Los 30 años vistos desde Hacienda
N un inédito esfuerzo, la Facultad de Economía y Administración de la Universidad Católica reunió esta semana en un seminario a los ocho ministros de Hacienda del período comprendido entre 1990 y 2019. Alejandro Foxley, Eduardo Aninat, Manuel Marfán, Nicolás Eyzaguirre, Andrés Velasco, Felipe Larraín, Alberto Arenas y Rodrigo Valdés analizaron las problemáticas y resultados de sus respectivas gestiones, y ofrecieron su visión respecto del futuro del país. La organización dividió el debate en tres paneles, cada uno dedicado a una determinada década. Así, Foxley, Aninat y Marfánrevivieron los esfuerzos del país entre 1990 y 1999 para ofrecer certeza institucional en los primeros años del retorno de la democracia. Esto obligó a realizar reformas con particular atención a los detalles técnicos y procurar el orden fiscal en un país que demandaba reencuentro. La acertada decisión de abrirse al mundo con una red de tratados de libre comercio —coincidieron— fue parte de un proceso gradual y ordenado que escaló en el tiempo. Los resultados de este período fueron notables: la economía creció anualmente por sobre el 6% en promedio, impulsada por altos niveles de inversión.
En el segundo panel (2000-2009), los exministros Eyzaguirre y Velasco recordaron las dificultades políticas para consolidar los esfuerzos de responsabilidad fiscal en el contexto de la llegada al poder de los dos primeros gobiernos socialistas desde Salvador Allende. Afortunadamente, el convencimiento técnico en cuanto a que Chile debía instaurar una regla fiscal estructural logró quedar plasmado en la legislación.
Esto no solo permitió derrotar la inflación —en esa década nunca superó el 10%, ubicándose en general por debajo del 4%— y mantener niveles de crecimiento (4,2%), sino además acumular recursos fiscales que permitieron extender la red de protección social y reducir el impacto de la crisis mundial iniciada en septiembre de 2008. Certeros fueron los comentarios de Velasco respecto de la importancia de contar con un orden institucional adecuado para sostener el crecimiento. Efectivamente, el sistema político es el corazón de una Constitución y condición para el buen funcionamiento de una sociedad moderna. La tercera década se inició con el primer gobierno de centroderecha desde el retorno a la democracia.
Interesante fue la afirmación del exministro Larraín en cuanto a que los logros de esa administración —entre 2010 y 2013 el crecimiento alcanzó en promedio un 5,4%— fueron, al menos en parte, el resultado de la continuación de una agenda país. El respeto y profundización de la regla de balance estructural, junto con mejoramientos legales en materia de mercado de capitales, lo ejemplifican.
Luego vino el turno del exministro Arenas, quien reseñó la experiencia de haber estado a cargo de las arcas fiscales en un gobierno que tenía mayoría en el Congreso, lo que permitió implementar varias de las reformas estructurales contenidas en el programa de la segunda administración Bachelet. Y el seminario lo cerró el exministro Valdés. Su experiencia cobra particular relevancia a efectos de iluminar el actual escenario. Ilustrativa fue, por ejemplo, su descripción de las dificultades de articular políticas e implementar discutidos compromisos programáticos, como la gratuidad en educación superior, enfrentado a dilemas que hoy siguen marcando el manejo económico.
No menos revelador fue el relato de su bullada renuncia a la cartera, cuando —a raíz del caso Dominga— llegó al convencimiento de que autoridades de esa administración “se saltaban las reglas”, con el consiguiente debilitamiento de la institucionalidad, cuestión que sigue siendo un tema crítico.
En definitiva, los exministros dejaron en claro que logros como el crecimiento y el control de la inflación fueron el resultado de una agenda país que moldeó las decisiones de la política en función de convicciones sustentadas en el conocimiento técnico, la pulcritud en el diseño de las medidas y el sentido común en su implementación.
Pero también alertaron de que la polarización, las deficiencias en el funcionamiento del sistema político y la inclinación por saltarse las reglas (quizás un subproducto de lo anterior) son vallas que obstaculizan retomar la senda del progreso. La continuidad de una cierta agenda país sentó las bases para alcanzar logros que hoy resultan indiscutibles.