción de esos días los viví el lunes de su llegada en la Alameda.
Con mi mujer y unas amigas lo esperamos frente a la Casa Central de la UC. Fue un segundo el tiempo en el papa móvil, ni siquiera nos miró porque al pasar frente a nosotros él estaba mirando hacia mi casa central.
Al día siguiente nos despertamos en la madrugada para ir como familia al Parque O'Higgins. Que haya elegido las bienaventuranzas, que antes haya pedido perdón en la visita al Palacio de Gobierno, era el guión perfecto que yo jamás hubiera soñado.
El resto del día lo aproveché en la televisión empecé con el Canal 13 donde aproveché el certero análisis de Austen Ivereigh, con el que había desayunado el lunes, gracias a los amigos de Voces Católicas. Luego tuve la suerte ver en la menos interrumpida transmisión de Mega el inolvidable encuentro en el centro penitenciario que se haya justo el frente del Campus San Joaquín. "En Chile se encarcela la pobreza" denunció la hermana Nelly. Pocas semanas antes me había tocado estar con esas mismas mujeres —que le cambiaron la cara al Papa— en el lanzamiento de un libro del proyecto Biblioteca Escolar Futuro. Entonces entendí que en mi caso, los mensajes me entregaban la esperada receta para romper el círculo vicioso de la desconfianza.
El segundo día terminó con un discurso que parecía escrito para mí, en la Universidad Católica habló sobre la crisis de la convivencia y la necesidad de construir comunidad para resolverla. Nos alertó que hay situaciones que han llegado a un punto que exigen ser repensadas: "Lo que hasta ayer podía ser un factor de unidad y cohesión hoy está reclamando nuevas respuestas".
En la mañana de ese día había oído que en Temuco alertó que "una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con una uniformidad que silencia las diferencias". Esa mala entendida unidad nos ha llevado a pretender "una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte". En cambio para él "la unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan sólo «recibir información sobre los demás, sino recoger
lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros»".
Nos fue mostrando las características de la comunicación capaz de sacarnos de la crisis.
"No basta alimentar al pobre, hay que sentarlo a la mesa", le había dicho a los religiosos en la Catedral. En la UC habló de la necesidad de una "alfabetización que integre y armonice el intelecto —la cabeza—, los afectos —el corazón — , y la acción —las manos— que resumió con una frase que conviene tener en cuenta: "Es necesario enseñar a pensar lo que se siente y se hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a hacer lo que se piensa y se siente".
En el discurso que nos hizo en la Católica fue especialmente crítico con la enseñanza que 110 integra la realidad del país: "Lo único que consigue es fragmentación y ruptura social".
Definió la complejidad del desafío al decir que "educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia al interior del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos como de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora".
Esa alta exigencia para el mundo universitario lo asumí como una consecuencia de entender que la calidad de nuestro trabajo educativo condiciona la creatividad de los jóvenes. Esto no es trivial para Francisco ellos son los que únicos capaces de superar nuestra crisis.
Antes de llegar a la UC, en Maipú, les había dicho a ellos, parafraseando al padre Hurtado que el consejo del diablo es -"no le hago falta a nadie -, que quiere hacerte sentir que no vales nada. Para dejar las cosas como están. Para que nada cambie, porque el único que puede hacer un cambio en la sociedad es el joven".
Criticó una universidad que no sea capaz de integrar en las materias que imparte las experiencias sociales que viven los jóvenes en los veranos o los íines de semana, "las experiencias que Ies han extendido las miradas". Si se mantiene la disociación se convierte en una educación que les tira "una frazada mojada encima para hacerlos callar". Para hacer pensar que "madurar es aceptar la injusticia, creer que nada podemos hacer. Eso es corrupción".
El mensaje del Papa en este tema fue un llamado de atención similar a varios de Juan Pablo II en 1987: si no cambian "la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflic
tiva y violenta".
En su visita a Chile el Papa Francisco distinguió las buenas y las malas comunicaciones. Incluso en Temuco habló de que existían dos formas de violencia, una era real, del sur, y que nos escandaliza. Pero también es violencia una comunicación muy nuestra: "«Bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Es violencia, porque frustra la esperanza". Violencia que para el Papa "es la negación de toda auténtica religiosidad" y "termina volviendo mentirosa toda causa justa"\ La comunicación necesaria para recuperar la confianza "no es un arte de escritorio, ni tan sólo de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento".
La fuerza de esta exigencia se juega en el "problema" indígena: el que tiene a un lado a los que están muy molestos por lo que entienden como abusos que se mantienen por décadas, y, al otro, los indignados por la violencia que llevó a matar a una pareja de ancianos.
En la Universidad Católica Francisco resumió el desafío hablando sobre el pueblo mapuche: "Es indispensable prestar atención a los pueblos originarios con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios".
Cuando entusiastas de la tecnología como yo pensábamos que se habían resuelto las carencias de comunicaciones, el Papa vino a pedimos más.
Aunque todos tengamos un poderoso dispositivo conectado con redes que universal izaron la posibilidad de informar y compartir, mientras más los usamos, experimentamos que sólo la experiencia del encuentro cara a cara permite esa conversación "que incluya el pensar, el sentir como el hacer".
El viaje no terminó como me hubiera gustado. Las polémicas por la asistencia de los actos de Maipú, Temuco e Iquique, las desafortunadas declaraciones del Papa antes de tomar el avión a Perú. Me queda claro que el problema que provoca la desconfianza sigue activo, al menos ahora tenemos una serie de discursos que nos ofrecen una receta.
Ahora nos toca a los chilenos empezar a experimentar esta nueva conversación con los que ya no confían en nosotros. La crisis es grave y sólo la podemos resolver los chilenos de la mano de nuestros jóvenes.
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