Viven sus días en medio de la soledad y las carencias
Magallánicos de diversos sectores - Historias de personas que ayer fueron parte de la masa laboral de esta región y hoy permanecen en sus casas arrastrando sus dolores, padeciendo la soledad y las limitaciones de una vida que se les puso cuesta arriba.
EQUIPO DE CRÓNICA La crisis económica, agudizada por la emergencia sanitaria del Covid-19, está demostrando cada día más el aumento de la pobreza en el país, pero también se están visibilizando más casos de personas que quizás han estado desde mucho antes viviendo en medio de la pobreza y cuyos casos recién ahora se están haciendo públicos. Sin embargo, cada una de estas personas guarda una historia en la que hay un dramatismo escondido porque hoy están viudos o sus hijos ya no están a su lado. La soledad se encarga en muchos de ellos, en acompañarlos en el día a día y el silencio de sus hogares es roto sólo por el volumen de una radio o de la televisión.
En tiempo de frío, con días lluviosos y leves nevazones, las carencias se hacen más palpables por el deterioro también de sus casas, pero ante esa adversidad están resueltos a salir adelante a cómo dé lugar. Las enfermedades que mantienen los sumergen en noches que pueden ser dolorosas y que sólo mitigan con algún medicamento o el afecto de familiares o vecinos que llegan a darle algún apoyo.
En estos días de crisis son muchas las manos solidarias que están apareciendo y canalizándose en organizaciones sociales, comunitarias o simplemente por la voluntad de personas generosas que sólo buscan llegar con alimentos o ropa de abrigo a hogares donde muchas de estas personas pasan su día y asumen que esta es la vida que les tocó vivir quizás cuando ya superan los 70 años.
Entre los voluntarios que han recorrido decenas de lugares llevando ayudas, muchos de ellos se han impactado por palpar realidades dolorosas donde algunos adultos mayores sufren del olvido de sus hijos o no tienen ni siquiera un vecino que se preocupe de llevarles un pan o un vaso de agua.
Otros han optado por encerrarse en sus casas y, en un actuar que podría catalogarse casi de ermitaño, prefieren mostrarse hoscos e indiferentes a su crítica situación porque quizás ya no creen en las manos de la solidaridad o porque se cansaron de esperar ayudas. Son los tiempos del presente.
Y las personas que aparecen en este reportaje pueden transformarse en una pequeña muestra de decenas de otros casos que hoy pueden estar cerca de muchos de nuestros lectores y quizás necesitan que alguien lo salude O le lleve aunque sea un alimento. Sigue en la P6 “Mi hermana me da alimento, me baña, me hace todo lo que necesito. Yo tengo una pensión de invalidez que es de unos $190 mil.
Igual no entiendo mucho porque dicen que van a bajar las pensiones” Juan Ruiz, natalino “NO SACO NADA CON AMARGARME CON TODO LO QUE ME HA PASADO O, SI NO, ME VOY A LA TUMBA” Acostado o sentado en su cama, sin poder caminar desde que le amputaron una de sus piernas hace unos meses y con una ceguera que lo acompaña desde hace 30 años, Juan Francisco Ruiz Benítez, 74 años, vive el presente en su casa de la población Ríos Patagónicos.
Sin hijos y viudo desde hace 22 años, su hermana Magdalena Ruiz Benítez y su cuñado José Bahamonde debieron dejar su casa e irse a vivir con él para cuidarlo, ante lo cual debieron ampliar un poco la vivienda. Ante nuestra visita lo vemos sentado en su cama, en silencio, como atento a la televisión encendida en el living. No quiere escuchar radio. Parece que a través del silencio mantiene su propio mundo quizás evocando los tiempos en que fue trabajador en las estancias magallánicas. “¡ Qué a hacer! Así estoy ahora, me cortaron mi pierna porla diabetes. No saco nada con amargarme con todo lo que me ha pasado o, si no, para eso me voy a la tumba”, nos dice tras saludarnos y decirnos cómo está. “Soy natalino, tira piedra”, dice con entusiasmo aunque admite que llegó muy joven a Punta Arenas donde contrajo matrimonio, aunque perdió a su esposa hace 22 años. Hace 30 años que quedó invidente y se acostumbró a convivir con esta limitación.
