Autor: ROSARIO ACEVEDO CASTILLO.
Sembrando EN COMUNIDAD
Contribuir a la soberanía alimentaria local y buscar una salida al encierro hizo que diversas agrupaciones quisieran crear huertos comunitarios, generando un auge de los cultivos urbanos. “En el último tiempo se venían multiplicando, pero la pandemia marca un antes y un después”, dicen.
On las manos en la tierra, Cipra Morales (48) mira con orgullo el nuevo invernadero de emergencia que, junto a la Fundación Huertas Comunitarias, este 26 de mayo inauguraron y que complementará el huerto que funciona hace siete meses. Ella junto a diez vecinos más mojaron la tierra para comenzar a plantar las nuevas hortalizas de la temporada: coliflor, brócoli, acelga y lechuga, entre otros. Son las cuatro de la tarde, y los rayos de luz de un cielo anaranjado en Santiago traspasan el techo de plástico que cubre el invernadero ubicado en la población San Rafael de La Pintana.
Y tal como los vegetales viven su proceso para poder germinar, en poco tiempo Cipra Morales pasó de ser una aprendiz a una de las expertas en el huerto. —Ella nos enseñó a plantar y en qué momento hacerlo, antes pensaba que era todos los días —ríe Gladys Aedo, una de las primeras vecinas en integrar el huerto. En el lugar, alrededor de 20 vecinos participan activamente en su cuidado desde la pandemia, y de ellos, 15 son mujeres. A pesar de que llegan a él por distintas razones, todos tienen los mismos sentimientos: felicidad y tranquilidad. Gladys Rubilar es una de las mujeres que integran el proyecto, y menciona que estaba deprimida por el encierro, pero un día se encontró con el cultivo y se maravilló. —Esto antes estaba abandonado.
Cipra lo pintó, limpió y le dio vida —señala, agregando que ahora, cuando sale de su casa para ir al cultivo, dice “chao, me voy a mi huerto”. Cipra Morales también es la presidenta de la junta de vecinos de su sector y todos los días a las ocho de la mañana llega al huerto ubicado en la sede de la junta para encender el riego por goteo, preocuparse de que no hayan crecido malezas, ordenar y limpiar. —Le comunicamos a la alcaldesa que queríamos hacer un huerto comunitario, para que nos apoyara con el reciclaje y el compost. Luego vino el estadillo de octubre y comenza'mos un comedor solidario, para apoyar a los que quedaron sin trabajo —dice la dirigenta vecinal.
Luego, la Municipalidad de La Pintana contactó a la Fundación Huertas Comunitarias (creada en 2015), y los vecinos conocieron a Anita Cortés, quien está a cargo de la dirección estratégica y proyectos de la entidad: “Lo primero que les enseño es a observar el espacio en el que se iba a trabajar, definir las necesion las manos en la tierra, Cipra Morales (48) mira con orgullo el nuevo invernadero de emergencia que, junto a la Fundación Huertas Comunitarias, este 26 de mayo inauguraron y que complementará el huerto que funciona hace siete meses. Ella junto a diez vecinos más mojaron la tierra para comenzar a plantar las nuevas hortalizas de la temporada: coliflor, brócoli, acelga y lechuga, entre otros. Son las cuatro de la tarde, y los rayos de luz de un cielo anaranjado en Santiago traspasan el techo de plástico que cubre el invernadero ubicado en la población San Rafael de La Pintana.
Y tal como los vegetales viven su proceso para poder germinar, en poco tiempo Cipra Morales pasó de ser una aprendiz a una de las expertas en el huerto. —Ella nos enseñó a plantar y en qué momento hacerlo, antes pensaba que era todos los días —ríe Gladys Aedo, una de las primeras vecinas en integrar el huerto. En el lugar, alrededor de 20 vecinos participan activamente en su cuidado desde la pandemia, y de ellos, 15 son mujeres. A pesar de que llegan a él por distintas razones, todos tienen los mismos sentimientos: felicidad y tranquilidad. Gladys Rubilar es una de las mujeres que integran el proyecto, y menciona que estaba deprimida por el encierro, pero un día se encontró con el cultivo y se maravilló. —Esto antes estaba abandonado.
Cipra lo pintó, limpió y le dio vida —señala, agregando que ahora, cuando sale de su casa para ir al cultivo, dice “chao, me voy a mi huerto”. Cipra Morales también es la presidenta de la junta de vecinos de su sector y todos los días a las ocho de la mañana llega al huerto ubicado en la sede de la junta para encender el riego por goteo, preocuparse de que no hayan crecido malezas, ordenar y limpiar. —Le comunicamos a la alcaldesa que queríamos hacer un huerto comunitario, para que nos apoyara con el reciclaje y el compost. Luego vino el estadillo de octubre y comenzamos un comedor solidario, para apoyar a los que quedaron sin trabajo —dice la dirigenta vecinal.
