Autor: Por Paulina Modiano
“El fracaso del plebiscito viene a rubricar el fracaso político de la revuelta”
Martin Hopenhayn, filósofo: El ensayista y académico de la UDP dice, sin embargo, que el estallido sí constituyó un “triunfo cultural, porque marca en el imaginario de la gente cosas que realmente no estaban internalizadas”. N el último tiempo el filósofo, ensayista, aforista y académico de la UDP, Martín Hopenhayn (67), se ha dedicado a la lectura de su homólogo coreano Byung-Chul Han, uno de los fenómenos intelectuales superventas del último tiempo. A él le dedicó, hace unos días, una ponencia en el último festival Puerto de Ideas realizado en Valparaí SO. Con una prolífica obra, Byung-Chul Han ha publicado una gran cantidad de libros divulgando su visión sobre un mundo actual marcado por el consumismo y el exceso de trabajo.
“Son libros simples, muy breves con siete u ocho ideas fuerza que captan cosas que están en el aire, como que nunca dejamos de trabajar, que estamos siempre disponibles y que además hemos verbalizado un imperativo del rendimiento”, explica Hopenhayn. “También avanza sobre otras ideas centrales, como que se están perdiendo los rituales en su sentido positivo, los que le dan razón de ser a nuestra vida. Estas ideas están expresadas claramente y en algunos casos de forma poética”, agrega.
La lectura de Han le sirve a Hopenhayn, quien fuera director de la división de Desarrollo Social de la CEPAL, para echar un poco de luz a la escena políticosocial chilena donde los criterios económicos, el deseo de derechos sociales y la agenda del Gobierno traman un escenario incierto para el próximo año. —¿ Byung-Chul Han plantea alguna opción a la realidad tan agobiante que nos rodea? —Las pocas líneas de salida a este mundo, que mira un poco apocalípticamente, son muy individuales. No hay una perspectiva social. Su idea es más bien conectarse con la naturaleza, distanciarse de las redes sociales, comunicarse con el ser. Lo político no está. Opera más con la sensación, la seducción y busca un sentido de consolación. Pero yo empecé a sospechar, porque cuando uno se convierte en un fenómeno de superventas al final termina transformándose en un conservador más que en un innovador.
El concepto ideológico está muy ausente, no se mete con el tema de la igualdad, de la sociedad estratificada, no le reconoce ni un poquito de positivo a la cibernética, al desarrollo de las redes sociales; no ve nada positivo en la transparencia de la información. Es la conexión de este planteamiento, si existe, con el Chile actual? —Chile es un país muy inserto en el mundo, de desarrollo medio y de altísima incidencia en las redes sociales. ByungChul Han ha pensado mucho en eso, cómo las sociedades tienden a la radicalización a partir de las redes sociales, a los que la gente le dedica entre dos y cuatro horas diarias. Según Han, eso regenera en la gente emociones como la ira, el odio, la rabia y eso lo tenemos acá presente también, es como una manipulación de la emocionalidad. Y ahí creo que su diagnóstico es acertado. Hay un mundo que está en una relación muy estresante con el tiempo, sin pausas, sin espacios y súper saturados. —¿ Y usted está de acuerdo con esa visión? —No del todo.
Creo que corresponde ser crítico, porque yo vengo de esa tradiHay dos cosas que siempre las tuvo colonizadas la derecha y en los que el Gobierno se vio obligado a entrar: la seguridad y la inflación”. Mucha gente no ve contradicción en haber votado Rechazo y adherir a muchas cosas que tuvieron que ver con el estallido”. ción. Pero desde esa crítica hay que construir un relato más político, por ejemplo, en el mundo del trabajo porque a la gente se le está exigiendo cada vez ser más productiva. También está la precarización, el quedar fuera del sistema laboral formal con nuevos modelos de negocios sin contratos. Entonces, habría que darle un poco más de vuelta desde el punto de vista político, en cómo nos organizamos para no estar atorados. “La productividad en Chile se entendió mal” —¿ Existe esa posibilidad de cambiar sin reformular el modelo políticoeconómico que nos rige? —En Chile ha habido una acumulación larvaria. En 1998 se empezó a discutir sobre la paradoja de la modernización en el país, se instaló la idea de que la modernización rompía los lazos de pertenencia. Estaba un poco la sensación de vacío. Entonces es algo que viene de antes, pero como que quedó olvidado.
El estallido social lo que puso sobre la mesa fue el tema de la desigualdad, el divorcio de lo político y lo social, y ahí lo que me parece interesante es el tema de la dignidad de las personas, que no solo tiene que ver con el acceso a bienes, sino que también con la falta de vínculos, el estrés al que está sometido la gente.
Ahí es donde uno podría ser crítico del pensamiento de Byung-Chul Han, por la falta de conexión con ese tipo de problemas, los de la desigualdad, los de las manifestaciones sociales, la crisis del sentido de pertenencia en cuanto a la comunidad. —Claro, no basta sólo con cierto desarrollo económico. —La verdad es que él piensa desde dos países. Alemania donde vive y se formó y luego desde Corea del Sur, que básicamente se centró en la productividad con efectos para su población. Pero la productividad en Chile se entendió mal. Aquí la productividad se entendió como trabajar más y también poder exigir cada vez más, no como industrializar un país agrario e incorporar conocimiento. El valor agregado al estilo coreano nunca ocurrió como tal.
Chile no es un país pobre en términos de producto, es de desarrollo medio, pero es una de sus trampas es que no da el salto para incorporar ciencia y tecnología. —¿ Y usted cree que se están dando pasos importantes en ese ámbito o seguimos trancados en nuestra producción extractiva? —Hay instituciones de fomento, siempre está la Corfo, los proyectos concursables de innovación, pero hay poco avance en la cooperación público-privada, que es clave.