Sin embargo, debió enfrentar otro desafío al sufrir fuertes dolores en su pierna derecha por su avanzada diabetes, lo que derivó en la amputación de su extremidad luego que permaneciera hasta marzo último hospitalizado durante cinco meses en el Hospital Clínico de Magallanes. “Notengo opción de poder usar prótesis por mi ceguera. Afortunadamente tengo a mi hermana que me da alimento, me baña, me hace todo lo que necesito. Yo tengo una pensión de invalidez que es de unos $190 mil. Igual no entiendo mucho porque dicen que van a bajarlas pensiones”, relata. “Antes escuchaba radio, pero ahora no me dan ganas. Sólo escucho la tele. Estoy acostado y a ratos me siento a orillas de la cama para descansar de la cama”, dice Juan Ruiz. Su hermana Magdalena, 73 años, es su principal apoyo y ella se emociona al ver todo lo que han debido enfrentar: “Somos los dos hermanos y tenemos que apoyarnos. Ahora mi esposo, que era albañil de la construcción y trabajaba en Salfa, está con problemas al pulmón. Sólo le pido a Dios que me dé fuerzas para seguir apoyándolo porque yo igual soy insulina dependiente por la diabetes”, señala ella, mientras mira a su hermano Juan Francisco. En estos tiempos de crisis están agradecidos porque han recibido el apoyo de la Agrupación de Amigos Solidarios de la Patagonia, quienes han acudido a la casa de don Juan llevándole cajas con alimentos.
“Estamos muy agradecidos de su ayuda porque han venido a verme y me han traído alimentos”, dice Juan, quien ahora espera que desde el consultorio “Mateo Bencur” le cambien la silla de ruedas que ahora no puede usar por estar deteriorada. “DON CHECHO” Y UNA SOLEDAD QUE LOGRA SOBRELLEVAR CON UNA SONRISA Los vecinos advierten nuestra llegada. “Golpeen más fuerte porque él vive al fondo y sufre de sordera”, nos señalan. Otro, amablemente se ofrece para llamarlo por teléfono. Minutos después ya estamos al interior de la vivienda -en calle Yungayconversando con Sergio Roberto Aguila Vera. El hombre se vale de un andador o “burrito” para caminar y desplazarse por el largo y húmedo pasillo, con agua por las goteras que caen sin cesar desde un forado de su techo. Es el tramo que separa el acceso principal de su cocina. “Es que me duelen las piernas y me cuesta caminar”, señala. “Don Checho”, como le conocen, vive solo. No es fácil dialogar con él por su problema de audición y por una edad que el propio protagonista no logra precisar, aunque supera los 74 años. Un gato que no deja de maullares su única compañía y una estufa magallánica su exclusivo medio de calefacción en medio de un frío que estremece. “Aquí viví mi infancia y me crié. Esta es mi casa.
Vivo sólo, pero me las arreglo porque tengo buenos vecinos”. Con su voz pausada y gastada por el paso de los años, asegura que es soltero, que no tiene hijos y que pese a la soledad intenta sobrellevar las dificultades que enfrenta. “Don Checho” dice estar consciente de la emergencia sanitaria que se vive por estos días. ¡Y cómo no! si reconoce estar bien informado gracias a la radio, la misma que se escucha desde su dormitorio. “Soy antiguo, así que soy fiel a la [radio] Polar”, precisa.
Su otra entretención es la televisión y la lectura, además del fútbol Una figura en la pared deja en evidencia su fanatismo por Colo Colo, lo que reconoce agregando que de joven “jugué a la pelota pero no acá abajo [por la cancha de la 18). Lo hice en el Cruz... el Cruz del Sur, en el barrio Sur. Recuerdo una cancha al lado del Liceo Industrial (hoy la población Capremer)”. De su vida laboral, dice que gran parte se desempeñó en la municipalidad como trabajador a cargo de la recolección de basura.
“Sí, fueron muchos años que estuve con alcaldes como el finado [José] Agúero, (Ernesto) Guajardo y doña Nelda Panicucci [todos en el periodo de finales de los '60 hasta principio de los Hoy están todos fallecidos y yo jubilado”. Sus vecinos señalan que “Don Checho” es un hombre afable, tranquilo y siempre dispuesto a regalar una sonrisa. Asimismo, cuentan que hace un tiempo una joven se hizo pasar por familiar y le sustrajo una importante cantidad de dinero.
