MIL PÁJAROS VOLANDO
MIL PÁJAROS VOLANDO E n la ventilla de la avioneta de DAP --la aerolínea que conecta Punta Arenas con Puerto Williams-de pronto aparece, entre gruesos nubarrones, un punto verde/ ocre que enamora. Si Chile tiene algo así como 43 mil islas, Navarino, la que se revela allá abajo, debe ser una de las más bellas. De partida porque está escasamente poblada: apenas 0,14 habitantes por kilómetro cuadrado. También porque es una isla rara (única, excepcional) donde, pese a la actividad humana, se conservan prístinos ríos y bosques. No por nada, dicen científicos y exploradores que la han recorrido (o al menos intentado), se trataría de una de las más enmarañadas y difíciles de conocer.
Bueno saberlo cuando parte este viaje cuyo primer objetivo es avistar y fotografiar aves en la también llamada "isla de los pájaros", nombre con el que los ornitólogos celebran que en ella sean las aves los vertebrados más abundantes. Y tremendamente especiales. De partida porque de las 208 especies registradas, más de la mitad son endémicas de este Chile austral, subantártico, incluidas carancas, caiquenes y quetros. La lista es enorme.
Así, tras aterrizar, sin más emprendemos el camino al Errante, el ecolodge donde nos alojaríamos (errantecolodge. com). La cosa es que, ya en la ruta que va a Puerto Toro (el hotel está a cinco kilómetros de Williams) te quedas sin palabras. Amapolas y alelíes encienden el zigzagueante camino. Y, aquí y allá, aparecen fosforescentes turberas que transforman el paisaje en un escenario de fábula. De eso y más es lo que escuchas, justamente, en el hotel de Jorge y Constanza, dos odontólogos que llegaron a trabajar a la isla y en un dos por tres decidieron quedarse. Para eso, con sus propias manos, aserraron madera y con tablas de lenga construyeron su casa/refugio. Luego pusieron tinas de agua caliente. Y, finalmente, sábanas y edredones blancos que invitan a la contemplación y al relajo. No poca cosa en una isla donde, de verdad, en cuanto llegas sientes que alguien te llama. Es como si el alma, el espíritu, se te quisiera salir por la chaqueta. Y, en cualquier minuto, te fueras volando a Mordor. Pero no. Estamos en Chile y no en El Señor de los Anillos. Es media tarde, aunque no cualquiera, sino una especialmente serena, sin viento. Una tarde espejada en la que los cormoranes, parados sobre las rocas que desafían las suaves mareas del Beagle, se contemplan en un espejo infinito. Es la novedad quieta. Una calma perfecta, a no ser por el trémolo corte que hace en el cielo una golondrina chilena que, al volar de un punto a otro, hace gala de su dorso negro azulado. Outfit perfecto que complementa con su pecho blanco que irradia pureza. Visitante ocasional de Navarino, la golondrina comparte con otras aves su condición de migrante sin prisa. En la isla estará hasta que llegue el otoño. Se irá cuando acabe el verano. Constanza Portus y Jorge Caros, la pareja de dentistas, también tiene su lado migrante. Ambos, por lo pronto, son amantes de la aventura y el deambular de los pájaros. Es cosa de revisar su biblioteca, donde atesoran prácticamente todos los libros que se han publicado sobre las aves locales. Tal vez por lo mismo, ambos constantemente inventan ideas de viajes, ya sea en la misma isla o en lugares cercanos. Constanza, por su lado, conoce insospechados rincones. De hecho, diariamente, maneja la van que recorre la isla a modo de "micro". Jorge no se queda atrás.
Socio fundador de la Asociación de Guías de Cabo de Hornos, ha desarrollado viajes de pesca al lago Windhond y travesías en barco a los glaciares de Yendegaia, siempre poniendo especial atención a la observación de aves marinas. --Navarino y los glaciares cercanos --dice Constanza-se alimentan de las lluvias que traen los vientos del oeste y, por lo mismo, se trata de una zona sin polución que siempre estamos tratando de conocer y conservar. Trabajo, entonces, no les falta. Junto con desarrollar energía solar y una planta de tratamiento de aguas para el Errante, Constanza y Jorge colaboran activamente con la comunidad yagán. En el último tiempo, auscultando junto a Greenpeace la presión de las salmoneras que mantienen concesiones vigentes, aunque no operativas. La amenaza, según ella, está ahí. La actividad salmonera, dice Constanza, quitaría oxígeno al agua, dañaría las algas, a los peces endémicos y, finalmente, a las aves. Cerca del atardecer, Constanza se ofrece a llevarnos a la entrada de Omora, el parque que se ha consolidado como un imperdible en Navarino. Ahí nos espera Ricardo Rozzi, ecólogo y filósofo que, en cuanto conoció la isla, tanto se prendó de sus musgos, líquenes y briófitas que su vida cambió para siempre.
