Autor: PAULA CODDOU B.
LA MEMORIA DE DANIEL PLATOVSKY
A sus 70, viviendo en la playa, más alejado de la política y de sus negocios, pero ligado a la contingencia a través del Museo de la Memoria, Daniel Platovsky mira en dirección al próximo año, cuando se cumplirán 50 años del Golpe.
“Me gustaría que los 50 años fueran el año de pedir y otorgar el perdón”. “Un ejemplo que aprendí de mi padre, que estuvo en un campo de concentración, perdió a su madre y su tío, es que nunca tuvo odio”. “La política es adictiva. Pero no sé si quiero tener esa adicción. Dejé una adicción que es el alcohol; entonces no quiero tener esta otra tampoco” Su papá, Milan Platovsky, escribió unas memorias que en su tiempo fueron un best-seller. Las de su hijo Daniel, si las escribiera, no serían un mal libro y tendrían de todo. Siempre en las ligas mayores, en primera fila en el mundo del poder, político y empresarial. Por cierto también con dolores que lo han cruzado en la última década, como la larga enfermedad de su señora, pero de los que entrando en sus 70 habla con soltura y humor. “Yo soy bruto”, dice, “eslavo”. Viene llegando de Cachagua, donde vive desde que comenzó el covid y se queda por unos días en Santiago.
Su pinta, de polera y chaqueta, es un buen resumen de su ir y venir. —Con todo lo que ha vivido, ahora que está tan retirado en la playa, óno le falta la adrenalina de la política, que es tan adictiva? —Es adictiva. Pero no sé si quiero tener esa adicción. Dejé una adicción que es el alcohol; entonces no quiero tener esta otra tampoco. —¿ Fue adicto a la política? —Absolutamente, pues. Pero hay etapas. Hace más de una década en el directorio del Museo de la Memoria. Pero estas últimas dos semanas han sido intensas. Después de que la Cámara de Diputados negara los fondos parasitios de memoria, el Senado aprobó restaurar el presupuesto de fondos para estas instituciones, entre las que está el Museo. Ese traspié, dice Platovsky, lo sorprendió. En los 12 años que lleva como miembro del directorio —el museo se inauguró a fines de 2009— es primera vez que pasa, dice. —Esto fue una pasada de cuenta. Llamé a algunos parlamentarios, no voy a darlos nombres para no comprometer a nadie, pero de la DC, porque fue la DC la que rompió el esquema.
La derecha no me extraña, el Partido Republicano siempre va a votar en contra de lo que sea del museo, pero la DC pasó la cuenta por Sergio Micco, porque estamos en el mismo capítulo que el INDH. —¿ Y después de lo que pasó con Micco, ¿hay que seguir financiando el INDH o se desvirtuó? —El INDH es necesario. Lo que pasa es que se desvirtuó porque tiene un rol, a diferencia el museo. El museo dejó congelada una parte negra de la Chile, y que está ahí presente para que nunca más vuelva a suceder. En cambio, el INDH no está para recordar, sino que para hacer presente cada vez que hay un ataque del Estado a los derechos humanos.
El INDH es como el faro que se enciende en el día a día. —¿ Usted piensa que Sergio Micco dijo una verdad o está equivocado al negar que hubiera violaciones sitemáticas a los derechos humanos durante el estallido? —Cuando uno habla de sistemática es porque hay una política de Estado para violar los derechos humanos. En democracia en este país eso no existe, eso es cierto. Porlo tanto, en eso Sergio tenía razón.
Se cometieron errores, pero levantaron la bandera y hubo modificaciones, y hubo mejorías en la estrategia de Carabineros en cómo enfrentar los disturbios en las calles, tuvo su efecto en eso el instituto y para eso está. Por eso digo que creo que es necesario por la contingencia.
