Lavanguardia (Chile)
10-08-2020
200 años, y no hemos aprendido nada!
“Chile, fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida” (La Araucana, Alonso de Ercilla). Con estos versos inicia el poema épico que narra las vicisitudes de españoles y de indígenas en tierras mapuche, esta es nuestra “Ilíada” criolla, ¿se acuerdan de ella? ¿ En qué momento los otrora valientes y gallardos se transformaron en “terroristas”? Hagamos un brevísimo recorrido por nuestra Historia aclarando la antigüedad del asentamiento mapuche en la Araucanía y la idea del eterno conflicto en la zona.
Con relación al primer punto, es a partir de la existencia de elementos culturales como los Kuel y Rewekuel (montículos de carácter sagrado que servían de separación entre terrenos y, a la vez, representaban la extensión cultural de lo natura), que estudios antropológicos y arqueológicos datan su asentamiento en la zona Malleco-Cautín en 4.500 años, avalando su pertenencia a estas tierras desde tiempos ancestrales.
Y para el segundo punto, debemos aclarar que la Guerra de Arauco no duró trescientos años, ya que luego de aproximadamente 60 años la Corona entendió que las incursiones violentas en territorio mapuche eran infructuosas, por lo que estableció una zona fronteriza a lo largo del rio Biobío potenciada por la institucionalización de los Parlamentos -especie de cumbres políticas- en donde el Gobernador, como representante del Monarca, llegaba a acuerdos con la comunidad mapuche correspondiente, con tal nivel de éxito que, desde la celebración del primero, son escasos los alzamientos registrados.
Esta costumbre se mantuvo una vez nacida nuestra nación, así los gobiernos republicanos, reconocerán, tanto en el Parlamento de Tapihue en 1825, como al crearse la provincia de Arauco en 1852, la existencia de las “tierras indígenas” dentro de las fronteras nacionales.
La situación cambia en 1860, cuando un aventurero francés, Orelié Antoine de Tounens y algunos caciques, presentan a los gobiernos de Chile y de Argentina el “Reino de la Araucanía y la Patagonia”, llevando a la redacción de la ley de 1866, que la redefiniría como “territorio de colonización”, iniciando la llamada “Pacificación de la Araucanía”, que culminó en 1883, luego que el Estado utilizara toda la fuerza del armamento moderno contra lanzas, flechas y boleadoras indígenas. De esta forma, entre 1881 y 1907 se les desplazó a predios no productivos donde murieron entre veinte a treinta mil mapuche, principalmente a consecuencia de las hambrunas. Si bien hasta 1930 se concedieron Mercedes de Tierras a Lonkos y sus comunidades, éstas no superaban el 12% del territorio original, iniciándose la pobreza de este pueblo.
En 1971 la Reforma Agraria restituye parte de las tierras reclamadas por las comunidades de Pidima y Temucuicui a través de la Comisión de Restitución de Tierras Usurpadas, pero todo volvió a cero en la llamada “contra-reforma” que realiza la Dictadura Militar quien las entregó de nuevo a quienes denominó “sus antiguos propietarios”. El regreso de la Democracia devuelve la esperanza de reivindicación para los pueblos originarios, pero sólo se consigue que en 1993 se dicta la Ley Indígena que, si bien reconoce la existencia en nuestro país de 9 etnias, mantiene los criterios que originaron el conflicto.
En el estado actual del conflicto analicemos, ¿por qué existe este ambiente confrontacional que está escalando a niveles peligrosos para la estabilidad nacional? Debemos empezar por reconocer que antes de la existencia de Chile el territorio ya estaba ocupado por culturas amerindias entre las que se encontraba la Mapuche que, convivía con otros pueblos en espacios culturalmente delimitados, y que fueron los únicos, que tanto Incas como españoles, no pudieron someter por la fuerza, pero con los cuales convivieron sin mayores problemas.
En este contexto, ha sido la acción del Estado chileno el gatillante del conflicto a partir de 1866, quien en un afán expansionista ha violentado los derechos patrimoniales y ancestrales de los pueblos originarios, recurriendo a la criminalización de sus demandas, a través de la militarización decimonónica de la zona y el uso excesivo de la fuerza policial, en la actualidad.
Y que al calificar como “conducta terrorista” toda acción llevada a cabo por las comunidades indígenas, sólo pretende evitar, sin mucho éxito, la condena internacional por la violación de los derechos humanos y justificar el no cumplimiento del Convenio 169 a pesar de que fue reconocido por nuestro país el año 2009.
El pueblo Mapuche, así como las otras etnias, han presentado propuestas a las que el Estado ha respondido de modo paternalista y asistencialista, generando un ambiente de división con criterios similares a los de la época Colonial en donde existían “Indios amigos y enemigos”, y aplicándoles a estos últimos una especie de Doctrina de Seguridad Nacional como si esto fuera la Guerra Fría. ¡Por favor! ¡Hasta cuándo vamos a seguir con la política del “nosotros y ellos”! no podemos construir una Nación en la que predomine la ley del más fuerte ni en la que se imponga una única forma de vida. Si queremos ser un país desarrollado empecemos por empatizar con el otro y a respetar las diferencias. Acaso, ¿no les parece hipocresía que hace unas semanas abogaran por George Floyd, y hoy saltaran para no ser confundidos por Mapuche? Como si esta no fuera una conducta igualmente racista.
Duele decirlo así, ¿verdad? En las vísperas de este 9 de agosto, cuando se conmemora el día internacional de los Pueblos Indígenas, debemos repensar la relación con nuestros ancestros, aquellos que enseñaron que la tierra no nos pertenece, todo lo contrario, que nosotros somos sus semillas, somos “gente de la tierra”, somos Mapuche. Todos somos Mapuche. Por Nidia Araya M. Profesora de Estado en Historia y Geografía. Licenciada en Educación en Historia y Geografía Universidad de Santiago de Chile. Magíster en Administración y Gestión Educacional Universidad Mayor (*) Las opiniones vertidas en esta columna no reflejan necesariamente la línea editorial de «La Vanguardia Chile»
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