En Chile tenemos un sector privado muy fuerte en términos de participación económica, pero que es muy poco proclive a hacer inversión importante en innovación, como si fuera algo del que se tuviera que encargar casi exclusivamente el sector público y algunas universidades tradicionales.
Debe existir ese espacio donde se debe incorporar una lógica de colaboración, que es la forma en que se industrializaron Corea y Japón. —Chile tuvo un gran período de crecimiento, pero no es proporcional a un desarrollo social.
Muchos creen que los problemas tienen que ver con la concentración de la propiedad. —Ese es el tema de Chile: cómo un país que posee un producto per cápita alto, tiene una media de ingresos de 200 o 300 mil pesos. Son varios temas a la vez, porque es difícil entender cómo un país con ese nivel de crecimiento tiene niveles tan segmentados de educación, de salud y de segregación territorial. Todo eso es muy fuerte y es el lado oscuro.
Pero también hubo varias décadas de crecimiento donde la pobreza se redujo de un 39% a un 12 %, la cobertura educacional terciaria, sea técnico profesional o universitaria se cuadruplicó en 20 años y hoy la gran mayoría de los estudiantes son primera generación en su familia.
Pero una cosa es la distribución del ingreso y otra cosa, que es lo más importante para la gente, es que el ingreso medio es muy bajo. —¿ Cómo ve encaminado Chile en este momento? El estallido social fue fuerte, pero no tengo claro si fue un instante o una situación que marcó más profundamente a la sociedad. —Yo creo que el estallido fue una revuelta y no una revolución. Y una revuelta puede ser un fracaso político y un triunfo cultural. Un fracaso político porque se genera la expectativa de un cambio radical. En Chile lo que más hay es una gran vulnerabilidad, porque la mayor parte de la gente no es de clase media. Todas las deficiencias en salarios, en salud o en endeudamiento, configuran una clase media que no es tal, porque siempre está como al límite. Creo que la mucha infelicidad que existe tiene que ver con eso, con esa percepción de riesgo, de mirar hacia adelante y sentir que puede haber un precipicio.
“El cóctel del próximo año no es bueno” —¿ Cómo se explica entonces que el Rechazo haya tenido una votación tan alta? —Básicamente el fracaso del plebiscito viene a rubricar el fracaso político de la revuelta, pero es un triunfo cultural porque marca en el imaginario de la gente cosas que realmente no estaban internalizadas y que tienen que ver con la constatación de las diferencias, una mayor sensibilidad hacia los abusos, los malos tratos, en fin, hay un montón de marcas que quedaron incrustadas en el sentido común. —¿ Pero hay una alternativa para encausar esas frustraciones? —Es una pregunta muy difícil de responder, porque hay mucha gente que no ve contradicción en haber votado Rechazo y adherir a muchas cosas que tuvieron que ver con el estallido. El centro político votó Rechazo.
Pero también hay elementos que son más comunicacionales, no tanto a través de la prensa o las redes sociales, pero si se distorsionaron ciertas cosas, porque la Constitución se lanzó muy fuerte con temas que a la gente le costaba entender. —¿ Cómo cuáles? —Esto de que no somos un solo país sino uno plurinacional. El ideario interno de la unidad del país está ahí, entonces el desafío era estar mucho más abierto a una nueva visión cultural. El estallido social sacó parte de eso, pero no tanto como para que la gente esté dispuesta a un cambio de raíz.
Otro de los efectos que tuvo el estallido es que corrió la agenda en general y hay gente de derecha, y estoy hablando básicamente de Renovación Nacional y Evópoli, que ha tomado temas que antes eran de la izquierda. —¿ Y por qué se produjo ese cambio?—Primero por estrategia política para captar adhesiones más permanentes. Por otro lado, yo creo que son permeables, las cosas pasan en el país y el estallido fue básicamente también un evento comunicacional y la política no es refractaria a eso, tiene que absorberlo. Lamentablemente el sector político más golpeado hoy es la izquierda, que en un momento generó una expectativa de un reordenamiento fuerte.
Igual el estallido, el plebiscito de entrada y la elección de los constituyentes marcó al país con mensajes muy fuertes que están instalados y que llegaron para quedarse. —¿ Cree que tras la pérdida del plebiscito el Gobierno está en condiciones de llevar adelante los cambios sociales que se ha propuesto? —No con la magnitud que inicialmente se planteó. Lo que probablemente va a haber es algo intermedio, como ocurrió en los dos gobiernos de Michelle Bachelet. En el caso de la agenda que propone el Presidente Boric, creo que va a tener que jugársela por uno o dos temas.
Yo me imagino que como están las cosas ahora, esos dos temas deberían ser pensiones y la reforma tributaria, porque van unidos además. —Y si tratamos de mirar un poco más adelante, ¿hacia dónde diría que vamos? —La verdad no sé. Hay demasiados factores negativos que se están conjugando. El próximo año puede sumar un aumento en el desempleo que naturalmente se va a traducir en más pobreza. El cóctel no es bueno. Pero, por otra parte, y por el costo que hay que asumir, puede que el péndulo político se desplace más a la preocupación por lo social.
Si fuera así, eso permitiría tener un viento a favor por lo menos para centrar la gestión del Gobierno en una agenda social. —¿ Y eso está ocurriendo actualmente?—NOo, porque lamentablemente el tema de la seguridad se robó la película. Hay dos cosas que siempre las tuvo colonizadas la derecha y en los que el Gobierno se vio obligado a entrar: la seguridad y la inflación.