La espectacular insensatez de los aranceles de Donald Trump al cobre
La espectacular insensatez de los aranceles de Donald Trump al cobre Ubicada entre las montañas Oquirrh, en Utah, se halla la mina de cobre a cielo abierto más profunda del planeta. La mina de Bingham Canyon, que alguna vez perteneció a los Guggenheim y que hoy opera Rio Tinto, ha estado en funcionamiento desde 1903. Aún hoy se extraen de ella unas 275.000 toneladas del metal rojo al año, casi una cuarta parte de la producción anual de Estados Unidos. Las rocas se transportan por una cinta de cinco millas hasta ser trituradas.
Luego se separa el mineral, se funde en estado líquido y se refina hasta obtener planchas de cobre con una pureza del 99,99%. Esta mina integrada verticalmente es la última de su tipo en el país, que hasta la década de 1960 era el mayor productor mundial de cobre. Donald Trump espera volver a esos días de gloria. El 8 de julio, el Presidente indicó que Estados Unidos pronto impondría un arancel del 50% a las importaciones del metal, tras haber iniciado una investigación en febrero. “La idea es traer el cobre de vuelta a casa”, explicó posteriormente Howard Lutnick, secretario de Comercio, quien señaló que un anuncio oficial podría concretarse a fines de mes.
Sin embargo, es p o c o p r o b a b l e que estas medidas impulsen significativamente la minería o el procesamiento en el p a í s, m i e n t r a s que el consiguiente aumento de precios socavará la agenda económica más amplia de Trump.
Estados Unidos es el segundo mayor consumidor mundial de cobre, después de China, pero produce solo el 5% de la oferta global y refina apenas un 3%. Cerca del 45% de la demanda interna se cubre con importaciones netas, que en su mayoría adoptan la forma de productos refinados como tubos, cañerías y cables, más que de mineral bruto. La mayoría se destina a edificaciones incluidos las fábricas y centros de datos que Trump quiere promover en el país y a la industria electrónica, que el mandatario busca fortalecer. El anuncio presidencial ya ha provocado un alza en el precio de los futuros de cobre en Estados Unidos, mientras que los precios en el extranjero han caído. La divergencia entre ambos se ha ampliado desde comienzos de año. Los inventarios de cobre en la Bolsa de Metales de Londres han disminuido, en tanto que las importaciones hacia Estados Unidos se han acelerado ante el acopio de existencias. Todo esto ha generado “una intensa volatilidad y especulación”, según analistas del banco singapurense United Overseas Bank. Los precios más altos en Estados Unidos benefician a los productores con activos en el país. Las acciones de Rio Tinto y d e F r e e p o r t McMoRan empresa estadounidense que representa el 60% de la producción nacional de cobre han subido. Para esta última, un arancel del 50% podría significar ganancias extraordinarias de US$ 1.600 millones anuales, estima Deutsche Bank. Sin embargo, precios más elevados no necesariamente impulsarán la oferta interna, al menos no en el corto plazo. Abrir nuevas minas puede tomar años, incluso décadas, y cuesta alrededor de tres veces más en Estados Unidos que en el extranjero. Refinar cobre tampoco es sencillo: una fundición cuesta cerca de US$ 3.000 millones y consume enormes cantidades de energía. Los ejecutivos dudan en hacer inversiones tan grandes si dependen de aranceles que podrían eliminarse de un día para otro por decisión del Presidente. Existen alternativas más eficaces para fomentar la producción.
“Los principales cambios que deben ocurrir son en la rapidez de las aprobaciones” y en el “apoyo a los proyectos por parte de las comunidades y los legisladores”, señala Iván Arriagada, presidente ejecutivo de Antofagasta Minerals, minera chilena. Trump podría centrarse, por ejemplo, en acelerar la tramitación del enorme y largamente postergado proyecto Resolution Copper en Arizona, una empresa conjunta entre Rio Tinto y BHP, otro gigante minero. Según una estimación, esta mina podría abastecer un cuarto adicional de la demanda estadounidense. Al optar por los aranceles, Trump perjudicará a las empresas del país. Los fabricantes de automóviles utilizan más de 20 kilos de cobre por vehículo, y aún más en los eléctricos. Los centros de datos requieren al menos 27 toneladas del metal por cada megavatio de potencia, lo que suma casi 3.000 toneladas en los complejos más grandes. El servidor NVL72 de Nvidia, por ejemplo, conecta 108 procesadores de última generación mediante unos tres kilómetros de cable de cobre. Un alza significativa en los precios internos podría disuadir a las empresas de construir fábricas y centros de datos en Estados Unidos. Eso echaría por tierra el plan de grandeza económica de Trump. Artículo traducido por Economía y Negocios de “El Mercurio”.. Los gravámenes sobre el metal rojo socavarán la agenda económica más amplia del Presidente. The Economist: Abrir nuevas minas puede tomar años, incluso décadas.