Revolución, libertad e igualdad en La granja de los animales de George Orwell
En este ensayo del historiador Juan Luis Ossa, publicado en el último número de la revista Estudios Públicos del CEP, se realiza una relectura del libro «La granja de los animales», de George Orwell (1945). Elos animales sigue r revolución sociaagonistas transbásica de la sopatrones de ria del ingreso.
Primidos se arroga de un segmento de la imales” = “el prolecontra un opresor or de las relaciones de una sociedad a”). El señor Jones ) y despótico del gran capital uúmanidad”), y por eso debe ser liado “La tierra para el que la trabaja” nos parece decir Orwell a través del discurso de Mayor, gracias a lo cual da a la revolución una indiscutible razón de ser. El uso de la violencia es justificado en la medida en que la rebelión significa el paso de un régimen ilegítimo a un sistema político nuevo y cuya legitimidad está fuera de toda duda. Una vez suprimido el ser humano, la propiedad es colectivizada en el nombre de la identidad que los animales dicen representar, tal y como ocurrió en Rusia con posterioridad a la revolución de 1917. Ahora bien, la rebelión de los animales es mucho más que una teleología socialista con comienzo y final conocidos. A continuación, propongo una tipología que combina el concepto de restauración con el de cambio estructural, todo lo cual considera tiempos y espacios diversos. La tipología no está pensada como un modelo rígido ni normativo de lo que es o debería ser una revolución, sino como un mecanismo para explicar las distintas características de esta revolución en específico.
Si bien hace referencia a la Revolución Rusa como el principal ejemplo histórico considerado por Orwell para dar inteligibilidad a su fábula, lo que sigue se concentra sobre todo en los casos norteamericano y francés de la segunda mitad del siglo XVIII. Es en ellos donde se aprecia más claramente la tríada propuesta.
La revolución podrá ser progresiva, pero también es la restauración de un tiempo mejor (Rousseau dixit). De las estrofas de “Bestias de Inglaterra” es evidente que dicho estado de naturaleza alguna vez existió y que la revolución debe apropiarse de él y disfrutar lo que el hombre y el capital le han usurpado a la raza animal.
Cuando la rebelión esté consumada, “más fresca será el agua y transparente/ en los hermosos campos de Inglaterra/ y más suave la brisa, el día glorioso/ en que las Bestias rompan sus cadenas”, canta Mayor, proponiendo con ello una doble función temporal: 1) la que mira hacia el futuro y tiene como norte la esperanza de un nuevo régimen; y 2) la que observa el pasado y busca en la naturaleza un ejemplo de cómo administrar eso nuevo que se ha comenzado a construir. Las dos principales revoluciones del siglo XVIII, la norteamericana y la francesa, portan, de acuerdo con Hanna Arendt (2006), ese mismo sentido de pertenencia pretérito. Para Arendt, la revolución no solo es cambio, sino sobre todo restauración, en el sentido de que los revolucionarios crean algo nuevo apuntando hacia el pasado.
En el caso americano, en efecto, los padres fundadores buscaron, como convincentemente ha argumentado el historiador Eric Nelson (2014), recuperar la relación de interdependencia que alguna vez había existido entre las colonias y el monarca inglés.
De ahí que sea posible plantear que la revolución en Norteamérica tiene un origen “realista” (royalist), y que es solo con el paso de los años que los revolucionarios hacen propia la opción independentista y republicana (Nelson 2014). El caso francés se parece al norteamericano, al menos en lo que dice relación con los orígenes de la revolución de 1789. El primer paso de los revolucionarios, incluso antes de la Toma de la Bastilla, fue recurrir a una Ficha de autor Juan Luis Ossa es Doctor en Historia Moderna, St. Antony's College, Universidad de Oxford. Investigador del Centro de Estudios Públicos desde 2019, es autor, entre otros, de los libros «Armies, politics and revolution.
Chile, 1808-1826» (publicado por Liverpool University Press, 2014) y de «Chile Constitucional» (Fondo de la Cultura Económica, CEP, 2020) institución histórica —las asambleas convocadas por el rey y a la que acudían representantes del clero, la nobleza y del tercer estado (Doyle 1990, cap. 4)— para salir del atolladero económico en el que se encontraba Francia desde la Gran Crisis del Pan de 1788 (ver Rudé 1972, parte III). Los Estados Generales no se reunían desde 1614, cuando Luis XIII los disolvió y Francia comenzó un progresivo proceso de centralización absolutista (Anderson 2013, Cap. 4). Que el 5 de mayo de 1789 se congregaran los distintos estamentos de la sociedad francesa significó tanto un regreso hacia una práctica histórica de resolución de conflictos, como el comienzo de un proceso político sin precedentes (Furet 1993,6366). En ese sentido, siguiendo a Arendt, la restauración no es únicamente regreso o retorno, sino también comienzo y renovación. Por mucho que la revolución signifique volver al pasado, el resultado de la mezcla entre lo nuevo y lo antiguo es único y original. Así lo entiende William H. Sewell Jr. 005) en su libro Logics of History. Allí, propone que los “eventos revolucionarios” se diferencian notoriamente de una simple coyuntura histórica.
