Autor: JUAN LUIS SALINAS T.
LA FORTALEZA DE LAS EMPRENDEDORAS mapuches
Nancy Epulef intuyó desde niña que su camino era el witral. Como su abuela y su madre, su destino era ser una ngurekafe (tejedora en mapudungun). A diferencia de sus hermanas mayores, ella se embelesaba cuando las veía reclinadas sobre el telar mapuche en sus rucas.
En este bastidor rectangular de madera extendían las hebras de lana y luego iban cubriendo ciertos sectores con amarres de noche —una fibra vegetal del bosque nativo— para crear los tronkay (los diseños o grecas característicos) de sus mantas. Cuando tenía 13 años, s abuela Estela (“su nombre mapuche era Yem Yempi”) le dijo en mapudungun: “Ven a amarrar. Si te sale la manta bonita, no quiero flojera y que deje el telar”. Cómo quedó esa manta? —Me demoré un mes en hacerla... tenía algunos detalles, pero supe que quería seguir aprendiendo. Son las siete de la tarde. Hace frío.
Nancy Epulef está tejiendo en una habitación en la parte trasera de su casa en la Comunidad Indígena Quintul viuda de Alcaman Cayul, en el sector Malalche Rincón, a 13 kilómetros de la comuna de Cholchol. Nancy Epulef es una de la pocas ngurekafe que se especializan en el tejido de mantas de cacique —o trarikan makuñ— de la forma tradicional. Esta prenda ancestral se creaba originalmente para el lonko o jefe de la comunidad.
Toma un mes de trabajo: desde que el hilado de oveja empieza a cubrir el witral hasta que los motivos O grecas que se cubrieron con noche aparecen luego de sumergir el tejido en tintes naturales.
El motivo más tradicional se parece a una estrella, pero si el manto es para una autoridad como un cacique de varias comunidades, el dibujo es más complejo. —No somos más de cincuenta las que seguimos la tradición tal como nuestros antepasados.
Hay muchas que ocupan tintes o técnicas industriales o se dedican a hacer otros tejidos rápidos... Es entendible, porque no pueden dedicar tanto tiempo a una prenda, además de cuidar la casa, la huerta y la plata falta. Nancy Epulef trabaja durante la noche en su witral, Durante el día se dedica al cultivo de frambuesas y es dirigenta de su comunidad.
Aunque sus mantas le han valido reconocimientos —ha mostrado su trabajo a Argentina, México y por la pandemia postergó una invitación a Estados Unidos—, dice que por un largo tiempo abandonó el telar y se dedicó a la agricultura.
Quería mantener la tradición familiar, pero recordaba a su madre y a su abuela que a comienzos de los 80 salían a vender a la Feria Pinto, cerca del terminal de buses de pero les pagaban “apenas lo que valían”, No quería repetir la historia. —Iban a la suerte. Salían a las 04:00 de la mañana, caminaban como cuatro kilómetros para tomar una micro a Temuco y volvían tristes y cansadas.
Llegaban con plata que les alcanzaba para un quintal de harina, y si es que les pagaban un poquito más, podían comprar Hace unas semanas, más de 400 tejedoras mapuches se reunieron para extender el telar más largo del mundo en Puerto Saavedra. Más allá del récord, la hazaña visibilizó el poder femenino que marcan los emprendimientos de estas comunidades y su capacidad para revalorizar sus conocimientos ancestrales.
Las alfareras de Piutril realizan vasijas de greda para ceremonias mapuches. un kilo de azúcar y un kilito de hierba... Había compradores que les daban a las ñañas lo que querían y luego revendían sus textiles cinco veces más caros. Nancy Epulef retomó el witral luego que la Fundación Cholchol le entregó las herramientas para su comercialización. Partió gradualmente, ahora vende a pedido o en Fibra Local, el espacio de intercambio cultural que tiene CMPC en Temuco. Se considera una emprendedora. —Ahora yo digo que mi manta vale tanto, y eso me pagan.
Pero todavía la gente no entiende su real valor monetario y cultural... Además, ahora con la situación que se vive en la zona, muchos compradores que venían en auto hasta mi casa han dejado de hacerlo. Según la Conadi, en la Región de La Araucanía existen 2.254 comunidades mapuche. Las mujeres conforman el 48,9 % de sus integrantes.
La ingeniera civil Rosa Caniumil, coordinadora del Centro de Emprendimiento e Innovación de la Universidad Autónoma, sede Temuco, dice hoy que el número de mujeres mapuches que emprenden es cada vez mayor y que incluso supera a los hombres. Y lo han hecho mediante su kimún (saber), porque es una manera de lograr un reconocimiento identitario y reflejar su linaje ancestral.
