Autor: Por Miguel Núñez Mercado
Cuando los obreros del salitre llegaron a La Calera Colgados del tren del norte
) El alcalde Blas Olivares Arancibia, quien tuvo a su cargo la recepción de los cesantes salitreros que llegaron a La Calera. La caída de la Bolsa de Valores de New York repercutió fuertemente en La Calera. Una de las mayores crisis económicas de la historia, tuvo en la entonces pequeña ciudad del centro de Chile, un escenario especial. Hasta el pueblo, estrechado por el cerro y el río, llegaron cientos de obreros que habían perdido su fuentes de trabajo, por la crisis financiera internacional. Las consecuencias fueron tremendas. Se produjo la quiebra de bancos e industrias y el paro y la ruina de campesinos. Aunque el hecho más llamativo fue la quiebra de la industria del salitre, entonces, la materia prima que aportaba la mayor cantidad de ingresos al país. El cierre de muchas de las salitreras generó el éxodo de miles de obreros del caliche que volvieron a la zona central de Chile. Por ser el punto inicial del tren del norte que unía a La Calera e Iquique, atrajo a muchos de los cesantes del salitre.
No era la primera vez que se convertía en una ciudad de acogida: antes había recibido a los españoles, que huían de la crisis económica de su país; a los italianos y palestinos que escapaban de las guerras europeas. UN PUEBLO SOLIDARIO Entonces, la ciudad contaba con una población de apenas 11 mil 34 personas, que vivían en 851 viviendas. La mayoría en el centro, con tres mil 992 habitantes, y los otros en los fundos de La Palmilla, La Cruz y El Peñón. No era más que una gran aldea, con una fábrica de cemento, algunas empresas mineras, algunas otras industrias menores y, principalmente, las labores del campo.
A pesar de ser una apacible y humilde aldea, aún más campesina que industrial, la Municipalidad, (convertida sólo en una Honorable Junta de Vecinos) a cargo entonces del alcalde Blas Olivares y los vocales Juan Manuel Hidalgo y Guillermo Crisóstomo Morales, trataba de impregnarle algún desarrollo.
El 20 de junio de 1930 se iniciaron los trabajos para pavimentar la vereda poniente de la calle Corresponden a la mayor oleada de inmigrantes, quienes junto a los españoles, italianos y palestinos —y los que siguen llegandole han dado a la ciudad una multiculturalidad que es la generadora de la singular condición de ser calerano José Joaquín Pérez. Sin embargo, pese a sus intentos de desarrollo material, la Municipalidad de La Calera debía luchar con otros hechos ligados a la vida y la muerte. El entonces teniente de Carabineros, Martín Morales, hizo presente a la Honorable Junta de Vecinos que la Corporación debía enfrentar las graves enfermedades sociales que hacían mella en el pueblo.
En la sesión del 18 de julio de 1930, el teniente Martín Morales denuncia que tenía conocimiento que “en numerosas casas particulares se ejercía la "trata de blancas y la prostitución clandestina”. La Municipalidad solicitó un informe sobre los problemas de enfermedades que enfrentaba la ciudad, al médico sanitario de la Municipalidad, el doctor Guillermo Sola.
En su informe, el doctor Guillermo Sola hizo un retrato dramático de la situación sanitaria de la ciudad -que entonces también incluía a Ocoa y parte de La Cruz-. El médico relató que las condiciones que vivían los caleranos, en 1930, eran de un gran hacinamiento de las familias en hogares de mala calidad y “con enfermedades sociales, peste blanca y otros males, que causan alarma”. EL DOCTOR SOLA Y EL TIFUS EXANTEMÁTICO Hasta el momento, no había mayores huellas de que la crisis económica mundial alcanzara al pequeño pueblo del centro de Chile. De todas maneras, la condición de insalubridad que denunciara el teniente Martín Morales y refrendara el doctor Guillermo Sola, obligó a las autoridades a tomar medidas. Una de ella fue instalar una Casa de Socorros en calle Latorre. Sin embargo, hacia la Navidad de 1930 comenzaron a llegar los trenes cargados con obreros cesantes del salitre. Muchos de ellos eran caleranos que volvían.
“Si antes se habían ido llenos de sueños en los ahora volvían en busca de la posibilidad de tener algún tipo de trabajo y poder comer”. Si la situación anterior a la llegada de los obreros salitre- ) El médico municipal y luego alcalde de la ciudad, doctor Guillermo Sola Miranda, quien expuso su vida para ayudar a la extinción de la peste del tifus exantemático. Ros era compleja, ahora lo era más. Surgieron las "ollas comunes que se instalaban en cualquier parte; el doctor Sola se hizo cargo de la “limpieza” de los obreros que traían la mortal peste del piojo exantemático. A muchos, la enfermedad les había cobrado la vida en el viaje desde el norte. Quedaron, con su cara al sol, en medio del desierto. El problema había alcanzado niveles nacionales y el alcalde Blas Olivares debió concurrir a Santiago, en la primera quincena de enero de 1931, para narrar lo que se estaba viviendo en La Calera. La reunión determinó desarrollar un trabajo mancomunado entre todas las ciudades. Tener un servicio bromatológico y generar un servicio de alimentación popular balanceada. Pero, las medidas que tomaban el Gobierno y la Municipalidad de La Calera no alcanzaban a cubrir las necesidades de nuevos obreros del salitre que llegaban a la ciudad. “Eran hombres hambrientos, que no morían en el viaje hacinados en carros ferroviarios de animales.
