Autor: Por Nicolás Violani
EL CARA Y SELLO DE LAS TECNOLOGÍAS
PLATAFORMAS DIGITALES ANA ESAS ISA intereses en el negocio de las redes sociales.
Algo que, de paso, abrió el debate: ¿ es la tecnología digital inherentemente negativa para las sociedades? ¿ Hay otras formas de vincularse con estas plataformas -muchas de las cuales hoy parecen imprescindiblesque no impliquen transformarse en un producto para el mercadeo? Un filósofo, una socióloga, un experto en comunicaciones y un representante de la sociedad civil entregan sus visiones. “El verdadero problema es que la tecnología es percibida de forma ingenua”. Federico Ponzoni, académico filosofía UC. É Me temo que Facebook se ha convertido en una bestia, lo cual no era la intención original”, planteó la investigadora surcoreana de las Naciones Unidas Yanghee Lee, ante la organización, en 2018. Sus palabras hacían referencia al genocidio que en Myanmar, la comunidad budista perpretaba entonces contra los rohinyá, un grupo étnico musulmán, minoritario en el país.
Desde que la Junta Militar de la ex Birmania anunció que dejaba las armas para transformarse en gobierno civil, en 2010, la red social de Mark Zuckerberg se instaló como el principal medio de comunicación, incluso institucional, y a la vez, como uno de los mayores canales de difusión e incitación al odio en contra de la etnia de la que hoy casi no hay rastros, más que en campos de concentraciones. Fueron más de 700 mil rohinyás los que debieron desplazarse forzosamente desde Myanmar, y más de 25 mil víctimas fatales de una masacre que incluyó violaciones y mutilaciones.
La historia reflotó internacionalmente el mes pasado, como uno de los ejemplos incluidos en el documental “The Social Dilemma”, lanzado a través de Netflix, en el que exejecutivos de algunos de los principales medios de comunicación sociales -Google, Facebook, Twitter, entre otros—, confirman lo que era un secreto a voces: la explotación de sus usuarios para beneficios económicos, el uso de sus datos, el fomento de la adicción y la polarización social, así como también el intervencionismo político.
“El documental, entonces, muestra muy bien lo manipuladoras que pueden ser las plataformas digitales, el peligro para la democracia, y la explotación de los datos”, afirma el académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Federico Ponzoni.
A propósito de esto, nos preguntamos, ¿son las tecnologías digitales inherentemente negativas para las sociedades? ¿ Hay otras formas de vincularse con estas plataformas, que parecen cada vez más imprescindibles en el día a día, que no signifiquen sólo ser víctimas del negocio? ¿ Se puede sacar provecho de ellas o simplemente somos agentes pasivos en su ecosistema? LA CAJA NEGRA “El verdadero problema es que la tecnología es percibida de forma ingenua. Nadie abre Instagram con la consciencia de que se está involucrando en algo. Uno piensa que lo está usando para divertirse y que es quien impone a la aplicación su propio fin. Pero no, es completamente al revés”, sostiene Ponzoni.
El funcionamiento de las plataformas Digitales se da a través de un algoritmo que “lee mis gustos e intereses y sobre todo mis conductas”, explica el académico de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica Enrique Núñez. “Eso es lo complejo porque saben mucho sobre nosotros, sobre qué decisiones tomamos respecto a distintos contenidos”, añade el también editor de Factchecking. Cl. “El algoritmo es una especie de caja negra. Nadie sabe cómo funciona”, complementa la académica de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, Carolina Gaínza. Este nivel de conocimiento es el que permitiría a las plataformas desarrollar estrategias que fomenten la adicción de sus usuarios.
También que Spotify, por ejemplo, cree y sugiera una lista de las canciones que más escuchó una persona durante el año, la que “podría escuchar para siempre y sin llegar a conocer más música”, dice la socióloga. O, en el caso de redes sociales, como Facebook, es el que lleva a alguien a conectar con otros “que piensan exactamente igual”, afirma Ponzoni. El académico dice que eso, por un lado, tiende a tener un efecto polarizante, y por otro, inhibe el diálogo.