En todo caso, volviendo a lo que pasó (en el Congreso), no se pueden dar gustitos con el Museo, eso no se hace. —¿ Pero hay alguna reflexión o mea culpa del museo de no lograr que los políticos lo “compren” más? creo que tenemos que hacer un trabajo más fuerte. —¿ Que nadie se sienta excluido, que vaya José Antonio Kast —por dar un ejemplo— y no se sienta excluido? —Exactamente, que ojalá todos los cómplices pasivos, entre comillas, pudieran visitar el museo y les cambie la vida, porque por Dios que es fuerte. Y ahí es donde uno puede decir perdón, esto no puede pasar nunca más. Y es lo que tenemos que hacer como museo. Quizás tenemos que ser más activos, y eso lo tenemos que hacer todos los miembros del directorio. Buscar cómo traemos más gente, para que esto no vuelva a suceder nunca más. —¿ El Museo romantizó el estallido? —No. Como directorio, la línea editorial del museo está clara. No estamos en la contingencia, no es nuestro rol.
Sí hacemos eventos, como invitar a intelectuales que expresen su opinión respecto de ciertos asuntos, como temas de discusión, de debate. —¿Estuvo de acuerdo con que el Museo le diera el premio “Periodismo, memoria y DDHH al diario El Siglo? —No es un tema que se trató en el directorio. Lo vio un comité independiente integrado por el Colegio de Periodistas y nuestra encargada de comunicaciones. —+¿ Pero le parece bien a usted? —Tendría que tener más información. Ahora, El Siglo como medio sí defendió los dd.hh. Y varios de sus miembros sufrieron en carne propia atropellos a estos.
Otra cosa es lo que El Siglo representa como ideología, el comunismo, que cuando llega al poder se transforma en poder totalitario que atropella los derechos humanos. —Viendo lo que pasó con las platas, ¿la reflexión puede ser que los chilenos no hemos logrado tener como una conciencia común sobre las violaciones a los derechos humanos, y que el museo tampoco ha logrado generarla? —Bueno, ahí está justamente el rol del museo de educar. Nos hemos fijado como meta la tercera generación.
Se han hecho estudios del tema del Holocausto y muestran que el sentimiento porlo que les pasó a todos los judíos alcanza hasta la tercera generación. —Pero acá en Chile la generación que fue testigo de esa época es la que está en disputa permanente. ¿Es porque la derecha no lo asume, porque la izquierda lo instrumentaliza? —Hay un sector de la izquierda más dura que cree que el tema delos derechos humanos es una propiedad de la izquierda. Y por el otro lado, hay una parte de la derecha, la más extrema, que no quiere tocar el tema. O sea, no es que no lo quiere tocar. No existe, que es peor. —d¿ Todavía hay gente para la que no existe? —Es peor.
No te puedes imaginar. —¿ A la izquierda le sigue redituando políticamente? —¿ Sabes lo que le reditúa a la izquierda? El hecho de que muchos en la derecha todavía no reconocen que fueron cómplices pasivos, y eso lo aprovechan porque es el silencio el que te hace cómplice. —Piñera dijo que era cómplice pasivo, pero igual terminó siendo nombrado como “dictador” por una parte de la izquierda durante el estallido. —Fue uno de los conceptos más valiosos que puso Piñera en la tabla, y eso va a quedar en la historia. —Pero no le sirvió mucho después. —A mi sí. Yo el día que públicamente reconocí que fui un cómplice pasivo, no sabes el alivio que sentí. Se queda un momento callado. —Un ejemplo que aprendí de mi padre, que estuvo en un campo de concentración, que perdió a su madre, a su tío, es que nunca tuvo odio. Después nos quitaron la empresa durante la UP y tuvimos que irnos del país. Con el tiempo, le devolvieron una empresa (Mellafe y Salas), pero no se la devolvieron así no más, porque el Estado nos había dejado con una deuda gigantesca... Bueno, esa es otra historia. Yo me fui a estudiar a Estados Unidos, pero cuando volví él me dijo: “te tengo este casete, escúchalo”. Era el discurso de Allende el día que se despidió. Me dijo que ese era el ejemplo de un hombre valiente.
