Autor: TITANES
. Este tipo de pilares-estatua sostenía algunos templos
. Este tipo de pilares-estatua sostenía algunos templos más grande de las islas Egadas. La brisa húmeda del Mediterráneo todavía no lograba refrescar los 35 grados que marcaba el termómetro de Accuweather a las 12 de la mañana, cuando dejamos Palermo atrás.
Al volante, y con la canción Matrimonio di Ruggiero de La Comitiva y Erlend ye en la playlist, partía el viaje que soñé desde que leí la frase de Goethe: “Italia sin Sicilia no forma imagen alguna en el alma: aquí está la clave de todo”. Nunca olvidaré qué más alimentó esa obsesión siciliana: las ganas de profundizar en el sur de Italia atraída por la buena onda de su gente, por la historia clásica, las pizzas napolitanas y esas postales irresistibles de pueblos que parecen colgar en paredes rocosas sobre aguas azuladas que inundan Instagram.
De ahí, decidí organizar un viaje que se alejara de las grandes ciudades, en busca de una experiencia más lenta, un recorrido de esos que tanto se esperan y que idealmente deben hacerse de manera independiente, con la libertad que entrega cuando el volante lo maneja uno mismo. Así llegué a Sicilia, que es ideal para este tipo de viajes ruteros, por sus distancias cortas y por las playas que se encuentran, entre otras cosas, en medio del camino. Sobre el lugar ya conocía un par de datos importantes.
Primero, que Sicilia es la isla más grande del Mediterráneo, un sitio con veranos calurosos, inviernos suaves y una fuerte identidad que la distingue del resto de Italia por su dialecto y cultura hecha a partir de intercambios milenarios entre griegos, cartagineses, romanos, árabes, normandos y españoles.
A esto, se añade la belleza escénica, con la imponente presencia del volcán Etna uno de los más activos del mundo, su flora y fauna, jardines de cítricos, campos y viñedos, escénicas playas como Cefalú o la Scala de Turchi, e islas aledañas custodiadas por mar turquesa como las Egadas y las Eolias. Con todo esto en el tintero, llevamos el plan al mapa.
El nivel de información era abrumador por la cantidad de datos imperdibles, pueblos y.. . decisiones que habría que tomar. ¿Dónde partir? ¿ Qué dejar fuera? Preguntas respondidas a través de guías, consejos personales, blogs de viajeros y crónicas, antes de dibujar el camino que nos llevaría por ruinas griegas, arenas solitarias y trattorias antiguas. ¿La fecha? Fines de agosto, para aprovechar las playas veraniegas durante las celebraciones de “Ferragosto”, que es como llaman en Italia a la fiesta en que pareciera que el país completo está de vacaciones. Daríamos una vuelta en sentido contra reloj por las tres esquinas de la isla, identificando ciudades clave para ver sitios históricos atractivos durante las mañanas y terminar frente al mar en la tarde. Así, reservamos con anticipación los alojamientos, arrendamos un Fiat 500 por varios días y partimos. Palermo, Cefalú: primera escala Me lo habían dicho: “En Palermo se puede carretear en la calle”. Parecía exagerado, hasta que dos horas después de aterrizar en el aeropuerto de la ciudad lo vi. A pasos del hotel, las calles estaban a punto de estallar. Gente entraba y salía, se reía, gritaba y bailaba mientras se desplazaban por el barrio Vucciria, un raído pasadizo angosto que de noche se atiborra de bares improvisados, tiendas, música en vivo y mucho spritz. En esta zona, que antiguamente fue un mercado de carne, reina el bullicio nocturno con jóvenes escuchando reguetón antiguo y música electrónica.
Bailan en la calle entre puestos de gelato, cerveza y picoteos como el arancini (bolas de arroz frito rellenas de queso o carne) o crocchè (una especie de croqueta de papa). Todo anunciaba un entusiasmo que, tras varias horas de vuelo, no estaba del todo dispuesta a tolerar... , pero también era una bienvenida al estilo siciliano. La idea inicial era pasar tres días en la ciudad, recorriendo a pie callejones, museos, templos y restaurantes. Por eso, apenas pudimos tomamos un desayuno clásico, cappuccino y cannolo, ese rollo de masa crujiente relleno de ricotta con pistacho o naranja. Y partimos el recorrido por el centro: primero al Palacio de los Normandos y la Capilla Palatina, que resguarda joyas de arte bizantino con mosaicos dorados que deslumbran. Luego, hacia la catedral, cuya arquitectura mezcla estilos árabe, normando, gótico y barroco.