Hoy este hombre de blanca cabellera e intensos ojos azules intenta sonreírle a la vida, agradeciendo a los voluntarios de agrupaciones que permanentemente han llegado a visitarlo para llevarle no sólo alimentos, también algunos minutos de compañía. Eso, dice, se agradece.
Ex liceano pasó de taxista a vivir de la caridad “EN ESTE TIEMPO VIVO DE LA CARIDAD, ALGO QUE NUNCA IMAGINÉ EN LA VIDA”. “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo crela”, dice la canción de Vicentico. En los tiempos que cursaba la enseñanza media en el Liceo Luis Alberto Barrera, generación 1980, Andrés Aparicio Ampuero jamás imaginó que los caminos de la vida iban a ser tan pedregosos para él.
Hoy, a sus 58 años de edad, reconoce sin tapujos y con cierta resignación que "en este tiempo vivo de la caridad, algo que nunca imaginé en la vida”. Separado hace más de 30 años, tuvo dos hijos. Trabajó de taxista hasta que una diabetes severa lo complicó. Luchó, pero la primera batalla la perdió el año 2016, cuando sufrió la primera amputación: el pie derecho. Mientras intentaba adaptarse a esta nueva realidad, dos años después vino la segunda amputación: el pie izquierdo. Muerte del hijo Pero esto no sería todo. Lo peor estaba por venir.
Cuando el hijo mayor, que vivía en Santiago lel menor está radicado en Concepción), vio las condiciones que enfrentaba su padre, con una movilidad reducida, decidió volver a Punta Arenas, para estar a su lado y apoyarlo en todo. Sin embargo, un ensañamiento cruel le arrebató a este hijo en noviembre del año pasado. “Era mi brazo momentos”, cuenta a ocho meses de su deceso. Este golpe, tan duro, aún lo tiene noqueado.
Aesto se añade la compleja situación económica, porque este mes se le terminan los fondos en la Administradora de Fondos de Pensiones (AFP). “Cobraba 140 mil pesos, líquidos me quedaban 115 mil pesos, pero ahora quedaré en cero. Desgraciadamente por esta pandemia no se pudieron agilizar los trámites para que pudiera recibir un subsidio del Estado por invalidez. No tenía actualizada mi ficha hogar, recién lo pude hacer el mes pasado, pero aún no ingresa al sistema.
En mi AFP me dicen que una vez que esté actualizada y mi cuenta quede en cero, ahí empieza a correr mi trámite para poder postular a un subsidio, lo que no estará listo antes de cuatro meses. En el intertanto se me va a producir el problema de que no voy a recibir plata de ningún lado”. Por ahora tiene la ayuda de un hermano que vive en Punta Arenas. Además de agrupaciones que le llevan aportes, como Amigos Solidarios de la Patagonia. Y quienes tampoco nunca se olvidan de él, son sus ex compañeros liceanos, que cada tanto le entregan aportes, en comida o ropa. “Ellos nunca me han abandonado”, señala agradecido.
Rafael Castro y su lucha contra el cáncer CUANDO ENVEJECER ES HACER UN PACTO CON LA SOLEDAD Entre la pobreza y el abandono, esa es la realidad que viven decenas de adultos mayores, una realidad “puertas adentro” que los invisibiliza, al punto que envejecer es hacer un pacto con la soledad. Uno de los adultos mayores que se encuentra en esa situación es Rafael Castro Cárdenas, quien a sus 74 años, vive solo en la misma vivienda que lo ha cobijado por más de 20 años. Rafael Castro es una persona cálida y recibe con cariño al equipo de prensa en su casa. Su sonrisa ¡ ilumina y a ratos bromea, mientras nos cuenta de sus años de trabajo en el campo y de su vida como camionero. Tuvo hijos, pero todos “volaron” del nido con sus propias familias.
Hoy esos días de trabajo han quedado atrás y es que su salud se encuentra delicada. "Me duelen mucho las caderas, sobre todo en la noche y los medicamentos ya no me hacen nada”, explica Rafael, quien fue diagnosticado con cáncer, además de otras enfermedades crónicas y su condición hoy es delicada.
