La hipersensibilidad: la vida como cristal
“Un estudiante se quejaba en una celebración universitaria de que se ofrecieran completos y sándwiches de carne”. CARLOS PEÑA (SANTIAGO, 1959) ES ABOGADO CON ESTUDIOS DE POSGRADO EN SOCIOLOGÍA Y DOCTOR EN FILOSOFÍA. EN SU ÚLTIMO LIBRO, “HIJOS SIN PADRE”, PLANTEA LA TESIS DE UNA GENERACIÓN SIN GUÍA. Por Carlos Peña n estudiante se quejaba en una celebración universitaria de que se ofrecieran completos y sándwiches de carne. Él era vegano y el solo hecho de presenciar cómo los consumía, lo perturbaba y, según confesó, lo violentaba. Su pareja asintió. Ambos se sentían —y su actitud mostraba que eran sinceros y no simulaban en modo algunovíctimas.
Muchos estudiantes se sienten también verdaderamente heridos si el profesor es irónico y otros sienten que su salud mental está en peligro si se les establecen exigencias muy altas o si el calendario no cuenta con suficientes periodos de descanso o si acaso no se les brindan varias oportunidades para aprobar un curso. Otras personas califican de violencia las expresiones demasiado terminantes o incluso opuestas a lo que ellas piensan. Hay quienes se sienten sobrevivientes por haber experimentado alguna agresión, por ejemplo, sexual, asimilando la gravedad desusituación a la de quien estuvo en un campo de concentración y vivió para contarlo. Una refutación que en un torneo escolástico merecería aplausos, hoy día arriesga el peligro de ser considerada equivalente a un puñetazo.
El valor educativo de los textos ya noserelaciona con su contenido sino con la identidad o la biografía del que los escribió, de manera que las novelas de Faulkner no valen la pena debido al machismo que atraviesa sus páginas, tampoco la Política de Aristóteles por haber aceptado este la esclavitud y menos los poemas de Neruda, a quien se perdona su alabanza de Stalin, pero no la agresión que, avergonzado, confesó en sus memorias.
La imagen de un mundo que es un entramado de redes de micropoder. .. r.. s.. Hijos sin padre: Ensayo sobre el espiritu de una generación” es el nuevo libro del columnista y rector de la U. Diego Portales, Carlos Peña. En esta crítica de largo aliento, el académico se pasea por los factores políticos y culturales que cruzan a la sociedad chilena. “La hipersensibilidad” es un adelanto de su obra. desde las cuales se ejerce violencia simbólica, parece estar invadiéndolo todo. Por supuesto, el análisis de este problema suele ser mal entendido. La gente cree que cuando nos asomamos a estos fenómenos y a su expansión con el afán de comprender cuál es su origen, estamos desconociendo que el reclamo que les subyace esté justificado. Desde luego, no es así.
En todos esos casos hay un perjuicio de variada amplitud (porqueno es lo mismo una ofensa que una agresión sexual o fisica, si bien ambas son dañinas) que desmedra en alguna medida la integridad de alguien.
Lo que es digno de examinar, sin embargo, es por qué hoy se reacciona de la manera en que se hace frente a ellos y por qué, en especial, lo que ayer parecía banal ono hoy sin embargo suscita la reacción. Este cambio en la forma de afrontar los riesgos de la interacción o de la existencia —el fenómeno hacia el que acabamos de llamar la atención— no es, desde luego, inédito.
Es el caso, por ejemplo, guna vez se llamó melancolía, y más tarde la psiquiatría describió como «tristeza inmotivada» hasta considerarla hoy una forma de depresión, ala Carlos Peña Taurus 180 páginas S14 mil A AZ PEÑA ES COLUMNISTA EN EL MERCURIO Y ACADÉMICO DE LA FACULTAD DE DERECHO EN LA U. DE CHILE. que, en fin, se examina como un fenómeno histórico cultural inscrito, a la vez, en los resortes más profundos de la condición humana.
