Autor: POR JORGE ROJAS
100 días de cuarentena en un condominio de ancianos
En los próximos días, los 17 adultos mayores que viven en el Condominio de Viviendas Tuteladas Troncal San Francisco, de Puente Alto, cumplirán 100 días de confinamiento. En estos meses, sus movimientos se han reducido al máximo. Ya no salen a buscar sus pensiones, a pagar cuentas, a comprar, no se juntan con otros vecinos y sus familiares tienen restringido el ingreso. Viven en una comuna con casi 20 mil contagiados y más de 400 fallecidos.
No les hace falta la comida, dicen, pero la vida puertas adentro y la soledad los están orillando cada día más a preguntas sin respuesta. ¿Cómo se vive el encierro cuando se le teme a la muerte? “(Quiero estar con mi familia, eso es lo que me pasa. No sé sia todas mis vecinas les ocurre lo mismo, pero tengo angustia por no poder tocar a mis hijos”, dice Mafalda Barrera. Mafalda tiene 78 años y llegó a vivir al Condominio de Viviendas Tuteladas Troncal San Francisco en 2015, Hoy pasa el confinamiento en soledad La angustia la tenía así.
Con una sensación de ahogo, un miedo descontrolado y un llanto incontenible, “¿ Qué pasa si mi hijo se enferma?, se pre= guntaba Mafalda Barrera, de 79 años, acostada aún en su cama aquella mañana de fines de junio. “¿O si me enfermo. Yo? ¿ Y si me muero?”, continuaba. Los pensamientos circulares, que en el último tiempo se habían hecho más frecuentes, habían llegado a un punto en que no la dejaban descansar.
Venían durante la noche, pero por sobre todo en las mañanas, El día anterior, después de haber estado contando muertos y fallecidos en cada informe del gobierno, por más de 90 días de cuarentena, Mafalda vio en la televisión que dos ancianos habían fallecido: uno se había suicidado y el otro había muerto en soledad, delatado solo por el mal olor del abandono. Una noticia que terminó por desestibar su ya atormentada cabeza: “Señor, que se me borre lo que estoy pensando, que se me borre”, dice que se repetía en voz alta esa mañana. Pero al terminar los ruegos, las preguntas seguían allí. Mafalda, a quien sus amigas le dicen recuerda que sintonizó la radio y puso música.
En otras ocasiones eso le había servido para bajar la ansiedad, pero esta vez no funcionó, Entonces recordó un número del Senama, el “Fono Mayor”, que había anotado luego de e: cuchar a alguien en la televisión, y se comunicó desesperada. —Me contestó una mujer y lloré los 30 minutos que duró la llamada. Le dije que había amanecido con una angustia grande y ella me decía que me calmara, que la pandemia iba a pasar, pero que si quería seguir llorando que lo hiciera. Es que quiero estar con mi familia, eso es lo que me pasa. No sé si a todas mis vecinas les ocurre lo mismo, pero tengo angustia por no poder tocar a mis hijos o darles un beso a mis nietas. Echo de todas esas cosas —explica.
Mafalda vive en un Condominio de Viviendas Tuteladas (CVT) llamado “Troncal San Francisco”, dependiente del Senama y administrado por el Departamento del Adulto Mayor, de la Dirección de Desarrollo Comunitario de Puente Alto, Ocupa una de las 16 casas que existen allí destinadas a ancianos autovalentes que no poseen vivienda propia. Llegó hace cinco años. El lugar tiene un patio central con un jardín, bancas para descansar y una sede social donde se realizan todas las actividades recreativas.
A cargo del recinto está Eduardo Urra, monitor y asistente social de 34 años, que les presta ayuda, responde sus dudas, soluciona conflictos, canaliza demandas, sirve de compañía y, desde que el 9 de abril decret; ron la cuarentena en la comuna, es el encargado de sacar los permisos temporales para quienes necesitan hacer trámites. Luego de cortar el teléfono, Mafalda lo llamó a él. —Le pedi autorización para que pudiera venir mi hijo, porque necesitaba verlo —recuerda, Mafalda estuvo toda la tarde acompañada. No era solo el encierro, la soledad ni el miedo a la muerte, lo que la tenía así. Días antes, su vecina Ida Soto, de 93 años, había fallecido. En noviembre de 2015, durante la primera noche que Mafalda durmió en el condominio, ella se tiró arriba de una colchoneta que una vecina le prestó. Llegó a esa casa sin nada, solo con un bolso con ropa. Sus problemas de vivienda se arrastraban desde 2009, cuando sus cuatro hermanos decidieron vender la casa familiar, ubicada en Independencia, donde todos se habían criado. Mafalda, que nunca abandonó Juan Álvarez y Rosa Barra se conocieron en actividades para adultos mayores y se pusieron a pololear.
