Autor: César Cifuentes
La culpa tiene nombre: cómo Bachelet y Boric empobrecieron a Chile
La culpa tiene nombre: cómo Bachelet y Boric empobrecieron a Chile Cuando se habla de la decadencia económica de Chile, muchos se esfuerzan por culpar a “el modelo”, al empresariado o a factores externos. Pero la verdad es que hay responsables claros, con nombre y apellido. Una de las grandes responsables del estancamiento de Chile es la expresidenta Michelle Bachelet. Lejos de ser la figura progresista que sus adherentes intentan pintar, su legado fue profundamente dañino para la economía, la educación, la institucionalidad y la seguridad del país. La reforma tributaria que impulsó durante su segundo gobierno eliminó el Fondo de Utilidades Tributables (FUT), desincentivó la inversión privada, encareció el emprendimiento y sembró incertidumbre en el sector productivo. Empresarios nacionales y extranjeros se retiraron o congelaron proyectos. Las pymes, por su parte, se vieron asfixiadas por una maraña impositiva que no distinguía entre grandes conglomerados y pequeños negocios. Resultado: menos crecimiento, menos empleo, menos recaudación efectiva y más informalidad. En vez de simplificar y promover el crecimiento, Bachelet optó por castigar al que emprende y trabaja. En materia de educación, su reforma fue un atentado a la calidad.
Bajo la bandera de la gratuidad y la equidad, desmanteló el sistema de colegios subvencionados, eliminó el copago, prohibió el lucro en la educación particular y sembró el caos en la administración escolar. ¿El resultado? Un sistema colapsado, con menos opciones para las familias de clase media, profesores desmotivados, universidades gratuitas pero sin estándares, y miles de jóvenes endeudados en carreras sin empleabilidad. La meritocracia fue reemplazada por la mediocridad, y el esfuerzo por el asistencialismo. Y como si no fuera suficiente, Bachelet abrió irresponsablemente las fronteras, permitiendo el ingreso masivo y sin control de migrantes, especialmente de Haití. En vez de una política migratoria seria, que exigiera requisitos y garantizara integración, se privilegió el espectáculo humanitario. ¿El objetivo? Ganar puntos para su carrera internacional, especialmente en la ONU. Para ello incluso se llegó al absurdo de eliminar las minas antipersonales en el norte, bajo el argumento de los derechos humanos, facilitando el ingreso por pasos irregulares. Hoy el país está pagando esa factura con barrios saturados, servicios colapsados, crimen organizado extranjero y una crisis migratoria sin precedentes. Todo este legado nefasto fue el campo fértil sobre el cual llegó Gabriel Boric a La Moneda. Un presidente inexperto, improvisado, sin carrera profesional, sin liderazgo real, rodeado de activistas y operadores. Su gobierno no solo ha sido incapaz de revertir el daño, sino que lo ha profundizado. El país vive un retroceso económico evidente: aumento del costo de vida, caída del empleo formal, fuga de capitales, incertidumbre tributaria y una inflación que golpea con más fuerza a los más pobres. Mientras tanto, el aparato estatal sigue creciendo, los ministerios proliferan, las asesorías millonarias abundan, y la eficiencia brilla por su ausencia. Chile está más pobre, más inseguro y más dividido.
Las listas de espera en salud superan los dos millones de casos, los colegios públicos no logran siquiera garantizar el calendario escolar completo, y la delincuencia se ha convertido en una pesadilla cotidiana. ¿Y qué hacen las autoridades? Reparten bonos, organizan cumbres, cambian nombres a las instituciones y se dedican a Twitter. Nada concreto. Nada serio. Por eso, más que nunca, se hace urgente y vital elegir bien al próximo presidente. No podemos seguir improvisando. Chile no necesita un símbolo, necesita un líder. Un profesional con experiencia en el servicio público, con trayectoria, con resultados concretos, que entienda cómo funciona el Estado y que esté rodeado de un equipo técnico de verdad. Ya no podemos permitir que el país lo dirijan adolescentes de ideas confusas o “hijitos de papá” sin calle ni responsabilidad. Porque los errores en política se pagan caros. Y nosotros, el pueblo, ya llevamos dos décadas pagándolos. Con inflación, con miedo, con desesperanza. Ya basta. El futuro de Chile no puede seguir hipotecado por la ambición personal de unos pocos. Esta vez, Chile debe elegir con la cabeza y con la memoria..