El panteonero del Presidente: cuando Jaime Guzmán enterró a Salvador Allende
Este fragmento del libro “Chile B” del destacado periodista Mauricio Palma Zárate, cuenta cómo se dio una curiosa coincidencia, en paralelo a algunos episodios terribles para ambos personajes El frío cala hondo en el invierno viñamarino. Es agosto de 1990 y la noche parece más oscura y tenebrosa al interior del Cementerio Santa Inés. Pero ésta no es cualquier noche. Son las 20 horas y en la entrada del camposanto, un reducido grupo de personas espera con sus largos abrigos negros la llegada del ministro secretario general de la Presidencia, Enrique Correa. Cuatro meses antes, el recién asumido jefe de Estado, Patricio Aylwin Azócar, le había encomendado una tarea tan importante como sigilosa. El barbudo y robusto ministro sería el encargado de trasladar los restos del expresidentesocialista Salvador Allende Gossens desde el cementerio viñamarino hasta Santiago, para luego organizar un masivo funeral. Todo debía ser en el más estricto secreto. El hermetismo con que llegaron aquella noche estos desconocidos hombres comenzó a inquietar al panteonero Jaime Guzmán Cáceres. Y eso sí era extraño. Son tantos los años que lleva trabajando entre muertos que casi nada le asusta. No cree en las historias de ultratumba, pero sí siente recelo de la astucia de los vivos. Don Jaime estaba acostumbrado a que sus compañeros bromearan por el alcance de nombre con el líder gremialista y locuaz fundador de la UDI, Jaime Guzmán Errázuriz. El, en cambio, es un hombre de pocas palabras pero de mil historias y mira con sospecha a aquellos santiaguinos que conversan cautelosamente en la entrada del cementerio Santa Inés. Parte del grupo lo conforman los asesores de La Moneda Jorge Donoso, Javier Luis Egaña y la productora Ximena Casarejos.
Pero sin duda quien cumpliría el rol más importante aquella noche era el doctor y amigo personal de Allende, Arturo Jirón Vargas, quien había sido designado por la familia del exmandatario socialista para que identificara sus restos. En un primer momento, Guzmán no reconoce a ninguno de los presentes. Solo sabe que debe trasladarlos hasta el mausoleo de la familia Grove, ubicado al costado derecho del recinto, y bajarlos a la tumba de Salvador Allende. La llegada de dos ) Sergio Morales y Jaime Guzmán, compañeros de trabajo de toda una vida en el cementerio San Inés de Viña del Mar.
Motoristas de Carabineros, quienes escoltaban un moderno auto oscuro, llama su atención. - Mira, el guatón que sale en la tele, ¿cómo es que se llama? - susurra en el oído a Sergio Morales, otro antiguo colega panteonero. - Es el “Guatón” Correa - responde Morales. El cuadro está completo, todos se encaminan hasta el sepulcro. Las luces de los automóviles alumbran el camino y la gélida noche parece intensificarse mientras la comitiva avanza.
Una lápida hecha en piedra de medio metro, con la inscripción “Familia Grove” y rodeada de pasto, es el lugar que ha servido como refugio para los restos del expresidente y de su cuñado, el tres veces alcalde viñamarino Eduardo Grove, casado con Inés Allende y hermano del mítico Marmaduke Grove, comodoro del Aire quien lideró el golpe de Estado que proclamó, por doce días, la República Socialista de Chile en 1932. - Abran la losa. Guzmán acomoda su casco de color anaranjado y comienza el trabajo. Arturo Jirón saca las manos de su abrigo, respira profundamente y baja por una escalera de fierro oxidado de tres pisos. Al llegar al primer nivel, a mano derecha, se encuentra frente a frente con la cripta de su amigo. Es un momento emocionante. El silencio se mezcla con una lluvia de imágenes que pasan por la cabeza del galeno. Desde la superficie, Jaime Guzmán puede ver a Jirón que, al intentar tocar el féretro, rompe la madera podrida. El panteonero levanta la cabeza y mira un tanto asustadizo a su alrededor. Teme que la historía se repita. Dieciséis años antes, este anónimo sepulturero estuvo a punto de perder la vida por el solo hecho de enterrar al recién fallecido Presidente Salvador Allende. UN ENTIERRO SECRETO 11 de septiembre de 1973.14 horas. Salón Independencia del Palacio La Moneda. Restos de masa encefálica se encuentran adosados a las paredes y la alfombra del señorial lugar. El olor a pólvora aún es penetrante. Sobre un sillón yace el cuerpo del Presidente que minutos antes había señalado, por las Ondas de Radio Magallanes, ue “pagaría con su vida la lealtad del pueblo”. Su cráneo está destrozado. Una herida a bala que entró en la región mentoniana, con salida en el parietal izquierdo, puso fin a su vida y a los mil días del gobierno de la Unidad Popular. A su lado izquierdo se encuentra un cargador de arma automática sin munición y un casco. En una de las cintas interiores se leen las iniciales “J.M. F”. Tres militares y cinco bomberos, entre ellos, los voluntarios Mario llabaca y Héctor Melville, suben el cuerpo a una camilla de lona y lo cubren con un chamanto boliviano. Se abren paso entre los escombros y bajan al primer piso, hasta llegar a Morandé 80. Allí los espera una ambulancia del Hospital Militar, la cual se dirige raudamente hasta el recinto asistencial. A las 17:30 horas el vehículo hace su ingreso para la autopsia de rigor.
