Autor: Rigón Benoit (*)
Ausencia en un mural
Las crónicas de Benito Riquelme Centro de Documentación Patrimonial UTalca ¿ Por qué en ese grupo de hombres que emergen de un mural, como una hoja rebelde de una historia talquina recién salida de los talleres de una imprenta, no aparece Gerónimo Lagos Lisboa? Regunta íntima de un significado baladí e intrascendente, pero son las interrogantes que conducen a la humanidad, muchas veces, hacia aquellas sendas de la inquietud, palanca de superación; o bien coloca a un individuo en el filo de los planos inclinados para perderlos en el escepticismo del vencido y del derrotista.
Sin duda alguna no encuadre su figura de corte bohemio con el empaque burocrático de que deben invertirse los personeros de la industria fosforera, y en duros aprietos se habría visto el pintor Venegas Cifuentes, para combinar esa luminosidad de empresarios que emanan los ojos de cada uno de los componentes de ese primer directorio, con la luz que irradiaban los ojos del vate sanjavierino, y que nosotros lo hemos hecho tan nuestro, tal como con el Abate Molina de las orillas del Huaraculén. A este porque nos dio el Instituto Literario, y a aquel, porque su vida de poeta fue talquina. La calle uno Oriente fue la alfombra empedrada por la que taconeaba a diario, junto con su colega y artista autodidacta Carlos Alarcón. El histórico Peumo de la Plaza de Armas era el lugar de reunión de ese grupo de hombres que se apropiaron del espíritu talquino: Enrique Molina, Abel Venegas, Enrique Escala.
Bajo la sombra de ese árbol se puso óleo y crisma a intelectuales como Armando Donoso, Mariano Latorre; poetas de la enjundia de Arturo Torres Rioseco, Roberto Meza Fuentes, Max Jara y Jorge González Bastías, periodistas como Aníbal Jara y políticos como Ernesto Barros Jarpa.
Mirada No sé con qué maravilloso pincelazo habría que tratar la mirada de Gerónimo Lagos Lisboa para que tuviese esa luz de los casos que se pierde en la bruma malva de los crepúsculos otoñales en la sucesión de planos de los cerros del poniente talquino; o la alegría bordada en las filigranas de aquellas nubes que nos vienen del mar y buscan en el refugio andino, porque si esos directores del mural eran los dueños de la luz gracias a la alquimia de sus laboratorios, Jerónimo Lagos Lisboa era el poseedor de salud divina, que sin ella el remanso sería un espejo barroso y opaco, la estrella carecería de limbo argentino del ensueño, y el cielo un burdo telón, muy especial para que sirva de blanco en una época espacial, en que la cohetería señala la era del ocio y de la inquietud universal, trocando los sueños de amor y humanidad en que vive el poeta.
El pincel de Venegas Cifuentes no se entrega aquellos hombres que nos dieron esas minúsculas y efímeras luminarias con sus pedúnculos carmesí y etiquetadas bajo la égida de dos banderas chilenas con su mástiles entrecruzados, significativo emblema de que sólo la unión y la ayuda mutua son la fuerza motriz del trabajo y del bienestar.
Pero, tampoco no es menos cierto que Jerónimo Lagos Lisboa nos entregó una mercadería luminosa rotulada en sus libros *Yo iba solo... ” “Tiempo ausente”, “La pequeña lumbre”, todos ellos impresos con caracteres del paisaje chileno, con la tonalidad de la melopea cristalina de las fuentes que ocultan sus desnudeces tras de las cortinas de pataguas, boldos y canelos, y transforma la vida en mítines alados, en donde los pájaros alaban a su dios en la arbolada y bendicen su nombre cuando se arrullan en el ramaje que corta las estrellas. “Cielos profundos que azulando el monte -por él descienden a bañarse al río. Límpida luz de undivago horizonte. Selvas, viñas y trigales. Caserío... ”. Así hablaba en sus versos este ausente en el mural límpida exaltación parnasiana.
Viejas alamedas Las viejas alamedas de los hacendados del 900 engarzadas con el rubí de los quintrales y tapizado con el oro de Verlaine en sus otoños sollozantes, cayeron bajo el hacha de aquel directorio que ocupa el mural de la compañía de Fósforos, para transformar sus astillas en ese verso, luminoso de los fóstoros “Dos banderas”, y sus nombres escritos bajo relieve en un grueso madero por Eduardo Urrutia, al estilo de los pórticos en la Grecia inmortal, nos dirán que Rómulo Avaria O., Miguel Fernández L., Manuel Guerra C., Gustavo Oehninger, Luis Rivera L., y Carlos Schorr K., señalaron una época talquina, cuyo encuadre lo hizo el señor Barros Fernández, con una magistral sutileza forense, pero, ese polvo de oro, que se refugia como una pátina en el fondo de las letras de sus nombres, es como un compromiso espiritual que anilla el pasado con el presente, embrujado con el canto del poeta, que supo del significado de la calle uno Oriente, cuya mirada atesoraba esa luz interior para elevarlo hacia el cielo y hacia el ideal y así lo dijo: “humo y cenizas... El viento.
La vida es para un momento. ¡Vívela tú sin disfraz! Ama y vive sin tormento, después, una cruz y en “La Mañana”, 13 de abril de 1964. (+) El Centro de Documentación Patrimonial del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Talca custodia y difunde el Archivo de Benito Riquelme (Rigon Benoit), Cronista del Siglo XX talquino.