Autor: Por Martín Romero E.
"Pensar que en el plebiscito el país se salva o se jode es seguir sublimando los problemas"
El cientista político señala amplio acuerdo social pueda revertir la crisis.
Estado y de las Uan Pablo Luna ha insistido, a quien quiera oírlo, que la crisis política que vive Chile (que ni con mucho empezó el es de una profundidad mucho mayor de la que cree el mundo político, de izquierda a derecha. Este doctor en Ciencia Política de la U.
Carolina del Norte, profesor de la Escuela de Gobierno UC y coordinador de “Plataforma Telar” —a fin de cuentas uno de los observadores más lúcidos de este complejo contexto— señala que la falta de credibilidad y de legitimidad que muestran las instituciones, en especial el Gobierno, no se solucionan con eslóganes, ni con mensajes en redes sociales, ni menos, en el caso de La Moneda, apelando a la imagen del Presidente Boric. En el fondo sería como tapar el sol con un dedo.
Eso también, apunta, debería suponer una lección para el oficialismo en tiempos de purismo ideológico: “comprender que mucha gente terminó votando por las características personales (de Boric) y no porque se compró completo el programa de Apruebo Dignidad o a los elencos y discursos que hoy se despliegan en el Gobierno”. —La penúltima encuesta Cadem decía que un 58% no le tiene “confianza” al Presidente Boric. ¿Qué lectura se puede hacer de eso? —Desde hace varios ciclos electorales, ganar una elección genera impotencia. Muy rápido, cada vez más, gobernar se transforma en descontentar. A este fenómeno, el caso del Presidente suma dos condicionantes.
Primero, construyó su victoria siendo en buena medida, un candidato “anti”. Expandió sus votos porque fue un buen anti-Jadue en la primaria, un buen anti-30 años en la primera vuelta, y un buen anti-Kast en la segunda. Pero las adhesiones por la negativa pueden ser efímeras. Segundo, en el transcurso de la elección, Boric fue haciendo visibles características personales que proveyeron un contraste con la figura del Presidente Piñera y su gobierno. Escucha, es empático, pide perdón, tiene vocación de diálogo, valora y sabe ocupar lo simbólico, es austero. Ese contraste generó expectativas desmedidas, hoy cuestionadas, respecto a la capacidad de solucionar problemas que exceden con creces a lo que cualquier liderazgo presidencial puede hacer. No obstante, esas características personales, que son auténticas, y que se desplegaron en la cuenta pública, son lo mejor que hoy tiene el Gobierno para rearmarse luego de una instalación difícil.
Y esto implica un riesgo, porque hay que administrar ese capital para no dilapidarlo. —¿ El oficialismo le tomó el peso a la crisis? Digo, antes de asumir las voces en Apruebo Dignidad eran más o menos condescendientes: la llegada de Boric bajaría los niveles de violencia, se generaría otro ambiente en la Araucanía, etc. —SÍí, creo que hay un shock de realidad en ese sentido. Los problemas de Chile son profundos y estructurales. La persona66 (Boric) construyó su victoria siendo un candidato “anti”. Expandió sus votos porque fue un buen anti-Jadue, un buen anti-30 años y un buen anti-Kast.
Pero las adhesiones por la negativa pueden ser efimeras”. Quienes podemos discutir el Apruebo o el Rechazo somos privilegiados... Hoy la gente está sufriendo un shock de ingresos”. lidad presidencial y los elencos de cualquier gobierno pueden hacer mucho daño, pero en cuanto a las soluciones, sólo operan en los márgenes.
Eso hoy debería estar claro para todos los actores del sistema. —¿ En este contexto qué puede hacer un Gobierno que construyó un capital electoral muy grande, pero que no tiene capital político? No posee apoyos sólidos en el Congreso, ni una agenda muy clara y su coalición se divide en temas importantes, como lo fue el Estado de Excepción en la Araucanía. —Si de algo pueden haber servido estos primeros meses es para sincerar la profundidad de los problemas que tiene Chile y para despojarse de la superioridad moral.