Es probable que las diversas formas de agresión que hoy dan lugar alo que, con ánimo polémico, se ha llamado «victimismo» comparta esa doble característica: hay algo allí de cultural, pero también inscrito en la forma en que el ser humano concibe su propia integridad. ¿A qué se deberá ese fenómeno que, junto a los anteriores que hemos descrito, también es posible constatar en Chile? ¿ Qué factores culturales podrían haberlo configurado? Es probable que ese tipo de conducta hipersensible esté asociada a los fenómenos — que ya examinamos— de la anomia o la contradicción cultural entre un mundo que cada vez exige mayor desempeño y que, ala vez, invita a diseñar la propia vida.
Es posible pensar que cuando los individuos carecen de una orientación normativa compartida (porque las agencias de socialización se debilitan) broten criterios particularistas de lo que es bueno o no lo es, expandiendo lo que se considera dañino o inaceptable a aspectos que apenas ayer se consideraron como los inevitables roces que impone la vida social.
Cuando los individuos se quedan a solas y sin el apoyo de agencias externas que los ayuden a configurar la experiencia, su subjetividad se transforma en el criterio final de lo que es correcto o no. Como sea, uno de los rasgos más frecuentes que se observa hoy, especialmente en las nuevas generaciones, es la hiperestesia social, una especie de extrema sensibilidad en la interacción.
Así, uno de los aspectos más notorios del debate público y de la forma en que concebimos las relaciones sociales es que hoy las personas son en extremo proclives a detectar agresiones en el lenguaje, en la gestualidad o incluso en las costumbres ajenas. Es lo que la literatura denomina —con ánimo polémico, claro está— la cultura del victimismo. Esta se acentuó en los últimos años y se manifestó fuertemente en octubre de 2019 y en la Convención Constitucional que siguió.
Así, los pueblos originarios son presentados como una víctima colectiva (y nunca como un agente de agresiones); una cierta versión reduccionista del feminismo presenta a las mujeres como pacientes de un daño (que no reprobado caso a caso porque es el género el que permite inferir el maltrato, según se sigue de la frase «amiga, yo te creo»); ciertas culturas alimentarias o el animalismo serían agredidos por quienes son omnívoros, etcétera. Este fenómeno está acompañado de un discurso político extremadamente moralizante y quienes lo profieren se ven a sí mismos como redentores. El resultado es que el pueblo es presentado como un puñado de víctimas dignas de ser redimidas. Junto a esa cultura del victimismo, se arriesga la aparición de una cultura del antivictimismo.
Se trata de una actitud frecuente en los sectores más conservadores o de derecha, en los que la denominación de víctima se transforma en un epíteto que disminuye a la persona. «Hacerse la víctima» o insinuar que la condición de víctima es una forma de ser remunerado u obtener ventajas es un ejemplo de esta virulenta reacción contra la hipersensibilidad que también se observa en la cultura contemporánea. Otro ejemplo de esta reacción (igualmente peligrosa para los ideales liberales que el victimismo) es el feminismo antivictimista: Aunque las feministas antivíctimas no comparten ningún vínculo organizativo oficial, sus críticas son notablemente similares. Las mujeres [... sostienen, ya no son oprimidas como grupo, y el progreso de las mujeres como individuos se ve ahora en gran medida obstaculizado por el movimiento feminista. Las feministas víctimas habrían «traicionado» a las mujeres exigiendo un colectivismo inflexible y alimentando actitudes inadaptadasqueimpiden a las mujeres disfrutar plenamente de los frutos del mercado. También se acusa a este «establishment feminista» omnipotente de fomentar el «moralismo histérico», la mojigatería sexual y los escudos legales para las mujeres.
Según este punto devista, silas mujeres son víctimas son víctimas del feminismo victimista (*). ¿Qué hay tras todo esto y en especial detrás de la hipersensibilidad y los fenómenos asociados a ella? Para comprenderlos, y luego criticarlos sin incurrir en el antivictimismo quese acaba de mencionar, puede ser útil un breve rodeo sociológico. En las sociedades más tradicionales el concepto básico era el honor. Este dependía de la posición social y debía ser defendido por quien lo poseía. Tener honor querría decir algo así como tener la disposición a defender un rasgo invisible que situaba al sujeto que lo poseía en un lugar apetecido de la escalerasocial.