Luego, la Municipalidad de La Pintana contactó a la Fundación Huertas Comunitarias (creada en 2015), y los vecinos conocieron a Anita Cortés, quien está a cargo de la dirección estratégica y proyectos de la entidad: “Lo primero que les enseño es a observar el espacio en el que se iba a trabajar, definir las necesiEl 26 de mayo, en la población San Rafael (La Pintana), los vecinos inauguraron un invernadero. dades y, finalmente, qué querían plantar”. Así nació el huerto para contribuir a la olla común.
A José Tomás Ibarra es ingeniero agrónomo y profesor de la Universidad Católica, e integrante de la Red Chilena de Huertos Educativos (fundada en 2019), que forma parte de la Red Internacional de Huertas Educativas (nacida en México en 2009). Cuenta que en 2020 realizaron un concurso para apoyar a distintos cultivos familiares y comunitarios a lo largo del país.
Llegaron más de 200 propuestas, un número que los sorprendió y evidenció el gran interés que existe por la soberanía alimentaria. —El último tiempo se venían multiplicando en el país, pero la pandemia marca un antes y un después —confirma Ibarra.
Los expertos coinciden que con la llegada del covid-19, la necesidad de contribuir a la soberanía alimentaria, tener un espacio para reencontrarse con la comunidad, priorizar el bienestar y la salud mental, generaron que varias comunidades descubrieran la solución en la creación de huertos colectivos. —Muchas de las referencias de huertas comunitarias provienen de Europa y de las crisis alimentarias que vivieron en la posguerra, a partir de las cuales se empezaron a generar estos lugares en donde la gente se organiza y comienza a cultivar en espacios urbanos —dice José Tomás Tbarra.
Ya en junio de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió que hasta un millón de personas podrían verse privadas de alimentos nutritivos en Chile a causa de la pandemia.
Además, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indicó que la pobreza podría aumentar hasta un 13,7 % en el país, lo que se traduce en menos dinero para comprar alimentos y un incremento en la inseguridad alimentaria. Un catastro realizado por el geógrafo de la Universidad Alberto Hurtado, Pablo Casanova, en 2016, arrojó el resultadades y, finalmente, qué querían plantar”. Así nació el huerto para contribuir a la olla común.
A José Tomás Ibarra es ingeniero agrónomo y profesor de la Universidad Católica, e integrante de la Red Chilena de Huertos Educativos (fundada en 2019), que forma parte de la Red Internacional de Huertas Educativas (nacida en México en 2009). Cuenta que en 2020 realizaron un concurso para apoyar a distintos cultivos familiares y comunitarios a lo largo del país.
Llegaron más de 200 propuestas, un número que los sorprendió y evidenció el gran interés que existe por la soberanía alimentaria. —El último tiempo se venían multiplicando en el país, pero la pandemia marca un antes y un después —confirma Ibarra.
Los expertos coinciden que con la llegada del covid-19, la necesidad de contribuir a la soberanía alimentaria, tener un espacio para reencontrarse con la comunidad, priorizar el bienestar y la salud mental, generaron que varias comunidades descubrieran la solución en la creación de huertos colectivos. —Muchas de las referencias de huertas comunitarias provienen de Europa y de las crisis alimentarias que vivieron en la posguerra, a partir de las cuales se empezaron a generar estos lugares en donde la gente se organiza y comienza a cultivar en espacios urbanos —dice José Tomás Tbarra.
Ya en junio de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió que hasta un millón de personas podrían verse privadas de alimentos nutritivos en Chile a causa de la pandemia.
Además, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indicó que la pobreza podría aumentar hasta un 13,7 % en el país, lo que se traduce en menos dinero para comprar alimentos y un incremento en la inseguridad alimentaria.
Un catastro realizado por el geógrafo de la Universidad Alberto Hurtado, Pablo Casanova, en 2016, arrojó el resultaEn el pleno centro de Santiago está el Huerto Santa Isabel que fue creado en septiembre de 2019. do de 227 huertos urbanos en Santiago. Mientras que cuatro años antes la organización Cultivos Urbanos contabilizó 39 iniciativas en la capital.