Hoy ambos viven en el condominio, El hogar familiar, cuidó allí primero asu padre, quien falleció en 1989, y luego a su madre, que murió en el año 2000, tras padecer de alzheimer por más de una década En los 80, Mafalda fue peluquera Montó un negocio en Vitacura, el que luego tuvo que dejar para acompañar a su mamá, que tras quedar viuda cayó en depresión. Mafalda se instaló con la pe Juquería en la casa, tenía dos hijos, una mujer y un hombre, pero cuando su mamá comenzó a perder la memoria, Dejó de trabajar. Para entonces, también era abuela de dos niñas, por parte desu hija, las que quedaron bajo su custodia Juego de que la joven abandonara la casa. Mafalda se transformó en una triple cuidadora: de su mamá, de su hijo y de sus nietas, que aún eran menores —Esa fue una etapa muy complicada. Quedamos viviendo con la pensión de mi mamá y la mía, que era de 110 mil pesos. Más tarde, cuando ella falleció, me quedé ahí por nueve años, hasta que mis hermanos vendieron la vivienda en Ida Soto y Cardenio Contreras llegaron a vivir al condominio en 2005. Fueron de los primeros habitantes del lugar.
Ambos están hoy fallecidos. 2009, luego de una recesión —cuenta. "ras eso, se inscribió en el programa de Viviendas Tuteladas, un proyecto que nació en 1996 bajo la administración del Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu) y que en 2003 pasó a manos del Senama. Los CVT fueron una política habitacional que buscaba dar solución a las personas mayores con pocas redes que residían en campamentos, en la calle o estaban de allegados.
Desde aquel primer conjunto que se inauguró en La Pintana, para 46 perSonas, y a pesar de que cada año son más, los cupos siempre han escaseado, Esa fue la pared con la que Mafalda chocó durante cinco años. En ese tiempo, comenzó a arrendar junto con su hijo.
Al principio vivieron en Conchalí, con el dinero de la venta de la casa, unos 8 millones de pesos aproximadamente, pero cuando éste se acabó, ella se empleó puertas adentro para cuidar a la hija de una amiga.
Ese trabajo le permitió sortear la falta de vivienda, Fue en la misma época que sus nietas volvieron a vivir con su madre Durante todos esos años, Mafalda llamó incesantemente para saber si le habían asignado un hogar, pero la respuesta siempre era negativa. —Me decían que no habían casas, hasta que un día fui a la oficina y me contaron que mis papeles se habían perdido. Como había esperado tanto, me dieron un cupo inmediatamente. Imagínese, postulé a fines del primer gobierno de Michelle Bachelet y larecibí a comienzos de su segundo mandato —recuerda.
Mafalda cruzó todo Santiago para instalarse en Puente Alto, Luego de esa primera noche, un sobrino le regaló “Uno de cada dos personas atendidas manifiestan angustia, crisis de ansiedad o de pánico, alteraciones del sueño y comportamiento suicida”, explica Ana Paula Vieira. “La cuarentena para nosotros ha sido muy triste. Yo creo que si a mí me da el virus, me lleva altiro, porque sufro de la presión alta y de diabetes”, cuenta Rosa Barra. El condominio fue inaugurado en 2005. Desde entonces, los ancianos que han pasado por allí, han habilitado jardines y espacios comunes. Desde que se decretó la emergencia sanitaria, sin embargo, evitan las reuniones. Eduardo Urra es asistente social y monitor del condominio. Habla con los ancianos por teléfono todos los días y una vez a la semana los visita para repartir cuadernillos de estimulación cognitiva. Una cama y una amiga la cocina. La casa tenía 50 metros cuadrados, distribuidos entre el living, la cocina, el baño y una pieza. Aunque era un comodato, la sentía como suya. A los 74 años, Mafalda empezó de cero. —Acá descubrí mi independencia. Ya no tenía que vivir para los demás. Siempre digo que esto es como una segunda oportunidad, como una segunda familia —describe.
En el condominio viven17 personas y seis son parejas, entre ellos Juan Álvarez y Rosa Barra, de 88 años, una de sus mejores amigas allí —Ella siempre está preocupada de la gente que está enferma acá —dice Rosa, que es de las más antiguas. Juan y Rosa se conocieron en un centro del adulto mayor y se pusieron a pololear.