Es lo que se conoce como "efecto burbuja”. Núñez plantea que algunas investigaciones recientes han establecido que esta “cámara de eco” -como también se denominano es tan poderosa como los propios sesgos cognitivos de su usuarios. “Es decir, estos pueden darse cuenta de que están cayendo en ella y actuar de manera diferente, utilizar las redes de manera más responsable”. DE PASIVOS A BOICOTEADORES Se esperaba un estadio lleno.
Al menos Trump lo hacía, pues unas noches antes presumió a través de su cuenta de Twitter de que casi un millón de personas habían “Las personas somos capaces de utilizar las tecnologías, apropiarlas y darle otro significado. No somos pasivas frente a ella”. Carolina Gaínza, académica UDP. Solicitado tickets para estar presentes en el mitin en el que relanzaría su campaña presidencial, en Oklahoma.
Finalmente, ese sábado 20 de junio pasado, sólo hubo seis mil asistentes —en un lugar con capacidad para 19 mil-. La causa: una anticampaña llevada a cabo por usuarios de Tik Tok, asociados al movimiento K-pop, que llamó a boicotear la actividad del presidente de Estados Unidos -lo que explica los intentos de éste por eliminar a la red social de su territorio-. Para Gaínza, este caso muestra la forma en que las personas pueden apropiarse de las tecnologías en beneficio propio, lo que la hace cuestionar la idea de un “apocalipsis tecnológico” como el que transmite el documental de Netflix, en el que “las personas se ven determinadas por la tecnología a tal punto que aparecen pasivas frente a ésta”. “Las personas somos capaces de utilizar las tecnologías, apropiarlas y darle otro significado.
No somos pasivas frente a ella”, asegura la también directora del Laboratorio Cultural Universidad Diego Portales (UDP), quien menciona al colectivo Lastesis como otro ejemplo de “cómo utilizar las redes sociales para viralizar una acción política y estética a nivel mundial”. El director de Incidencia y Comunicaciones de la ONG Derechos Digitales, Vladimir Garay, sostiene que es un error “fetichizar” los problemas de las plataformas digitales sin contextualizarlos, “tal como hace el documental de Netflix” y extrapolarlos a otros países. “Los problemas que tienen en Estados Unidos no son los mismos que los que tiene Ecuador o Ghana. Así como no todos los usuarios son adictos, porque la herramienta en sí no es adictiva, hay también otros factores que inciden para que alguien llegue a ese punto”, apunta. Garay está de acuerdo en que las “Plataformas digitales como las redes sociales aún están en etapa de formación”. Enrique Nuñez, académico Comunicaciones UC y editor Factchecking. Cl. “La herramienta en sí no es adictiva, hay también otros factores que inciden para que alguien llegue a ese punto”. Vladimir Garay, Derechos Digitales.
Tecnologías digitales tienen “muchos problemas”, relacionados al racismo, la discriminación, violencia, acoso, entre otros, pero “no hay que pensar en éstas como totalizantes”. En ese tipo de narrativa cyberpunk, dice, “que le debe mucho a Black Mirror, pareciera ser que las tecnologías tienen todas las capacidades del mundo, que Facebook puede hacer lo que sea y me puede manipular de todas las maneras que quiere. Y la verdad es que eso no es tan así. Esa visión, de alguna manera, mira bien en menos al ser humano y sus capacidades. Tampoco, desde el punto de vista de las soluciones, ayuda a mejorar las cuestiones”. El ejemplo de la Revolución Industrial, aparece como un símil de la actualidad, para los entrevistados. Así como también la historia del cine, la televisión, los videojuegos, la prensa, y otras innovaciones surgidas desde el siglo XIX. “Las cosas nuevas siempre generan terror. Los Luditas, que eran parte del movimiento obrero, llamaban a destruir las máquinas durante la revolución. Finalmente, la respuesta no está en destruirlas, porque no puedes destruir algo que tiene una cierta función en la sociedad, y la está adquiriendo y transformando. Más bien, la respuesta está en qué hacemos con ellas”, reflexiona Gaínza. La socióloga, entonces, sostiene, que las tecnologías digitales no son inherentemente negativas para la sociedad, ya que éstas van adquiriendo significado a partir de cómo las personas las usan. “Si alguien crea un algoritmo para reproducir ideas machistas, eso es lo que hará”. Enrique Núñez concuerda, y ve que el potencial de éstas depende también de una mayor regulación. “Están aún en etapa de formación”, dice.