En la investigación realizada por Casanova, el autor detalla que “son muy pocos los huertos que decaen y la mayoría de los que han sido creados al menos en los últimos diez años se ha mantenido en funcionamiento, por lo que se puede concluir que el aumento de los huertos será sustancial”. José Tomás Ibarra, coautor y editor del libro “Huertas familiares y comunitarias: cultivando soberanía alimentaria”, menciona que “el 90% de las huertas con las que hemos trabajado son gestionadas y lideradas por mujeres. El cómo alimentara una familia y/o un territorio está en manos de ellas”. En el libro “Huertas familiares y comunitarias. Editado por Ibarra, se señala que las huertas son una oportunidad para el rescate de espacios de encuentro familiar, el fortalecimiento comunitario y el redescubrimiento de prácticas de solidaridad. Ibarra, dic: —Es una estrategia para amortiguar los efectos de las dinámicas de crisis.
Para Matías Knust, sociólogo, fundador y director de la Cifrep en Chile —organización que promueve que niños y niñas se acerquen a la naturaleza a través de la educación—, estas iniciativas “tienen un beneficio social que no afecta solamente a la persona como ser individual, sino que también en la comunidad y cómo se tejen las relaciones”, ya que según Knust se plantean objetivos en común, tienen intereses similares, se conocen y confían entre ellas, Para los expertos, estas huertas contribuyen a generar una resiliencia social desde múltiples frentes, que el agrónomo de la Universidad Católica define en la frase “cómo aprendemos de las crisis”. Además, se cultiva la soberanía alimentaria y se fortalece la agroecología. También es una terapia, se mejora el estado de salud por el aumento de consumo de vegetales, y a través de los huertos comunitarios se puede enseñar y educar. La mayoría de las personas que llegan a las huertas comunitarias no sabe cómo sembrar o cosechar, son las organizaciones o los fundadores que ya tienen experiencia los que transmiten sus conocimientos.
Cipra Morales aprendió gracias a Anita Cortés, de la Fundación Huertas Comunitarias. —A través de talleres se les instruye sobre suelo, riego y los alimentos a plantar, pero lo más importante es que se les enseña a fortalecer la comunidad, generar redes de apoyo, a ser libres y formar liderazgo —aclara Cortés.
En la Fundación Huertas Comunitarias (que abarca 11 comunas de la Región Metropolitana y 3 en el Maule) cosechan 10 kilos de alimento por metro cuadrado al aire libre aproximadamente, mientras que en los invernaderos fluctúa entre 15 y 18 kilos por metro cuadrado, destinándose toda la cosecha a la gestión de ollas comunes. Hasta la fecha, la organización ha cosechado cuatro toneladas de hortalizas.
Do En 18 metros cuadrados que contienen seis bancales plantados con almácigos de lechuga, acelga, espinaca y coliflor, entre otros vegetales, los vecinos de las calles Santa Isabel con San Isidro son testigos de cómo el nacimiento del Huerto Santa Isabel les trajo paz y los ayudó a sobrellevar el encierro que vivieron por la cuarentena total en 2020. —Meter las manos en la tierra, tocar las plantas, tener contacto con la naturaleza en medio de la ciudad y del cemento, es mágico —dice Ana Rosa Moya (34), integrante del huerto. El Huerto Comunitario Santa Isabel nació dos semanas antes del estallido de octubre de 2019. Valeria Rodríguez (45) fue una de sus fundadoras. Ella recién se había mudado al edificio en donde tiempo después sembrarían el huerto, venía del sur y con ganas de mejorar y participar en la mantención de áreas verdes de la ciudad. Le preguntó a cuatro vecinas qué les parecía la idea; y al tener su aprobación, se tomaron el bandejón central.
Con la llegada del coronavirus a Chile, los vecinos “Lo primero que les enseño es a observar el terreno, definir las necesidades y qué quieren plantar”, dice Anita Cortés de la Fundación Huertas Comunitarias (al centro de la foto). tuvieron que reorganizarse para mantener los cultivos. En un principio, con la incertidumbre, se suspendieron las reuniones y la gente tenía miedo de ir, pero entre Valeria y tres personas más trabajaron en él, manteniendo la distancia. Con la llegada de la fase 2, volvieron a sus turnos, pero siempre el que quería podía ir todos los días.
La experiencia de los vecinos al cultivar alimentos como hierbas, vegetales y frutas a lo largo de dos importantes procesos sociales fue terapéutico. —Yo quedé cesante y esta era mi distracción, me ayudó a salir adelante —dice Antonio Castro (67), vecino que participa en el huerto Santa Isabel. —Estaba encerrado en el departamento, sin poder hacer nada, solo ver televisión y estar metido en el computador. Esto te cambia el chip absolutamente, y no te sirve solo a ti, sino que también a la comunidad —agrega.
