Un invierno posible EN LA PATAGONIA
Un invierno posible EN LA PATAGONIA L o primero es la extrañeza. Se trata de un destino tan cotizado --el Parque Nacional Torres del Paine-que verlo convertido en un pueblo fantasma no cuadra, a menos que se avecine una tormenta de la que no estemos al tanto.
Junto a un grupo de fotógrafos cargados con mochilas llenas de trípodes y lentes, caminamos por un sendero cubierto de nieve blanda hacia el mirador Cóndor, un promontorio de fácil acceso que mira de frente al macizo Paine y al lago Pehoé. "Si queremos ver el futuro del parque --dice el cineasta francés Timothy Dhalleine--, hay que mirar hacia el oeste". Sin embargo, hacia todos los puntos cardinales se observa la misma masa de nubes espesas que recorta las montañas a la mitad. Sin prueba empírica aparente, Timothy asegura que pronto va a despejar. "Esperemos cinco minutos", pide, cámara en mano, atento a que aparezcan los cuernos del Paine, las primeras montañas en asomarse en días nublados. Mientras tanto, paciencia. Un cóndor desciende hacia la ladera y se queda a metros del grupo, posado en una roca. Otros más vuelan a la distancia. Minutos después, los cuernos irrumpen en el paisaje y somos los únicos ahí para mirarlos.
Winter in Patagonia es el nombre con el que la ingeniera ambiental Gricel Hormazábal y Timothy Dhalleine, ambos residentes de Puerto Natales, bautizaron un proyecto que busca potenciar el turismo en la Región de Magallanes y la Antártica Chilena, la más extensa del país.
Reunieron a socios afines (cuatro agencias turísticas y hoteles), ganaron un fondo Corfo y ahora están en la etapa de mostrar lo que ofrece la región en los meses más fríos del año. "Si la gente no viene en invierno, es porque no saben", dice Timothy. Según otros operadores turísticos, mucha gente cree que el Parque Nacional Torres del Paine se encuentra clausurado en invierno, cuando en realidad solo algunos circuitos --como la O-cierran en esta temporada. En el mirador, Timothy y el fotógrafo chileno Benjamín Valenzuela aguardan como cazadores, con sus lentes teleobjetivo colgados al cuello, a la espera de que algo --un cóndor, una montaña, un reflejo-complete el paisaje. Sin duda, el invierno contribuye a su tarea.
Sin multitudes, con apenas un par de autos dando vueltas por las carreteras internas del parque, la tranquilidad y el silencio dominan el entorno. "En invierno estamos solos en estos lugares calmos y blancos, en estas montañas inmensas, que en verano están llenas de gente, eso hace que la conexión sea más profunda", dice Gricel.
En sus carreras profesionales, Timothy y Benjamín han desarrollado lo que el cronista chileno Rafael Otano llamó "el oficio de mirar". Sin binoculares, logran detectar de lejos a aves camufladas entre árboles oscuros, invisibles para el ojo no entrenado. Las identifican y luego las capturan con sus lentes. De fuera, parece un ejercicio agotador, pero para ellos es la manera de estar en contacto con lo que aman. Tras terminar el circuito de mirador Cóndor, en el que persisten las huellas del incendio de 2011, el grupo se dirige a la cascada Río Paine. No corre viento ni hay demasiado frío, al menos no el que uno imagina al pensar en las Torres en invierno. Nuevamente, nadie. Más allá de la cascada, la vasta estepa patagónica, de matas bajas torcidas por el viento, se expande hacia el centro gravitacional del parque: el macizo Paine, tapado nuevamente, ahora quizá de manera definitiva. El agua de la cascada corre de forma escalonada entre escarpados acantilados esculpidos por el hielo soltando una suerte de vapor que moja las mejillas. Los músculos se relajan y la respiración se torna pausada. Las palabras se vuelven mezquinas para describir lo que vemos. Fredy Morales, guía de la agencia local Ulmos y Lengas, tiene 49 años y nació en Cochamó. Trabajó largo tiempo en una estancia donde aprendió el oficio de gaucho, hasta finalmente dedicarse al turismo junto a su esposa Maritza.
Según él, el principal desafío para aumentar el turismo en la región es combatir la desinformación. "Tengo clientes que en Santiago la gente les dice que el parque está cerrado, y sí, a veces cierran algunos senderos como Base Torres, pero lo que nosotros estamos recorriendo sí se puede hacer", explica. Solo falta atreverse. Navegación en el lago Grey Al día siguiente, el grupo se alista para una travesía en kayak de 19 kilómetros por las gélidas aguas del lago Grey.
