Autor: POR JORGE ROJAS / FOTOS SERGIO ALFONSO LÓPEZ
"NECESITAMOS UN MANDELA"
Juan Pablo Luna. 45 años, doctor en Ciencias Políticas, camina con un mate y un termo. Es uruguayo, vive en Chile desde 2005 y en 2017 se nacionalizó. Es sábado por la mañana y Luna, profesor de la Universidad Católica e investigador asociado del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMED), viene de dirigir un entrenamiento de encuestadores.
Desde hace tres años que es columnista de Ciper y a fines de 2017 publicó un libro que compila 14 reportes que escribió para ese medio, al que llamó En vez del optimismo, donde profundizaba en la crisis de representación política del país que estallaría dos años más tarde. —Esto es como pronosticar un terremoto. Las columnas identificaron algunas tensiones estructurales, pero no se sabía cuándo y cómo iba a ser el movimiento.
Quien diga que lo predijo, está fuera de la realidad. —Pero podríamos decir que el libro ha envejecido bien... —Siempre sentí que el formato de columnas no me era cómodo, pero a mí esto me cambió la forma de pensar en el rol público del investigador.
Es un texto que ninguno de mis colegas consideraría “académico”, pero mi impresión es que ha tenido más impacto directo a nivel social y de la élite que cualquier otro trabajo que haya escrito. —¿ Dónde situaría el inicio de esta crisis? —Algo que siempre me llamó la atención es esta disociación entre partidos muy estables a nivel de élites, pero muy desconectados de sectores populares.
Si bien el estallido chileno comparte cosas con otros casos —Hong Kong, Colombia o Ecuador—, una de las diferencias fundamentales es la debilidad profunda de los partidos políticos, que no tienen capacidad de articular, negociar y legitimar decisiones... Haciendo trabajo de campo, a comienzos de los 2000, había una crítica usual de los líderes políticos locales a los candidatos del barrio alto que llegaban en época de elecciones, porque desde la transición en adelante el sistema político se articuló en términos de clase.
Los diputados, senadores o ministros viven todos en lo que era el viejo distrito 23: Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea. —¿ Cree que eso es transversal en cualquier partido político, o hay excepciones? —Es tan transversal que es uno de los grandes déficits que tiene el Frente Amplio, que es percibido como cabros jóvenes de clase alta. Están todo el tiempo tratando de diferenciarse de la Concertación en términos ideológicos, pero no se dan cuenta de que el problema es que no tienen conexión con los sectores populares.
En ese sentido, la derecha más pragmática, la UDI a principios de los 2000 y el “lavinismo” en su momento, o el ala popular de RN, tienen mejor llegada en sectores populares que el “red set”. —él Las funas a Beatriz Sánchez y a Gabriel Boric son manifestaciones de eso? —Sí. Hay que entender lo siguiente: donde la élite ve diferencias ideológicas y políticas, mucha gente ve al mismo grupo de privilegiados de siempre, junto a otros que se “vendieron” al poder. Y ahí hay un desafío enorme.
Cualquiera que toque la arena institucional, que articule algo más allá de una demanda puntual, se quema. ¿Cómo construir liderazgos socialmente legítimos, capaces de llevar adelante los procesos de negociación densos que requiere una salida exitosa de esta situación, y cualquier trámite democrático de los disensos, sin quemarse en el intento? Para ser claros, no es que la gente tenga demandas alocadas o un afán expropiatorio de la élite. Piden soluciones básicas en términos de salud, educación, pensiones y vivienda. Y más que plata y bonos, reclaman algo que no se compra ni se vende: sentirse dignos e iguales.
A Times de 2017, Juan Pablo Luna compiló 14 columnas suyas en un libro titulado En vez del En ellas identificó tensiones en diversas estructuras del sistema político, económico y social, y pronosticó tiempos difíciles si es que no se corregían. No pensando, claro, que reventaría tal como ocurrió, pero se acercó bastante. Su lectura hoy da luces de cómo es que este estallido se fue alimentando. “La élite está experimentando la incertidumbre que el resto de la sociedad tiene en su vida cotidiana”. “Vengo de hacer trabajo de campo en Quinteros con un grupo de colegas del IMFD. Hicimos muchas entrevistas con gente que está pasándola mal hace mucho tiempo, y es claro que el problema es de legitimidad. No creen en nadie. En buena medida, porque creyeron y esperaron por mucho tiempo, y ven que las soluciones no llegan y que los de arriba son siempre los mismos. Aunque nunca es justificable, la intolerancia que hoy emerge brutalmente tiene raíces profundas en una vulneración sistemática de derechos sociales básicos. Además, lo que uno encuentra son comunidades quebradas. Las empresas y los políticos, durante mucho tiempo, distribuyeron beneficios selectivamente para apaciguar el descontento, generando un quiebre entre quienes cedieron y transaron, y quienes resistieron estoicamente. La desconfianza en el otro es brutal, también en comunidades pequeñas donde todos están jodidos”. —¿ Por qué los partidos dejaron de movilizar a la gente? —Hay dos contextos.
