Autor: TEXTO Y FOTOS: Joaquín Maurt.
¡SHHH!
¡ SHHH! Cabaña El Cerro. Más o menos al tercer día en esta cabaña, tercera noche en rigor, el sonido de una bocina vino a mellar el silencio. “Mellar”. La palabra puede ser excesiva.
Fue... apenas un susurro lejano; tan tenue que hasta podía tratarse de algo así como un ruido fantasma, un resabio de la insoportablemente ruidosa Santiago que tenemos metida en la cabeza (¡ esas motos reventando el tubo de escape a medianoche... !). Sin embargo, no estamos tan lejos. Geográficamente. Aproximadamente a una hora, en Melipilla. En realidad, en Puangue. Para más precisión, en Altos de Puangue Lodge, un grupo de cabañas bien desparramadas en una extensa propiedad, así que nadie se molesta. Ni hace ruido.
Un ejemplo: desde la amplia terraza de la cabaña El Cerro donde hay hot tub y parrilla, reposeras y mesita; lo mismo que en las otras, apenas se ve allá entre los árboles y matorrales el techo de otra llamada Del Bosque que además tiene sauna. Hasta parece un espejismo, hay que afinar la mirada para estar seguros de que, sí, es otra cabaña. Y como no se escucha nada, y está tan bien guarecida por la vegetación, parece que estuviese desocupada. Aunque luego pareciera que sí hay gente. ¿O no? Ni siquiera importa.
Otro ejemplo: antes de llegar a la Cerro, la cabaña para dos personas, grandes ventanales, mucha madera, equipada, el camino interior por el que nos condujo Harold (el administrador, en una cuadrimoto, sin el cual no habríamos podido encontrar el lugar), pasamos frente a otras. Una quedaba al paso. Otra, encaramada unos metros sobre una especie de estanque de aguas ocres repleto de cisnes tan blancos que parecían recién pintados. Había una más a la vuelta del camino, casi escondida. ¡Ah! Y una cuarta se alcanzaba a intuir arriba de una loma muy verde, encaramándose por la misma ruta que habíamos seguido.
Ni de noche, cuando las luces debieran poner en evidencia la presencia de otros, parecía romperse el hechizo: tanto silencio que casi se puede creer que la ciudad, y sus ruidos, está en una dimensión paralela, aunque hay que insistir todo eso queda apenas a 55 minutos justos, según la estimación de la gente del lodge (un taco de viernes por la tarde puede convertir fácil el viaje en hora veinte). Lo que hay en este rincón de Puangue, además de cabañas, es un restaurante que requiere reserva por adelantado (no la hicimos y tampoco lo lamentamos: el desayuno está incluido, es generoso, y trajimos provisiones), donde siguen lo que parece una regla en el estilo de construcción: amplios ventanales, mucha madera.
Tienen además, cerca de la entrada, una ladera suavemente inclinada por donde se mueven libres unos cuantos caballos (puede coordinar cabalgatas con Nelson; cel. +569 6731 4324), y servicios como masajes (también necesitan reserva: al menos 24 horas antes), que se realizan en la misma terraza de cada cabaña, si el clima acompaña, a manos de una o dos especialistas que parecen ser genuinamente felices cuando uno queda en una especie de trance luego de unos 50 minutos de técnicas de relajación, aunque también pueden aplicar aromaterapia, o masajes descontracturantes, o drenaje linfático, o usar ventosas... La tinaja de madera con agua caliente en la terraza la encienden para que esté lista cuando uno va a llegar, y queda ahí, al alcance de la mano, madera suficiente para mantenerla en la temperatura perfecta: es un refugio algo más que tibio para cuando el atardecer enrojece y bandadas de aves salen de sus escondites en los árboles que tenemos por todos lados y lanzan chillidos que no rompen el momento. Los sonidos de la naturaleza son otra forma de silencio.
Como el wifi funciona apenas, por no decir cero, y la señal telefónica titila entre 3G y 4G, hay que acostumbrarse a desatender la ansiedad y los e-mails (si el sufrimiento es demasiado, puede pedir un router). Tampoco hay televisión ni radio ni parlantes, más allá de los que pueda traer cada cual. O sea, aquí podría aplicarse ese chiste ya repetido en las pizarras de algunos cafés que, al excusarse por la falta de internet, sugieren: “Conversen entre ustedes”. Eso hacemos. Como la noche se vuelve derechamente fría, el fuego pone la temperatura en su lugar.
Y es toda una experiencia dejar las luces apagadas, mientras el atardecer pinta de rojo las nubes, luego de anaranjado, finalmente se sumergen en la oscuridad, que es rota solo por las llamaradas de la bosca. El crujido de los leños también cuenta como silencio. D MÁS INFORMACIÓN: En Instagram, @altosdepuanguelodge DIARIO DE VIAJES.
APROXIMADAMENTE A UNA HORA DE SANTIAGO, EN MELIPILLA, ESTE LOTE DE CABAÑAS DE MADERA ES ESCENARIO PARA REVIVIR UNA EXPERIENCIA QUE, POR IMPOSIBLE EN LA CIUDAD, PARECE PERDIDA: VIVIR UN RATO EN AUTÉNTICO SILENCIO, RODEADO DE NATURALEZA. El hot tub está a temperatura perfecta para cuando uno llega. Es como un refugio sureño.