Cristóbal y Alan, dos jóvenes guías de la agencia Big Foot, entregan una meticulosa charla de seguridad que aborda incluso aspectos que uno no quisiera imaginar, como qué hacer, por ejemplo, si la embarcación se da vuelta o si uno se encuentra bajo el agua atrapado dentro del kayak.
El plan es continuar por el río Pingo hacia la confluencia del lago Grey, donde se aprecia parte de los glaciares de Campos de Hielo Sur; desde ahí, la ruta sigue por el río Grey a través de un estrecho cañón esculpido por la acción de los glaciares y por ancestrales erupciones volcánicas. El día está despejado, aunque el viento hace difícil permanecer inmóvil en la orilla del lago a la espera de comenzar la navegación. Cristóbal y Alan advierten que, si las condiciones empeoran, uniremos todos los kayaks en "modo balsa" e iremos juntos a la orilla más cercana.
En términos de viento, el límite para esta actividad es 50 kilómetros por hora (desde luego, no es lo que ellos esperan, pero la Patagonia es impredecible). El agua del lago Grey es densa, casi turbia y de un color metálico. Su temperatura es de 3 grados. Si bien usamos trajes secos que cubren la totalidad del cuerpo, caer al agua suena casi a una tragedia. Para el que va en el asiento trasero del kayak es más ingrato, pues toda el agua que salpican los remos del primero llega directo a la cara.
Si a eso se le agrega un poco de viento, el ardor en las mejillas puede ser paralizante. "Sí, el kayak acá es agreste, se requiere actitud y estado físico", dice Cristóbal Marín durante la navegación. "Tenemos temperaturas de menos diez grados, vientos que pueden alcanzar los 80 kilómetros por hora, pero tiene algo tan rico que nadie te lo puede quitar, que es poder llegar a lugares que no puedes alcanzar normalmente, hacer algo duro, propio, que se va a quedar contigo". En un kayak de travesía, el cuerpo se inserta de la cintura para abajo adentro del kayak, con un faldón que evita el ingreso del agua. La espalda va recta y los brazos se mueven continuamente hacia adelante y atrás.
A medida que nos acercamos al frente del glaciar Grey, el oleaje nos hace tambalear, momento en el que Cristóbal entrega una instrucción clave: "Sigan remando; remen fuerte, sin parar". Hasta que, por orden suya, nos detenemos al centro del lago, a una distancia prudente del glaciar. A nuestra derecha, el tablero de cumbres del macizo Paine asoma desde el cielo. En el kayak, a diferencia del senderismo o el montañismo, todo se mira desde abajo, algo que agudiza la sensación de humildad y pequeñez. Aunque separados, cuerpo y kayak se vuelven uno solo. Utilizando el timón, enfilamos en dirección al cañón por el que se abre paso el río Grey. El momento de ingreso es solemne, como entrar a otra dimensión, digna de algo épico tipo Señor de los anillos.
Con la corriente a favor, los brazos aflojan la fuerza en el remo y el kayak se deja arrastrar; al menos hasta que los guías se percatan y gritan "remen, ¡no dejen de remar!". Con cuidado, esquivamos rocas que sobresalen del agua y preparamos cada curva con antelación.
El cañón, dice Alan, explica a través de sus capas sedimentarias cómo se llevó a cabo la formación del macizo Paine mediante abruptos cambios de temperatura, eventos volcánicos y de glaciación, Un invierno posible EN LA PATAGONIA Sin multitudes, con paisajes cubiertos de nieve y casi nada de viento. Esas son algunas de las ventajas de visitar el Parque Nacional Torres del Paine en su temporada más solitaria. Una a la que los chilenos le hacen el quite... porque no saben lo que se pierden. POR Matías Rivas Aylwin, DESDE LA REGIÓN DE MAGALLANES. FOTOS: Timothy Dhalleine. MAGIA. La luz invernal y la nieve generan hermosos contrastes en los paisajes de las Torres del Paine. MIRADOR. Desde las inmediaciones de la Estancia Cerro Guido se alcanza a ver en todo su esplendor el imponente macizo Paine. AUSENCIA. En invierno, la soledad se hace palpable. Tanto así que pueden pasar muchas horas antes de ver más personas. COEXISTIR.
En la Estancia Cerro Guido han dejado de cazar al puma, gracias a la introducción de perros guardianes.. Un invierno posible EN LA PATAGONIA que consolidaron una gran roca plutónica. "Este paisaje fue moldeado por fuego y hielo", agrega Alan, dejando entrever su orgullo por el lugar donde trabaja. Tras pasar por un rápido clase dos, el río se ensancha y las paredes del cañón pierden altura. Cruzamos viejos bosques de lengas y coihues que se quemaron en el incendio de 2011 y, antes de llegar al puente donde termina la travesía, paramos en una orilla a recuperar fuerzas.
