COLUMNA DE OPINIÓN: Una mala solución a un problema inexistente
Una mala solución a un problema inexistente ¿ TIENE SENTIDO QUE ESTADOS UNIDOS COBRE ARANCELES AL COBRE QUE IMPORTA PARA SU PROPIO USO? Más allá de los efectos para países productores como Chile --efectos que parecen ser muy acotados-¿ está en el mejor interés de EE.UU. imponer ese tipo de tarifas? Entender el problema desde la perspectiva estadounidense ayuda a anticipar --aunque sea de manera algo especulativa-si el arancel del 50% sobre el cobre importado, incluido el chileno, llegará a entrar en vigor y sostenerse en el tiempo. Y al repasar la lógica de la medida anunciada por Trump, todo apunta a que se trata de una mala solución a un problema inexistente.
Partamos por el supuesto problema que EE.UU. intenta resolver: según se ha dicho, la dependencia de cobre importado --cerca de la mitad del cobre refinado que consume-sería una amenaza a la seguridad nacional. ¿Es eso cierto? Muy discutible.
Es verdad que el cobre es clave en una serie de industrias sin las cuales la economía estadounidense no funcionaría bien: generación y redes eléctricas, construcción, fabricación de autos, data centers, artículos electrónicos e incluso defensa (aunque en este último caso, el consumo es bajo en relación con la producción local). También es cierto que asegurar la infraestructura crítica y las cadenas de suministro puede formar parte de una concepción amplia de seguridad nacional. Pero que un país importe una parte significativa de un producto esencial no es, por sí solo, una fuente de riesgo. Ese parece ser el primer equívoco.
La dependencia de importaciones solo es un problema si los proveedores están muy concentrados, si son poco confiables --ya sea por riesgos operacionales o por su disposición a usar el suministro como herramienta geopolítica-y si no son fácilmente reemplazables. Visto así el asunto, claro, Estados Unidos compra cerca de dos tercios de su cobre refinado a Chile --una proporción tal vez mayor a la deseable-y casi todo el resto a Canadá, México y Perú.
Pero es difícil imaginar socios comerciales más confiables que esos. ¿O pensarán en la administración Trump que alguna de esas capitales está evaluando cortar el suministro a la mayor potencia del mundo por razones políticas? Esto no es Putin cerrando la llave del gas a Europa. Además, las compañías que producen y venden ese cobre desde Chile están controladas por chilenos, estadounidenses, europeos o australianos. El riesgo de interrupción es bajísimo. Y en un mercado global como el del cobre, no es difícil encontrar proveedores alternativos. En resumen: importar cobre refinado no representa un problema serio para EE.UU. Pero concedamos, por un momento, el beneficio de la duda al Presidente Trump y supongamos que tiene sentido producir más cobre refinado localmente. ¿Son los aranceles la forma correcta de hacerlo? Muy improbable. Muchas de las inversiones necesarias para reemplazar el cobre importado son de alto costo, rentabilidad incierta y con plazos de aprobación y ejecución que exceden con creces el tiempo que le queda al actual gobierno.
Y nadie invertirá cientos o miles de millones en proyectos viables solo si están protegidos por un arancel del 50%, impuesto sin deliberación legislativa y por un gobierno que --¿ cómo decirlo?-no ha dado precisamente ejemplo de consistencia en el tiempo. Así que no, las tarifas no son una buena idea. No ayudarán al desarrollo de capacidad local, pero sí encarecerán el cobre para las industrias estadounidenses que lo usan, afectando su rentabilidad y elevando precios al consumidor final.
Estados Unidos podría hacer cosas más sensatas: agilizar los permisos para proyectos mineros viables sin protección arancelaria; fomentar el desarrollo de fundiciones secundarias para procesar chatarra que hoy se exporta a China; promover la aceptación social de la minería y formar capital humano (la Universidad de Minería y Tecnología de China gradúa más estudiantes por año que todos los programas de ingeniería minera en EE.UU. ); evitar distorsiones en el mercado global del cobre mediante acuerdos bilaterales discrecionales; y respetar los tratados de libre comercio, porque siempre dependerá de sus socios para asegurar su abastecimiento y porque alienarlos solo tensiona las relaciones y puede dar excusas a quienes ya coquetean más de la cuenta con los BRICS. ¿Y qué debería hacer Chile? Mantener la calma y evitar sobrerreacciones. El impacto para el país de esta medida sería muy bajo: solo algo más del 10% del cobre chileno se exporta a EE.UU., y el costo del arancel lo asumirán los importadores estadounidenses. Si no, las compañías chilenas redirigirán esos cátodos a otros mercados. Chile debe manejar este episodio como política de Estado, explorar acuerdos mutuamente beneficiosos y tener paciencia. Porque por mucho que haya incentivos políticos internos detrás de estos aranceles, no sería raro que terminen siendo de vida corta. Una mala solución a un problema inexistente Chile debe manejar este episodio como política de Estado, explorar acuerdos mutuamente beneficiosos y tener paciencia. Porque por mucho que haya incentivos políticos internos detrás de estos aranceles, no sería raro que terminen siendo de vida corta". ANÁLISIS Juan Carlos Jobet.