Dos horas y media más tarde se da inicio al examen tanatológico, cuyos resultados finales durante años se mantuvieron como un secreto de Estado: “Causa de la muerte: herida a bala cérvico-buco-cráneo-encefálica reciente, con salida de proyectil”. Las pericias arrojan además que el cuerpo no presenta rastros de alcohol. Se ordena trasladar los restos a un ataúd sellado. A las 21 horas suena el teléfono en la casa del que había sido edecán aéreo de Allende por los últimos tres años, el comandante Roberto Sánchez. - Comandante. Recibí órdenes de que será usted quien acompañe los restos del faLlecido Presidente -señala al otro lado de la línea el también edecán, teniente coronel de Ejército Sergio Badiola. - No tengo ningún problema. Lo haría cualquier oficial en mi lugar - es la respuesta de Sánchez. A esa hora, las calles del país parecen desiertas. Más aún en la ciudad de Viña del Mar, donde los efectivos de la Armada habían logrado tomar el control de las principales ciudades del Gran Valparaíso desde la madrugada. El plan ideado por el jefe máximo de la marinería, almirante José Toribio Merino Castro, había sido un éxito.
Las Fuerzas Armadas chilenas lograban derrocar al gobierno socialista. - Aquí va a quedar la “cagá” “susurra aquella noche el panteonero Jaime Guzmán a su esposa, en la intimidad del hogar, mientras a lo lejos se escuchan ráfagas de metralla, las que hacen acrecentar el temor entre los pobladores de los cerros viñamarinos. Guzmán entiende inmediatamente que al otro día tendría bastante pega.
A las 07 de la mañana del 12 de septiembre, el comandante Roberto Sánchez se dirige hasta el Estado Mayor General de la Defensa a recibir las órdenes del almirante Patricio Carvajal, quien le informa que el cadáver del extinto Presidente llegaría a las 10 de la mañana al aeropuerto Cerrillos. Luego debía ser trasladado vía aérea hasta la Base de Quintero. De allí recorrería unos 40 kilómetros para llegar finalmente al cementerio Santa Inés de Viña del Mar, en donde sería sepultado en el mausoleo de La familia Grove. Minutos antes, el propio almirante Carvajal había informado el itinerario fúnebre al sobrino de Allende, Patricio Grove. Cerca de las 09:50 horas, custodiado por una tanqueta de Carabineros, llega a Cerrillos, al interior de una ambulancia, el ataúd con los restos de Salvador Allende, sellado con remaches de metal.
Tras una tensa demora, debido al retraso en la llegada de su viuda Hortensia Bussi, el avión DC 3 despega con destino a la base aérea de Quintero, hasta donde llega cerca de las 13 horas. Tras aterrizar la nave en la pista costera y bajo una fuerte custodia militar, el féretro del extinto mandatario socialista es trasladado en una ambulancia de la Armada. La comitiva compuesta por otros dos vehículos se dirige raudamente hasta el cementerio Santa Inés de la Ciudad Jardín. A esa misma hora, en el camposanto, cerca de 50 efectivos navales se apostan en distintos puntos del lugar. “¿ Qué mierda pasa?”, piensa en silencio Jaime Guzmán al ver la llegada de estos marinos armados a su lugar de trabajo.
