Autor: POR Sebastián Varela, DESDE LA REGIÓN DE VALPARAÍSO.
LA MEZCLA ESPECIAL DE LOS MOLLES
Cotono.
En ecología, así se le conoce a la región donde un tipo de hábitat o entorno natural se encuentra con otro y exhibe una rica mezcla de ecosistemas, en la cual el número de especies vegetales y animales es usualmente mayor al de comunidades adyacentes. En la zona de Los Molles, en el noroeste de la Región de Valparaíso, por donde la Panamericana vuelve a correr con vista al mar, los climas transmutan. Allí se junta lo mejor de dos mundos: las características semiáridas del Norte Chico con elementos del templado Valle Central. Un balance perfecto de biogeografías que hoy se ve amenazado. El avance inmobiliario arrasó con parte del humedal Estuario Los Molles, ubicado en la desembocadura de la Quebrada Los Coiles, frente a la playa principal.
La construcción de una serie de edificios significativamente altos para el lugar no solo fue un atentado a la estética, sino que su levantamiento irrumpió en la interacción de sistemas dulceacuícolas, marinos y terrestres, que mitigan los efectos del cambio climático y amortiguan los desastres naturales, como las inundaciones y tsunamis. Además, es un ícono histórico y natural para los locales.
Aunque de manera tardía, el sitio fue declarado como Humedal Urbano por el Ministerio del Medio Ambiente, y en febrero de 2022, el Segundo Tribunal Ambiental ordenó paralizar las obras en curso (queda una torre de seis pisos a medio construir) en mitad del proceso de protección del humedal. Las aguas subterráneas de un entorno vivo siguen manifestándose y gritan presente cuando forman charcos desde el subsuelo. Así, la nueva cocina o el dormitorio podrían estropearse, pese al concreto.
El intento de los locales por resguardar el ecosistema también se concentra al norponiente del centro urbano, con una lucha que ya lleva varios capítulos, La línea costera inmaculada que corre desde Los Molles hacia el norte se mantiene en vilo a la espera de la resolución de Contraloría por un plano regulador que la deje en paz.
El Bioparque Puquén, símbolo mollino, aguarda por ser reconocido como Santuario de la Naturaleza: sin embargo, la extensa falla geográfica que abarca hasta Pichidangui puede ser depredada en caso de no ser protegida por la ley. “No basta amparar las 175 hectáreas del Parque Puquén.
Las cerca de 800 hectáreas entre Los Molles y Pichidangui deben protegerse en su totalidad”, comenta el arquitecto Álvaro Eraso, de Protege Los Molles, agrupación que aboga por la conservación del patrimonio ambiental, cultural y arqueológico del territorio. “Un incendio arrasaría en pocos días con el parque. Si el resto del área está urbanizada, la recuperación sería muy difícil”. Puquén, coleccionista de especies Orlando Fuenzalida (33) abre el portón verde de acceso al Bioparque Puquén. Antes de iniciar el recorrido a pie, saca de su camioneta su cámara Nikon D3400. “Uno nunca sabe con qué se puede encontrar”, anticipa el administrador del lugar e ingeniero agropecuario, habitante de Villa Huaquén. Cámara en mano, explica por qué este sitio, de alta concentración de flora nativa, es tan valioso. Y tras pocos pasos, ya nos cruzamos con uno de aquellos ejemplares: el lúcumo silvestre. El arbusto endémico, que actualmente solo se puede hallar en limitados espacios del litoral de la Cuarta y Quinta Región, ocupa esta zona desde la Prehistoria. Ya fue clasificado como especie en peligro crítico de extinción, tras diezmarse a lo largo de los años producto de destrucciones del hábitat, desarrollo urbano e incendios forestales. Pero ante las sequías, este arbusto sabe competir. Fuenzalida aporta con un dato curioso: “El lúcumo descarta las hojas se Cas para no perder demasiada agua en la evapotranspiración. Así sobreviven una temporada más hasta que vuelvan las lluvias”. La lista la completan otras especies en calidad de vulnerables que en el parque costero resplandecen saludables, como el papayo silvestre y el cactus chilenito. “Antes de que existiera más control del parque venía gente a robar chilenitos para el comercio negro. También se llevaban fósiles y flores para arreglar el living”, comenta, molesto, Fuenzalida. Al mismo tiempo se muestra orgulloso ante la recuperación de varias especies que antes no se veían en la cantidad actual, como las orquídeas u otro tipo de cactáceas. Igualmente, se logró detener el ingreso de perros, que en el pasado contagiaron a zorros culpeo y chilla con la enfermedad del distémper. Fuenzalida detiene la marcha. “Cuidado con pisarlas”, alerta. Muy bueno su ojo, que advierte un grupo de crías de tarántula que se traslada en fila india, guiadas por la telaraña de la líder, para buscar refugio y sobrevivir. Lo que no evidencia el ojo humano sí lo detectan las cámaras trampa, que han registrado varios tipos de mamíferos merodeando por las noches, como el quique, la yaca, el chingue y la gúiña. Por si no bastaran sus maravillas naturales, el corredor costero acumula la mayor cantidad de sitios arqueológicos de la provincia de Petorca. Estudios encabezados por los arqueólogos Hernán Ávalos y Jorge Rodríguez en los años 90 evidencian más de 150 conchales, cementerios arcaicos y centros alfareros que datan de hace 8 mil años. Ballena eterna En el corazón del Bioparque Puquén no solo la belleza visual frente al océano es fantástica. También el escenario sonoro es fenomenal: del lado norte suena el trinar de cientos de piqueros que hacen su rutina en un islote. Entre noviembre y febrero ponen huevos, crían a los polluelos y les enseñan a volar. Le llaman Isla de las Aves y está teñida de blanco producto del guano. De vez en cuando, mientras uno observaembobado el hábitat de las aves y admira el vuelo en círculos de los jotes, las rocas escupen con escándalo desde sus entrañas un chorro de agua. Otro instrumento de aquella orquesta sinfónica natural. El agua expulsada —que puede alcanzar los diez metros en tiempos de marejadas— se mezcla con el viento norte y crea un efecto de llovizna. Fue lo que llevó a los habitantes de épocas prehispánicas a bautizar este sitio con el nombre de “Pukem”, que en mapudungún significa “invierno”. Eso, en teoría. El relato más popular es el que dice que “puquén” quiere decir “bufido de ballena” en lengua molle. Pero no hay evidencia concreta de que esta cultura de nómades mariscadores pesqueros, que se movían a través de la costa, contara con su propia lengua.
