Autor: Por_ Miguel Laborde llustración_ Rosario Briones
El océano fue su hogar
GEOPOÉTICA_ El ser humano, de oeste a este, logró explorar todo el Océano Pacífico antes de la llegada de los europeos, hasta habitar la más remota de sus islas, Rapa Nui. Su talento navegante se admira ahora en toda su magnitud, en tanto avanzan, en especial en Nueva Zelanda, los estudios sobre su origen. Una historia que comenzó -vaya sorpresaen la isla de Taiwán. A firma de tratados con China parece extraña, de globalización extrema. Como si fuera contra natura, ajena a la geografía. Pero la ciencia está demostrando que, desde China e India y hace miles de años, ya hubo pueblos que avanzaron hacia acá. Esto nos sorprende porque, como dice Alexander loannidis de la Universidad de Stanford, la historia de los grandes exploradores está escrita en clave europea. Su trabajo, como los de David Lewis y Catherine y Michel Orliac, quiere hacer justicia a quienes lo hicieron antes que los europeos. Los maoríes de Nueva Zelanda han sido la bisagra clave para dar con las rutas de esos navegantes. Sus cantos en realidad, una tradición oral que entregó las primeras pistas de cómo, sin instrumentos ni cartas náuticas, sus antepasados osaron ir de isla en isla en viajes que duraban semanas. Desde el sudeste asiático, los austronesios —nativos de la isla de Taiwán, y luego de Australia y Nueva Guineapasaron a la Melanesia, la Micronesia y la Polinesia. Recorrieron cerca de un tercio de la esfera terrestre, en una de las grandes aventuras del ser humano, hasta explorar, literalmente, miles de islas. Los austronesios, radicados en las islas del Pacífico y con nuevas costumbres, aprendieron a habitar acuáticamente. Hacia el año 1000, luego de recorrer miles de kilómetros, llegaron finalmente a la última meta: Rapa Nui.
Y es que, como recuerda Herbert Wendt, los seres humanos no sólo se han desplazado huyendo del hambre o de las guerras; también lo han hecho, simplemente, por curiosidad. *Miguel Laborde es Director del Centro de Estudios Geopoéticos de Chile, director de la Revista Universitaria de la UC, profesor de Urbanismo (Ciudades y Territorios de Chile) en Arquitectura de la UDP, miembro del directorio de la Fundación Imagen de Chile, miembro honorario del Colegio de Arquitectos y de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, y autor de varios libros. Inventores del catamarán Las ágiles y largas embarcaciones polinésicas, más una tradición cultural fuerte que les permitió organizarse, y un excepcional conocimiento ancestral de los vientos, mareas y las constelaciones, fueron fundamentales para su éxito. “Tanto como la cuidadosa observación de las corrientes para advertir en qué época del año podían aventurarse a la isla siguiente. Sus grandes catamaranes —doble casco que ellos idearon, con un puente intermedio— alcanzaban los 30 metros de eslora. En el puente, que servía de refugio, iba la carga de plantas y animales, en especial cerdos y gallinas. Los moais de Rapanui son figuras que corresponden a una tradición, la de rendir tributo a los primeros que llegaban a una isla, los fundadores de linajes. Observaron que, así como en el océano hay incontables islas, lo mismo sucede con las estrellas del cielo infinito. Éstas, en su ruta celestial, tocan el horizonte en un punto que aprendieron a relacionar con la ubicación de una isla. Es una cartografía de islas que hablan con estrellas. Genéricamente llamados polinesios, supieron habitar un triángulo gigantesco, de Nueva Zelanda a Hawai y Rapa Nui. El explorador inglés James Cook dejó consignado que sus acompañantes tahitianos podían comunicarse con los maoríes y los rapanui. Una sola lengua a lo ancho del mayor océano del planeta. Su eventual llegada a América, teoría lanzada hace décadas, sigue teniendo defensores. Las ideas anteriores apuntaban a una conexión con las culturas andinas, pero los ADN de americanos encontrados en islas de la Polinesia —hasta un corresponde a habitantes de las costas de Colombia y Ecuador. Porcentajes menores, del orden del 2%, aparecieron en las Islas Marquesas. Alice Storey, cabeza de un equipo de la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, encontró otro testimonio, en Chile: huesos de aves polinésicas con las que viajaban estos navegantes. Diferentes a las europeas y de una antigúedad que oscila entre los años 1321 y 1407. Sería, entonces, la primera prueba concluyente de estos nuevos descubridores de América. El hallazgo fue en la península de Arauco, en un yacimiento arqueológico conocido como El Arenal-1. Su secuencia genética es idéntica a la de pollos hallados en Tonga y Samoa, en plena Polinesia. También se han encontrado dos cultivos americanos en islas del Pacífico, camotes y porongos, datados de antes del año 1200. Y sorprendió ver palabras polinésicas que se repiten en el mapudungun del sur de Chile. En síntesis, se está descubriendo que el Océano Pacífico, como la selva del Amazonas, o el desierto de Atacama, era un espacio. “Un lugar”. Verdaderos oceánicos Es una historia por asimilar desde América del Sur.