Caniumil, quien recorre La Araucanía para conectar a las comunidades con fondos concursables para sus emprendimientos, aclara que solo se ha vi: do el rol femenino, porque ya existía dentro de esta cultura: —La mujer mapuche ha estado a cargo de la economía del hogar, de llevar el huerto, de la transmisión cultural a sus hijos (... ) Antes, cuando los hombres dejaban la casa por trabajo, la mujer no solo cuidaba a sus hijos, también generaban economía, vendían animales y productos del campo. Para Rosa Caniumil, las emprendedoras mapuches son mujeres aguerridas, que buscan soluciones y son resilientes.
Además, recalca, muchos conceptos que hoy resuenan en el mundo empresarial, como la economía circular, sustentabilidad y el comercio justo, ya existían en la cultura mapuche. —Queda mucho trabajo por hacer, hay muchos saberes que rescatar, pero siempre resguardando la esencia y sin olvidar que somos mapuches. Hacia la cordillera, 34 kilómetros al este de Collipulli, en la comunidad Piutril-Santa Ema, está la ruca que sirve como sala de exposiciones y centro de reunión de las alfareras Piutril. Un grupo liderado por las hermanas Maldonado Reyes —Lucía, Otilia, Erika, Eva y Marta— y otras once mujeres que pertenecen a esta comunidad conformada por familiares.
Para ellas, que son descendientes de mapuche por su bisabuela, el desarrollo de los utensilios usados en las ceremonias: metawes (jarrones) y ralis (platos); además de jarrones antropomorfos y algunas piezas decorativas, no fue su primer emprendimiento. Frente al fogón de la ruca, Lucía Maldonado, una de las fundadoras, recuerda: —Cultivamos lilium, claveles y gladiolos, pero no resultó, porque no tenemos un espacio de tierra y no podemos hacer grandes cultivos.
Además, queríamos hacer algo que le diera más identidad a la comunidad, y alguien nos dijo: “¿ Por qué no retoman el tema de la cerámica que está perdido?”. Aunque no tenían mayores conocimientos de alfarería (su único acercamiento había sido hacer figuras con barro después de la lluvia en su infancia), tomaron algunos cursos, y se dedicaron a investigar y experimentar, Lucía Maldonado recuerda que los primeros jarrones y vasijas que metieron al horno explotaron. Pero insistieron. Vinieron más capacitaciones, un programa de apoyo de Prodemu y al cuarto año presentaron sus piezas en Hoy les encargan cerámica desde Santiago y están en distintos locales de artesanía.
Pero lo más importante para ellas: desde numerosas comunidades de la región les piden ralis (platos) y los metawes (cántaros) para utilizarlos en sus ceremonias ancestrales, —En gran parte de las ceremonias mapuches se veía mucho objeto plástico, loza o incluso cosas de Pomaire, que no tienen nada que ver con la cultura. Sabíamos que los machis pedían que ojalá fueran madera o greda, pero los artesanos no los hacían —dice Lilian García, quien es 'a y se costeó parte de su carrera con su trabajo de alfarera.
Lucía Maldonado, su tía, agrega: —Hoy día nuestras piezas no solo están en los ngillatun de la zona o se usan en el We Tripantu (Año Nuevo mapuche). También hay cerámicas en los cementerios, para acompañar a nuestra gente en su sepultura.
Para las alfareras fue un reencuentro con sus orígenes de los cuales se sentían lejanos. —La alfarería nos ayudó a ganarnos un espacio —dice Lucía Maldonado—, porque las comunidades son bien celosas de quién entra a su ceremonia y nuestras familias, además de no tener apellidos originales, no eran muy aceptadas. —é No las sentían realmente mapuches? —No, porque mi madre nos llevaba al ngillatun un rato y nos veníamos... nos criamos más católicos que mapuches. Ahora la greda nos llevó a investigar, a mirar nuestro pasado y nos acercó a las comunidades que nos rodean.
Su sobrina Lilian García reflexiona: —Saber que estamos recuperando parte de lo que se hacía antes, la cultura, me gusta, pero también me satisface saber que con este trabajo puedo no depender de un “hombre” —entre comillas—, que también puedo aportar a mi casa. Sábado 21 de mayo. Puerto Saavedra.
Al tiempo que un pálido sol desaparece tras un cielo plomizo, una larga fila de 426 tejedoras mapuches extiende un telar de 900 metros de largo y 50 centímetros de ancho por la costanera de esta ciudad ubicada frente a la desembocadura del río Imperial, al sur de Temuco.
Vienen de distintas regiones de Chile: hay grupos de Coquimbo, Santiago, Valparaíso, de comunidades de las regiones del Biobío, La Araucanía o Los Ríos, Incluso llegó un grupo de ngurekafes de la provincia de Neuquén, Argentina.
Tras dos años de trabajo lograron unir las piezas que tejieron en sus witrales —cada una creó una pieza de 50 centímetros de ancho por dos metros de largo— y lograron el telar más grande del mundo que fue reconocido por un juez internacional y que logró superar el récord establecido en 2017 por 322 tejedoras en China. La actividad fue impulsada por la Fundación Chilka, en colaboración con CMPC y el Gobierno de Chile.
