COLUMNAS DE OPINIÓN: La Retórica del Desparpajo en la Onda Aconcagüina
COLUMNAS DE OPINIÓN: La Retórica del Desparpajo en la Onda Aconcagüina Martina Aburto Quezada Estudiante de Derecho Universidad de Valparaíso.
En el vasto espectro de la comunicación radial, donde convive el rigor informativo, el entretenimiento inteligente y, en no pocas ocasiones, el mero ruido existencial, emerge con singular estridencia en el bello Valle del Aconcagua, un peculiar fenómeno sonoro.
En las frecuencias de una emisora connotada, tradicional y emblemática -testigo de épocas en que el micrófono era sinónimo de distinción, se abre paso cada mañana de lunes a viernes, un espacio matutino donde sus conductores han convertido el estudio radial en una suerte de performance dionisíaco contemporáneo.
Resulta, cuando menos curioso, que en pleno siglo XXI, cuando la retórica pública aspira (al menos nominalmente) a cierta pulcritud discursiva, un programa que se escucha con tan amplia difusión, opte por el camino más llano: el del vocablo soez como moneda corriente, el del garabato, la grosería como signo de autenticidad.
Estos locutores radiales, con una vehemencia digna de mejor causa, parecen creer que la crudeza verbal equivale a franqueza, que el exabrupto es sinónimo de claridad, y que el respeto al oyente es una reliquia de épocas pasadas.
Aquí, la razón dialéctica (ese arte olvidado de persuadir mediante argumentos) cede su trono al imperio de la procacidad, donde a pocos minutos de iniciada la transmisión, cada intervención parece competir en un torneo de desinhibición verbal.
La paradoja resulta evidente: mientras la radio tradicional se aferra a su legado de seriedad, este programa se erige como su antítesis viviente, transformando las ondas hertzianas en un escenario donde la palabra respetuosa y el improperio libran una batalla desigual. ¿Es acaso este el precio de la modernidad radial? ¿ Habremos llegado al punto en que la libertad de expresión se confunda con la licencia para el ultraje lingüístico? El programa, emitido en el crucial horario matutino (ese en el que, teóricamente, el ciudadano busca orientarse ante la vorágine del día), se erige como un monumento a la contradicción: promete informar, pero lo hace entre interjecciones que harían ruborizar a más de alguien por decir lo menos; invoca el derecho a la opinión, pero lo ejerce con la delicadeza de una carga de caballería. No deja de ser irónico que, en un valle tan ligado a la tradición y al arraigo cultural como lo es el nuestro, se transmita semejante festín de desenfreno verbal. Quizás haya en ello un reflejo de los tiempos que corren, donde lo visceral vende más que lo meditado, donde el grito opaca al argumento. Lo más preocupante es que este fenómeno no es ajeno a mi generación. En nuestras redes sociales abundan los ` ' que basan su popularidad en la falta de modales.
Siempre escucho la excusa de que `así es como realmente habla la gente'. Pero permítanme discrepar: en mi familia, en mi casa de estudios, en mi círculo, la gente puede ser directa sin necesidad de ser soez. La pobreza lingüística no es sinónimo de autenticidad, sino de pereza... De pereza intelectual. Lo más irónico del título es que, mientras estos locutores ejercen `El Derecho a Pataleo', vulneran el derecho de los oyentes a un espacio donde el disenso no equivalga a agresión.
Como joven que participa en la sociedad, me pregunto: ¿ realmente necesitamos más gritos en este mundo, o acaso lo que falta son voces que sepan argumentar sin recurrir al diccionario del insulto? Finalmente, lamento que en plena era de la hiperinformación, algunos medios sigan creyendo que la audiencia se conquista con estridencia en lugar de contenido. Creo que muchos que aún escuchamos la radio, merecemos mejores ejemplos de comunicación pública.
Porque si esto es `estar bien informado', entonces prefiero seguir buscando referentes que entiendan que la verdadera rebeldía no está en decir groserías, sino en atreverse a pensar distinto sin necesidad de patear el tablero del respeto básico. Quizás sea hora de evolucionar hacia `El Derecho a Pensar'. O al menos, a conversar como adultos que pretenden ser tomados en serio. Después de todo, hasta nosotros, los ` ', sabemos que madurar no significa callar lo que pensamos, sino encontrar las palabras adecuadas para decirlo. Señor Raúl Grez, si estuviera junto a nosotros, ¿qué pensaría usted?.