De cómo, unos 3 mil años antes de Cristo, los navegantes del Mar de China meridional y de los archipiélagos de Indonesia y Filipinas, por razones que tal vez jamás se esclarezcan, iniciaron la conquista de las islas del Océano Pacífico. Tardaron un total de 4 mil años hasta llegar a Rapa Nui. Aquí, ya olvidado el origen asiático, llegaron portando una cultura que se desarrolló en las islas. Plenamente polinésica. su arte de navegación no fue fácil de comprender. Los mismos navegantes, por tradición ancestral, custodiaban en secreto ese conocimiento dentro de su gremio, incluso dentro de su linaje. Inolvidables son los diálogos del capitán inglés James Cook con el sacerdote-navegante el que le trazó un mapa con islas que ocupan un área de 2.600 kilómetros. Figuran ahí todos los grandes grupos de islas-estrellas, con la salvedad de Hawai y Nueva Zelanda.
Embarcado en la nave inglesa, la Endeavour, a lo largo de un largo viaje que lo alejó más de 2 mil leguas de su isla, Tupaia jamás dudaba a la hora de indicar en qué dirección estaba su isla madre. Como observara David Lewis, para los europeos era algo imposible, puesto que sus propios navegantes, al alejarse dos o tres días de la costa, ya no podían ubicarse. Por lo mismo, y durante siglos, no hubo interés en comprender cómo se orientaban. En años muy recientes, al comprobar su presencia escalonada de isla en isla, hubo que aceptar lo que parecía imposible. No era pura casualidad, por tempestades que arrastraban embarcaciones de una isla a otra.
Hubo casos como esos, pero estudios sistemáticos, investigando corrientes y vientos, demostraron que llegar de la Melanesia occidental a Fiji, o de la Polinesia oriental a Hawai, así como acceder a Nueva Zelanda o Rapa Nui, era prácticamente imposible por azar; tuvieron que ser viajes planificados.
Un canto maorí recuerda al rey Ngahue de Tahití, quien en su nave madre —-llamada Arawa (tiburón)— a la cabeza de 6 catamares cargados de plantas y animales, cada uno con 40 tripulantes, lideró un viaje de exploración y conquista de varias semanas. Era el conocimiento náutico de una cultura que así pudo habitar el Gran Océano. Interesante es el trabajo de David Lewis, «Daughters of the wind» (Wellington, 1967), ahora en castellano (Melusina, 2012), sobre un viaje inverso. Con su mujer, sus dos pequeñas hijas y una amiga navegante, en un catamarán tradicional, siguió los sistemas de navegación polinésicos para ir de Valparaíso a Rapa Nui, Mangareva, Tahití, Huahine, Rarotonga y Nueva Zelanda. Con técnicas polinésicas era posible cruzar en ambas direcciones... Es interesante el hecho de que los principales estudios recientes se hayan realizado en Nueva Zelanda, país ahora interesado en conocer sus raíces. Son historias antiguas, sumergidas, que recién afloran. Antes de los europeos fue Kupe el navegante más célebre; para los polinesios fue él quien descubrió Nueva Zelanda.
Su ruta también ha sido imitada, a lo largo de 2 mil millas marinas, con embarcaciones que se lanzan al agua mientras se canta una plegaria ancestral para lograr una buena navegación: He waka ururu kapua (Una canoa para desafiar las nubes del firmamento). Plegarias y cánticos que, según los viejos maoríes, servían para conservar la historia de su pueblo, pero también para que los niños crecieran sabiendo que el océano era su
Resumen
*Miguel Laborde es Director del Centro de Estudios Geopoéticos de Chile, director de la Revista Universitaria de la
UC, profesor de Urbanismo (Ciudades y Territorios de Chile) en Arquitectura de la UDP, miembro del directorio de la Fundación Imagen de Chile, miembro honorario del Colegio de Arquitectos y de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, y autor de varios libros., De cómo, unos 3 mil años antes de Cristo, los navegantes del Mar de China meridional y de los archipiélagos de Indonesia y Filipinas, por razones que tal vez jamás se esclarezcan, iniciaron la conquista de las islas del Océano Pacífico., Hubo casos como esos, pero estudios sistemáticos, investigando corrientes y vientos, demostraron que llegar de la Melanesia occidental a Fiji, o de la Polinesia oriental a Hawai, así como acceder a Nueva Zelanda o Rapa Nui, era prácticamente imposible por azar; tuvieron que ser viajes planificados.
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