Recorrer el parque con Rozzi es como pasear por Disney con el mismísimo Walt (Disney). De partida porque fue él junto a Francisca Massardo, su compañera y colega, quienes motivaron a que universidades y privados, más el gobierno regional, desarrollaran el Parque Omora, luego el CHIC y, entre medio, la Reserva Mundial de la Biosfera (2005) que incluye a todos los parques al sur de Tierra del Fuego.
Aunque Omora se hizo famoso por el "turismo de lupa" (el bosque en miniatura de musgos y líquenes), lo cierto es que se trata de un observatorio subantártico --dependiente del Centro Internacional Cabo de Hornos-en el que, con especial dedicación, se monitorea y estudia a las aves migratorias, incluido el zarapito, ave que, todos los años, vuela entre Alaska y el sur del canal Beagle.
También al picaflor (omora en yagán), ave propia de ambientes cálidos, pero que se las ingenia para llegar prácticamente hipnotizado al Cabo de Hornos, eso porque está enganchado de la dulzura de las flores del notro. Echamos a andar. Ricardo dice que en Omora hay tres senderos y que, como ya cae el sol, iremos directo al lugar donde capturan aves para pesarlas y medirlas. Mientras caminamos, Rozzi comparte --como acostumbra-toneladas de información. Dice, por ejemplo, que una de las características de la vida en los bosques subantárticos es el alto endemismo. Por lo pronto, no hay señas de una de las estrellas locales: el carpintero de Magallanes, hoy afectado por depredadores como castores y visones, más la fragmentación de los bosques. Amablemente, Rozzi ha traído de regalo un precioso libro de su autoría: la Guía Multi-Étnica de Aves de los Bosques Subantárticos de Sudamérica. En el libro hay descripciones científicas.
También resúmenes de mitos y leyendas que vinculan a los pájaros con los pueblos originarios. --Hay una historia --dice Ricardo, en cuanto llegamos al lugar donde estudian las aves-que me encanta y tiene que ver con el origen de todo esto. Según los yaganes, en tiempos remotos, los pájaros no eran aves sino humanos. Entonces, un hombre y una mujer, muy parecidos, gemelos, se enamoraron. Como consecuencia, la divinidad los castigó y los condenó a itinerar para siempre en el cielo. ¿Qué decir? Sé que compartimos un pasado común. De hecho, los huesos de los brazos de humanos y aves (húmero, cúbito, falanges) son muy similares, pues compartimos un origen común. Cuesta pensarlo, pero las aves son minidinosaurios. Y es lindo saber que, en unos 50 millones de años, desarrollaron la siringe, el aparato con el que pueden cantar y, a su modo, incluso hablar.
Sea como sea, este es mi primer viaje birdwatching y, si hay algo que entiendes rápidamente, eso es que no es que uno busque a los pájaros, sino que son los pájaros los que te buscan a ti. En el bosque aparece, por ejemplo, el fío fío, otro migrante especial. Uno que cada año recorre más de seis mil kilómetros para llegar al extremo sur. Mi favorito eso sí es el rayadito: garganta y pecho blanco. Dorso café amarillento rojizo. Alas cruzadas por gruesas líneas negras.