Por un lado, a principios de los 2000, los candidatos comienzan a personalizarse, a construir un liderazgo caudillista, articulado bajo sistemas de mediación de favores, gestión de problemas o becas para colegios, lo que provoca que los partidos en los sectores populares ya no representan como tal, sino que lo hacen en función de estos personajes. Y el segundo contexto es el voto voluntario, donde es menos necesario movilizar a esos sectores, porque es menos la gente que vota.
Si comparas la última elección, en el rango de 18 a 40 años, en Vitacura votó cerca del 75 por ciento y en La Pintana cerca del 20 por ciento. —¿ Se aprecia algún cambio en los partidos luego del estallido?—Creo que los partidos y la clase política no entienden lo que está pasando.
El Gobierno perdió una oportunidad enorme para transformarse en el facilitador de un nuevo Chile. —¿ Por qué cree que la perdieron?—Por una incapacidad de leer la profundidad de la crisis y por una lectura sesgada de la situación, pensando que estábamos viviendo un golpe de Estado por sectores bolivarianos, cubanos... Obviamente es posible, se dan en este tipo de situaciones que hay grupos pequeños operando con esas lógicas, pero eso no era lo que estaba detrás del estallido.
El Presidente se convenció de que le estaban dando un golpe, cuando si uno toma la propia consigna del movimiento —“no son 30 pesos, son 30 años”—, la culpa no era de él. —Resultó que parte de esas pruebas que el Gobierno entregó a la Fiscalía Nacional eran análisis de redes sociales. ¿Qué lecturas se pueden hacer sobre esa explicación? —Junto a otros miembros del IMFD, un proyecto que tiene financiamiento estatal y que tiene el mandato de cooperar con el Estado de Chile, participamos hace cerca de un mes en una reunión en que se nos consultó sobre la posibilidad de hacer un análisis de redes sociales para detectar este tipo de intervención. Contestamos que técnicamente era imposible hacerlo seriamente y que no estábamos disponibles. Todos salimos convencidos de que solo estaban dispuestos a escuchar un diagnóstico que confirmara el delirio de la intervención extranjera. Hace un par de semanas coincidí en una conferencia con un colega extranjero que había realizado análisis similares, que estaba al tanto del debate en Chile y al que reconozco como un investigador serio. Le pregunté si le interesaba hacer un análisis de los datos recolectados por el Gobierno y me contestó que lo quería evaluar. Contacté a quien nos había pedido la primera reunión y le solicité “Términos de Referencia” para hacérselos llegar a mi colega. Nunca los recibí. El resto es historia conocida.
Otro de los muchos errores no forzados de un Gobierno que intenta manipular burdamente la información, pero que solo logra dar cuenta de cuán desconectado está de la realidad, mostrando además una impericia técnica y política que raya en lo tragicómico. Lamentablemente, eso ya no parece sorprender a nadie. SIA Juan Pablo Luna también ha estudiado el crimen organizado en América Latina y ha participado en investigaciones que abordan las implicancias políticas del comercio ilegal. En su libro hay una columna donde explica esta tensión al hablar del caso chileno y la amenaza ignorada que representan estas agrupaciones para la política.
No verlas y que parezcan experiencias muy lejanas, dice él, “no es sino otro efecto de la desigualdad social y territorial que estructura nuestra experiencia cotidiana”. Durante los primeros días del estallido, asegura, eso quedó en evidencia. —Me llama la atención este imaginario del mundo narco y cómo operó en esta crisis. Por ejemplo, las declaraciones de Mario Waissbluth sobre los “anarco-narcos” reflejan miedo y desconocimiento de la realidad.
Para dar unos ejemplos, en algunos sectores los narcos efectivamente estuvieron liderando algunos saqueos, sobre todo abriendo locales, pero en otros lugares, donde tienen pactos de protección con la política local, protegieron comercios, porque también son dueños. Se habló mucho de las barras (bravas). Los estadios son un centro donde se distribuye droga, por lo que no hay una separación tan nítida entre barras y narcos. Y lo mismo entre Carabineros y la PDI.
