Autor: LEONARDO SANHUEZA
Poeta amargado y a la vez luminoso vuelve a Chile con sus grandes hits
Publican antología bilingúe de Philip Larkin Esimista, reaccionario, racista, nihilista, misántropo, misógino, retrógrado, viejo amargado... Qué no se ha dicho de Philip Larkin.
Su avinagrada fama, sin embargo, que él por cierto alimentó con sus poemas, sus rabietas y sus opiniones displicentes o desembozadamente fastidiosas, no fue obstáculo para que su nombre quedara en un lugar principal de la poesía inglesa del siglo veinte, pese a su renuencia a formar parte de círculos literarios o académicos.
Prefería ser considerado un huraño y gris bibliotecario, actitud que mantuvo hasta diciembre de 1985, cuando se vio obligado por el cáncer a dejar para siempre este valle de lágrimas, a los 63 años, no sin antes haberse dado el lujo de rechazar el monárquico honor de que lo invistieran como “poeta laureado”. A casi cuatro décadas de su fallecimiento, Larkin vuelve a hacer noticia, esta vez en Chile, donde Ediciones Universidad Diego Portales acaba de publicar una antología bilingúe de sus poemas más célebres o representativos bajo el larkiniano título de Decepciones.
El volumen, que reúne cincuenta poemas, fue organizado por Bruno Cuneo, Cristóbal Joannon y Enrique Winter, quienes además son los traductores de los textos, o mejor dicho de su mayoría, pues complementaron su labor con tres versiones de Adriana Valdés y una de Antonio Cussen, las cuatro realizadas especialmente para la ocasión, más una quinta de David Turkeltaub, publicada en 1985, que “posiblemente sea la primera traducción de Larkin hecha por un autor chileno”. A todo eso, se agrega como apéndice una extensa y memorable entrevista de Robert Phillips a Larkin para The Paris en 1982 y, a modo de epilogo, un ensayo breve del poeta irlandés Seamus Heaney sobre los aspectos luminosos de la obra de su arisco colega inglés. El libro tiene su historia. Una primera versión fue publicada hace casi diez años por la editorial de la Universidad de Valparaiso. La actual es el resultado de todos estos años de revisión y reelaboración de las traducciones, además de la incorporación de una decena de nuevas versiones. Ese largo trabajo de retoque responde, desde luego, al viejo problema de si es posible o no traducir la poesía.
Los autores toman posición al respecto: “Hay quienes piensan —entre ellos el propio Larkin— que la poesía es aquello que no se puede traducir, y están los que, menos pesimistas, sostienen que la poesía es justamente lo que sí se puede traducir.
Nosotros nos acercamos más a esta última perspectiva, sin desconocer el hecho de que, en algunos casos, hay complicaciones sustanciales”. Los textos seleccionados dan buena cuenta del berenjenal escogido por Larkin para desplegar su obra poética.
En ella, la banalidad, lo trivial de la vida cotidiaEl libro, compuesto por 50 poemas, una entrevista y un ensayo, es fruto de un largo trabajo de tres traductores chilenos sobre el célebre autor inglés. na y de los sentimientos humanos se cruza con pequeños lapsos de belleza inspiradora, como también de sustancias deplorables (“La parte dificil del amor / es ser lo suficientemente egoísta, / es tener la ciega persistencia / de amargar una vida / por tu propio beneficio. / Qué mejilla hay que poner”). Su poema más famoso, “Sea éste el verso”, aquel que empieza poniendo a los hijos como víctimas de las frustraciones y defectos de sus padres, culmina con una declaración inquietante, que arroja sobre el asunto una luz implacable y a la vez compasiva para unos y otros: “ni se te ocurra tener hijos”. Francotirador rabioso Larkin no se hacía problemas en rabiar por lo que fuera. Su entrevista en “The Paris Review” es ejemplar al respecto. Consultado por su vida rutinaria, responde: “Supongo que todo el mundo intenta ignorar el paso del tiempo: algunos haciendo muchas cosas, otros viviendo en California y al año siguiente en Japón. O, como sucede en mi caso, haciendo cada día y cada año exactamente lo mismo.
Probablemente ningún método funciona”. Si le preguntan por qué nunca viajó a Estados Unidos, rápidamente desenfunda que ese país en su mayor parte es “un desierto lleno de fanáticos”, donde “si ayudas a una niña a adornar el árbol de pascua te miran como si estuvieras comprometido con ella, y si no llamas al cura, sus hermanos empiezan a aceitar sus escopetas”.