Listas parlamentarias
E Vivimos tiempos notables, El discurso político se ha convertido en un recital de lugares comunes; transparencia, probidad, ética pública.
Palabras queserepiten con tanta devoción que uno casi podría creer que estamos frente a un coro celestial, Sin embargo, cuando bajamos del púlpito a la realidad terrenal, descubrimos que aquellos quese golpean el pecho por estos valores son, al mismo tiempo, los más diligentes en asegurar que hermanos, amigos, compadres y hasta compañeros de asados encuentren un lugar en las listas parlamentarias. Es una verdadera hazaña de creatividad: a veces es un pariente directo, otras un funcionario fiel, un dirigente partidario de confianza, o -por qué novarias de las anteriores reunidas entuna misma persona. Lo que asoma aquí no es la defensa de ideales colectivos, sino una pequeña obsesión personal: la del poder. Esaobsesión lo contamina, que convierte la política en una empresa familiar, que erosiona la convivencia regional y que, al final del día, pone en riesgo lo más delicado: la demoecracia. Porque cuando el poder se administra como herencia o como club privado, lo público se degrada y la ciudadanía aprende a mirar con desconfianza, cuando no con hastío, debieran representaria. Peor aún: semejante afán controlador suele cobrar una factura silenciosa. Quien orquesta estas maniobras paga un precio en su propia salud mental. Porque el miedo a perder el control es tan corrosivo como el poder mismo. En el fondo, tras el discurso solemne y las sonrisas de campaña, hay una fragilidad evidente: la de quienesconfunden liderazgo con propiedad privada. En una democracia madura, se esperaría quelos liderazgos surgieran del mérito y del debate deideas. No de los amigos, parientes y seres queridos y queridas. Arturo Sánchez