Respecto de su tratamiento, explica que los medicamentos se los dan unos jóvenes aunque no recuerda si pertenecen a alguna organización o institución. "Me dan los medicamentos para el dolor de las caderas, que me tienen muy complicado y de noche no me puedo mover. Además yo estoy solo acá”, cuenta el adulto mayor.
Rafael reconoce que el invierno ha sido muy duro, la escarcha y las bajas temperaturas le han pasado la cuenta y es por eso que no sale de su casa, aun cuando no está con cuarentena. El se calefacciona con una estufa a leña y los palos que sus mismos vecinos de la calle Mariano Edwards le han ido a dejar. Con eso se calienta y prepara alimentos [tiene una estufa magallánica), así todos los días sale al patio de su vivienda donde junta los maderos que necesita y los va entrando. Aunque reconoce que los palos se queman súper rápido y por eso pone la estufa bajita para que le dure. A pesar de la compleja situación en que vive, tiene una mirada de esperanza y es tal vez por esa razón que no pide nada. “Uno no tiene que tirarse al piso”, dice con la sonrisa cálida, la misma con la cual recibió al equipo de La Prensa Austral. Ante la pregunta de su enfermedad, él sólo explica que lo abrieron y lo operaron, pero no ha vuelto a tener controles.
Para que lo comprendamos nos muestra la cicatriz que tiene tras la operación, es una marca que tiene desde el pecho al estómago, que incluso le llega a las caderas, es justo esa marca la que da cuenta del extenso procedimiento al que fue sometido. AMANDA ROJAS VA TEJIENDO SU FUTURO PARA SOPORTAR EL INVIERNO Vive sola, acompañada únicamente por un perro que no para de ladrar nerviosamente, en el pasaje Isla Gordon, en la villa Alfredo Lorca. Tiene un hijo, que vive en un inmueble contiguo, pero no se dirigen la palabra. Amanda Rojas, asus 77 años, sufre del frío por partida doble.
Sin más familiares en Punta Arenas, esta oriunda de la ciudad de Ovalle, en la Región de Coquimbo, llegó en la década del "70 como asesora del hogar a la estancia La Chimba en Tierra del Fuego. Venía por dos años y terminó quedándose, aunque siempre con la esperanza de retornar a su tierra. Mientras tanto, pasa los días tejiendo, y sufriendo con las heladas, ya que para calefaccionarse, solamente ocupa el horno de su cocina. “Cuando hace frío todo el día prendido y a veces, en la noche igual, entonces como que la plata se me va en los consumos. La jubilación no me alcanza para comprarme alguna cosita extra”, lamenta. Pero de todas maneras, ha recibido ayuda de parte de una iglesia cercana. “No me quejo, tengo cositas ahora para comer, pero estuve bien complicada hace algunos días. Yo esperaba que me vinieran a dejar una ayuda, pero había que inscribirse con una señora y una vecina me anotó”, indicó. Amanda Rojas no solamente sufre por el frío. Tiene diabetes y una hernia que la ha tenido complicada en los últimos años y que le impide moverse con normalidad. Tes me las arreglaba haciendo planchados, aseo, pero como estoy enferma, no he podido, y creo que ya no podré trabajar. En este tiempo casi no puedo salir, porque nunca he sido buena para andar en la escarcha. Cuando recién empezó la pandemia, me quedé de brazos cruzados y venía una vecina de la esquina a compartirme sus cosas; yo le decía “tú le quitas la comida a tus hijos para traerme”, relata. En cuanto a sus necesidades, solamente quiere poder tener un poco más de dinero para pagar los consumos, un sufrimiento mensual con su exigua pensión. “Todos los meses mis suplicios son los consumos y la comidita, que es lo más caro en este momento, al menos para mí. Y me gustaría igual tener frazaditas, para pasar el frio”. Otra esperanza que tiene Amanda Rojas es poder regresar a su tierra, donde vive un hijo que, más encima, está con un cáncer.
“Estoy esperando que algún día me vengan a buscar, porque yo sola no me voy a ir”. Mientras tanto, como no puede trabajar, se entretiene tejiendo paños, algunos de los cuales vende através de sus vecinos, como una manera de poder generar un mínimo ingreso.