Ambos elementos, sumados a un liderazgo presidencial abierto al diálogo y a la negociación, podrían servir para buscar promover políticas de Estado que tiendan a solucionar los problemas del país, en un clima distinto al de los últimos años.
Tal vez ahora se entienda, de lado y lado, que sin esas soluciones, que llevarán años y a las que hay que dotar de vertebración política y comprarles tiempo, todo el sistema político y el país se terminarán por desfondar. —En marzo usted dijo que “la tarea fundamental de Boric” era “articular políticamente los conflictos que desbordan las instituciones”. ¿Cómo ha visto eso? —Creo que hay intuiciones y gestos relevantes que van en ese sentido, como los diálogos sociales abiertos para discutir algunas reformas y la negociación del salario mínimo. Pero eso no alcanza. Hay una lógica, muy chilena, de intentar construir desde arriba, el capital político del que se carece abajo. Esto no se arregla por Twitter, encontrando vocerías eficientes, o con videos de la Secom para redes sociales. El problema es político, no de comunicación política. Sin un trabajo político de base, de construcción y articulación que organice las demandas, no hay liderazgo que aguante. Y esa vertebración debe venir desde abajo.
Tal vez las figuras de los gobernadores regionales, que además son transversales, puedan contribuir a eso. —Se lo pregunto porque el Gobierno se ha focalizado en su agenda parlamentaria: Estado de Excepción; reforma tributaria; reforma de pensiones y usted ha sido de la idea de generar diálogos sociales antes que parlamentarios. —La negociación parlamentaria es imprescindible, pero yo no empezaría por ahí. Primero, porque varios de los problemas que hoy tienen desbordado al Gobierno y angustiada a la sociedad son de gestión. Segundo, porque en el Congreso predominan incentivos para el personalismo. AMí la lealtad partidaria no rinde, lo que rinde es la estridencia de personalismos que buscan diferenciarse para figurar. Y nada mejor para eso que discutirle a un Gobierno urgido y con la popularidad cayendo. Por lo mismo, también es ilusorio pactar con dirigencias partidarias a cambio de puestos en el Estado, porque esas dirigencias después no logran cuadrar a su bancada. Es paradójico, pero un Congreso con muy poca legitimidad y que la gente siente como poco representativo, logra atenazar a los gobiernos.
Pactar reformas en base a un acuerdo social amplio que le ponga presión al Congreso es la única forma de intentar revertir el discolaje. —¿ Sigue pensando que este Gobierno debería ser de “transición”? —Sí, no puede ser otra cosa, y si logra romper el ciclo de los gobiernos anteriores, de la impotencia absoluta y de una polarización vacía en alza, creo que se habrá avanzado harto. Por la profundidad de la crisis y por las características personales del liderazgo presidencial puede intentar ese giro. Y mi sensación es que esta es la última oportunidad que el sistema político tiene, como sistema, de evitar una irrupción decididamente anti-sistema. “La Constituyente era necesaria pero insuficiente” —Hace unas semanas escribió una columna donde criticaba las prioridades de las elites política, académica y social.
Ahí decía que “nos ilusionamos con la “canalización institucional” del estallido”. ¿ La elite no ha sido capaz de entender la complejidad de la crisis? —Me parece que lo que no se entiende del todo es la profundidad de los procesos sociales que explican por qué estamos como estamos. Por eso se esperan soluciones fáciles y se polariza el debate con eslóganes superficiales. También hay una reificación del “estallido”, como si eso fuera lo peor y lo único malo que nos puede pasar como sociedad. Pensamos que hay que evitar otro estallido y nada más. A Chile se le ha ido la capacidad estatal. Y eso no se ha perdido desde 2019, es un proceso largo, con múltiples vertientes. Al mismo tiempo, tenemos una crisis profunda de confianza en las instituciones. Crecientemente lo que sucede en Chile sucede a contrario de la institucionalidad o en sus márgenes. Sin Estado, sin legitimidad, no hay institucionalidad democrática que funcione. Eso es lo que está en juego.