Un atleta aerodinámico, tierno e MIL PÁJAROS VOLANDO BIRDWATCHING EN NAVARINO: Al sur de Tierra del Fuego se levanta Navarino, una hermosa y escarpada isla --marcada por filosas montañas-en la que se enseñorea el bosque templado subantártico, el más austral del planeta. Sin duda, el escenario perfecto para conocer a sus aves; pájaros que, según creían los yaganes, en verdad son antiguos humanos condenados a deambular en el cielo tras amarse demasiado en la tierra. POR Sergio Paz, DESDE LA REGIÓN DE MAGALLANES. FOTOGRAFÍAS: Daniela Benavente. PARAÍSO. La "isla de los pájaros" es como conocen los ornitólogos a Navarino, donde siempre faltará tiempo para maravillarse con sus miles de aves. DESAFÍO. Llegar hasta la bandera, en el cerro homónimo, requiere poco menos de dos horas de caminata constante. PRIVILEGIADO. La isla es todavía un hito soñado para el trekking y el contacto con la naturaleza. CARANCHOS. Siempre están ahí, probablemente para recordar que Navarino sigue siendo salvaje. ELEGANTES. Los cormoranes de las rocas visten de etiqueta. Y cómo no si aquí siempre está por comenzar una sinfonía. PUNK. Cachudito, compañero inseparable cuando estás en el bosque. GOLONDRINA CHILENA. O patagónica. Resume en su elegante outfit la sutil belleza de la región austral. ANDES FUEGUINOS.
Son tan bellos e imponentes que cada vez que los miras algo de ti quiere quedarse en ellos.. MIL PÁJAROS VOLANDO inquieto, súper curioso, al que le encanta avisar, con su canto, cuando hay novedades en el bosque. El rayadito es el plumífero cronista del sur. Nos vamos. Dormimos. Seguimos. El día dos comienza en Williams, un adorable pueblo, pequeño y ordenado, construido en los años 50 por la Armada, pues desde allí se hizo costumbre patrullar los canales fueguinos. En Williams nadie debiera dejar de visitar el Museo Martín Gusinde o el Club de Yates. Y, a la hora del hambre, más que recomendables son las empanadas de queso y centolla que preparan en los Dientes de Navarino, ese bar taberna que parece inventado por Melville. Alternativa son las atípicas hamburguesas hechas con carne de bagual --vacuno salvaje, silvestre-que cocinan en el Worus. Como Navarino no es una isla grande, pero tampoco pequeña, ideal es recorrer en auto la ruta Y-905, el camino de ripio que va desde Puerto Navarino a Caleta Eugenia. Para hacerlo, en Williams no abundan los renta-cars, pero carta segura es la ferretería/tienda outdoor, cuyo dueño tiene uno pequeño para arrendar. Es así: en Navarino hay solo un camino y va de este a oeste. El norte de la isla es la sección más escarpada, donde están los famosos Dientes y los densos bosques. Hacia el sur la isla se aplana, pero es imposible acceder más allá de una decena de kilómetros, pues solo hay humedales y turba. Por eso, en la segunda jornada, partimos temprano a Puerto Toro. Aunque en verdad el camino solo llega hasta Caleta Eugenia. Sacando la vista del volante, lo primero que sorprende es la cantidad de humedales.
Entiendo que han contabilizado 49 en la isla (la del Cabo de Hornos es el área de humedales más extensa del hemisferio sur) y, por lo mismo, es la región del planeta con mayor diversidad de plantas no vasculares. Muchas de ellas endémicas. Varias veces nos detenemos para ver de cerca caranchos, aves carroñeras que sí que comen sapos y culebras. De todos modos, aves nobles que para los mapuches siempre simbolizaron honor y poder. Se supone que en la isla también hay águilas, pero ese día no aparece ninguna. Sí muchas bandurrias y, entre las lagunitas y arroyos que se forman en las castoreras, patos juarjuales y jergones chicos. Cuac Cuac Cuac Luego silencio. Sopla una suave brisa. Lo que está en el agua es igual a lo que está en el cielo. Finalmente, en la tarde, emprendemos el viaje en dirección contraria. Rumbo a Puerto Navarino. Primera parada Mejillones, en la ribera del río Ukika, el sitio donde aún vive una activa comunidad yagán. En esta sección las vistas son tan abiertas que, con facilidad, la mirada se pierde en la lontananza.