Cada uno vivía con sus hijos, hasta que en agosto de 2015 a Juan le salió la posibilidad al CVT Troncal San Francisco y le propuso a Rosa que lo acompañara. —Acá he conocido la felicidad —dice ella. En estos meses de encierro, estar acompañado ha resultado fundamental. —Con mi viejo conversamos, nos reí'mos y a veces peleamos. La cuarentena para nosotros ha sido muy triste. Yo creo que si a mí me da el virus, me lleva altiro, porque sufro de la presión alta y de diabetes —cuenta Rosa.
Echa de menos los abrazos, las juntas enla plaza del condominio, tomar el sol de invierno, una conversación sobre la del jardín, las actividades que el municipio les preparaba y a su vecina Ida Soto, que hace poco más de dos semanas falleció. —Mafi cuidó mucho de ella —dice. Mafalda recuerda una de las últimas conversaciones que tuvo con su vecina Ida Soto: “Como que me estoy muriendo”, cuenta que le dijo ella en febrero pasado. Ida tenía 93 años y vivía en el condominio desde que éste había comenzado a funcionar en 2005. Nació en Temuco, vivió en Puerto Montt, donde conoció a su pareja Cardenio Contreras, y más tarde se vino a Santiago en 1978.
Ambos llegaron a vivir a la casa de la hija de Cardenio, en La Florida, y allí se quedaron por casi 30 años en una pieza, hasta que se cambiaron al CVT. —Mi abuelo trabajó mucho tiempo de comerciante ambulante de aves; llevaba canarios, catas, cardenales, loros, tortugas y jaulas a muchas partes del país—recuerda Jaime Contreras, su nieto. Ida y Cardenio formaron parte de la directiva de la comunidad del CVT. Si no estaban planificando algo para la comunidad, pasaban las tardes mirando el tiempo correr. Se sentaban gran parte del día a observar la calle, salían a visitar a sus familiares e iban de comprar al paradero M de Vicuña Mackenna. Vivían con dos pensiones asistenciales de O mil pesos cada una, que su nieto no sabe cómo las hacían rendir. —Acá ellos se independizaron. Aun= que sabían que la casa no era heredable, la hicieron suya. Se sentían cómodos y seguros. Tenía un espacio de tranquil dad que nunca habían logrado, porque ellos siempre vivieron de allegados —agrega el nieto. La vida en pareja duró hasta 2012, cuando Cardenio falleció de un enfisema pulmonar. Ida continuó viviendo sola.
En 2015, luego de que su vecina del lado también muriera, conoció a Mafalda, que ese año llegó a ocupar la casa que había quedado disponible, Se hicieron amigas rápidamente. —El año pasado, como en mayo, le deTectaron una diabetes. Imagínese, a los 92 años. Yo tenía que ir a dejarle las inyecciones de insulina y la acompañaba al CESFAM Bernardo Leighton, de Puente Alto. La señora Mafi fue la que nos ayudó en ese tiempo a cuidarla —cuenta Jaime Contreras. En septiembre de 2019, su nieto le celebró el cumpleaños en su casa y se la llevó también a pasar el Año Nuevo, Su salud —recuerda— ya no era la misma. Se empezó a descompensar de manera paulatina, pero en junio los síntomas fueron fulminantes. Se cansaba, tenía dolores de estómago y había comenzado a adelgazar. Fue la misma época en que Mafalda le escucho decir que “se estaba muriendo”. —Ella tenía la cabeza perfecta. Cocinaba, limpiaba y se hacía de todo. Yo la Acompañaba al consultorio o le iba a buscar sus remedios. El problema fue que de un día para otro se le declaró un cáncer al páncreas —dice ella. En el condominio todos recuerdan la semana del jueves 18 de junio, el último día en que la vieron. —Le saqué una hora al médico y partí a buscarla. Cuando llegué a su casa fue bien fuerte verla así. Entré a su dormitorio y estaba mal. La tuve que brazo, la duché, le cambié ropa, le di desayuno, igual que como a una niña. Allí me dijeron que tenía un bloqueo en una arteria y que la lleváramos a urgencia enel hospital. Allá empezaron a hacerle exámenes —explica Jaime. Ida estuvo seis días internada y falleció. El cáncer se había extendido del Páncreas alos riñones y luego al hígado. Aunque no murió por covid, en el hospital —cuentael nieto— les recomendaron realizar un funeral express. La sepultaron dos días más tarde, a las IL de la mañana del jueves 25 de junio. Antes, la carroza que llevaba el cuerpo hacia el cementerio atravesó lentamente por el frente del condominio para que sus vecinos la despidieran. El vehículo se paró allí por diez minutos y los ancianos, con mascarillas, guantes y pañuelos blancos, salieron a contemplar el féretro, que estaba cerrado y sellado. Le co'mentaron a Jaime que su abuela era una excelente cocinera, que hacía muy buenos queques, cazuelas y garbanzos, y en silencio la vieron partir. Nadie dijo nada. Hacía frío y estaba nublado. Wn Todos los días, Mafalda agarra el trapero y los frota por el piso. Aunque siempre está limpio, esa rutina evita que las preguntas que la atormentan vuelvan a aparecer. —Nunca antes había limpiado tanto el mismo lugar de mi casa —dice riendo. Desde que comenzó la cuarentena, todos sus días son iguales, Se despierta a las seis de la mañana, desayuna a las siete en lacama y luego se queda viendo televisión hasta las once. Si no hay que cocinar para el almuerzo, pasa de largo con pijama hasta el medio día. En la tarde velas teleseries, limpia el piso, toma onces y luego se acuesta. Es en ese momento en que, estando en silencio, las preguntas que la atormentan vuelven a aparecer.
