Autor: MATÍAS BAKITR.
A 50 AÑOS DE LAS PARLAMENTARIAS:
LAS POLARIZADAS ELECCIONES que marcaron el año 73
Por distintas razones, para diversos sectores las elecciones de marzo aparecían como una fórmula para disminuir el impacto de la crisis del país. Sin embargo, expectativas desmesuradas, un inesperado resultado y, sobre todo, una violencia, social y política, descontrolada, terminaron provocando el efecto contrario. Y acrecentando aún más los desacuerdos que dividirían al país meses después. |
Fue hace 50 años. Medio siglo. El país estaba profundamente polarizado, en todas las áreas de la sociedad, sufriendo los efectos de una gran crisis económica. Era una olla hirviendo cuya tapa estaba a punto de saltar. Quedaba, según coinciden, diversos actores de la época, una esperanza para resolver los conflictos por la vía política, institucional: las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Para la derecha, representaban una especie de plebiscito al gobierno de Salvador Allende. Para la DC, el partido más poderoso de la época, era la oportunidad de tomar el control del Congreso, y cambiar el rumbo del país.
Mientras, para el atribulado gobierno, era una opción de movilizar a sus adherentes, recuperar el control de la agenda y mostrarse con fuerza frente a una oposición a la que le costaba tener un discurso común. Pero nada de eso ocurrió. Por el contrario, la campaña fue un reflejo fiel, o incluso amplificado, de la polarización, con permanentes enfrentamientos entre los brigadistas, muertos y heridos. “Fue una campaña muy inclemente en el tono, muy absoluta. La propaganda era radicalmente contrapuesta”, dice el historiador de la PUC Joaquín Fermandois. Fue un ambiente que terminó en el peor de los mundos de cara a lo que pasaría meses después en septiembre: La mantención de la parálisis política y la perpetuación de la crisis. Esta es la historia de las elecciones parlamentarias de 1973. La esperanza que no fue. LA VIOLENCIA MANDA El proceso no empezó de la forma más halagúeña. El paro de los camioneros, de octubre de 1972, había dejado el ambiente totalmente revolucionado y a la calle levantada, de un lado u otro. Según dicen las crónicas de la época, para la oposición no había garantías de seguridad en el proceso.
Por ello, presionaron para que continuara el gabinete de emergencia que Allende había designado para terminar con la paralización: con integrantes de las Fuerzas Armadas y el comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats, como ministro de Interior. Aquello no impidió que en la campaña hubiera 4 muertos —8 según la fuente— y más de cien heridos de distinta gravedad durante la campaña. De hecho, muchos protagonistas recuerdan que no habría noche en que no hubiera enfrentamientos —a palos, cuchillos y linchacos— entre los brigadistas. Sin embargo, la seguridad no era la única preocupación. Las colectividades en competencia tenían también problemas internos para definir la forma en que afrontarían el proceso. Para la DC, hacer una campaña en conjunto con la derecha, representada por el Partido Nacional, era un riesgo demasiado grande. Implicaba disputar votos con la derecha en el terreno de la crítica “descarnada” al gobierno”. O sea, derechizarse. De ahí, que intentaron, a través de una reforma constitucional, presentarse por separado. Sin embargo, un veto del gobierno cambió los planes. Finalmente la derecha y la DC formarían parte, con bastantes reparos, del mismo pacto opositor Confederación de la Democracia (Code). Una vez resuelto eso, en el verano, se desplegaron las fuerzas. “En consecuencia con la importancia que se le daba a la elección, los partidos de la época mandaron a competir lo mejor que tenían. Sus mejores cartas”, dice el columnista y académico de la U. Andes Daniel Mansuy, quien está escribiendo un libro sobre el gobierno de la UP que será lanzado en el primer semestre. La muestra más clara de esto, se vio en Santiago. Ahí se enfrentaron, entre otros, el expresidente Eduardo Frei Montalva; el líder de la derecha Sergio Onofre Jarpa; el hombre fuerte —y el más duro— del PS Carlos Altamirano y el escritor comunista Volodia Teitelboim.
EL SUEÑO DE LA DERECHA Por esos años, el exsenador Sergio Romero (RN), asesoraba y acompañaba en sus actividades de campaña al coronel Alberto Labbé Troncoso (padre del exalcalde de Providencia), una de las apuestas del Partido Nacional para obtener un nuevo escaño del Senado por Santiago. Él recuerda esa época como “irrespirable y oscura”, sobre todo en los actos de campaña. “No escapé de piedrazos y palos que caían por donde fueran.
Estuve en primera línea enfrentando un ambiente degradado y deprimente”, dice, a la vez que relata como, en algún momento, los encargados de la campaña debieron empezar a usar cascos para protegerse de los proyectiles”. La estrategia electoral que tenía la derecha no era ningún secreto. Para este sector, las elecciones tenían un objetivo claro: Alcanzar los dos tercios en el senado y acusar constitucionalmente al Presidente Salvador Allende, para luego lograr su destitución.
