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Este proceso puede generar rechazo o negación del retorno, sumado a la añoranza de los buenos momentos con amigos o de los viajes realizados a distintos puntos de recreación en el verano, y del anhelo por una prolongación de las vacaciones.
Y es que la llegada de marzo tiende a generar sentimientos de incomodidad en la población escolar y un estrés financiero para los padres que deben costear uniformes y útiles escolares, junto con otros gastos que concurren en el mismo período. Un escenario ideal que se suma a los embotellamientos provocados por la dinámica del ingreso a tiempo a las clases en la mañana, los atrasos imprevistos y el alto flujo vehicular al inicio de la jornada.
Sin embargo, en este panorama de retorno poco alentador para la mayoría, también se encuentra el reencuentro con los compañeros, la dinámica del aprendizaje y lo gratificante que pueden llegar a ser aquellos tiempos de esparcimiento y recreación que forman parte de la etapa escolar. El panorama, bajo esta perspectiva, no es del todo aciago.
El regreso a clases también produce seguridad del orden de estado de cosas, una sensación de estabilidad frente al curso y progreso de la vida, un crecimiento en las distintas etapas del desarrollo vital de niños y jóvenes, la distribución de las responsabilidades -o corresponsabilidad- en la crianza y formación por parte de la alianza familia-escuela, lo cual disminuye la carga de los padres y apoderados, y el cumplimiento gradual de las metas que cada uno pueda tener.
En un escenario en el que disfrutar y estar libre de las responsabilidades académicas produce goce y bienestar, es difícil vislumbrar el retorno a clases como algo necesario y que, a la larga, se traduce en el desenlace correcto del futuro de cada uno. Esto puede significar también una cosa: el inicio de clases es un nuevo comienzo que hace bien, aunque no se comprenda
Abraham Novoa,
académico carrera de Educación Diferencial, UDLA, Sede Concepción
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Este proceso puede generar rechazo o negación del retorno, sumado a la añoranza de los buenos momentos con amigos o de los viajes realizados a distintos puntos de recreación en el verano, y del anhelo por una prolongación de las vacaciones.
Y es que la llegada de marzo tiende a generar sentimientos de incomodidad en la población escolar y un estrés financiero para los padres que deben costear uniformes y útiles escolares, junto con otros gastos que concurren en el mismo período., Un escenario ideal que se suma a los embotellamientos provocados por la dinámica del ingreso a tiempo a las clases en la mañana, los atrasos imprevistos y el alto flujo vehicular al inicio de la jornada.
Sin embargo, en este panorama de retorno poco alentador para la mayoría, también se encuentra el reencuentro con los compañeros, la dinámica del aprendizaje y lo gratificante que pueden llegar a ser aquellos tiempos de esparcimiento y recreación que forman parte de la etapa escolar., El panorama, bajo esta perspectiva, no es del todo aciago.
El regreso a clases también produce seguridad del orden de estado de cosas, una sensación de estabilidad frente al curso y progreso de la vida, un crecimiento en las distintas etapas del desarrollo vital de niños y jóvenes, la distribución de las responsabilidades -o corresponsabilidad- en la crianza y formación por parte de la alianza familia-escuela, lo cual disminuye la carga de los padres y apoderados, y el cumplimiento gradual de las metas que cada uno pueda tener.
En un escenario en el que disfrutar y estar libre de las responsabilidades académicas produce goce y bienestar, es difícil vislumbrar el retorno a clases como algo necesario y que, a la larga, se traduce en el desenlace correcto del futuro de cada uno.
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