Alo que voy es que cuando hablamos de la UP y estos odios... tenemos que terminar con eso. —El Gobierno está preparando los 50 años del Golpe. ¿Qué espera de eso? —Yo invito atodos, a la izquierda y la derecha, a que en estos 50 años de conmemoración de un hecho trágico, hagamos de este un evento de paz y unificación en donde no se politice el tema. Lo que tenemos que buscar es cómo cicatrizar estas heridas y estaincomprensión entre la izquierda y la derecha respecto al tema de los derechos humanos. Unos se sienten dueños y poseedores de la verdad y los otros no quieren ni reconocerla. Este es el momento del perdón. Ojalá que estos 50 años los llamáramos el año del perdón.
Pidamos perdón, los que estuvimos sordos y ciegos y perdonen los que todavía tienen rabia, porque esa rabia lo único que hace es transmitirse a los más jóvenes, y no produce nada. —Pero en este contexto más politizado, ¿cree que puede producirse eso y que la gente de derecha sienta que tiene este espacio para el perdón con un gobierno que hace tres años los tenía contra la pared en el estallido? —Siento que es un tema de actitud de ambos lados. De la gente, especialmente de quienes son familiares de detenidos desaparecidos, sentí siempre muy buena acogida. Gente que ha participado en los eventos de derechos humanos que tenemos, especificamente en las conmemoraciones de cada 11 de septiembre. Pero no sé por qué conmemoramos tanto eso. Para algunos, claro, es cuando terminó un gobierno espantoso y, para otros, cuando empezó un gobierno espantoso. Entonces, si era una historia espantosa, no entiendo para qué la festejamos tanto. Bueno, por la memoria, para que nunca más suceda.
Pero como sociedad debiéramos transformarla en la fecha del perdón, donde todos podamos mirarnos a la cara, unos pedir perdón y los otros decir te perdono, y por Dios que cambiaría este país, el tono, todo. —¿ Un perdón unilateral? ¿ O todos pedirnos perdón? —Todos perdón y todos perdonar; si todos tuvimos alguna culpa.
Me gustaría que los 50 años fueran el año de pedir y otorgar el perdón. —¿ Pero para eso no necesita santos en vez de políticos? —Quizás cuando uno cambia el concepto y en vez de que sea político, lo transforma en emocional. Es emoción finalmente. —La película Argentina, 1985 de Ricardo Darín cuenta la historia de un fiscal que mandó presa a la jerarquía militar argentina tras la dictadura en ese país.
Viéndola, algunos han vuelto a plantear que si en Chile Pinochet hubiera estado preso no tendríamos el tema de los derechos humanos siempre presente y nunca saldado. ¿Le parece que faltó verdad y justicia? —Pongamos en contexto. La chilena fue una transición únicaen el mundo donde una dictadura militar traspasó el poder pacíficamente; eso es un hecho histórico.
Entonces quienes recibieron el poder, en este caso el gobierno de Aylwin, lo hicieron maravillosamente bien, en el sentido de hacer esa transición tranquila para que no hubiera más reacciones de un lado ni del otro, porque todavía Pinochet estaba vivo, tenía el control de las armas, del Ejército... Entonces esa transición tuvo que ser una políticamente inteligente. Y así lo hicieron. —¿ Pero el costo en justicia no fue muy alto? —No. Tenemos democracia.
LD Daniel Platovsky perteneció a parte de la derecha —la llamada “liberal”, de Andrés Allamand y Sebastián Piñera en los años 90— y estuvo en el partido hasta que renunció en 2013, cuando asumió la presidencia Carlos Larraín.
En su currículum, aparte de lo empresarial, estuvo en el directorio de TVN nombrado por el Presidente Lagos y fue el último director del diario la Nación, en el gobierno de Piñera. —¿ Y habla a veces con el expresidente Piñera? —Cada uno tiene su vida. Creo que no lo está pasando muy bien tampoco —dice escueto. Estuvo con él como vicepresidente de Renovación Nacional en 2005, cuando Piñera —entonces timonel de RN— fue candidato presidencial contra Joaquín Lavín.