Lo que se diga sobre su origen etimológico quedará para entretener a los visitantes mientras admiran el espectáculo que se genera con este embudo invertido: la caverna conecta con el agua salada y se va angostando hacia la superficie, 31 metros más arriba, donde se aprecia el agujero. Cuidado con acercarse mucho. La piedra puede rugir.
Joya del Pacífico, te llaman los buzos La corriente de Humboldt ahuyenta a los más friolentos, y es verdad que por más que el traje de neopreno proteja, estar sumergido por tres cuartos de hora en las aguas gélidas del Chile continental cala los huesos y entumece los dedos. Pero en Los Molles, las incomodidades físicas pasan a un segundo plano cuando la belleza de su geografía está frente a los ojos que miran a través de la máscara. La zona intenta posicionarse como la capital de esta práctica en el Chile continental, y es considerada por muchos como un hotspot. Existen 33 puntos para la inmersión, de diversas profundidades y niveles de experiencia. Su geografía accidentada está repleta de paredes, cuevas y callejones. Aquí dicen que si no estuviera el mar, Los Molles sería un sitio muy apetecido por los escaladores. Tras años de navegación, entrenamiento y estudio, buzos locales conectaron siete puntos de buceo en 13 kilómetros de ruta subacuática, reservada para los de mayor experiencia. Y de manera análoga, con brújula y pizarra. Así, la bautizaron como el “Sendero de los Antiguos”, en honor a los deportistas de escafandra que en el pasado exploraron esos mares. El plan es ser testigo de ese paisaje submarino.
Pero cuando uno propone, la mar dispone, y aquel día las aguas le negaban el paso a la luz, haciendo de las condiciones en los lugares a explorar demasiado oscuras y difíciles para quien llevaba ya varios meses sin practicar esta actividad.
La alternativa fue bajar a “La Armandita”. Es un claro adoce metros de profundidad que es un cúmulo de vida marina y que exhibe esa diversidad de especies propia de un sitio que combina climas, lleno de estrellas júpiter, soles de mar, nudibranquios blancos y múltiples camarones de roca.
En el “Toque de Dios”, como le llaman otros, uno que otro lenguado luce notoriamente más grande que los 30 centímetros que promedian, igual que las jaibas, que se camuflan con el tono rosa de las piedras del fondo marino. Es siempre más entretenido verlas en su hábitat que ya cocinadas en el puesto de un pescador.
En la “Lobería”, justo enfrente al Puquén, cómo no, se puede compartir nado con los lobos marinos (siempre que el oleaje lo permita, ya que es peligroso para los botes cuando no está calmo), así como ver en las imponentes paredes de “El Cintillo” viejos ejemplares de pejeperros, el extraño pez hermafrodita en peligro de extinción, que por suerte los pescadores locales respetan. Ellos se enfocan en conseguir locos, erizos O huiro. Esta alga se destina a la exportación, ya que es usada como materia prima en los mercados asiáticos para la producción de cosméticos. Según estimaciones, los pejeperros pueden vivir entre 40 y 53 años. El pez llama la atención no solo por su longevidad, sino además por su metodología reproductiva: acorde a las necesidades de la población, las hembras más grandes cambian de sexo. Así, esta valiosa especie puede multiplicarse. “Si especies como el erizo y las estrellas de mar no fueran controladas, estas podrían cambiar el paisaje.
Por ejemplo, si la población del erizo negro aumenta sin control, podrían consumir los bosques de macroalgas y convertir el entorno en solo rocas desnudas”, explicó Natalio Godoy, científico marino de la organización The Nature Conservacy, en un artículo publicado en el sitio Ladera Sur.
El proceso de transexualidad acaba siendo una condición existencial tanto para la reproducción de su especie como para una porción importante del ecosistema marino, en un lugar que necesita más que nunca el compromiso humano para resguardarlo. Dentro y fuera del agua. Rica en flora y fauna por su ubicación geográfica que combina climas, esta zona litoral ha tenido que remar en contra de la urbanización en su humedal y su línea costera. Un recorrido por el Bioparque Puquén y una inmersión con tanque de oxígeno evidencian las maravillas que debiesen ser protegidas