Autor: Loreto Casanueva
El pañuelo
I corona la cabeza es un turbante, si protege la nariz y boca entonces es una mascarilla, si cubre los ojos se convierte en venda. Asomándose en un bolsillo, viajando como souvenir o envolviendo un regalo, destila toda su versatilidad cada vez que se dobla, se estira o se encoge. A medio camino entre la intimidad y el mundo público, el pañuelo “invoca la mano misma”, como dice Steven Connor, acompañando ritos de higiene y belleza hasta manifestaciones sociales. En inglés, a algunos de ellos se les llama hanakerchiefs. El lazo entre puño y pañuelo es más que sonoro. Los latinos nombraban como pannus a un pedazo de tela tejida, en general cuadrada. A partir de esa palabra nació la nuestra, que se sella con un diminutivo que insiste en su tamaño pequeño. El célebre dicho “el mundo es un pañuelo” certifica la posibilidad de encontrarnos con alguien cercano en un lugar lejano, precisamente por sus dimensiones breves. Pañuelos verde y celeste, Argentina. Si el mundo es un pañuelo, podemos pensar en mapas. Y también en banderas.
En las últimas décadas, distintas agrupaciones han confiado en el pañuelo la función de estandarte, estampando en su superficie consignas y patrones de alcance universal, que se prenden al cuello, bolso o muñeca, sobre todo en el marco de manifestaciones sociales. Argentina exportó a casi todo el continente uno de color verde para identificar el apoyo al aborto y otro celeste para señalar su rechazo. Además de su rol indumentario y simbólico, este pañuelo puede proteger de gases lacrimógenos.
Ya en el siglo XIX existían algunos ejemplares que llevaban impresos los retratos de alguna autoridad política, con fines de propaganda, como las efigies de George Washington o de la Reina Victoria. *Loreto Casanueva es profesora adjunta de literatura universal en las universidades Finis Terrae y Andrés Bello, y doctoranda en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Es fundadora y editora del Centro de Estudios de Cosas Lindas e Inútiles (CECLI), plataforma dedicada a la investigación y difusión de la cultura material. Izquierda: Pañuelo - mapa de Francia, Francia, mediados del siglo XIX, algodón. The Metropolitan Museum, New York. Derecha: Pañuelo, Gran Bretaña, 1897, algodón. The Metropolitan Museum, New York. Gracias a su portabilidad, los pañuelos asisten nuestros rostros desde tiempos antiguos (unos dos mil años antes de Cristo), reemplazando a las mangas como instrumento de aseo. El material predilecto para su confección era el lino y pasó de mano en mano desde Egipto hasta Roma. Su uso añadió dosis de cortesía y elegancia en medio de una congestión nasal o un arrebato de llanto. Dicen que Enrique II usaba un pañuelo de seda bordada en plata y oro incluso para lavarse los dientes. Con el paso de los siglos, agregó también una nota de romanticismo durante una despedida o de coquetería al ritmo de un baile. Sólo desde el siglo XVI, el pañuelo se había considerado como un accesorio vestimentario, que debía combinar con otras prendas del atuendo.
La cultura victoriana, devota del lenguaje de los abanicos, los guantes y las flores, codificó un complejo pero sutil sistema de gestos con pañuelos, que Edgar Degas, «Woman with Her Hand over Her Mouth», Francia, c. 1875. The Metropolitan Museum, New York. Concedía a los amantes secretos la silenciosa revelación de sus sentimientos. Deslizándose entre dedos y velando ojos, labios y nariz, es una pieza absolutamente sinestésica. María Antonieta, confundida por sus morfologías diversas (ovales, triangulares y rectangulares), convence a su esposo Luis XVI a que promulgue una ley que norme y establezca su diseño cuadrado. Ciertamente la anécdota sucede en los aposentos de la realeza francesa pero, en gran medida, es gracias a esa estandarización que se populariza de manera progresiva el uso de los pañuelos.
Aunque la lujosa casa de moda Hermés encumbra al carré (“cuadrado en francés), desde 1937, como su más emblemático pañuelo, las fábricas y las modistas de todo el mundo y de todos los presupuestos imitarán el modelo: el formato cuadrangular facilita la confección en distintos tipos de tela, de todos los costos, colores y texturas. “Es la prenda de vestir con la forma más Fotograma de «Roman Holiday». Sencilla posible y, sin duda, la más antigua”, declaró alguna vez Olivier Saillard, quien fuera director del museo Palais Galliera de París.
Desde entonces, podemos contemplar a algunos hombres portando un pañuelo planchado y doblado a la perfección en el bolsillo superior de sus chaquetas, y a las mujeres ensanchando sus posibilidades, cubriendo el cabello con él o atándolo al cuello, al estilo imperecedero de Audrey Hepburn.