Una delas características centrales de la cultura del honor essualta sensibilidad: este podía ser lesionado incluso con un mínimo gesto —una descortesía podría ser suficiente para herir, cualquier conducta inapropiada— como, por ejemplo, una broma, eso que la literatura llama hoy microagresiones. Ese tipo de cultura fue sustituida en la sociedad moderna por el concepto de dignidad. Este concepto está atado al de igualdad. Todoslosindividuos serían dignos en la medida que su existencia es única e irremplazable.
Es lo que quiso decir Immanuel Kant en La fundamentación metafísica de las costumbres cuando afirmó que la cosas tenían precio (porque eran sustituibles) y las personas dignidad (porque cada uno es un ente original). Como la dignidad es un atributo igualitario e intrínseco, ella no se pierde por el gesto ajeno o la palabra derogatoria. En la cultura de la dignidad las microagresiones prácticamente no existen. Que ocurreen la cultura del honor, la dignidad se prueba en la capacidad del sujeto para hacer caso omiso de los gestos olas palabras hostiles. Ser digno es también ser indiferente alas pequeñas agresiones. Hoy día, en cambio, la sociedad estaría transitando hacia otro tipo de cultura que se ha llamado la del victimismo. Este tipo de cultura mezcla de alguna forma a las otras dos. Comparte con la cultura del hoalta sensibilidad y, a la vez, compartecon la cultura dela dignidad la propensión a buscar a un tercero lasaudiencias, el Estado, la ley) que ayude a castigar al victimario.
Hoy día una broma, un desliz lingúíístico, una mirada, una exigencia académica que se juzga excesiva, pueden ser consideradas lesivas, del mismo modo que en la cultura del honor un mínimo gesto podía dar lugar a un desafío para restaurarlo. Y ello da lugar al involucramiento de terceros quese ponen habitualmente de parte de la víctima, puesto queen esta culturalo que parece importar ante todo no esla verdad o la razonabilidad, sino la sensibilidad. No importa lo que ocurrió (cuya averiguación supone reglas de igualdad entre las partes, tanto en el debate científico como en el jurídico): lo que importa es lo que siente aquella persona que reclama reparación. Este es el peligro que acarrea este tipo de cultura. Porque en los ideales del moderno estado de derecho lo que importa noes lo quela persona siente, sino lo que efectivamente ocurrió juzgado en base a reglas preexistentes. Y al recurrirse a estas reglas no se está desconociendo ex ante la agresión, sino que se está procurando, más bien, mantener la imparcialidad para ver si ella ocurrió o no. Con todo, no acaba ahí el problema de la cultura de la víctima.
Porque ocurre que la extrema sensibilidad que hoy día prevalece exige de los individuos un preciso instrumento conceptual o teórico para detectar las pequeñas agresiones que una persona que no comparte esa cultura (y esas personas sobran, desde los machistas, a los heterosexuales, o en ocasiones los adultos) no sería capaz de advertir. Ese instrumento conceptual es provisto por alguna de las varias versiones de lo que, siguiendo una expresión de Georg Lukács, podría llamarse el asalto a la razón. Lo que aún se acostumbra a llamar razón siempre se entendió como la capacidad de discernir con algún grado de objetividad los hechos y decisiones. Tener la razón quería decir que, de acuerdo con los argumentos y las pruebas, el contenido de un enunciado debía tenerse por correcto con prescindencia de quien lo pronunciara.
Hoy día, sin embargo, se ha expandido la idea de que la razón es el nombre de una facultad interpretativa que depende de muchos factores que van desde el género, la etnia o la cultura a la clase. La razón, para este punto de vista, no es un árbitro imparcial bien falible— sino un disfraz de intereses múltiples.
Ocultándose tras la vestimenta de la razón habría otras cosas: intereses de clase o de género, o etnocentrismo que, por no atreversearebelarse como tal, se disfraza de una racionalidad aparentemente incontestable. (*) CITA DEL ARTÍCULO “VICTIMS NO MORE”, DE ALYSON M, COLE.