Mafalda cree que son muchos factores los que la tienen así, pero el principal es emocional: el encierro, la soledad y el miedo a morir. —Me da pena no poder tocar a mis hijos; me daría pena morirme y que ellos estén lejos de mí —dice. Eduardo Urra, el monitor del condominio, ha estado atento a los cambios de ánimo.
Como no puede ir todos los días, para no exponerlos, ha establecido una rutina de llamados diarios y una visita semanal en la que va casa por casa entregando cuadernillos de estimulación cognitiva y escuchando lo que tengan que decir.
Urra, que solo lleva dos años como monitor en ese lugar, procesa las tristezas y preocupaciones del resto, Según cifras del Senama, el “Fono Mayor”, el número al que Mafalda se comunicó, pasó de recibir nueve llamadas diarias antes de la cuarentena, a casi300 que se realizan hoy. Son ancianos Que preguntan sobre cómo realizar trámites digitales para los que no estaban preparados, pero en la gran mayoría son personas angustiadas como Mafalda, que necesitan alguna intervención en salud mental.
Cuando pasa eso, las operadoras, muchas de las cuales son funcionarias del Senama en teletrabajo, las derivan a la Fundación Míranos, una institución con la que tienen una alianza y que se dedica a prestar apoyo psicológico a adultos mayores con conductas suicidas. —Desde el 25 de marzo hemos realizado más de 950 intervenciones en sa Jud mental vía remota —dice Ana Paula Vicira, psicologa y presidenta de la fundación. De esa cifra —agrega— 80% de los lla'mados son de adultos mayores y 12% son de los familiares que los cuidan.
Uno de cada dos personas atendidas manifiestan claros síntomas de deterioro en su salud mental, como angustía, crisis de ansiedad o de pánico, alteraciones del sueño y comportamiento suicida, que son el 5% delos llamados que recibimos, Nos hemos encontrado con personas que incluso nos han contado que llevan varios días sin comer —explica. En el condominio, cuenta Mafalda, el alimento aún no ha sido un problema para ellos. Desde marzo que prácticamente no han tenido que gastar en comida, porque les han llegado diversas ayudas, como implementos de protección, cajas con víveres y platos preparados. En estos meses —agrega— ha podido ahorrar parte de los 143 mil pesos que recibe de pensión. Algo que nunca había podido hacer. —Hemos recibido cosas de todos lados.
Incluso han aparecido más los familiares y eso es muy bueno, Antes, casi nunca ningún tutor me llamaba para saber de elloso para preguntarme si necesitaba alguna ayuda, y hoy sí lo han hecho —cuenta Eduardo Urra. En las próximas semanas, la casa de Ida será desalojada. Es parte del protocolo de egreso que tienen los CVT.
Cada vez que fallece un anciano, se termina el comodato, los tutores retiran las cosas y una cuadrilla de obreros reparan las viviendas para dejarlas habilitadas para nuevas personas, empezó la pandemia, nosotros pusimos restricciones para el ingreso a los CVT, pero ahora lo estamos permitiendo.
Se exige PCR negativo y una cuarentena de 14 días adentro de la casa, Hemos tenido 10 contagiados y tres muertes, en los 54 condominios que hay en todo Chile —detalla José Miguel Morales, jefe territorial del Senama De las 1041 viviendas que hay disponibles en todo el país, 970 están ocupadas. La lista de espera es grande. Solo en la Región Metropolitana hay más de 300 ancianos sin redes de apoyo esperando por ingresar. Jaime Contreras, el nieto de Ida, cree que no irá a buscar las cosas de su abuela, Le propuso a Eduardo Urra que entre todos los ancianos se las repartan.
No piensa que sea justo que él se las lleve y luego las venda. —Mejor que queden ahí, donde mi abuela le encontró sentido a la vida —dice, En las próximas semanas, Mafalda tendrá una nueva vecina. S