La experiencia para la vecina Ana Rosa Moya fue parecida, las ganas de aportar y que la mantención del huerto no dependiera solo de ella, sino de más personas, la motivaba a seguir. —Era muy terapéutico, era como por fin voy a plantar almácigos. Lo que vivieron Antonio y Ana Rosa comprueba que el participar activamente en un huerto es un proceso que contribuye a la salud mental.
Los coautores del libro editado por el académico José Tomás Ibarra coinciden: —Promueve las relaciones entre las plantas y las personas, produciendo relajación y reducción del estrés, (... ) una baja en la presión arterial y tensión muscular, y disminución de la fatiga; todos considerados aspectos como positivos por la OMS. Ak —A nosotros nadie nos contó, nosotros vimos la falta de alimento.
Al teléfono desde Arica se escucha preocupado a Daniel Bembow (38), fundador de la organización Planeta Verde y presidente de la Junta Vecinal Nuevo Amanecer TI, en el sector norte de la ciudad. —Muchas veces nos acercamos a visitar a personas que conocíamos, y nos encontramos con la sorpresa de que no tenían qué comer. (... ) La gente quedó sin trabajo y no había comida en muchos hogares para poder subsistir.
Hace cinco años que Bembow tuvo la iniciativa de crear la organización Planeta Verde, él junto a su familia y voluntarios, que principalmente son niños de entre los 8 y 15 años, comenzaron a reciclar y limpiar una plaza de su población, después desarrollaron el huerto comunitario y añadieron actividades como el compostaje. En agosto de 2020, tras varios meses en cuarentena por la crisis sanitaria, Daniel Bembow se percató de la falta de alimentos que sufrían los vecinos de su sector. A través de Planeta Verde, comenzó a recolectar alimentos no perecibles durante dos semanas, con la campaña “Una planta por un alimento” por toda la ciudad de Arica, para crear una olla común. Con lo recolectado más las verduras que les entregaba su huerto, Planeta verde suministraba 170 raciones al día aproximadamente, tres veces por semana. Hook El sol ya se está escondiendo y los vecinos de la población San Rafael de La Pintana llevan tres horas trabajando en el nuevo invernadero que inauguraron hoy.
La parte final y una de las más importantes es aprender a usar el riego por goteo que tendrá el nuevo vivero. —Entonces, esta llave siempre mirando a la reja, ¿ya?, y la naranja de allá, no se mueve —dice el profesor de agronomía Alonso Matamoros. —¿ Y qué pasa con el agua que cae de ahí? —menciona una de las vecinas mirando atentamente cómo la llave está goteando. Lo que les preocupa a los vecinos es uno de los principios de la agroecologí. Del agua y el suelo.
En la intersección de Santa Isabel con San Isidro, los vecinos también ejercen la agroecología (optimización del reciclaje de nutrientes y la circulación de materia orgánica, entre otros) en su huerto, llegando al punto de que se abriera el Compostaje Barrio Santa Isabel a dos meses de inaugurado el cultivo comunitario en 2019. Sin embargo, por la pandemia, el compostaje comenzó a funcionar activamente solo en septiembre de 2020.
En un principio, la misma comunidad tenía sus contenedores, pero a la octava semana de compostaje los vecinos ya habían recolectado más de una tonelada, por lo que fue necesario contactar a la Municipalidad de Santiago y coordinar el retiro semanal con un camión. —Estando en la casa todos los días te das cuenta de cuánta basura generamos. Ese fue el desencadenante, y a partir de ahí nace esta conciencia medioambiental —afirma Engell Cavada (27), una de las encargadas del Compostaje Barrio Santa Isabel. Es necesario entender cómo la huerta se vincula con el territorio, e intentando que sea autosuficiente y lo más circular posible, señala el profesor de agronomía de la UC, José Tomás Ibarra.
Anita Cortés, de la Fundación Huertas Comunitarias, coincide con la visión de Ibarra y añade que en San Rafael hay pocos árboles, por lo que de otros proyectos de la fundación traen hojas que sumadas a los residuos de la olla común dan inicio al proceso de compostaje. : la conservación Ho Minutos antes de comenzar la clase de riego por goteo, Cipra Morales recuerda la primera vez que tuvo que hacerlo. —Cuando se armaron los bancales, no me explicaron directamente a mí cómo se hacía.
Entonces yo tomé la manguera en la mañana y comencé a regar como si fuera un jardín —dice entre risas—. Y después de como un mes haciéndolo, me dijeron: “No, Cipra, pones por goteo y se riega solo”, se ríe. WM