Rodrigo Hinzpeter era el secretario general. —“¡ La suerte que tengo! ”, nos decía a Hinzpeter y a mí, dos judíos que me cuidan! ” —recuerda y se ríe a carcajadas. —¿Se siente más judío o católico? —Mi papá es judío. Mi mamá era católica. A nosotros, mi papá nos crio como católicos porque no quería que fuéramos a sufrir de nuevo lo que sufrió él porque siempre ha habido antisemitismo en el mundo. Se aseguró de que fuéramos educados católicos pero... no sé si debiera decir esto, isomos circuncidados todos, nos cagó! —suelta otra carcajada. Su padre, Milan Platovsky, sobreviviente de Auschwitz, se convirtió en una leyenda en Chile. Su historia la contó muchas veces en entrevistas, y la dejó en un libro Sobre vivir: memorias de un resiliente.
En parte por esa sensibilidad frente a las violaciones a los derechos humanos, Daniel Platovsky es miembro del Museo de la Memoria desde su fundación. —¿ Cuánto influyó el Museo en esa evolución política? —Ya venía evolucionando. Siempre he sido un liberal, nunca he sido extremista. En la época de RN no me sentía muy cercano ala UDI, ¡menos hoy alos republicanos!, los considero de extrema derecha fascista.
De hecho, durante la elección pasada no pude votar por Kast, no me dio, pero tampoco voté por Boric, porque lo acompañan los comunistas, que mi familia también sufrió. ¡Me hablas de los derechos humanos en el comunismo! Son unas bestias, no me vengan con cuentos.
Pero tengo mucha esperanza en Boric, encuentro que es un cabro que al menos reflexiona, se equivoca, pide perdón. —Votó por Bachelet en 2013. —No voté por Bachelet. —Eso dijo en una entrevista en 2017. —Ah, sí. —¿ Después se arrepintió? Dijo que su gobierno terminó mal. —Eso es distinto, pero nunca me he arrepentido porque la encuentro una persona extraordinaria. —Pero ¿ por qué cruzó tanto? —Crucé de un lado para el otro. Es que conocí gente muy valiosa en la izquierda, tengo amigos que sufrieron durante la dictadura, sufrieron torturas. Los conocí por cuestiones de la vida, la Pilar (Oyarzún, su segunda señora) me abrió ese espacio, ella me condujo y bien, porque manejaba perfectamente a este bruto. Yo soy un bruto, soy eslavo. Vikingos. Venimos de una raza dura. Ella me enseñó este camino, me abrió los ojos. Pilar Oyarzún, abogada, fue diagnosticada de demencia frontotemporal, una enfermedad neurodegenerativa sin cura. En una entrevista en abril de 2020, Platovsky contó con mucha trasparencia que, después de eso, él comenzó a beber. “La Pilar se acostaba temprano y yo me quedaba solo en el living tomando no sé cuántos vodkas. Lo hacía para soportar la pena y la rabia. Tomaba mucho”, dijo en La Segunda. —¿ Por qué contó lo de su adicción al alcohol en el diario? —Porque creo que puedo ayudar. Cuando hice el tratamiento nos enseñaron a reconocerlo, porque ayuda, siempre hay alguien adicto. Yo juré que si mi padre pudo sobrevivir en el campo de concentración, yo de todas maneras podía sobrevivir a un tratamiento de antialcohol. Uno tiene que partir por reconocer el problema. Y eso es fundamental. Pilar, su mujer, se fue en 2016 a vivir con su mamá y él comenzó su terapia.
Hoy ella está en una casa de reposo en Casablanca. —En esa entrevista también dijo que no sentía culpa de haber rehecho su vida, y que seguramente Pilar le mandó a Paz, su actual pareja. ¿No se ha sentido juzgado por los demás? —No, no tanto. Y si alguien me juzga, mala suerte para él, no para mí. Yo estoy feliz con la Paz y en paz. Y veo a la Pilar cuando puedo, entre comillas hablo con ella todas las semanas. Ahora que terminó el covid, la puedo ir a ver en forma presencial a Casablanca.
Claro que es difícil llevar adelante esta pérdida que está en vida, porque el duelo no está, pero agradezco que todavía la puedo ver. —Pero es un duelo en vida. —No, no tengo un duelo, no he hecho el duelo, merío con ella y la siento viva. Está ahí. Lo sé cuando me mira con sus ojos, sé que me está diciendo algo, se comunica conmigo, y así lo siento. Y mientras sienta eso, esté viva, no voy a hacer el duelo. No existe. S