Autor: ALAN MEYER
Columnas de Opinión: EL ESTADO NO PUEDE DECRETAR EL CRECIMIENTO: PUEDE HABILITARLO
Crecimiento, crecimiento... Llevamos un par de anos diciendo al unísono que Chile necesita volver a crecer como antes.
Pero siendo honestos, hasta ahora es poco más que música de fondo. ¿Por qué? Porque para que las empresas inviertan en forma decidida (y no olvidemos que eso implica tomar riesgos), el Estado debe asumir el rol de un “productor” que da herramientas y quita fricciones, para que nos sea más fácil ponernos en movimiento.
En tiempos donde generar empleo será cada vez más difícil, menos geográficamente dependiente y más condicionado por fuerzas como la inteligencia artificial, lograr que la inversión, la contratación y el crecimiento sean algo racional y obvio debería ser la principal obsesión de cualquier programa económico de los candidatos a La Moneda. Cuando imperó esa lógica vivimos como país un salto en bienestar. El Estado no era solo árbitro, sino un habilitador. Rayó la cancha, cortó el pasto, instaló arcos grandes y agilizó el juego. Ejemplos sobran: estatutos de invariabilidad tributaria, los TLC o el modelo de concesiones. hoy, lo que debiera ser una cancha moderna, a menudo se ve llena de baches: burocracia, regulaciones contradictorias, reglas poco claras, impredictibilidad. Urge una visión común, donde el Estado empuje hacia el mismo arco, con reglas estables, condiciones competitivas a nivel mundial y actitud procrecimiento.
No se trata de volver al “déjennos trabajar tranquilos”, de Ricardo Ariztía a Ricardo Lagos hace 25 años, sino de un nuevo trato, donde el Estado —además de habilitar— ponga el foco en generar valor y abandone la sospecha absurda y apriorista sobre la rentabilidad privada.
Pregunta para los candidatos: ¿ desde qué mirada van a gestionar el Estado? ¿ Cómo van a lograr que cada repartición promueva inversión e innovación? Las respuestas son claves para enfrentar lo que viene: economía digital, IA, empleos del futuro. Irlanda, que en los 80 era un primo pobre del Reino Unido, hoy lo supera en PIB per cápita. Lo hizo con un Estado que confió en el rol privado, se alió con las empresas y puso sus fichas en crecer. Con reglas claras, estables y orientadas a fomentar. Su salto fue fruto de decisiones racionales y la comprensión de que la empresa privada va a elegir cuál es el mejor lugar para invertir, contratar y crecer. Lo irracional, en cambio, es creer que se puede atraer capital penalizando la rentabilidad o creando incertidumbre. El crecimiento no se decreta. Se construye con visión, condiciones competitivas y un Estado que se comporta como aliado, se enorgullece del crecimiento, la rentabilidad y el atractivo para invertir. Y que es feliz cuando el retorno sorprende positivamente al mercado.