Profes de Hospital
Profes de Hospital escribiéndole a mano a un alumno todas las guías, porque veía de mejor forma.
La profesora, en este caso, también reconoce uno de los contras cuando no existe el apoyo de los padres. "Ahí es cuando se empiezan a ver afectadas las adaptaciones o lo que tú estás tratando para ayudar al niño. Pero también entiendo que es difícil que los papás estén todo el día con ellos. La mayoría de los papás que tenemos acá son de escasos recursos.
Entonces, es un poco difícil trabajar con ellos", comenta. --Y por eso quizás después les cueste más producto de su enfermedad... --No sé si esto se ha investigado científicamente, pero nosotras nos damos cuenta de que, por ejemplo, hay niños que conoces y te leen rapidísimo y son súper hábiles en todo, pero entran al tratamiento oncológico con quimios y llegan sin leer.
Y tú quedas: `pero, ¿qué pasó?'. Ocurre un problema de memoria y de atención también, pero yo creo que no solamente los oncológicos, sino que todos los niños que viven un trauma en una época de su vida y tienen estas dificultades después de más grandes. Nicole Plaza lleva 13 años trabajando en la escuela. Cuenta que producto de esos motivos, algunos estudiantes han repetido de curso.
Sin embargo, la profesora tiene un mecanismo pedagógico que hace que los niños no sepan si lo hicieron o no. "En mi ciclo (1 a 4 básico), trato de evitar la palabra evaluación y prueba, porque para ellos es como una presión. A veces los estoy evaluando y ellos no saben. Entonces, lo que hacemos es separarlos.
Antes los separábamos por personajes de película y este año lo estamos haciendo por colores, porque tengo niños de 3 básico que producto de la quimioterapia, de operaciones e intervenciones, se les olvida aprender a leer y escribir.
Si yo les voy a pasar una actividad de escritura o de lectura inicial para hacer un recordatorio no les voy a poner 1 básico, porque ese niño se va a sentir mal, decimos: `ah, ya, tú eres del equipo Monster High.
No saben que eso es 1 básico, nosotras solamente lo sabemos". --Cuando estoy haciendo las guías, trato de ponerme en el lugar de ellos todo el rato, entonces pienso: "pucha, qué lata saber que me enfermé, que me tuve que venir con mi mamá de mi casa, del norte a Santiago, a estar hospitalizado, a estar en un lugar donde no es mi casa donde mi mamá tiene que hacer tareas y más encima se me olvidó leer y escribir y estoy conectado en una clase que dice 1 básico". No es algo malo, pero al menos trato de alivianar todo lo emocional --dice Nicole Plaza.
Otro mecanismo que utilizan para realizar clases es el llamado "subir al hospital". Las profesoras van a los pabellones y es ahí donde les hacen clases a los estudiantes que están hospitalizados, en camillas o recién salidos de sus operaciones y/o quimioterapias.
Es aquí cuando se inicia el vínculo escuela-hospital. "No vas a ir con la misma actividad que trabajaste en sala, primero tienes que ver cómo está el niño, porque puede ser que esté con quimio o le entró una infección y no tiene defensas... Son varios factores". Nicole lo cuenta así: --Tienes que ir con mil actividades. Muchas veces yo solo me voy hasta a pintar las uñas con ellos o vemos una película, pero eso no significa que no hiciste nada. Tienes contacto también con los papás y ellos me dicen: "tía, estamos en oncología". Subo, los atiendo y hacemos clases. En algunas ocasiones, cuentan las profesoras, hay que ingeniárselas para hacer clases dentro de los pabellones, porque muchos de los materiales que se utilizan en una sala de clases pueden llevar infecciones.
Algunas profesoras rayan las ventanas y las utilizan como pizarra. --La idea es que cuando están hospitalizadas subas a trabajar con ellos, porque así aprovechas el momento en el que están --cuenta Javiera Polanco--. Pero si el niño, por ejemplo, justo tiene el catéter o tiene algo en la mano, yo le escribo. Le pregunto: "¿ leíste eso? Ya, ahora ¿ qué te escribo?'. En ese sentido, igual una busca la forma de trabajar con ellos y se adecúa a sus necesidades. Camila Donoso nunca pensó que trabajaría en una escuela hospitalaria.
En un principio, lo haría como profesora de educación básica en la población La Bandera, en San Ramón, pero desistió luego de una oferta para trabajar en la escuela hospitalaria. "Me están llamando del hospital, no entiendo nada", fue su primera reacción. Luego de una entrevista, le avisaron que había quedado seleccionada. Ahora, su opinión es distinta. --Una acá aprende día a día con la experiencia. Incluso, me lo dijeron en la entrevista: "bacán que hayas estudiado en una universidad buena, que te haya ido bien en la tesis, pero acá se necesitan otras características", como la resiliencia --cuenta Camila.
Lleva 10 años trabajando en "Con todo el corazón" y uno de los contras, dice, son las salas multigrado, aunque eso tampoco es un impedimento para llevar a cabo las clases, porque muchas de las veces son los mismos estudiantes que por iniciativa propia ayudan a sus compañeros más pequeños. --Tienes que ser muy flexible no teniendo tanto en cuenta el resultado que muchas veces se espera en educación, que tenga nota 7.0 o algo por el estilo, sino que se enfoca más en el proceso y también en acompañarlos en su enfermedad. Hay otras necesidades también del niño. Aquí se centra mucho en sus historias.
Para ella, una de las cosas más lindas de trabajar en la pedagogía hospitalaria es sentir la sensación "de que estás ayudando a alguien", cuenta. "Puedo estar triste, me pasó alguna cosa, pero --Hay diferentes formas de hacer cuentos--dice Nicole Plaza, profesora de 1 a 4 básico--. Lo importante es que un cuento tenga personajes, elementos y ambiente.
