Autor: PADRE RAÚL HASBUN
Pelao
N la década de 1940 había veladas de boxeo, cada viernes, en el Teatro Caupolicán. Se presenciaban duelos apasionantes, como los de “Cloroformo” Valenzuela con el “Atómico” Rojas. Fanático habitual era “el Burro”, un señor que desde la galería improvisaba hilarantes tallas a púgiles y árbitros. Ocurrió que uno de estos, vestido con impecable corbata humita, lucía una calvicie total. La pelea que arbitraba parecía estar regida por un pacto de no agresión.
Fastidiado el “Burro” por tan insoportable fomedad, se desahogó gritándole al juez: “Pelao, te bautizaron con agua caliente!”. El teatro estalló en carcajadas, el Pelao sonrió, y los púgiles intercambiaron todos los golpes que habían tacañamente ahorrado: el humor contagia energía. Abundaban entonces las referencias públicas a los aspectos físicos de las personas, como gordura, flacura, color o ausencia de pelo.
Lorenzo D'Acosta había hecho famoso, pegajoso su “Pelao, cabeza'e tuna, el pelo se te cayó”. En cada curso del colegio había un “guatón”, un “negro”, un “fideo” y un “pelao”. Los humoristas se reían y hacían reír a costa de curaditos, engolados y homosexuales. Los afectados fingían sonreír para no estigmatizarse como tontos serios.
Pero esta forma de humorismo, escenificada mayormente en la radio y más tarde en la televisión, hacía predecir lo que hoy llamamos y condenamos como “bullying”, maltrato o acoso, aquí más verbal que físico, aunque capaz de dañar y hacer sufrir más que los golpes. Cuando explotó el predominio de los derechos sobre los deberes, sin importar que su ejercicio atentara contra la dignidad de las personas, cobraron fama los especialistas en hacer caricaturas de quienes ostentaban poder o influencia.
El dardo disfrazado de humor se enfilaba, envenenado, contra políticos, deportistas, artistas y religiosos, en castigo por su pecado de destacarse mucho y atraer seguidores, o de sostener ideas, principios y valores no compartidos por el caricaturista. El grueso público estallaba en las mismas carcajadas del teatro Caupolicán, sin advertir que la caricatura, lejos de ser humor inocente y blando, iba demoliendo gradualmente la dignidad y con ella la credibilidad del afectado. Hubo casos en que la demonización del personaje a través de su caricatura concluyó, con perversa lógica, en su asesinato físico. Y también, por la vía del humor en apariencia gracioso y desenfadado, se llegó entre nosotros al sacrilegio público de la figura de Dios y de la Madre de Dios. Con esos modelos conductuales, más elogiados que sancionados, no es sorpresa que estemos lamentando la profanación del Santuario de la Virgen de Lourdes. El actor recién premiado con el Oscar abofeteó al humorista que bromeó con la calvicie de su mujer. Tal vez haya sido todo un show. Pero es hoy evidente que la violencia agresiva, la burla invasiva, la explotación abusiva y la indiferencia pasiva, lesionan la inviolable dignidad de la persona humana.