El Mercurio Inversiones (Chile)
23-09-2025
La eurozona: entre el alivio de la inflación y la amenaza del estancamiento
Lo que pase en el Viejo Continente tendrá efectos sobre América Latina por la vía de precios de materias primas, flujos de capital y demanda por bienes intermedios y servicios.
La economía de la eurozona ha mostrado en el último año una resiliencia apreciable frente a un contexto internacional incierto, pero los datos recientes confirman que el crecimiento sigue siendo modesto y que las debilidades estructurales persisten.
Las proyecciones sitúan el crecimiento del PIB real en torno a 0,9–1,0% en 2025, con una aceleración hacia 1,2% en 2026 y 1,3% en 2027; la inflación general descendería a 2,2% en 2025 y 2,0% en 2026, con niveles cercanos al 2% en 2027. La inflación subyacente, por su parte, cederá con más lentitud, reflejando la persistencia de presiones salariales y en servicios. El desempleo se mantendría cerca de mínimos históricos (en torno a 6,4% en 2025, con leve descenso posterior), aunque el crecimiento de la fuerza laboral se estancará por factores demográficos. Se trata, por tanto, de un escenario que evita la recesión, pero aún distante de una senda expansiva sostenida. El consumo privado continúa siendo el principal motor de la actividad, mientras que la inversión muestra un desempeño más irregular, en parte vinculado a la ejecución desigual de los recursos del programa NextGenerationEU.
Este plan, dotado con más de 600 mil millones de euros en subvenciones y préstamos (aprox. €357.000 millones en subvenciones y €291.000 millones en préstamos, a precios de 2022), busca acelerar la transición verde y digital, reforzar la cohesión social y aumentar la resiliencia institucional. Su potencial transformador es considerable, pero depende de la capacidad de los Estados miembros para convertir los desembolsos en reformas estructurales duraderas y proyectos de alta productividad. En el frente externo predominan los vientos en contra. Es plausible que el sector exterior vuelva a restar al crecimiento en 2025 y 2026, dado que las importaciones avanzarían más rápido que las exportaciones.
La reciente imposición de ajustes arancelarios en la relación con Estados Unidos añade incertidumbre y, según cálculos del Banco Central Europeo, los mayores aranceles y la mayor incertidumbre comercial restarían alrededor de 0,7 puntos porcentuales al PIB acumulado de la zona euro en 2025–2027 bajo supuestos de tensiones comerciales. Aun cuando los precios de la energía y algunos cuellos de botella han cedido, la demanda externa permanece frágil y condiciona la trayectoria exportadora del bloque. En el terreno monetario, el BCE ha dado por concluido su ciclo de recortes de tasas. Tras situar la referencia en torno a 2%, la mantiene estable, un nivel coherente con un crecimiento bajo pero positivo y con una inflación cercana al objetivo. Ello implica que la política monetaria difícilmente actuará como motor adicional de la expansión; el impulso deberá provenir de la política fiscal, de la inversión productiva y, sobre todo, de reformas que eleven la productividad. Para economías abiertas como Chile, una eurozona estable con tipos anclados atenúa la volatilidad financiera externa; sin un rebote de la inversión europea, sin embargo, el canal comercial hacia América Latina seguirá siendo acotado. Los riesgos a corto y mediano plazo están bien identificados. La debilidad del comercio global y la incertidumbre regulatoria en política comercial lastran la competitividad europea. La productividad sigue estancada y los costos laborales unitarios apenas se moderan, lo que limita la inversión empresarial. La inflación, aunque más contenida en su componente energético y de bienes, muestra mayor rigidez en servicios y salarios. Y la política fiscal, pese al respaldo de los fondos europeos, corre el riesgo de perder tracción si la ejecución inicial no se traduce en un flujo sostenido de gasto público productivo. A todo ello se suma un problema político de fondo. La fragmentación del panorama europeo, el ascenso de fuerzas populistas y las dificultades para consensuar reformas en pensiones, mercados laborales y marcos regulatorios amenazan con perpetuar un equilibrio de bajo crecimiento. El éxito del NextGenerationEU será, en este sentido, una prueba decisiva: de su ejecución eficaz depende que se convierta en un motor de transformación o en una oportunidad desperdiciada. La falta de consensos políticos podría incluso minar la correcta aplicación de estos recursos, reduciendo el potencial de crecimiento en el mediano plazo.
Europa puede sostener un crecimiento de 1,2–1,3% anual hacia 2027 y una inflación alineada con el objetivo del BCE solo si acelera la transición verde y digital, invierte en infraestructura y capital humano, e integra sus mercados financieros y laborales.
La eurozona, aunque ha superado la fase más aguda de la inflación, opera con márgenes estrechos: la inacción o la falta de reformas la expondrían a un estancamiento prolongado, con menos oportunidades y mayor desigualdad, y a un rezago frente a economías que ya apuestan por la innovación y la inversión estratégica. La materialización —o no— de ese escenario tendrá efectos sobre América Latina por la vía de precios de materias primas, flujos de capital y demanda por bienes intermedios y servicios. El reto es pasar de la mera estabilidad a un crecimiento dinámico, inclusivo y sostenible.
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