Almorzamos en el Mercado Ballaró, un clásico palermitano, para luego visitar la iglesia de San Cataldo, una joya del sincretismo árabe-normando, y el Teatro Massimo, el recinto para ópera más importante de Italia. así daban ganas de perderse por cualquiera de sus pasadizos. Al día siguiente, nos decidimos por recorrer detenidamente la ciudad.
Caminamos hasta el Museo Arqueológico Regional Paolo Orsi, que alberga una excelente colección de paleontología y prehist o r i a, y t a m b i é n v i s i t a m o s l a s Catacumbas de San Giovanni, ubicadas en un antiguo acueducto romano, donde dice la tradición predicaron san Pablo y san Pedro en el siglo I. Para la tarde quedó la visita al Parco archeologico della Neapolis, un sitio que data del siglo V a. C., que conserva un anfiteatro griego, otro romano y una encantadora gruta de piedra caliza. Como en Agrigento, las ruinas de Siracusa hablan de la vida en otra de las grandes colonias griegas de Occidente. Otro día más, de mañana, nos dedicamos a disfrutar.
Un nuevo dulce desayuno y recorrimos el Mercato di Ortigia, una especie de feria de antigüedades donde se puede encontrar además gastronomía típica, ropa, pescados y mariscos, serigrafías y, por supuesto, cachureos con muchos años de edad. Antes de viajar, unos amigos nos habían recomendado los panini del Borderi, así que hicimos caso: nos sorprendimos con sus rellenos de burrata, prosciutto, alcachofas, tomates secos, berenjenas y quesos con pistacho. La prueba de esos sabores sentados frente al mar, sin duda, es algo que va a la lista de cosas por repetir. Taormina caótica y el ferry El reloj marca las 10 de la mañana mientras conducimos al noreste de la isla. La ruta serpenteaba, atravesando pequeños pueblos, y la música de Chick Corea nos acompañaba de camino a Taormina, nuestra última parada.
Las enredaderas que cuelgan de los enormes muros de piedra, también las calles estrechas y las curvas, anunciaban el camino hasta Isola Bella, el broche de oro, una isla pequeña a pocos metros de la costa, accesible gracias al vaivén de las mareas. Todavía era temprano cuando, tras una breve caminata por el mar llega hasta las rodillas, llegamos al encantador islote que acoge a un palacete mediterráneo. El lugar tiene abundante vegetación, recibe exposiciones artísticas y tiene vistas inmejorables del Mediterráneo. Como sea, el panorama perfecto es cruzar a la isla, explorar el edificio y pasar la tarde nadando en las aguas cristalinas del entorno. Seguimos la recomendación. Más tarde, cuando volvimos a Taormina, teníamos ganas de detenernos más en esta ciudad.