Sus dudas se disipan minutos después cuando observa el arribo del séquito fúnebre con los restos de Allende, acompañado por una reducida comitiva integrada por su viuda, Hortensia Bussi, su hija Laura Allende, sus sobrinos Patricio y Jaime Grove, y el comandante de la FACh Roberto Sánchez. Al depositar la urna en la carreta funeraria, inmediatamente la viuda de Allende busca comprobar si el cuerpo que está enterrando pertenece efectivamente al de su marido. “Imposible, señora Tencha. El ataúd viene completamente sellado”, es la respuesta de uno de los colegas de Guzmán, por lo que los familiares del líder socialista no pueden comprobar si el féretro contiene los restos del depuesto mandatario. En un respetuoso silencio, se dirigen hasta el mausoleo de la familia Grove. El caminar es lento. Los efectivos navales toman distancia. Solo el sonido de los pasos de la comitiva y el chillar de una rueda mal aceitada del carro fúnebre alteran el reservado momento. Al llegar al lugar, La viuda de Allende dirige unas palabras en memoria de su fallecido esposo. “Lamentablemente, en este trágico momento no se encuentra el pueblo. Pero ustedes dirigiéndose a Guzmán y sus colegaslo representan. Quiero que sepan que aquí se ha enterrado anónimamente al Presidente constitucional de Chile”, señala una emocionada Tencha, depositando una flor sobre la tumba. El panteonero Jaime Guzmán solo atina a tragar saliva. Es un momento histórico del que pocos han sido testigos, sin embargo, él sabe que no es un buen instante para sollozar. Hay demasiados marinos a su alrededor. Respira profundo y junto a su colega Sergio Morales depositan el ataúd al interior del mausoleo. Más que nunca, las emociones hay que dejarlas de lado. Tras ello, la comitiva se dirige nuevamente hasta la base aérea de Quintero para volver inmediatamente a Santiago. Mientras esto ocurre, los funcionarios del cementerio Santa Inés comienzan a entender que el haber sido partícipes del anónimo entierro, más que un privilegio, se convertiría en cosa de minutos en una tormentosa experiencia. La más fuerte de sus vidas.
SILENCIO A CAMBIO DE TU VIDA Al retirarse parte del masivo contingente naval, el rumor entre los partidarios de la Unidad Popular respecto a la posible llegada de los restos de Allende al cementerio Santa Inés inunda los barrios aledaños al camposanto. Horas más tarde, unos cien seguidores del “Chicho” aparecen por todos los sectores del lugar sacro. “Aquí la cosa se va a poner fea”, señala Guzmán, quien aún se encuentra trabajando en el mausoleo de la familia Grove. Desafiando el estricto control militar, un grupo de seguidores del depuesto mandatario llega hasta el lugar del entierro, exigiendo abrir el sepulcro y verificar si los restos pertenecen a Salvador Allende. “¡ Mejor llevémoslo a otro lugar! ”, se escucha entre los más exaltados.
En esa maniobra están MA » “Chile E las historias que Nunca te quisieron contar”, del Periodista uricio Palma Zárate editado por “Narrativa Punto A Parte / Colección Expedientes” en formato 15 y 23 de 27% Páginas, se Puede adquirir a través Cuando efectivos navales regresan raudamente al sector, desatándose una infernal balacera. Jaime Guzmán y sus colegas se parapetan en las sepulturas contiguas, mientras que los partidarios del líder izquierdista se repliegan por las quebradas aledañas al camposanto.
