Fecha:14-09-2020Ranking:0Favorabilidad: No Definida
Fuente:LavanguardiaAutor:
Tema:Informativo Noticioso  
Título:¡Es la voluntad popular!
 

Hace 100 años atrás la Gran Guerra creó un nuevo escenario político a nivel mundial; por un lado, las otrora potencias -Inglaterra, Francia y Alemania- enfrentaban la destrucción de sus economías y el descrédito popular hacia sus democracias; y por otro, se había levantado el primer gobierno obrero de la Historia Universal, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que surgía como alternativa a los que dominaban a esa fecha. En este contexto, la desmoralización social producto de la guerra, y la pobreza acrecentada con ella, cimentó el camino a ideologías nacionalistas y autoritarias, las que se instalarían en gran parte de los países europeos. Como nuestro país participaba activamente del comercio mundial compartirá las primeras consecuencias derivadas de la Primera Guerra.

En lo económico, el salitre sintético desplazaba al natural terminando con un período de prosperidad en un mercado donde éramos los únicos productores de este mineral luego de la Guerra del Pacífico (1879-1883); en lo social, a través de manifestaciones y huelgas se denunciaban problemas como el hacinamiento, enfermedades, ausencia de contratos de trabajo y legislación laboral y la pobreza generalizada que no encontraban eco para su solución, y que el Estado reprimía con gran crudeza; y en lo político, la existencia de gobiernos sometidos a las veleidades del Congreso quien obligaba al Presidente a cambiar permanentemente a su gabinete ministerial cada vez que éste contrariaba la voluntad del legislativo, presentando un escenario de gran inestabilidad nacional. En este estado de cosas Chile enfrenta una elección presidencial.

Para esa época existen dos grandes coaliciones, la Alianza Liberal -liberales doctrinarios, radicales y demócratas- y la Unión Nacional -liberales moderados, nacionales, liberales democráticos y conservadores-, quienes proclamarán a Arturo Alessandri Palma y Luis Barros Borgoño, respectivamente.

Si bien los programas propuestos por ambos eran muy similares, el carácter del “León de Tarapacᔝ, Alessandri, y su forma de dirigirse a las multitudes le sumarán simpatías en un pueblo cansado de la indiferencia de la oligarquía y de discursos “de salón” llenos de palabras bonitas que no llegaban a cumplirse.

La figura de Alessandri era aclamada a donde fuera, la gente repletaba las calles para escuchar los encendidos discursos en los que utilizaba un lenguaje muy directo, con frases como la “canalla dorada” y “mi adorada chusma inconsciente”, y agitaba carteles y banderas mientras gritaban su nombre y cantaban “Cielito Lindo”, canción mexicana adaptada para fines electorales.

Su figura no pasaba desapercibida, sobre todo para sus oponentes, quienes, ante el contexto internacional del momento, lo presentaban como un agitador de masas que llevaría al país al desorden y la violencia, muy distinto de su contendor, quien se mostraba como alguien serio y responsable, promotor de la paz social y del desarrollo económico.

El día de la elección presidencial sólo acudió el 9% del electorado, que era exclusivamente masculino, y ya que eran muy comunes los fraudes electorales -cohecho o compra de votos y la “pérdida de las urnas” con los sufragios- el ambiente se presentó muy tenso, y como se temía que “robaran el triunfo a Alessandri” hubo enfrentamientos entre los partidarios de uno y otro candidato.

El resultado le dio una mínima ventaja al “León de Tarapacᔝ, y ante las quejas por la legitimidad del acto electoral -fraudes y baja convocatoria- se constituyó un Tribunal de Honor compuesto por miembros de ambas cámaras del Congreso, en su mayoría partidario de Barros Borgoño, que, según indicaba la Constitución Política, debía resolver el cuestionamiento presentado.

En el intertanto un golpe de Estado en Bolivia alertó a nuestro gobierno, el que llamó a enlistarse para ir a proteger la frontera norte, esto fue visto como una artimaña para demorar la decisión del Tribunal y ocasionó nuevos enfrentamientos en las calles de Santiago donde los “unionistas” asaltaron y quemaron la sede de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), que eran partidarios de Alessandri; la policía no intervino sino hasta el final tomando preso al poeta Domingo Gómez Rojas, quien luego morirá a consecuencias de las torturas a las que fue sometido. Pero esto no fue lo único, los enfrentamientos continuaron, así como las quemas de sedes sindicales, como la de la Federación Obrera de Magallanes (FOM), en Punta Arenas. En este ambiente confrontacional, y temerosos del estallido social que provocaría una decisión contraria, el 30 de septiembre, el Tribunal de Honor declaró que Alessandri había obtenido 177 votos y Barros Borgoño 176. Por un voto, el “León” era el nuevo Presidente de la República. Se había respetado, por primera vez, la voluntad popular. La personalidad y obra de Arturo Alessandri Palma genera sentimientos opuestos, para algunos es innovador y visionario, para otros un oportunista y demagogo. Podemos estar de acuerdo en una u otra postura, pero de seguro acordaremos que de ninguna manera nos es indiferente.

Entonces, ¿qué se puede aprender de la figura política de Arturo Alessandri Palma? A partir de su campaña presidencial de 1920 la lección que nos deja es que un Político debe saber “leer el momento social” y debe utilizar un lenguaje que sea comprensible al público que se dirige para evitar confusiones, malentendidos y descalificaciones; es decir, debe tener una gran inteligencia emocional y social, una capacidad que se puede desarrollar en el tiempo y perfeccionar con estudios, pero que obviamente tendrá un mejor resultado si es parte de la naturaleza misma de la persona, porque, como en todo, también para ser Político se deben tener habilidades y aptitudes, que motiven la acción hacia el bienestar de la comunidad.

Gran parte de los problemas que tienen los gobiernos de la actualidad, tanto en Chile como en el mundo, son muy similares a los que se vivieron en la década de 1920, donde la indiferencia y poca asertividad gubernativa crearon el escenario propicio para doctrinas totalitarias en Europa, y Populismos en Latinoamérica. Así lo entendió Alessandri quien analizó el contexto general y concluyó que el desorden civil existente en nuestro país era el mejor alimento para doctrinas antidemocráticas. En conclusión, un Político es instrumento y líder social.

Como Instrumento de la Sociedad, debe interpretar los requerimientos presentes de la comunidad y proyectar futuros escenarios, sin limitantes doctrinarios, ni políticos ni religiosos, pues no debe olvidar que sus decisiones afectaran a creyentes y agnósticos, partidarios y opositores, por tanto, no debe imponer sus puntos de vista por sobre los intereses comunitarios. Esto es lo que se llama hacer Políticas Públicas. Y un Político es Líder Social cuando la comunidad confía en su integridad y compromiso, en su habilidad para resolver conflictos de modo eficiente y exitoso.

Ahora, como el poder corrompe, hay que imitar a los antiguos griegos y romanos quienes definían a un Político como un individuo de moral intachable y conducta ejemplar, para lo cual eran severamente fiscalizados y sancionados, incluso con la cárcel y expropiación de sus bienes, si se les sorprendía en algún delito o mal ejercicio de su función. ¿Cuántos de los actuales pasarían esta prueba? Tal vez no todos podemos ser Políticos, pero es nuestro deber eliminar a los malos políticos, esto lo lograremos al desarrollar una fuerte conciencia social y comunitaria en nuestro entorno cercano y haciéndonos responsables de los destinos de nuestro país. Por Nidia Araya M. Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile. Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor (*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»

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