Autor: Jaime Retamal S. Académico Usach, doctor en Educación
La pedagogía de lo siniestro
Igo atontado queda el curso normal de la democracia cuando, por una suerte de magia desconocida, el orden público se ve consternado por la filtración de audios secretos que la psicología, la psiquiatria, el periodismo y el sacerdocio tienen de suyo, y por ley, guardar como un secreto. También la pedagogía. Son profesiones sensibles porque su sello es cuidar la autoridad casi metafísica alojada en lo más íntimo del ser humano. Cuando se la viola, sin ninguna ideología de por medio, se le debe condenar. No es posible que se le grabe a un abogado —o a un sacerdote, o a un profesor— para después apedrearlo en la plaza pública. No puede ser normal que una sociedad democrática rompa el secreto de quienes son llamados a administrar de cierta manera los meandros de las intencionalidades de quienes los buscan. Son los meandros de la conciencia o de la inconsciencia. Lo cierto es que los primeros en ponerse en la fila de los apedreadores suelen ser los últimos que en rigor podrían pasar por santos. La pedagogía no está lejos de esto.
Baste señalar a Tolstoi. ¿Cómo es posible argumentar en esa posición final del gran escritor ruso una suerte de pedagogía? Sucede exactamente lo mismo con las intentonas de Bertrand Russell y las escuelas que fracasaron de acuerdo a su ideología, muy contraria por cierto, a las de Tolstoi.
La pedagogía es también un asunto de autoridad, que se consigue mediante el ejercicio de una argumentación discursiva que se alimenta de los fundamentos de la antropología filosófica y de la sociología del lenguaje, que no es otra cosa que la administración de los simbolos del poder. El pedagogo, como el jurista o el abogado, hacen el mismo ejercicio hermenéutico, Ese ejercicio no es conceptualizado necesariamente por los usuarios de la educación o del derecho, menos del arte o la religión. Sin embargo, hay códigos, hay reglas, no somos animales. Hobbes lo deja 'más que claro en su texto, distraiga, o no guste a quien no guste. La pedagogía de la democracia se ve muy resentida por estos episodios sin nombre, que atentan contra la autoridad que la sociedad delegó para el secreto de ciertas profesiones. De lo contrario, aunque parezca extraño, puede ser la causa de los fascismos más extremos que por supuesto no queremos ver reproducidos. También esto faltó enseñarles a cuadros de las nuevas generaciones de líderes de opinión.