Autor: Ricardo Andrés Loyola Docente Universidad Adolfo Ibáñez
La piedra que cuida de Petorca
Enclavada en la precordillera del Chile Central, Petorca encierra, como hemos visto en ocasiones anteriores, un rico pasado que excede al de su fundación hispánica, tan compleja y problematizada por las disputas de los monjes agustinos.
Tanto en la ciudad misma, como en sus territorios que hoy conforman la comuna, se asentaron y dejaron su huella, antiguos hombres y mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas, que habitaron, cuidaron y decidieron hacer de ese valle y el actual emplazamiento urbano, un lugar donde echar raíces y perpetuarse, aunque sea con simbolos y elementos, hasta la actualidad.
La ciudad, emplazada por la traza europea en la ribera norte del río, se encierra entre dos cordones de altas cumbres: por el norte el complejo geográfico conformado por el cerro La Púa, Llahuín y Morro Blanco y por el sur el gran macizo y su complejo de relieve, La Higuera, de altura a 1.023 metros sobre el nivel del mar.
En la cima de este último se encuentra una gran piedra con tacitas (o agujeros inconclusos), la cual tuvo como último y único estudio uno que data de 1896, justo cuando fue descubierta por los ojos de la comunidad científica.
Se trata de una piedra de un basalto amarillo pálido en la superficie y anaranjado oscuro por los lados con 14 horadaciones, de la cual se afirma fue un santuario indígena, adonde iba la población que habitaba el valle del río Petorca a rendir a la piedra y a dejarle sus ofrendas; lo que en la actualidad hemos clasificado como piedras que rinden tributo a elementos mágico-sagrados y se ubican en grandes alturas, obedeciendo a cultos hacia lo alto, las que denominamos “guías de cielo”. La piedra de grandes dimensiones, de 6 por 2,5 metros, creemos que aún se encuentra tutelando desde las alturas al pueblo de Petorca y a sus habitantes, sin perjuicio que con el tiempo, la tradición de ascenso para rendir honores o tributos se ha perdido tras la cristianización de la zona y la imposición de la cultura europea en todo el continente.
En aquel tiempo, cuando fue visitada por los científicos de fines del siglo XIX, fueron estos conducidos por un cateador, cruzando riscos, trasmontando cerros escarpados, transitando a caballo por senderos al parecer intransitables, realizando una marcha que les demoró dos horas a lomo de las bestias de aquel entonces, todo ello a inicios del mes de octubre del año que ya hemos hecho mención. respecto a sus agujeros, los observadores indicaron que en algunos de estos existían dos excavaciones muy juntas que tienen una boca superficial que les es común y otra con una canaleta, como para echar agua por ella dentro del tubo; acaso sea para propinársela de un arroyo próximo al “dios de la piedra”, le llamaron en aquel entonces, como en las demás se le ofrecían alimentos; acaso para poner en relaciones al “dios de la piedra” con el “dios de la vertiente”. De este relato destacamos que junto a la piedra debiese haber existido o existe un afluente o emanación cercana de agua, lo que puede tener relación con las vertientes cercanas de La Nipa u otras circundantes del sector.
El vigilante de Petorca, esperando que hasta hoy aún exista, duerme en lo alto vigilando y tutelando a los actuales habitantes del valle, esperando la antigua peregrinación hacia su figura, esperando las ofrendas que no volverán, pero lo que nosotros esperamos es el conocimiento y resguardo comunitario y ciudadano de este patrimonio histórico cultural de la ciudad y territorio.