Autor: Rigón Benoit (*)
Lorenzo Varoli, ausente en el “Gran Prix”
Las crónicas de Benito Riquelme Centro de Documentación Patrimonial UTalca Archivo Centro de Documentación Patrimonial Utalca. Uestra ciudad lo recibió el 10 de septiembre de 1948, por su triunfo en la carrera de Arica a Santiago. Los bomberos levantaron un castillo en su honor, por afinidad espiritual y hermandad de causa, porque Varoli jamás pidió una ayuda y cada carrera le costaba grandes esfuerzos monetarios. En esa oportunidad cuando su nombre constituía una mística popular, la ilustre Municipalidad de Talca lo esperaba bajo el arco triunfal y su alcalde, don Carlos Espíndola Torrealba, le entregó las llaves de la ciudad.
Era una llave de oro, harto poco para un hombre que en sus automóviles de carreras tanto en los caminos nuestros como en los extraños, llevaba impresa la frase: “Ciudad de Talca”. Se hizo mucho caudal que una de nuestras avenidas llevaría su nombre, pero, esta historia es tan vieja entre nosotros. Fue necesaria su muerte para que de nuevo se actualizara la deuda ciudadana.
En noviembre de 1960, al regidor, don Luis Díaz Iturriaga se le aprueba su proyecto para la erección de un busto, que en uno de sus considerandos decía: “Al darse vida en el bronce, podría levantarse sobre una base de piedra en el centro de la Alameda, mirando hacia la entrada principal del Estadio Fiscal... ”. Este regidor, conocedor de sus colegas ediles, golpea violentamente la conciencia de ellos, cuando más tarde les recuerda a través de nuestro diario: “Erigir un busto a Lorenzo Varoli significa un reconocimiento generoso tendiente a simbolizar su espíritu deportivo, que sirva además de estímulo ejemplar a las juventudes”. Se lanza a los caminos en 1922 en el tramo Talca Panimávida, y desde entonces no suelta el volante hasta 1950 en el circuito Macul, prueba de los consagrados del automovilismo de nuestros vecinos: Perú y Argentina, y aquí siente por primera vez el golpe cardíaco que lo obliga a abandonar en forma definitiva sus ansias de rutas varoli: inmortal Un buen día me encontré con este “inmortal” con hijos y con nietos. Estábamos en el patio de su garaje de la 1 Oriente con 4 Sur.
Los árboles habían sido reemplazados por una maraña de fierros de maestranza, y el aroma vegetal se perdía con el olor de aceites y bencina, allá, hacia el norte, en la limpidez del cielo se recortaba la torre truncada del convento Mercedario, cuya cúpula fue volada por el terremoto. Un mismo pensamiento nos embargaba: el pasado. Nuestra calle estaba pavimentada, no había alegría de golondrinas sino una locura motorizada.
Y hablamos del convento del “tío Juan”, sacerdote que nos permitía adueñarnos de todo aquello que embruja la niñez: los vericuetos de la escala de la torre, el lugar de donde salió elevado por un viento norte un sacerdote que tenía fama de santo y sus hábitos se abrieron como un paracaídas cayendo suavemente sobre el césped de la plazoleta ante la admiración de todos los que vieron este milagro, la fuente interior del patio en donde jugueteaban peces rojos, el bazar de madera que les construyó su padre, “don Pablo” y que por este hecho le permitían sacar dos boletos con una sola ficha, los cuadros de Eduardo Rebolledo Salas que adornaban las hornacinas del convento, especialmente aquel que nos dejaba maravillados, quizás por el efecto de tener mayor luz y que representaba la “Oración en el Huerto” colocado sobre la entrada a la sacristía, pero, parece que intencionalmente no tocamos la Virgen para evitar el mencionar el nombre de Aida.
Hubo un momento de silencio, que lo rompió para proponerme una campaña pública para habilitar el reloj del convento que estaba tantos años mudo, y que para nosotros era un verdadero pulmón aéreo y sonoro de todo un barrio: No miremos la parte religiosa, me dijo, sino el significado que tiene para un pueblo que progresa ese relojito que al dar las horas nos trae tantos recuerdos.
Fin del triunfador La prensa lo muestra en la clásica fotografía del desnudo infantil: “Este niño de nueve rollizo y sonriente, que naciera en Talca el 8 de marzo de 1901 estaba predestinado a ser crack del volante”. Un bullicioso Fiat fue su primer coche en 1917. A Varoli le sobraba coraje como también virtuosidad en la mecánica (... ) al sentir a su lado a sus hijos que le servían de copilotos en muchas de sus pruebas. El estado precario de su salud lo llevó a Constitución.
Un día que tomaba el fresco bajo los árboles de la Plaza, en pleno mes de junio, en una atmosfera brillante de sal y saturada de azul, parece que lo llevó de nuevo al recuerdo de esa calle de la 1 Oriente con 4 Sur, y me dice pleno de optimismo: apenas regrese a Talca haremos una realidad que nuestro viejo barrio tenga de nuevo su reloj mercedario... Pocos meses más tarde, el 20 de septiembre de 1960, partía por la ruta inmensa buscando una luz por el oriente, similar a aquella que traían las golondrinas en sus alas de errantes aventureras, colgadas de las horas de ese reloj que marcaba el tiempo en la eclosión de las flores de la primavera y en el juego alado de los volantines. Y) La Mañana, 30 de marzo de 1969
Resumen
Las crónicas de Benito Riquelme
Centro de Documentación Patrimonial
UTalca Se lanza a los caminos en 1922 en el tramo Talca Panimávida, y desde entonces no suelta el volante hasta 1950 en el circuito Macul, prueba de los consagrados del automovilismo de nuestros vecinos: Perú y Argentina, y aquí siente por primera vez el golpe cardíaco que lo obliga a abandonar en forma definitiva sus ansias de rutas Uestra ciudad lo recibió el 10 de septiembre de 1948, por su triunfo en la carrera de Arica a Santiago., Y hablamos del convento del “tío Juan”, sacerdote que nos permitía adueñarnos de todo aquello que embruja la niñez: los vericuetos de la escala de la torre, el lugar de donde salió elevado por un viento norte un sacerdote que tenía fama de santo y sus hábitos se abrieron como un paracaídas cayendo suavemente sobre el césped de la plazoleta ante la admiración de todos los que vieron este milagro, la fuente interior del patio en donde jugueteaban peces rojos, el bazar de madera que les construyó su padre, “don Pablo” y que por este hecho le permitían sacar dos boletos con una sola ficha, los cuadros de Eduardo Rebolledo Salas que adornaban las hornacinas del convento, especialmente aquel que nos dejaba maravillados, quizás por el efecto de tener mayor luz y que representaba la “Oración en el Huerto” colocado sobre la entrada a la sacristía, pero, parece que intencionalmente no tocamos la Virgen para evitar el mencionar el nombre de Aida., Un día que tomaba el fresco bajo los árboles de la Plaza, en pleno mes de junio, en una atmosfera brillante de sal y saturada de azul, parece que lo llevó de nuevo al recuerdo de esa calle de la 1 Oriente con 4 Sur, y me dice pleno de optimismo: apenas regrese a Talca haremos una realidad que nuestro viejo barrio tenga de nuevo su reloj mercedario..
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