EDUCAR Y REGULAR Tras permanecer unos minutos en el piso, muerto a manos de un agente de la Matrix —la icónica película de 1999-—, Neo resucita y se pone nuevamente de pie, ante la sorpresa de sus asesinos. Los tres uniformados vuelven a desenfundar sus armas y disparan en repetidas ocasiones. “No”, dice el personaje de Keanu Reeves, con soberana calma, estira su brazo y pone su palma, cual escudo. Una decena de balas se detienen a menos de un metro de su mano, tras lo cual éste toma una, la revisa y la desecha. Las demásmuniciones caen, y el resto es historia: Neo da una paliza, pero además descubre que es el elegido. Logra entender y hackear a la matrix. “El mundo hacker apuesta por empoderarse de lo tecnológico y usarlo en pos de los fines propios. Pero caemos En una forma de pensamiento técnico, cuando Heidegger enseña que la tecnología no se debe ver como un instrumento”, dice Ponzoni. Para éste la respuesta no pasa por ser más que los miles de ingenieros de Facebook, sino desarrollar una conciencia crítica del efecto de la técnica sobre el individuo y la sociedad. “Esto debería ser un ramo obligatorio desde la prebásica”, postula.
La urgencia de impartir una educación digital y desarrollar una conciencia crítica sobre la tecnología es algo en lo que todos los entrevistados concuerdan, tanto respecto a las futuras generaciones —que la asimilan como parte natural de su ecosistemacomo en la población general.
“Hay que educar en el uso de las redes sociales, ver qué se puede compartir, qué no, qué implica estar en ellas; también en favor de la innovación social, para conectar ciertos territorios, para ciertas iniciativas locales”, acota Gaínza. Asimismo, apelan a una regulación de las plataformas digitales. En el caso de las redes sociales, dice Núñez, hay una discusión sobre si estas son empresas tecnológicas o medios de comunicación. “Eso hace una diferencia gigante. Si es el segundo, su responsabilidad con la ciudadanía, con ciertos valores periodísticos, y el uso de información de Los usuarios es totalmente diferente a si es la primera. Mark Zuckerberg Dice que son una plataforma Tecnológica”, explica. Garay dice que es importante abogar porque la regulación se sostenga sobre estándares de derechos humanos en el diseño de tecnologías y no Como sugiere el documental” de Netflix. “Son una materia que ha tenido un desarrollo histórico, sobre la cual existe cierta Claridad y precedentes respecto a qué es lo que se puede permitir y qué no. Nos ofrecen un marco regulatorio que, Efectivamente, se puede aplicar de un modo que nos lleve a que la tecnología se ponga al servicio del desarrollo de las personas.
Por eso no es raro que las empresas de Silicon Valley se sientan mucho más inclinadas a aceptar estándares éticos, porque los otros implican obligaciones y, eventualmente, consecuencias respecto de sus actos”. CREAR LA PROPIA MODERNIDAD Esta semana, Derechos Digitales dio a conocer Publi Electoral, una aplicación para el control ciudadano del gasto en las campañas políticas desarrolladas en redes sociales, en el marco del Plebiscito del 25 de octubre. “Está construida bajo la idea de que juntos, con ayuda de la ciudadanía, podamos efectivamente darle y exigir transparencia a una cuestión que hoy es bien opaca y que necesitamos entender”, explica Garay.
El directivo de la ONG apuesta a que una manera de solucionar los problemas que destapa “The Social Dilemma”, está en una mayor producción de tecnologías, pero también, en que el origen de estas se diversificara. “Prevalece esta idea de que en América Latina somos consumidores de tecnología, no desarrolladores. Y eso implica, también, que muchas veces nuestras voces no están presentes en la discusión sobre los problemas de la tecnología”, sostiene. Gaínza apunta a que la ideología del progreso se ha convertido en una especie de meta a la que nunca llegamos, porque hay otros países, los occidentales, que siempre están más adelantados que nosotros. Por ello, afirma, “debemos crear nuestra propia modernidad”. Ponzoni, acota: “Las soluciones las hay, hay que ser creativos”.