Mientras compartimos un té, Alan y Cristóbal explican que la actividad turística en el Parque Nacional Torres del Paine está muy centrada en el verano y en los circuitos O y W. "Si hubiera más gente en invierno se rompería la estacionalidad, rompería la monotonía.
Además, el parque es mucho más que solo las torres; en invierno tenemos esto, el kayak". Para Alan y Cristóbal, recorrer los paisajes del parque en kayak es algo que entrega una arista novedosa para el turista. "El río te da dinamismo, yo me siento vivo, siento que mis músculos se activan, estás muy atento en el entorno, estás en el ahora", explica Alan. Pumas en Cerro Guido Entre la mata negra, en algún escondite, debe andar el puma. Esa es la tesis de los rastreadores o trackers, como se conocen habitualmente.
A la hora del amanecer, vestidos con gruesas parkas, recorren en auto el área de conservación de la Estancia Cerro Guido en busca de un animal que se desplaza preferentemente en horarios crepusculares y que, para mala suerte de ellos, domina el arte de no ser visto. Recién, sin embargo, la fotógrafa y directora ejecutiva de la Fundación Cerro Guido, Pía Vergara, detectó uno a cientos de metros de distancia. Si bien tiene un visor térmico, pillarlo entre tanto paisaje homogéneo exige paciencia y conocimiento, pero sobre todo intuición.
Ella dice que al llegar a la Condorera, una zona de riscos y nidos de cóndores, donde sabe que transitan los pumas, observa atentamente a la fauna silvestre y trata de sentir la energía del lugar. "Es difícil de poner en palabras; yo leo lo que pasa con otros animales, si está silencioso, lo que pasa con el guanaco, otra fauna te indica mucho sobre lo que pasa con el puma", explica. Pía es una mujer de mirada reflexiva, habla poco y se ve absolutamente inmersa en su trabajo. Si es de las mejores trackers es porque ha pasado mucho tiempo estudiando en terreno. Actor clave en la creación de la fundación, Pía explica que uno de los objetivos del proyecto es lograr la coexistencia entre el puma y la actividad ganadera de la estancia. Aunque su caza está prohibida, en la práctica es ley muerta: si un puma se come el ganado, el gaucho sale a cazarlo. Así, por décadas, aprendieron a odiarlo y a temerlo, hasta que Pía buscó instalar el fin de la caza a través de los perros guardianes, lo que provocó inmediata resistencia en la comunidad gaucha.
Como sea, no se trata, según el jefe de operaciones turísticas de la estancia, Pablo Miranda, de proteger al puma "solo porque es lindo, sino porque es un elemento clave para mantener el ecosistema y el pasto para la oveja", dice.
La fundación obtiene datos, estudia a los pumas, aprende de su comportamiento, realiza experimentos y propone a los perros guardianes como solución para no matar al animal. "Es un perro que se cría con las ovejas, es parte del rebaño, se cree oveja, y como al puma no le gusta el conflicto y al perro le encanta el conflicto, termina siendo un actor disuasivo para la caza del animal". Según los estudios de la Fundación Cerro Guido, la tasa de mortandad del ganado ha pasado de aproximadamente un 10% a menos de 1% desde el fin de la caza del puma y la introducción de los perros guardianes. Los enemigos del proyecto --los gauchos cazadores-pasaron a ser aliados. Pía es lo opuesto a la imagen del guía que persigue desesperadamente al puma para que sus clientes se vayan felices con el avistamiento. De hecho, eso es justamente lo que la Estancia Cerro Guido no quiere.
Al contrario, su tour Safari de conservación se centra más bien en la experiencia de acompañar a los trackers, aprender del proyecto de conservación y, si hay suerte, ver un puma, respetando siempre la distancia y sus momentos de caza. Hoy, de hecho, no es el mejor día para verlo, dice Pía. Sin decepción en su rostro, vuelve a su 4x4 mientras continúa pegada a la ventana, atenta a una posible aparición. En la Estancia Cerro Guido, el puma hace rato que dejó de ser un fantasma. D CAMBIO.
En invierno, a diferencia del verano, muchos de los senderos del parque están nevados: es otra de las razones que ahuyenta a los visitantes, aunque es una oportunidad para tener las Torres prácticamente para uno solo. AVENTURAS. No solo para los trekkeros. En la versión invernal del parque hay otras actividades. Las travesías en kayak por el lago Grey, por ejemplo, llevan a glaciares, bosques y ríos. CONSERVACIÓN. Los trackers deben tener paciencia para registrar en sus bitácoras el comportamiento del esquivo puma..