En torno a esa idea se desarrolló la campaña, donde el símbolo, el rostro, fue el ya citado Jarpa, por ese entonces el rostro más carismático y con mejor llegada a la gente del Partido Nacional. Una muestra eran sus carteles y propagandas, donde aparecían dos fotos. Una de él y otra de Allende. Todo cruzado por un eslogan en grandes letras: “Necesitamos un nuevo gobierno”. Sin embargo, de acuerdo a los historiadores la apuesta de la derecha era una quimera. “Era más un sueño que una realidad”, dice el historiador de la USS Alejandro San Francisco. Fermandois agrega que el único lugar donde se logró ese objetivo fue en un enclave tradicional del sector desde la época de Jorge Alessandri: La Araucanía. Sin embargo, las expectativas de los votantes de la derecha ya estaban depositadas en ese objetivo. Y al no lograrse, la conclusión fue inevitable: La polarización aumentó. “Estas elecciones fueron la última expresión de una democracia falleciente”, dice Romero.
LAS DOS CAMPAÑAS DE LA DC “Ser atacado por ambos flancos parece ser el sino de la DC en su historia”, reflexiona Mariana Aylwin, cuando recuerda la campaña parlamentaria de su padre, en la Región del Maule. “Varias veces íbamos por la carretera y nos encontrábamos con troncos que ponían en el camino para que no alcanzáramos a llegar a las actividades de campaña”, dice. Su padre, por entonces presidente del Senado, apuntó varias veces al gobierno, acusándolo de intervencionismo electoral. No era él, sin embargo, el líder de la campaña. La figura más importante era, por lejos, el expresidente Eduardo Frei Montalva, quien había retornado a la primera línea política y mantenía su popularidad incólume. Fue Frei, junto con el presidente falangista Renán Fuentealba, quien encargó a Genaro Arriagada y a José Manuel Salcedo que armaran una campaña para diferenciarse de la derecha, que corría en la misma coalición. Ellos presentaron dos conceptos. “El primero era uno de denuncia contra el gobierno. Decía “con el pueblo no se juega”, recuerda Arriagada. Pero como ese ere terreno de la derecha, hicieron otro. “Ese decía, pueblo y organización”. Era para decirle a la derecha que no éramos una oposición normal, de pura boca.
Éramos organización de la base, mayoría en los obreros, en los intelectuales, en los campesinos”. Aclaraban, además, que no tenían intenciones de destituir al Presidente, sino que querían facilitar un cambio de rumbo desde el Congreso. Aquella campaña hizo que la DC se transformara en un objetivo tanto del PN como de la UP. Para unos eran “débiles”. Para otros “amarillos”. Con todo, serían, por mucho, el partido más votado de la elección, liderados por una votación histórica de Frei en Santiago -casi 400 mil votos. Mientras Aylwin, primera mayoría en la elección pasada, resultaba electo en el tercer lugar como “efecto de la polarización”, según dice su hija Mariana. Era una muestra de que la votación del Code (55%) no sería suficiente para lo que tenían pensado. EL TRIUNFO MORAL DE LA UP La UP venía en baja. Era la evaluación que tenían tanto en la derecha como en la DC. No lograría, se pensaba, una votación para seguir peleando en medio de la crisis. Pero, si bien las fuerzas oficialistas no resultaron triunfadoras, su resultado fue mucho mayor que el que se esperaba. “Fue totalmente sorpresivo, incluso para Allende.
Se obtuvo un 44% que dejaba todo en un statu quo”, dice Sergio Bitar, por esos tiempos militante de la Izquierda Cristiana, que se había escindido de la DC para ser parte de la Unidad Popular. “La UP había llegado en su momento al 3536% y aparecía en medio de toda esta crisis aumentando su votación respecto de la que tuvo Allende cuando fue elegido presidente. Eso desconcertó a la oposición”, dice el exdirigente Mapu, Óscar Guillermo Garretón. En un principio, fue un resultado celebrado por el oficialismo. “Y generó que la oposición se achunchara, se escondiera, como después del 70”, dice Fermandois.
Agrega Mansuy que fue “un triunfo amargo para la oposición y una derrota dulce para el oficialismo, que quedó con una minoría robusta”. Sin embargo, el empate virtual obtenido era el peor de los mundos pues, al no existir mayorías claras en el Congreso, nadie podía imponer su agenda. Así, la crisis se mantuvo. Y luego, recrudeció. “Se tenía que zanjar algún tipo de acuerdo, através del Parlamento, de un plebiscito, que diera una salida negociada. Pero una vez que se produce este resultado, se impuso la posición golpista dentro de la oposición”, recuerda Garretón. Otros dos factores influirían. En el oficialismo, el PS de Altamirano —que no apoyaba el diálogo— se consolidó como la principal fuerza.
“La campaña de Carlos Altamirano tuvo el apoyo de la izquierda revolucionaria, específicamente del MIR, con un eslogan muy potente: “Decisión revolucionaria”. Eso marcaba las diferencias al interior de la UP, entre los rupturistas y los gradualistas o los revolucionarios y los reformistas, como les llamaban otros”, dice San Francisco. Luego vendría el debate sobre el proyecto de Escuela Nacional Unificada (ENU), la reforma educativa de Salvador Allende, que alejó aun más las posiciones. El ambiente en el Congreso, por ejemplo, se tornó irrespirable, como lo recuerda en sus memorias, el exdiputado y exsenador Arturo Alessandri Besa: “Bastaba que hablara un opositor para que comenzara la batahola. Recuerdo sobre todo a Laura Allende (hermana del presidente), tocando un pito para que no se oyera al orador contrario en el hemiciclo”. Enese panorama, la suerte estaba echada.
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