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Incluso han tomado cierta fama de premonitorios, lo que dada la naturaleza de las ciencias sociales es exagerado. Pero de lo que no cabe duda, es de su carácter esclarecedor de momentos particularmente confusos de nuestra convivencia interna. Recordemos el informe 1998 titulado “ Las paradojas de la modernización”, que anticipó varias de las tensiones vividas en la siguiente década, como la desafección electoral, la irrupción de la nueva subjetividad basada en identidades y géneros. O el informe de 2015 sobre “Los tiempos de la politización”, que es de análisis obligado para tratar de entender el ciclo de frustraciones que desembocó en los sucesos de octubre de 2019.
La historia reciente de Chile se puede leer de forma crítica en esta serie de investigaciones sistemáticas, que desde 1996 a 2016 nos aportan un panorama evolutivo, en el que ciertas tendencias en nuestra sociabilidad colectiva se van configurando paulatinamente. Es sintomático que desde 2016 no se hubiera podido dar continuidad a este proceso. Sin duda, estos años han sido suficientemente disruptivos como para dar cuenta de lo que se estaba cuajando. Cuando se mueve tan fuerte el piso, la foto no puede salir nítida y resplandeciente.
El informe en 2014 nos muestra un Chile distinto al que se describió anteriormente. El país ha cambiado mucho en la última década, pero por inercia, no producto de una decisión colectiva. Ha cambiado a tumbos, porque no logra cambiar de modo intencionado, aunque ese pareciera ser su mayor anhelo. Cuando un país no puede procesar o gestionar los cambios urgentes y necesarios, enfrenta una serie de consecuencias que pueden afectar su estabilidad social, económica, política e incluso su viabilidad institucional a largo plazo.
Estas son algunas de las conclusiones que nos ofrece el informe de desarrollo humano 2024 del PNUD-Chile. A primera vista no parece una conclusión muy novedosa, visto el bloqueo político en que está el país desde 2019 y los dos fracasos en los procesos de cambio constitucional. Pero la verdadera noticia no está en el titular. Lo preocupante está en lo que podría ocurrir si esta situación continúa.
En la vida todo fluye, ya sea en lo biológico, lo económico, en la cultura o en la sociedad. Menos en la política. En la esfera del poder suelen atascarse los ciclos y los procesos que en otras áreas evolucionan de manera espontánea. Y eso ocurre porque la política es la esfera de las instituciones, donde los mecanismos están diseñados precisamente para que las cosas permanezcan, más allá de la voluntad de las personas. Pero si la política no es capaz de canalizar institucionalmente esta necesidad, estamos en un grave problema.
El informe del PNUD evidencia que las capacidades de la sociedad chilena para conducir los cambios requeridos son insuficientes. Este déficit se expresa dos factores que se potencian entre sí: “relaciones disfuncionales entre los actores de la conducción –elites, movimientos sociales y ciudadanía– y lógicas inhibidoras de la conducción a nivel de las instituciones, los discursos públicos y las subjetividades”. Actores disfuncionales y racionalidades de suma cero.
Si ese es el diagnóstico, nuestro futuro se pone sombrío, en distintas áreas. En primer lugar nos anuncia que se prolongará el estancamiento económico, que desde la crisis de 2008 nos mantiene sin poder desplegar un crecimiento acorde a las expectativas de desarrollo, consumo e inversión que expresa el país. Si Chile no cambia será incapaz de adaptarse a las transformaciones tecnológicas, económicas y globales. Porque el estancamiento económico se relaciona directamente con una falta de innovación y productividad, que acarrea la pérdida de competitividad en el mercado internacional y un deterioro en el nivel de vida.
Estas tensiones no son arbitrarias. La baja productividad e innovación no se puede entender sin relacionarla con la incapacidad de procesar la desigualdad social. Aunque al empresariado le cueste aceptarlo, un país más productivo requiere condiciones de mejor empleo, que permitan tener una perspectiva de progreso en el tiempo. Y el Estado debe aceptar que no es sólo un problema de inversión de recursos públicos. El Ministerio de Ciencia ha anunciado estos días una inyección de $700.000 mil millones en 10 años para fortalecer las capacidades de investigación de las universidades. Pero esos recursos necesitan una sociedad capaz de asimilar los productos de esa enorme inversión.
Si nada cambia en el país, que sentido tendría innovar en lo cotidiano, trabajar con más empeño o de manera más compleja y calificada. Aunque no sea noticia, Chile vive cierta fuga de talento y capital por este motivo. Cuando no se procesan adecuadamente los cambios, los profesionales y talentos más capacitados emigran en busca de mejores oportunidades o se refugian en esferas cerradas, que no tributan al interés nacional y colectivo.
Esto también ocurre con la inversión de capital, ya que los inversionistas retiran sus recursos debido a la falta de estabilidad o de perspectivas de crecimiento. Pero no habrá mayor inversión si no se procesan ciertos cambios urgentes, que aminoren las fuentes de esta parálisis en innovación y transformación. La incapacidad del sistema político de atender a estas realidades lo está llevando a quedar rezagado, especialmente si las políticas públicas no evolucionan para abordar las urgencias. Esto puede aumentar las tensiones sociales y llevar a un mayor deterioro de la cohesión social.
Tras esta dificultad se incuba nuestra crisis política. Chile no cambia porque no se procesan las principales tensiones internas. Las instituciones del país no logran adaptarse o no logran representar adecuadamente a la población. De allí que surjan ciclos de inestabilidad, ingobernabilidad, que en el caso extremo de octubre de 2019, nos puso al borde de un colapso del sistema político. Y en tiempos de menos tensión, como los actuales, se incuban las crisis políticas del mañana. La falta de adaptación y de reformas está debilitando las instituciones del país. Si las instituciones políticas no se legitiman, y son incapaces de responder a los nuevos desafíos, pierden eficacia, lo que puede resultar en corrupción, pérdida de confianza pública y un estado de derecho debilitado.
Finalmente, un país que no puede procesar cambios importantes va a quedar cada vez más aislado en la escena internacional. Esto se debe a que sus políticas quedan obsoletas, no se logran alinear con estándares internacionales, lo que le incapacita para participar en acuerdos y tratados internacionales. El aislamiento puede resultar en menor reconocimiento mundial, un comercio limitado y pérdida de influencia diplomática.
Chile está a tiempo de cambiarse a sí mismo, y no ser cambiado por la fuerza de los hechos. En otros casos de la región, más extremos, la incapacidad de varios países de procesar sus cambios les está llevando a escenarios de crisis humanitaria. En América Latina son varios los ejemplos de colapso de los servicios básicos, aumento de la pobreza, inseguridad alimentaria y migraciones masivas. Chile está muy lejos de ello. Pero cuando un país no puede procesar sus cambios a tiempo, enfrenta una serie de riesgos que pueden comprometer su desarrollo, estabilidad y la calidad de vida de su población. Adaptarse a tiempo es crucial para la sostenibilidad y prosperidad de cualquier nación. Sólo por eso vale la pena leer con atención el informe del PNUD de este año. Para que no diga que no le avisaron.
¿Por qué leer el informe del PNUD 2024? 31-08-2024 The Clinic Los Informes de Desarrollo Humano del PNUD en Chile se han convertido en hitos relevantes en los procesos de interpretación de la realidad nacional. Incluso han tomado cierta fama de premonitorio... |
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