Confianza
Confianza DESORIENTACIÓN Y DESCONFIANZA. Esas dos cosas se respiraban en el ambiente de la Enade el jueves. Es verdad que pasaron cosas buenas: el Presidente apoyó sin condiciones la reforma al sistema político --quizás la principal traba al avance del país-y puso como prioridad al crecimiento económico. No es poca cosa. En la superficie, al menos, la priorización de esos dos temas basta para que Icare, el organizador del evento, saque cuentas alegres.
Suponiendo, claro, que ahora la postura del mandatario se traduce en acciones concretas: que el ministro Elizalde tiene piso para liderar las reformas políticas, y que el gabinete económico convierte en reformas la intención de priorizar el crecimiento.
Pero más allá de eso --y de las señales de distensión a las pugnas que marcaron las semanas previas--, lo cierto es que para quienes estaban en el salón era imposible no sentir en el trasfondo del debate un aire, una sensación algo difusa de tensión, de incomodidad, que me atrevo a decir era una mezcla de desorientación y desconfianza.
La desorientación se sentía a raíz de una enumeración extensa de los problemas del país --crimen e inseguridad, bajo crecimiento y productividad, mala calidad de la educación, incertidumbre tributaria, déficit habitacional, un Estado obsoleto, informalidad laboral y baja participación femenina, y más-mezclada con una enumeración casi tan extensa de sus fortalezas y potencialidades --sus recursos en energía y minería para la transición energética, una macro ordenada, potencial en economía digital y turismo, como productor de agua desalada y alimentos.
Pero junto a estas largas y a ratos agobiantes enumeraciones no había ninguna visión ordenadora, un proyecto compartido de largo plazo, un norte común que genere consenso y oriente, priorice, dé sentido a los problemas que el país debe abordar, a las oportunidades que puede aprovechar. Tenemos --por decirlo así-una larga lista de ingredientes, pero sin ninguna receta sobre cómo combinarlos y procesarlos en conjunto para lograr algo coherente en torno a lo cual reunirse. Esa es la principal tarea pendiente de la política. Pero tampoco se vio desde el mundo empresarial una mirada propositiva y de futuro sobre qué país podemos ser. Lo segundo que había en el aire era desconfianza. Que parece venir de la falta de conocimiento mutuo entre los actores del mundo público y del mundo privado. Desde el mundo público, el desconocimiento es en parte fruto de que hay pocos líderes del Gobierno que tengan una trayectoria en el mundo empresarial. No es necesario, claro, tener esa trayectoria para entender al mundo privado. Pero si no se tiene, se debe suplir con curiosidad, interés genuino por aprender sus lógicas, por llenar, con la mente abierta y con humildad, esa falta de comprensión práctica, con interacciones desprejuiciadas y diálogo. Cuando nada de eso se hace, ese desconocimiento se llena con prejuiciosas categorizaciones livianas.
Actuando desde ahí es imposible visualizar lo difícil que es hacer empresa, los riesgos que se toman, las dificultades que se enfrentan en un ambiente competitivo, en que la tecnología transforma los mercados y puede hacer desaparecer una industria, en que las demandas de los clientes, inversionistas, trabajadores o las comunidades, son cada vez más altas, en que la regulación y los impuestos cambian, los permisos se demoran, los costos de financiamiento suben. Abrirse a comprender al mundo empresarial y sus lógicas, a valorar sus esfuerzos, no significa --desde luego-ceder a todas sus pretensiones. Esa comprensión es esencial para generar condiciones que permitan a los gobiernos conseguir lo que necesitan de los empresarios: que desplieguen su ambición, su energía, su disposición a invertir, a tomar riesgos. Porque sin eso, no hay creación de empleo, mejora en la calidad de vida, movilidad social ni recaudación fiscal. Pero esa comprensión de cómo funcionan las empresas es central también para regular su actuar y evitar excesos, sin que al hacerlo se asfixie su enorme e insustituible capacidad de hacer el bien. Lograr ese equilibrio es siempre un desafío para quienes gobiernan. Pero el punto de partida para conseguirlo es entender a la contraparte sobre cuyas decisiones y acciones se busca influir. Si no, no se puede lograr --al mismo tiempo-que el sector empresarial cree el valor que está llamado a crear y que lo haga sin dañar el interés general. Para decirlo de otra forma: ¿ cómo se contiene la pulsión al exceso que siempre --y en todas partes-tienen algunos actores, sin en la pasada asfixiarlos a todos y generar estancamiento? Es difícil. Pero me temo que el punto de partida es mirar al empresariado sin desconfianza (ni ingenuidad) y eso implica conocerlo. Porque es difícil confiar en lo que se desconoce. Otro tanto pasa en el mundo empresarial. Muchos actores tienen un interés genuino y se involucran activamente en la marcha de los asuntos públicos. Pero muchos no conocen de cerca el funcionamiento del Estado ni las lógicas políticas. Suelen minimizar la complejidad que tiene la gestión pública, donde se opera con restricciones exasperantes para gestionar equipos humanos, donde la ejecución del gasto enfrenta enormes trabas impuestas por la burocracia. Para quien no ha tramitado leyes es difícil entender la dificultad para lograr acuerdos en el Congreso, sobre todo con estos niveles de fragmentación.
O legislar buscando un equilibrio a veces imposible entre atender las aspiraciones y demandas de un electorado lleno de expectativas, y empujar políticas sensatas, que tengan apoyo político, pero no hipotequen al país en el largo plazo.
Y para qué decir ser candidato y ganar (o peor, perder) elecciones, o relacionarse con la opinión pública en un contexto en que las comunicaciones están dominadas por las insaciables e inmisericordes redes sociales, de las que un político en estos días difícilmente puede ausentarse sin correr el riesgo de desaparecer. Es difícil hacer política, para qué decir buena política. Pero muchos actores privados parecen no entenderlo. Algunos dan la política por sentada, cuando no la menosprecian. Y esto pasa --digámoslo-no solo con gobiernos de izquierda. Incluso en gobiernos de otra sensibilidad, actores que miran la política desde fuera imputan a los gobernantes culpas sin comprender el conjunto de restricciones e incentivos que enfrentan. Para salir del inmovilismo --la invitación que hizo Icare-es necesario delinear un plan, ojalá compartido por el sector público y el privado. Pero eso requiere reconstruir las confianzas, con diálogo, apertura y empatía.
Confianza "Para quienes estaban en el salón era imposible no sentir en el trasfondo del debate un aire, una sensación algo difusa de tensión, de incomodidad, que me atrevo a decir era una mezcla de desorientación y desconfianza" ANÁLISIS Juan Carlos Jobet. - - -