Si no podían conseguir comida o trabajo, algunos se dedicaron al pillaje o a la prostitución”. Ante el aumento de la gravedad del problema, la Junta de Vecinos (Municipalidad) decide redistribuir el escaso presupuesto de la Corporación para prodigar alimentación y medicamentos a los hambrientos y los enfermos. También se hacía grave el problema de vivienda, pues los obreros del salitre y sus familias vivían en las calles. Sin embargo, la solidaridad de los caleranos no se agotó nunca.
Las crónicas de la época hablan de la “organización de beneficios para los obreros cesantes del norte”; de “colectas provinciales para comprar alimentos”; de “agricultores que comparten sus cosechas con los que tienen hambre”; de “la Botica Alfaro y Familia que rebajaba sus medicamentos para los que sufrían”. El provocado por un piojo, generaba más problemas y muertos.
El doctor Guillermo Sola, con algunos voluntarios, asumió ese problema que en Santiago había causado el fallecimiento de médicos, que trataban de enfrentar la enfermedad. (Pablo Neruda dedicó su primer libro “Crepusculario”, al doctor Juan Gandulfo, quien murió en esta lucha). LA ESPERANZA DE “EL TRIGAL” El 17 de abril de 1931, se le da la oportunidad a la MuniCipalidad de buscar opciones y crear espacios en la ciudad para viviendas de emergencia. En el costado sur del río, se habían ganado unos terrenos al lecho del caudal. Allí, la familia Huici mantenía un gran silo de almacenamiento de trigo. Allí, en esos terrenos que rezumaban humedad, se instalaron las familias de los obreros.
De allí, del sitio donde los Huici almacenaban sus cosechas de trigo, surgió el nombre de “El Trigal”, la población popular que construyeron los obreros del salitre y que, con el tiempo, lograron consolidar con las generaciones que le siguieron. También ocurrió con “Entrepuentes”, población ubicada entre el puente ferroviario y el carretero. El alcalde Blas Olivares consiguió la expropiación de los terrenos, aunque la tramitación duró muchos más años que sus mandatos. Pese a todas las gestiones y obras, el problema crecía todos los días. A veces por la llegada de nuevos trenes con obreros del salitre o por las pestes que generaba la pobreza. La rabia animal o hidrofobia comenzó también a causar trastornos. Se determinó que el dueño de todo perro que fuera encontrado sin bozal sería multado con diez pesos. Además, la Municipalidad creó una Comisión de Subsistencia, integrada por Herman Amthor, Manuel Arecco y Agustín Torres, que fiscalizaron los precios fijados de los alimentos de primera necesidad. También se resolvió rebajar el sueldo del personal municipal de aseo, en quince pesos cada uno. También se suspendió de sus funciones al inspector de escuelas y a la matrona de Ocoa se le rebajaron sus ingresos mensuales en la mitad de su sueldo. La ciudad estaba en un estado de extrema postración. La rebaja en los costos buscaba crear trabajos públicos para generar alguna tranquilidad a los cesantes y algunos ingresos económicos. Treinta trabajadores se contrataron para la reparación y ornamentación de la ciudad. Otros, en la mantención del camino entre Ocoa y La Palmilla. Con el apoyo del Rotary Club se consiguió que los nuevos trabajadores recibieran alimentación básica para ellos y su familia, más una cajetilla de cigarrillos y un pago de 50 centavos diarios. El Rotary Club aportó 700 pesos y la firma Arecco Hermanos una gran cantidad de paquetes de cigarros. También la British American Tobacco Company hace llegar a la Municipalidad más de 200 cajetillas de cigarrillos para los cesantes. Se suspenden todas las actividades públicas que no fueren en beneficio de los obreros salitreros cesantes. La ciudad estaba en un “estado de solidaridad”, con el que esperaba amilanar la tragedia. La empresa Cemento Melón se disculpó por no poder contratar algunos de los cesantes que mantenía la Municipalidad, porque estaba tratando de mantener en sus puestos a los suyos.