Para que un hecho —como la Toma de la Bastilla— se transforme en un “evento”, sus consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales deben ser suficientemente profundas para cambiar las “estructuras” de comportamiento de la sociedad que se ve afectada por ellas. Los eventos no son únicamente mecanismos de expresión individual o colectivo.
Son, más bien, secuencias de ocurrencias que transforman estructuras (es decir, pueden durar días, tal como ocurrió con la Toma de la Bastilla, la que Sewell fecha entre el 12 y el 23 de julio de 1789), cuya importancia debe ser, además, reconocida por los propios actores de la época.
De ese modo, por mucho que en un comienzo los políticos franceses miraran hacia atrás para encontrar una solución al problema de la representación monárquica, los sucesos de julio generaron un cambio de régimen y un nuevo orden político que solo podía darse en un futuro próximo.
La revolución es vista como una acumulación de hechos que se realizan en nombre de la soberanía popular con el objetivo de cambiar el sistema político (o la estructura institucional hasta ahí conocida). Esto, por supuesto, produce varios tipos y grados de incertidumbre, pues los cambios de estructuras vienen aparejados de una simbiosis entre lo conocido y lo que se está inventando. Cuando el 4 de agosto de 1789 se decreta la abolición del feudalismo, se decreta, asimismo, el fin del antiguo régimen.
Esto no significa que lo nuevo deje de portar elementos de lo antiguo (tal como correctamente señaló Tocqueville). Esto va de la mano con lo que el historiador Alan Knight (1992,169172) ha enfatizado cuando propone una teorización espacial y geográfica de las revoluciones. En primer lugar, hay que ser conscientes de que existen distintos tipos y espacios revolucionarios. Las revoluciones no son monolíticas; son mixturas de muchas experiencias revolucionarias, es decir, híbridos de lo antiguo, lo nuevo y lo que está por venir. De ahí, pues, que no sea correcto hablar de un tipo ideal weberiano de revolución.
En segundo lugar, Knight se muestra escéptico frente a la idea de que existen revoluciones perfectas, como si bastara con someterlas a un modelo o listado de características y adjetivos para resaltar su perfección o imperfección.
Si, como vimos, las revoluciones no deben necesariamente romper definitivamente con el pasado para considerarlas realmente revolucionarias, entonces ciertamente cabe la posibilidad de que coexistan distintas formas y expresiones políticas a lo largo de una revolución. Rousseau, Tocqueville, Arendt, Sewell y Knight arrojan luz para explicar lo que sucedió en la granja una vez que Snowball y Napoleón lideraron la rebelión. Ella se llevó a cabo para recuperar un estado de naturaleza perdido a causa de la civilización humana, lo que se aprecia también en las revoluciones norteamericana y francesa, al menos en su primera etapa. Pero el tránsito de un régimen a otro es tan estructural que, podría decirse, los animales han protagonizado un “evento” histórico, según lo entiende Sewell.
Entre la expulsión del señor Jones y la Batalla del Establo de las Vacas se origina y consolida la revolución, de la misma forma como ocurrió en Francia luego de la secuencia de días que rodean la Toma de la Bastilla. Días (en plural), pues la rebelión en la granja no tiene, siguiendo a Knight, un tiempo o un calendario estático, sino que en su interior se suceden diversos momentos, algunos más radicales que otros.
Por otro lado, y siempre con Knight, podría decirse que la revolución solo tiene un espacio (la granja). Sin embargo, al menos en la cabeza de Snowball las palomas debían “fomentar la rebelión entre los animales de las otras granjas” (40), una idea que evoca el internacionalismo adoptado por los revolucionarios franceses en 1792. Veamos otros ejemplos en «La granja de los animales» (GA) de la tríada “restauración/cambio estructural/tiempos y espacios”. En la primera etapa de la revolución se nota un cierto optimismo.