Llegamos al mirador del centro, pero estaba atestado de turistas (tal como en los videos que circulan de la Costa Amalfitana en verano). Pese a todo entramos a un restaurante, dimos unas vueltas, pero no encontramos la intimidad que habíamos disfrutado en el resto de la isla así que decidimos partir. Casi por suerte, llegamos a Fiumefreddo, un sencillo pueblito aledaño donde encontramos una buena pizzería frente a la plaza. Conquistados por el lugar, buscamos alojamiento: queríamos quedarnos a disfrutar de los paseos nocturnos de los abuelos y los niños, que corrían bulliciosos por todas partes. Esa noche, el mar se sentía como si estuviese más cerca, la brisa suave acariciaba y nada más era importante. D Los caminos de SICILIA ESTILOS. La arquitectura religiosa repartida por Sicilia es una muestra de culturas e influencias. mal luego de eso. Trapani es escénica y compacta, perfecta para moverse a pie. Tiene paseos peatonales llenos de vida, muchas iglesias (como la Catedral de San Lorenzo, de líneas barrocas) y varias playas. Pero más allá de la ciudad misma, es la base ideal para explorar los alrededores: las islas Egadas, la ciudad medieval de Erice, las ruinas de Segesta o las salinas de Trapani. Así, a la mañana siguiente partimos rumbo a Erice, que es una de las ciudades más antiguas de Sicilia. Basta media hora para llegar a este pueblo diminuto encaramado sobre la cima del monte San Giuliano. De atmósfera misteriosa y pausada, parece detenido en el tiempo: calles empedradas, niebla matutina y construcciones que hablan del paso de árabes, normandos y españoles. Además, conserva pastelerías centenarias donde aún se preparan los famosos dolci conventuali, dulces creados por monjas hace siglos. Y las vistas hacia el mar son espectaculares. Ese mismo día, al volver, avistamos la playa de San Giuliano, a unos diez minutos del centro de Trapani. Cerramos la jornada nadando junto a la ciudad y probando otro clásico, esta vez local: pez espada con cuscús, un cruce perfecto entre tradiciones culinarias de Europa y África. El último día en Trapani fue, sin duda, el más inolvidable. Contratamos una navegación de día completo rumbo a las islas Egadas, ubicadas a unas tres horas en barco. Hay alternativas para todos los bolsillos, pero elegimos una excursión sencilla. A las nueve de la mañana estábamos en el puerto y, poco después, surcábamos un mar azul profundo. En pleno trayecto, el capitán detuvo la marcha e invitó a nadar. Sin dudarlo, salté al agua: fue como un bautizo, un verdadero inicio perfecto para esta salida. Primero llegamos a Favignana, la isla principal, donde arrendamos bicicletas para recorrer playas en que el azul del agua cambia de tono a cada metro de distancia. La ciudad es preciosa, pequeña y serena, y si lo hubiera sabido antes, habría preferido pasar al menos una noche. Almorzamos busiate con pesto a la trapanese (pasta fresca trenzada, con pesto de tomate y queso pecorino) y luego volvimos al barco para visitar Levanzo, una isla más pequeña con playa de rocas. Hacia el final del día, anclamos frente a Marittimo, donde volvimos a saltar al mar. El sol se ponía lentamente y yo flotaba mirando al cielo despejado, disfrutando la temperatura perfecta del agua con los ojos cerrados. Un verdadero privilegio. El sur griego Partimos hacia el interior de Sicilia por la tarde, con un calor húmedo que se pega a la piel.
El camino, flanqueado por viñas, árboles y colinas onduladas, nos permitió adentrarnos hacia el suroeste de la isla, hasta toparnos de nuevo con el mar y encontrar Agrigento, la ciudad construida sobre una colina que mira al Mediterráneo y es abrazada por los ríos SantAnna y San Biagio. Akragas, como fue conocida en la Antigüedad, me llamaba desde antes de empezar a planificar el recorrido, porque aquí está uno de los sitios con más ruinas griegas fuera de Grecia. Y esto porque fue una de las colonias más importantes de esa cultura en su época dorada de expansión. Pero claro, hoy Agrigento es mucho más que eso. De hecho, llegamos a perdernos por el centro de la ciudad, que tiene pasajes angostos, escalinatas empinadas y callejones llenos de vida.
Siguiendo esos recovecos urbanos, dimos con la catedral de San Gerlando que tiene unas amplias vistas sobre la ciudad, la iglesia del Purgatorio con su barroco exuberante y el Monasterio de Santo Spirito, donde todavía venden dulces de almendra preparados por monjas de clausura.
Agrigento además tiene muy buena gastronomía (como en toda Italia, claro) y bares donde ofrecen versiones propias de diferentes tragos, pero como el spritz se había convertido en una especie de emblema de nuestro viaje, aquí tendríamos que recomendar que busquen donde preparen el Select Spritz, una mezcla especialmente burbujeante de Campari y Aperol con espumante y agua mineral. La mañana siguiente amaneció pesada de calor, pero no nos detuvo. Bajamos hacia el Valle dei Templi, una ciudadela griega enorme y bien conservada. Estacionamos en la entrada y comenzamos a recorrer este lugar que se cuenta entre los sitios arqueológicos más importantes del mundo.