El oficial a cargo del operativo ordena nuevamente sellar el mausoleo y, de paso, detiene a todos los panteoneros, no sin antes abofetear en público al director del cementerio, para demostrar quién manda en este nuevo período. Los militares tienen el poder y es necesario hacerlo sentir con rudeza y humillaciones. Tras ello, los trabajadores del Santa Inés son trasladados hasta el patio del regimiento Coraceros de Viña del Mar. “¡ De guata al suelo, mierda, y estiren las manos! ”, es la poco cordial bienvenida al recinto militar. El panteonero Sergio Morales sigue al pie de la letra las indicaciones. Mientras piensa en cómo decirle a su familia dónde se encuentra, de sopetón un joven militar lo hace volver a la realidad. Pisándole sus manos, le grita: “Ya sabís ya, huevón, al que diga dónde está enterrado ese maricón del “Chicho”, lo matamos"”. Solo era su trabajo y lo estaban cumpliendo con la misma responsabilidad de Siempre. Pero ahora, tanto Morales como Guzmán están amenazados de muerte. Han sido amigos toda una vida. Fueron compañeros de curso en la misma escuela cuando niños y el destino los había cruzado con esta historia que Ellos nunca eligieron. Si eran astutos, guardarían celosamente este relato. “Será lo jor”, piensan, mientras observan de reojo la gran cantidad de detenidos que llegan desde distintos lugares de Viña del Mar y Valparaiso. DE VUELTA A LAS GRANDES ALAMEDAS 14 de agosto de 1990.23 horas. Mausoleo de la familia Grove. En un sobrecogedor silencio, el doctor Arturo Jirón se encuentra en la cripta fúnebre, frente a los restos de su amigo. El lugar es estrecho. Acomoda sus lentes y dobla su cabeza para lograr observar mejor. Ya han pasado casi 17 años desde que lo acompañó por última vez en La Moneda, pero reconoce inmediatamente su chaqueta tweed, el suéter, sus zapatos y calcetines, los cuales están casi intactos. Su cráneo está partido. Jirón sube lentamente a la superficie y solo el foco del camarógrafo Pablo Salas ilumina el lúgubre instante. “Sí. Es el Presidente”, sentencia Jirón. Un dejo de tranquilidad y alivio se apodera de Enrique Correa y sus asesores. Finalmente, tras largos años de incertidumbre, la familia podía estar segura de que los restos enterrados en Viña del Mar correspondían a los de Salvador Allende. Jaime Guzmán y sus colegas también se sienten más serenos. Anónimamente, creían haber cumplido con un deber: cuidar los restos del expresidente. Ahora nuevamente se introducen en el mausoleo. Guzmán, Morales y dos colegas más, vestidos con chaquetas de Jeans y guantes de color anaranjado, comienzan el lento y cuidadoso trabajo de exhumar los restos. Sus característicos lentes, Zapatos y ropas son dejados a un lado. El cráneo y las otras partes del cuerpo los depositan en otra pequeña urna. La podrida madera del ataúd termina en el basural. Esta vez amablemente los asesores de La Moneda le piden guardar silencio a Guzmán y los suyos sobre esta secreta exhumación. Existía temor de que las Fuerzas Armadas reaccionaran de mala manera ante este acto público que Patricio Aylwin se había comprometido a cumplir con el allendismo. El 3 de septiembre de 1990, tres semanas más tarde de realizada la exhumación, el ministro del Interior Enrique Krauss se reúne en dependencias del Hotel O'Higgins de Viña del Mar con Ximena Casarejos. Su experiencia como productora en montar los actos públicos que dieron la bienvenida al gobierno de Patricio Aylwin le otorgaban la confianza necesaria en La Moneda. Krauss quería saber los últimos detalles del histórico funeral que se realizaría al día siguiente. Tenía la ambición de que fuese una jornada inolvidable. Y así fue. Los restos de Allende son trasladados a un nuevo ataúd, el cual fue depositado otra vez en el mausoleo de la Familia Grove. La mañana del 4 de septiembre de 1990, Guzmán y sus hombres remueven por última vez al “Chicho”. Ahora nada es secreto. Cubren el féretro con una bandera chilena y ellos mismos lo acompañan hasta la salida del camposanto. Es el adiós al más importante huésped que, por años, estuvo secretamente en el cementerio Santa Inés. Desde Viña del Mar hasta Santiago el cortejo es seguido por miles de chilenos que le rinden su último adiós. Esta vez, las grandes alamedas se abren para recibirlo entre vítores y flores. El Cementerio General sería el refugio definitivo de Salvador Allende. El acto es memorable. Jaime Guzmán y sus colegas lo siguen a través de la televisión, pero solo Unos breves minutos: hay que volver a trabajar, como cualquier otro día. Tras 46 años de labores, Guzmán jubiló del cementerio Santa Inés de Viña del Mar. Hoy revisa con nostalgia sus fotografías. Recuerda cada nombre de sus colegas. Muchos de ellos ya partieron, como su buen amigo Sergio Morales. Don Jaime sigue siendo un hombre sencillo y amable. Jamás militó en un partido, pero tanto su nombre como su propia historia de vida estuvieron cruzados por la política.
Sin quererlo fue protagonista de uno de los capítulos más desconocidos de la historia reciente y que marcó de por vida a este anónimo panteonero viñamarino: el día en que Jaime Guzmán sepultó a Salvador Allende.