“Encontrándonos en la difícil situación de mantener en sus labores al mayor número de nuestros obreros, nos es imposible ayudar a los cesantes que sostiene la Municipalidad". LA RENUNCIA DE LA JUNTA DE VECINOS Entretanto, en Chile, la crisis económica había llevado, por una rebelión popular, a la caída del general Carlos Ibáñez del Campo de la Presidencia de la República; se Había sublevado la Armada; y los campesinos en Ranquil. La situación presagiaba la implantación de un nuevo orden político, que se manifestó con la República Socialista. Sin embargo, en La Calera, la tarea seguía siendo diaria. La alimentación, la salud, la vivienda, el trabajo, eran las acciones que todos los días debían asumir las autoridades locales. El 7 de agosto de 1931, Blas Olivares y sus vocales decidieron poner a disposición del nuevo gobierno sus puestos. Estaban cansados, sin recursos y con el problema aún latente. Seguirían apoyando desde otros puestos. El nuevo Gobierno de Chile terminó con la Junta de Vecinos y devolvió a La Calera su condición de Municipalidad. El doctor Guillermo Sola asumió la Alcaldía, acompañado por los regidores Zacarías Silva, Jorge Clavero, Santiago Gómez, Guillermo Crisóstomo Morales, y Dubelín Pizarro. La Municipalidad determinó un escuálido presupuesto anual, para 1932, de 179 mil 650 pesos con 89 centavos. Se cobró, judicialmente, a los deudores de la Corporación por impuestos por bienes raíces y patentes comerciales, industriales y profesionales. Casi nadie pagaba, pues la crisis alcanzaba a todos los sectores. La Municipalidad denegaba los permisos para bailes o fiestas, aunque éstas tuvieran el carácter de beneficiarias para los obreros cesantes.
La resolución municipal se basaba en el argumento moral que: “En vista de constituir un sarcasmo irrisorio que mientras unos sufren enormes miserias, otros se deleiten”. Aunque, el 23 de octubre de 1931, se ofició presentar al Inspector Sanitario y al Jefe de la Tenencia de Carabineros (que tenía a su cargo sólo cinco hombres) un reglamento sobre los burdeles, para que se ajustaran a las normas sanitarias de la época.
“En virtud del peligroso auge que está tomando el funcionamiento de muchas casas de citas, vulgares prostíbulos”. También la nueva Municipalidad tuvo que ser inflexible con la familia López Magquieira, descendientes de los fundadores de la ciudad, que se negaban a pagar los impuestos sobre sus bienes raíces. Igualmente, se exigió a las antiguas agencias de ueños préstamos sociales, (la “Tía Rica”) que no remataran las prendas en ropas dejadas por los obreros cesantes. Lo cierto es que la ciudad, y la Municipalidad, no daban más, pues los obreros del salitre seguían llegando y los problemas en vez de restarse se multiplicaban.
El 30 de octubre de 1931, el alcalde Guillermo Sola señalaba “la imposibilidad de la Municipalidad de seguir atendiendo los gastos que se originan en la mantención de los obreros cesantes, pues ya no hay fondos de qué disponer para estos”. La situación fue puesta en conocimiento de las autoridades de Gobierno -las que también estaban con problemasdonde se comenzó a trabajar en un proyecto de obras públicas. Entre ellas, la construcción de la moderna Estación de Trenes de La Calera, que aportaba andenes para la vía Valparaíso a Santiago y para el tren entre La Calera e Iquique. LOS NUEVOS CALERANOS Aunque esto demoraría en concretarse, pues a la población obrera cesante de las salitreras, se añadió la proPia.
El alcalde Guillermo Sola añadía que “los cesantes que vienen alimentándose en el albergue desde julio, se han agregado 56 raciones de otros obreros del pueblo, los que se suman a no menos de 400 en el albergue, además de otras 60 raciones que se daban en las casas particulares”. Por su parte, los obreros cesantes también tenían sus exigencias para desempeñar alguna labor, porque “no quieren trabajar en nada que no sea pagado”, y, también, “por distintas razones que hacen valer, como no tener más ropa para sustituir que la que tienen puesta y que en el trabajo se les estropea y se les ensucia más”. La situación comenzó a componerse lentamente con el inicio de algunas obras públicas y alguna dispersión de los obreros cesantes que partieron a otros lados (El Melón, Catemu, entre otras). Aunque la alerta se mantuvo en la ciudad, los que llegaron del norte, en su mayoría se asentaron En la ciudad y construyeron sus poblaciones. No hay datos de cuántos fueron los obreros cesantes de las salitreras que asentaron definitivamente sus vidas en La Calera. Aunque el Censo Nacional de 1930 señala la existencia en la comuna de 11 mil 34 caleranos, en la medición poblacional de 1940 se indica la residencia de 13 mil 303 habitantes. Las cifras no reflejan muchas cosas que se vivieron en esa época.
Entre ellas que los límites de la comuna se rebajaron en beneficio de otras comunas y, tampoco, consideraron la condición trashumante de los caleranos que, hasta ahora, mantienen la condición de viajar hacia los sitios donde esté el trabajo. De todos modos, ésta es sin duda la mayor cantidad de inmigrantes que alguna vez recibió La Calera.
La misma ciudad que, durante toda su historia, ha sido tierra de acogida para los que sufren en cualquier parte del Mundo, sigue siendo hoy día un lugar de acogida para haitianos, colombianos y venezolanos y todos los que vengan Después. El verdadero “asilo contra la opresión” del que habla nuestro himno. Donde no se le pregunta a los que lleGan ¿ de dónde vienes o quién eres? sino ¿ qué necesitas? Así llegaron los obreros salitreros a La Calera.