Aparte, como el camino va casi sobre el Beagle, ves infinidad de aves marinas como cormoranes negros, imperiales y, por cierto, cormoranes de las rocas; estos últimos siempre esbeltos, con desafiantes ojos marcados por un sutil antifaz color rojizo apagado. También gaviotas dominicanas, pilpilenes, petreles, albatros de ceja negra, quetrus voladores y no voladores, patos motor y carancas. Amé las carancas. Al fin del camino, el regalo es descubrir --apoyado en una rama-un martín pescador: un auténtico místico, el kung fu de las aves; siempre imperturbable. Tanto que, dicen, él no pesca: hipnotiza. En el tercer día y final, de la nada se arma un pequeño y animado grupo que, muy temprano, inicia la caminata al cerro Bandera: primer tramo del célebre trekking a los Dientes de Navarino. La especial guía (otro regalo de este viaje) sería Rocío Jara, que es bióloga, ecóloga e investigadora del CHIC y de la Universidad Católica. Una seca que lleva años estudiando a las aves migratorias de la región subantártica. Rocío sabe dónde nidifican las aves que están en su radar y cómo las afectan los depredadores.
Y, con todo ese conocimiento, advierte que los cambios de los últimos años en la zona habrían derivado en una "trampa ecológica". O la incapacidad de algunas especies de sobrevivir, por ejemplo, a animales introducidos como perros y gatos. O al incremento de tiuques por el crecimiento de vertederos, consecuencia de una desordenada expansión urbana. Hacer el trekking a los Dientes, la ruta completa, implicaría cuatro, cinco días de dura caminata a través del rudo sendero que recorre los Andes Fueguinos. Un exigente trekking de 41 kilómetros por el cordón que aquí se extiende de este a oeste.
El punto es que, pese al creciente interés por hacerlo (por años se ha dicho que Dientes es el "nuevo" Torres del Paine), el lugar no es un parque y, por lo mismo, recorrerlo obliga a tener arrojo y la certeza de que andarás por las tuyas. ¿La gran dificultad? El clima cambiante y la posibilidad de perderse. ¿El premio? Acampar en bellos lugares como la laguna Martillo o el valle de Guerrico con increíbles vistas al monte Lindenmayer.
Lo otro es caminar por desafiantes secciones como la base del monte Codrington, el paso Virginia o el camino del Ventarrón; eso cruzando densos bosques (de lengas, coigües, ñirres y canelos), pero también ventosos filos y pronunciados acarreos. Lo nuestro, en todo caso, es muchísimo más simple, pero no menos hermoso. Se trata de llegar al mirador cuyo gran premio es la vista a Ushuaia y a Williams y, por cierto, a los mismísimos Dientes. Estamos en marcha. Primero avanzamos a través del bosque que se levanta en una de las laderas del valle del Róbalo. Luego por la trocha (bien marcada) que gana altura a través de un precioso bosque que sobrecoge. Y, claro, basta bajar las pulsaciones para que de pronto aparezcan los guardianes de todo esto. Allá un encendido cometocino patagónico de cabeza gris azulada. Acá un churrete y un fío fío. De pronto varios chincoles, un tiuque y, cómo no, la estrella local: el cachudito. El pequeño choro punketa del bosque. Un 10x10 (10 centímetros; 10 gramos) que encanta con su diminuto copete que le otorga tanta perso como estilo. El cachudito es ansioso e inquieto. Tanto que, pese a que tiene pareja estable, le carga la monogamia.
Lo del cachudito es la poliandria: machos y hembras (iguales físicamente) se aparean lo más posible, no porque sean especialmente lascivos o infieles, sino porque es el modo que encontraron para cumplir con el que parece ser el gran leit motiv de la evolución: aumentar la diversidad. Al finalizar el recorrido, cae granizo y el viento se vuelve impenitente. Rocío cree divisar una perdiz cordillerana, pero resulta ser falsa alarma. Bajamos, entonces, con la mirada prendida a ver si no aparece algún pájaro que aún no hayamos visto. En mi caso, genial sería divisar un carpintero negro, pero eso y más tendrá que esperar. La lista de lo que hay allá afuera es tan grande, inmensa, infinita, que hasta las palabras ansían tener alas. No para volar sin destino, sino para acompañar, en el más estricto silencio, cada ocaso, cada amanecer, cada encuentro, sin importar si es el primero. O el último. D ACCESO. Aun no hay un camino que permite circunvalar la isla. RAYADITO. Intenso, ansioso, curioso. No para, pero no cansa. LÍMITE. No sobran autos para arrendar, claves para algunas visitas. ESTRELLA. El carpintero de Magallanes no es fácil de ver. CARANCAS. De adulto, los machos son blancos y las hembras, negras..