Parte de lo que nos cuesta ver es que hay algunos casos de carabineros y brigadas de la PDI que han tenido pactos de cooperación y colusión con los narcos. —¿ Qué información tiene respecto a eso? —Es difícil contar con información precisa, en parte porque hay una cultura institucional en que las bajas de funcionarios por actos de corrupción y cooperación con el crimen organizado tienden a ser procesadas bajo otras causales para proteger la imagen institucional. No obstante, hay múltiples casos judiciales en que aparecen uniformados (en general aparecen como “excarabineros”) implicados. Basta googlear. “Por otra parte, al realizar trabajo de campo en zonas con fuerte presencia del narco, este factor aparece de forma frecuente y sistemática. Y en buena medida los incentivos están.
Pensemos en carabineros que ganan muy mal, que están corriendo riesgos en zonas complejas, que tienen vecinos que la hacen toda' y que hace poco vieron cómo buena parte de las jerarquías de la institución cometían un frauDe monumental. ¿Qué podemos esperar? Lo otro que hay que entender es que cuando el crimen organizado se expande, como lo ha hecho en Chile y la región en las últimas décadas, se configura un trilema bastante bien documentado en los estudios disponibles sobre el fenómeno: es muy difícil, al mismo tiempo, reducir la incidencia de la criminalidad organizada, la corrupción y la violencia. Puedes maximizar dos de esos objetivos, pero no los tres al mismo tiempo.
Y esto introduce dilemas normativos y para la política pública muy complejos”. —¿ Le acomodó a la élite política culpar a los narcos? —La élite está experimentando la incertidumbre que el resto de la sociedad tiene en su vida cotidiana. La crisis ha democratizado la incertidumbre y cuando pasa eso lo que buscas son respuestas. Y así aparecen los “anarco-narcos” como una forma de calmar la ansiedad, pero sin entender el problema. —Pero eso también puede ser una estrategia. Me refiero a manejar la incertidumbre para ganar tiempo. —Hoy tenemos un veranillo. Obviamente el movimiento está desgastado, pero hay que entender que dentro de “lo popular” existen visiones muy diferentes. Están los que apoyaron el movimiento, pero también los que tienen una pyme y que hoy tienen problemas económicos. En las poblaciones hay como un microclasismo entre quienes participaron de actividades delictuales y los que tienen que llegar a su trabajo y les cuesta más que antes.
Hay que evitar estereotipar que acá hay una demanda articulada en los sectores populares, porque ahí también hay microdivisiones de clase importantes, que generan conflictos vecinales súper fuertes. —¿ Qué piensa sobre esas manifestaciones violentas? —La violencia es condenable, pero me da la impresión de que, lamentablemente, la violencia y el perjuicio económico movieron más la aguja que la cantidad de personas en las marchas pacíficas.
Eso está presente en el discurso del Gobierno, donde todo el tiempo recurría a contar los daños materiales como una de las métricas del conflicto, muchas veces más relevante que la de los heridos y mutilados. A fines de 2017, cuando Juan Pablo Luna presentó su libro, en la dedicatoria mencionó a sus hijos.
Lo hizo con una frase que desnudó su preocupación por el futuro: “Con la firme esperanza de estar equivocado”. —Sentí que si el diagnóstico era más o menos cercano a la realidad, ellos no iban a tener una vida tan tranquila como la que nos tocó a nosotros. —¿ Sigue siendo pesimista? —Me cuesta ser optimista.
Me preocupa la pérdida del sentido de urgencia de los primeros días y que esta sea una oportunidad que tiene cada vez más riesgo de perderse. —¿ Cree que se está achicando la cancha para el Gobierno? —Cada vez las opciones son menos. Pensemos, además, en un contexto donde el costo económico será alto y eso lo van a pagar los sectores populares.
Me sorprende que este Gobierno, que era muy cercano a los empresarios, ha sido abandonado por ellos, porque entienden que había una oportunidad de refundar el “El Presidente se convenció de que le estaban dando un golpe”. Modelo de desarrollo, pero que la han obstaculizado... Si uno ve al Piñera que hablaba del Presidente Patricio Aylwin y de la necesidad del diálogo político y social, y el Piñera que terminó liderando esta crisis, son dos personas completamente diferentes. Hoy, lo que tenemos es un narciso acorralado al mando. Sobre el resto del sistema político, pienso que la élite se enfocó en el tema constitucional y su apuesta es que eso solucione el problema. Creo que eso es parte de la solución, pero a mucha gente que está protestando la Constitución no le connota demasiado en su vida cotidiana.