La nueva Constitución o la actual, operarán, en el corto y mediano plazo en un contexto en que varios resortes de la vida social funcionan en base a dinámicas para o extra-institucionales, donde lo constitucional y lo legal son letra muerta.
Y donde los horizontes para la movilidad social están anclados en torno a narrativas que nada tienen que ver con las políticas públicas o la consagración constitucional de derechos sociales. —¿ Hay un desacople, no? La elite pensando que la vida se le va en el plebiscito, y la gente común y corriente preocupada de la seguridad, de la inflación, de llegar a fin de mes. —Quienes podemos discutir el Apruebo o el Rechazo somos privilegiados. Y estamos más politizados que una parte importante de la población. Hoy la gente está sufriendo un shock de ingresos. Se terminó el IFE y la inflación campea. También cunde el miedo por la inseguridad y la incertidumbre.
Hay temor y mucha vulnerabilidad en la calle. —En “Plataforma Telar” han hecho un seguimiento del proceso constituyente con foco en comunidades. ¿Cómo se ha visto allí el trabajo de la Convención? —Al principio se vio con mucha esperanza a raíz de la brutal renovación política que generó la elección de convencionales. Ello generó muchísima legitimidad al inicio, en base a una ilusión: que los constituyentes actuaran de modo diferente al de los políticos que conocíamos. Y ahí está de nuevo la desconexión. Para los más politizados, es obvio que el comportamiento de los constituyentes ha sido disruptivo y diferente. De ahí viene en buena medida el amarillismo, de la reacción a formas y discursos que no son las de la elite política tradicional. Pero para la gente, la promesa de una forma diferente de hacer política, se frustró. No ven hoy en la discusión constitucional sus temas y al igual que los amarillos, resienten énfasis identitarios de los que se sienten ajenos. Hoy el proceso constituyente se ve lejano, disociado de las necesidades concretas de las personas. Y eso termina siendo, paradojalmente, percibido como muy parecido a la política tradicional. Si a eso le añades las caras tradicionales que se han puesto detrás de cada opción, se profundiza esa fusión. A mí me llama la atención como quienes salen a apoyar una u otra alternativa no aquilatan que sus rostros y discursos, en la mayoría de los casos, generan un boomerang.
Son la mejor campaña para la opción contraria. —Kathya Araujo dijo que “había una promesa de diálogo social que no se cumplió” con la Convención. —Concuerdo con la necesidad de diálogo social y de incorporar a quienes hoy están desapegados de la política.
La Convención lo que ha hecho es sincerar el quiebre social, pero por diseño, por el poco tiempo y porque la materia constitucional es más amplia y más abstracta, no pudo haber sido el ámbito para ese diálogo social. También por el natural y muy entendible resentimiento que portaban muchos de los constituyentes. Siempre argumenté que la Constituyente era necesaria pero insuficiente. Que había que apuntalarla con acuerdos sociales respecto al modelo de desarrollo.
Es necesario acordar cómo crecer para financiar mejores derechos sociales. —¿ Habrá que reconocer que fue un error colocar todos los huevos en la canasta de la Convención? —Quienes hayan puesto todos los huevos en esa canasta tendrán que reconocerlo, sí. —Algunos dicen que si gana el rechazo “vamos a tener una crisis política y social” (Bassa) o un “momento de alta incertidumbre” (Jackson). ¿Será tan así? —¿ No tenemos algo así ya? ¿ No lo venimos teniendo hace tiempo? Pensar que el 4 de septiembre el país se salva o sejode es la mejor forma de seguir sublimando los problemas de fondo que nos tienen entrampados.