Ignacio Lira, subgerente de Asuntos Corporativos de CMPC, cree que el récord del telar revaloriza su identidad. —Además es un reflejo de la gran red de emprendedores que hay en el pueblo mapuche, especialmente entre las mujeres que aquí tienen múltiples talentos y empuje.
El telar tiene los colores del relmu (arcoíris en mapudungun). Además, representan los valores de su cultura: el amarillo se refiere al norchewiin (actuar con rectitud), el morado simboliza el che troki wiin (respeto por la persona), el verde se relaciona con el rekiúliiwiim (respaldo al otro). Mientras que el calipso o ekun zugu (respeto absoluto a la naturaleza) y el naranja o yamu wun son la base de la sabiduría mapuche.
Nelly del Pilar Calbulao, una tejedora de la comunidad Juan de Dios Cayulao de la comuna de Lautaro, quien viajó con 17 ngurekafes de otras comunidades de su sector y su hijo Ítalo que también es tejedor— se acercó al witral a los ocho años. —Me enseñó mi abuela Dominga, pero lo básico, lo urdido, como se puede llamar, porque dentro del telar mapuche hay una infinidad de técnicas, colores y conocimientos que se adquieren con el tiempo. Cuando tenía siete años se fue a Santiago para seguir su educación, pero nunca se sintió cómoda en la ciudad.
Volvió a terminar sus estudios en Lautaro. —A los 15 años me rebelé, dije: “Tengo que volver a mi tierra, tengo que hacer lo que soy”. Empezó tejiendo makuñ (mantas) y luego se fue especializando en diferentes textiles que vende bajo la marca Kallfuleufu.
Hace unos años descubrió los xongxong, vasijas de cuero que se fabrican con ubres de vacas y que sirven para guardar granos y se utilizan en ceremoniales, y empezó a investigar para conocer su técnica de elaboración. —Estoy perfeccionando mi trabajo en cuero, pero es un desafío, porque cada vez hay menos maestros que se dedican a hacer xongxong y es una tradición que no se puede perder. Para mí, tejer o hacer trabajos artesanales no fue una opción, es algo que llevo acá adentro, que me llena el alma.
Alo Para el doctor en Historia Claudio Millacura, integrante de la Cátedra Indígena de la Universidad de Chile, en la medida en que la sociedad chilena revalorice a los pueblos indígenas, todo lo que provenga de ellos va a ser parte de este proceso. Si antes una manta se vendía en lo que se podía y hoy día adquiere su valor real, es que la sociedad chilena ha aprendido a valorizar no solo a los indígenas, también sus conocimientos.
Claudio Millacura explica que las emprendedoras mapuches hoy se dedican a artesanías y saberes que heredaron de sus madres, y es porque han comenzado a ser más valorizadas. —Para poder explicar el porqué de la revitalización de las manifestaciones que son propias de los pueblos indígenas, hay que comprender la relación de los pueblos indígenas con una institución que se llama escuela que promovió un tipo de enseñanza que prestigiaba lo ajeno por sobre lo propio, y eso hoy ha ido cambiando.
Para el investigador, hoy las mujeres indígenas han comprendido que su forma de valorar su conocimiento no es a través de la separación, sino por medio de la complementariedad. —Tiene que ver con que los conocimientos, los saberes, no se encuentran hoy, sino que han sido heredados de sus madres, de sus abuelas. Es parte de los feminismos comunitarios, que tienen relación con mujeres indígenas, es acerca de reconectarse con la memoria... Nosotros sabemos el valor que tenemos, pero dependemos de este otro reconocimiento. Ak Hace diez años, Isolina Huenulao quiso probar suerte en otro rubro. Hasta entonces, en su tierras —ubicadas en un sector llamado Vista Hermosa, en la comuna de Carahue— se dedicaba únicamente a la crianza de corderos y el cultivo de hortalizas.
En una loma de media hectárea, rodeada por un bosque nativo con lingues, robles, avellanas y copihues, instaló una viña con cerca de 1400 parras de pinot noir, cepa francesa que se adapta a climas fríos.
Fue el inicio de Wuampuhue (que significa lugar de canoas), un viñedo de producción semiorgánica y que ella presenta como el “más austral de Chile”. El riego proviene de un estero, el control de la maleza se hace a través del pastoreo de ovejas e incluso cuenta con paneles solares para crear energía. La primera cosecha la realizó en 2017. Fueron 300 kilos de uvas que transformó en un vino que a su gusto era de buena calidad, pero no la dejó conforme. Por consejo del enólogo Edgardo Candia, desarrolló un espumante. El resultado fue un espumante rosado con sabor frutal. El año pasado ganó medalla de oro en el Catad'Or 2021, —¿ Qué tiene de malo innovar? Yo hago espumante, pero es mapuche. El resultado depende de esta tierra, del agua del estero, del bosque que lo rodea —dice Isolina Huenulao mientras se aleja de su viñedo bajo una fina lluvia.