El sistema político se quedó entrampado ahí, mientras hay un tema socioeconómico esperando, que tiene que ver con el modelo de desarrollo. —¿ Y eso no lo soluciona una nueva Constitución? —Hay claves constitucionales del modelo actual que pueden desmontarse en un proceso constituyente, pero también se requiere reconstituir confianzas y espacios de negociación entre capital, trabajo y Estado. Parte del problema económico está en la incertidumbre que tiene el inversor posestallido. Hoy existe más incentivo para sacar la plata del país que para invertirla y la única forma de bajar ese riesgo es distribuir las rentas del capital de manera concertada. El problema es que no hay articulación y que ninguna de las organizaciones que representan a los movilizados tiene legitimidad para hacerlo. Necesitamos un Mandela, alguien que juegue ese rol.
El problema es que si Mandela, al negociar, pierde la adhesión de su grupo, se acabó su articulación. —¿ Ve algún Mandela? —Piñera pudo haber arriesgado un movimiento de ese tipo en los primeros días de la crisis, pero perdió la oportunidad. Tal vez pudo haber hecho un mea culpa honesto, asumiendo su rol como uno de los principales privilegiados de un modelo injusto y abusivo.
Y a partir de ahí, haber dado por concluido su programa, convocando a un gabinete de unidad nacional, abriendo el Gobierno socialmente legítimos que negociaran tres cuestiones clave: un nuevo modelo de desarrollo o pacto social para Chile, una nueva Constitución y una reforma a las fuerzas de orden. Lamentablemente, en lugar de ser el facilitador de un nuevo Chile, prefirió creerles a quienes le dijeron que le estaban dando un golpe. Su ego probó ser más grande que su tan mentada brillantez y su emblemática capacidad de tomar riesgos.
Y hoy ya es tarde, como lo demuestra lo poco que habla y todo lo negativo que genera cada vez que declara haber entendido el mensaje, para luego recurrir a las mismas frases hechas de siempre. “Piñera hoy tiene el cargo, pero perdió el poder. Y me parece obvio que tiene muchas más chances de pasar a la historia como el Carlos Andrés Pérez chileno que como un Mandela criollo. Más allá de él, la crisis visibilizó dos tipos de liderazgos promisorios. El primer tipo son quienes se animaron a realizar movimientos inesperados para sus cercanos, a favor de negociar pactos transversales. Allí están, por ejemplo, Mario Desbordes, Marcela Sabat, Gabriel Boric e incluso Javiera Parada con su renuncia a RD.
El segundo tipo son alcaldes y alcaldesas de comunas populares, pienso en Germán Codina, Claudia Pizarro y Claudio Castro, quienes en buena medida oficiaron de traductores para la élite nacional de lo que estaba pasando en el territorio. Y lo hicieron con mucha transversalidad. El desafío para los primeros es no haber alienado a los cercanos; y para los segundos, es nacionalizar su figuración. Ambos son desafíos significativos porque el problema no pasa tanto por la oferta de liderazgos, sino por lo que la sociedad les demanda, y eso hoy es muy difícil de satisfacer.
Por todo esto, se me ocurre que tal vez no haya que apostar a un liderazgo, sino a mecanismos institucionales estables y permanentes de concertación social, cuya legitimidad dependa no de un líder o lideresa, sino de su capacidad de convocar y mediar entre un grupo amplio de actores sociales, políticos y económicos”. —¿ Qué cree que está pasando hoy con el movimiento social? —Hay un desgaste y una sensación de alivio a nivel de la élite de que esto está volviendo a la normalidad.
Pero mi impresión es que ni el diálogo constitucional, ni los paquetes de medidas que se han anunciado, alcanzan para evitar que esto recurra muy pronto. —Pese a la importancia de la nueva Constitución, hubo poca celebración. —Es cierto. La entidad del logro no se condice con la modestia de la celebración. Tal vez se celebró poco porque es un logro forzado por la calle y no propio del establishment. Por lo mismo, tal vez sientan, no sin algo de razón, que están muertos en vida. Debe ser un martirio ser político en un contexto como el actual. Y esto es problemático para el futuro.
Si la política como actividad pierde valor y dignidad social, como lo ha hecho en Chile durante todos estos años de profunda desconexión con la sociedad civil, ¿qué tipo de personaje termina compitiendo y ganando elecciones? —Hay una reflexión final en su libro sobre las soluciones que puede tener esta crisis, en donde aseguraba que no tenía idea. ¿Hoy tiene alguna certeza? —No, de alguna manera hay que abrazar la incertidumbre. Me ha pasado que me preguntan cómo salimos y la verdad es que no sé. Desde la academia y la élite, usualmente pensamos que tenemos respuestas, pero la crisis nos ha demostrado que no conocemos los problemas. Hay que asumir eso: las respuestas sin sentido de realidad no sirven de nada. S