No solo el Hombre es un enemigo peligroso, sino que su despotismo puede únicamente ser enfrentado mediante el uso de la fuerza (10). La decadencia del antiguo régimen es otra prueba de que la rebelión debe realizarse.
Si en Francia y la Rusia zarista es la insensibilidad económico-social de los reyes y zares la que resume el crepúsculo monárquico e imperial, en la granja son los vicios del señor Jones los que abrevian todo aquello que es despreciable y reemplazable. Su alcoholismo es tan vil como los impuestos que los ciudadanos comunes y corrientes deben pagar para financiar los gastos de la nobleza.
Al final, como en otros casos similares, lo que gatilla la revolución es la pobreza y el hambre de los siervos comunes y corrientes: un día entero sin comida y los animales expulsan a Jones de la granja (17-18). Una de las cuestiones iniciales que realizan los sublevados es arrojar a un pozo las herramientas (frenos, anillos, cadenas y cuchillos) que simbolizan lo peor del régimen que termina, tal como lo hicieron los parisinos al tomar la Bastilla (19). Este acto permite restaurar el estado natural caracterizado en la novela por el “rocío”, el “dulce pasto de verano” y el “fuerte aroma” de los “terrones de tierra negra” (19). Son los primeros meses de una revolución en la que todos los rebeldes tienen cabida.
Así, el primer cambio estructural de la rebelión dice relación con esta nueva forma de relacionarse con la naturaleza, la que, por mucho que dependa de un pasado de amistad y camaradería, descansa su conservación en la confianza del futuro.
Más temprano que tarde, sin embargo, Orwell se encarga de sembrar el camino para lo que, en realidad, es la más estructural de las transformaciones ocasionadas por la revolución: el cambio de una autoridad por otra. En su papel de autoridades, los cerdos comienzan a poner en práctica su propia concepción del poder.
Surgen los “Comités de Animales”, similares a los comités franceses de Defensa, Seguridad y Salvación Pública (Doyle 1990,202, 228,263). Esto tiene su correlato espacial en la internacionalización proyectada por Snowball, el prospecto de la cual acelera la respuesta de Jones, Frederick y Pilkington. Juntos, representan la reacción contrarrevolucionaria, el primero de cuyos ataques sobreviene con la Batalla del Establo de las Vacas.
La rebelión de los animales alcanza el estatus de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa en esta segunda etapa: es allí cuando el conflicto político deriva en una guerra total de unos contra otros (ver Lynn 2000). Una tercera fase es la que comienza con las diferencias facciosas entre Snowball y Napoleón. El faccionalismo, como se sabe, terminará matando a su principal líder, dando paso al cuarto período de una revolución ya acostumbrada a las mentiras y purgas de Napoleón. Ellas cubren desde la acusación de traición de otros cerdos a la firma de una alianza económica con los humanos. La escasez obliga a comprar “aceite, parafina, clavos, bizcochos para los perros y hierro para las herraduras de los caballos” (48) en la economía exterior.
Es la etapa del totalitarismo pragmático de la revolución, mediante el cual Napoleón vigila cada uno de los aspectos de la finca: nada se hace, nada se produce y nada se dice sin el beneplácito del gran líder.
Aquí es cuando Napoleón se pone su disfraz de Stalin; aquí, cuando los cerdos muestran su disposición a negociar con sus antiguos enemigos; aquí, en fin, es cuando la rebelión entra en su quinta y última fase. nada queda ahora del optimismo restaurador del comienzo, y el cambio de las estructuras de relación y producción se difumina en la regresión hacia el antiguo régimen.
“La revolución se suele morder la cola” (Arteche 1992,102), concluye el poeta Miguel Arteche, y lo que se había prometido no sólo no se cumple sino que se cumple al revés: se termina por hacer lo que no se debía hacer; se prohíbe lo que antes se permitía; se torna amigo el enemigo, y el enemigo, amigo. (Arteche 1992,102).
Resumen
La tipología no está pensada como un modelo rígido ni normativo de lo que es o debería ser una revolución, sino como un mecanismo para explicar las distintas características de esta revolución en específico., La rebelión de los animales alcanza el estatus de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa en esta segunda etapa: es allí cuando el conflicto político deriva en una guerra total de unos contra otros (ver Lynn 2000)., “La revolución se suele morder la cola” (Arteche 1992, 102), concluye el poeta
Miguel Arteche, y lo que se había prometido no sólo no se cumple sino que se cumple al revés: se termina por hacer lo que no se debía hacer; se prohíbe lo que antes se permitía; se torna amigo el enemigo, y el enemigo, amigo.
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