Entre ruinas dóricas, esculturas de titanes y caminos de olivos, avanzamos bajo el sol, deteniéndonos en cada mirador hasta llegar a un escénico jardín árabe antiguo (dos consejos: las visitas guiadas o audioguías cambian mucho la experiencia, y mejor venga al atardecer para no morir de calor). Con el cuerpo todavía caliente, tomamos otra vez la SS113 hacia la costa de camino a la Scala dei Turchi, un acantilado de roca blanca que desciende en escalones hasta el mar. El contraste entre el blanco y el azul profundo es increíble, y hay varias playas cerca para refrescarse. En nuestro caso, fuimos a Giallonardo y nos llevamos una sorpresa: el mar estaba distinto, había más viento y marea. Sicilia exclusiva Historia antigua, belleza costera y vida mediterránea se combinan en el extremo sudeste de Sicilia, en la ciudad de Siracusa. Por la ruta SS192 atravesamos el centro de la isla hasta llegar al borde oriental, donde tomamos rumbo sur hacia esta ciudad de calles empedradas, arquitectura barroca y restos grecorromanos. Alojados en Ortigia, en la isla histórica de Siracusa, nos encontramos en una zona rodeada de plazas animadas, adoquines, tiendas de lujo, vida nocturna y vistas panorámicas al mar. Este sitio es exclusivamente peatonal, así que estacionamos para cruzar a pie el puente que conecta ambas zonas. En Ortigia casi no cabían más caminantes vestidos de lino blanco, y aun culinaria que se puede probar en Erice. También dedicamos tiempo suficiente para caminar tranquilos por el Paseo Marítimo, desde el puerto hasta la playa de la ciudad.
Visitamos el Museo de la Mafia (que aborda la historia de este fenómeno delictual y los esfuerzos que se han hecho para erradicarlo) y el Jardín Botánico, que aunque no es tan espectacular como suena, incluye desde un ficus gigante hasta varias esculturas que valen la pena. Para el tercer día, ya teníamos decidido dejar atrás Palermo. Fuimos en busca del Fiat 500 a la agencia, pero debido a la alta demanda en torno a este clásico italiano terminamos saliendo en un Volkswagen Taos con destino a Cefalú.
Esta ciudad, a una hora de distancia, destaca por su centro histórico medieval, calles angostas, edificios cubiertos de enredaderas y una escénica playa de arena dorada que se despliega junto a unos antiguos edificios de color blanco. Como teníamos estimado para finalizar el día, la tarde la pasamos nadando bajo el sol, entre aguas tranquilas y copas de Aperol cada vez que salíamos a la orilla. Trapani, azul infinito y sorpresa en las Egadas Tomamos la ruta SS113 para ir desde el centro-norte hacia el extremo occidental de Sicilia. El camino, casi nuevo, serpentea entre matorrales secos y cerros bajos, y tiene a la inmensidad azul del mar Tirreno como escenografía permanente. Llegamos por la tarde a Trapani, ciudad portuaria que es notoriamente más tranquila que Palermo.
Tras un recorrido por sus calles angostas, y algo de suerte para encontrar estacionamiento, pudimos enfrentarnos a un clásico del sur: un sabroso plato de fettuccine alle vongole, pasta con almejas frescas y un toque de perejil. Nada podía ir SAN GIUSSEPPE.
La iglesia se encuentra en pleno cent La isla más grande del Mediterráneo esconde patrimonio milenario, playas inmejorables, historia, comida deliciosa, muchos spritz, antiguas trattorias y tanto, pero tanto más. ¿Lo mejor? Basta con un auto para disfrutarla de punta a punta. POR Marcela Saavedra Araya, DESDE ITALIA. FOTOS: Julián Sepúlveda Pavletich.. FAVIGNANA. ANFITEATRO. Estas ruinas se encuentran en la Neapolis VALLE DEI TEMPLI. Es una de las ruinas griegas más grande griegos. EGADAS. Estas islas esconden playas increíbles y de ro de Taormina. DOLCI CONVENTUALI. BUSIATE. En Trapani, la pasta trenzada es un clás PALERMO. Esta fortaleza centenaria se ubica AGRIGENTO. Escalinatas comunican distintos sectores de e TAORMINA. Está repleto de edificios de piedra semicubiertos de en PALERMO. Esta fortaleza centenaria se ubica