Siempre en las películas, que antes fueron libros, hay un malvado. --Como el lobo de la caperucita roja --acota Aurora, de 4 años, con su mascarilla a media cara. --A mí me da un poco de pena el lobo, porque siempre es malo en todos los cuentos --responde la profesora. --Y a algunos les da miedo la oscuridad porque piensan que le aparecerán monstruos --agrega Salomón, con su mascarilla bien puesta y su cabeza rapada. --Pero solo son historias --responde Aurora. Dispuestos en una mesa circular, cada alumno está haciendo la tarea del día: crear un cuento al estilo rollo fotográfico con papel y un cono de "confort" que las docentes le proporcionaron. La sala es blanca y hay un pizarrón que en las esquina tiene anotaciones con las horas en que algunos alumnos deben tomar sus remedios. También hay varios detalles entretenidos: del techo cuelgan lápices hechos a mano y al fondo hay un sector de juegos, lleno de juguetes, un pequeño aro de básquetbol y una alfombra de goma eva.
La Escuela Hospitalaria del Hospital Calvo Mackenna se ubica al frente de la entrada del hospital y tiene un cartel donde destaca su nombre: "Con todo el corazón". A diferencia de un establecimiento regular, quienes estudian ahí son en su mayoría niños derivados del mismo recinto y que padecen de alguna enfermedad. Algunos son pacientes oncológicos, trasplantados de riñón, hígado o médula, presentan cardiopatías muy complejas que les impiden ir a un colegio regular. "Acá los niños no son un número más. Son distintos y son diferentes mundos.
Hay que darse el tiempo de conocerlos, y de saber qué les interesa para poder encantarlos porque si nos ponemos a pensar, ellos vienen con muchas cosas", dice Nicole Plaza vestida con su delantal azul marino con el logo de la escuela: una niña y un niño tomándose de la mano. A medida que pasan los minutos, van llegando los alumnos y se dirigen a sus respectivas salas.
El colegio es multigrado: agrupa en una sala a niños de prekínder a kínder; en otra, de 1 a 4 básico; en una tercera, de 5 a 8 básico; y el último grupo abarca de 1 medio a 4 medio.
La escuela se compone de una biblioteca, cuatro salas de clases, una de profesores, un comedor y un patio para los niños con un taca-taca justo al medio; en los recreos se escucha el sonido de la pelota al chocar con el metal del arco. --Acá, si llega alguien pelado o le falta alguna extremidad, nadie lo mira raro --dice Camila Donoso, profesora de matemáticas, en su sala de clases. El colegio funciona con subvención por asistencia y también recibe donaciones de algunas fundaciones.
Cuenta con una matrícula de 120 alumnos, algunos de forma presencial, otros con atención domiciliaria y otros a través de clases vía Zoom, aunque también trabajan con niños hospitalizados no matriculados formalmente. --En un colegio hospitalario, la asistencia es más bien una montaña rusa. Un mes podemos tener una asistencia súper buena y al otro mes los niños pueden estar enfermos.
Tenemos alumnos que pueden venir dos o tres días y después caen en la UCI, pueden pasar una, dos o tres semanas y después se recuperan --cuenta Constanza Labbé, directora de "Con todo el corazón". Según datos del Ministerio de Educación (Mineduc) de 2022, existen 71 escuelas hospitalarias: 61 particulares subvencionadas a cargo de fundaciones y corporaciones sin fines de lucro, nueve municipales y una de Servicio Local de Educación. Hasta el 30 abril de 2023, la matrícula mensual aumentó de 2.500 a 3.207 estudiantes, con un crecimiento anual de 25.000 a 35.000 estudiantes enfermos, según datos de 2020 y 2022. Por otra parte, Chile es reconocido como uno de los países más avanzados en pedagogía hospitalaria y también un referente a nivel mundial. "Con todo el corazón" cuenta con 18 profesores. Imparten asignaturas como Lenguaje, Historia, Matemáticas, Ciencias, Música, Artes, Física, Teatro y Taller de Arteterapia.
Responden al mismo currículum escolar que otorga el Mineduc a nivel nacional, aunque también deben hacer algunas modificaciones al contenido, cuenta Javiera Polanco, profesora de 5 a 8 básico y docente de la escuela desde 2018. --Lo que hago en este momento es trabajar cada contenido con cada curso, pero de forma adaptada. Eso se va identificando a medida que van llegando los niños. Yo sé que hay niños que les puedo sacar más provecho en que hagan trabajos y tareas, mientras que otros necesitarán que estés al lado acompañándolos. Cuando llegué, tuve que aprender braille porque teníamos una alumna ciega. Y ahora está en segundo, tercero medio. Adaptamos todo el material que estaba dentro de nuestros recursos. Por ejemplo, en temas de dibujo, lo hacíamos todo con silicona para que ella pudiera reconocer la figura. También tenemos algunos alumnos con temas visuales y lo que hacemos es adelantar las letras. Estuve un tiempo voy al hospital y que un niño que está pasando por un momento súper complejo te reciba con una sonrisa, te diga: `sí, tía, quiero hacer tareas, gracias por enseñarme', es impagable. Es difícil irse de acá, porque es demasiado reconfortante, es una experiencia distinta". Pero también, reconoce, hay aspectos difíciles, como es que alguno de esos alumnos fallezca. Camila cuenta que cuando llegó al colegio nunca había experimentado el luto ni la muerte de alguien cercano. --Me han tocado muertes repentinas. Hace dos años me tocó la de una niña que ni siquiera lloré, porque la sigo negando. Fue tan fuerte. Me miraron con cara triste y me dijeron: "oye, es que... ". Y dije: "no, no, no". Esa fue mi reacción. También me pasó otra. Yo le decía Corderito. Era de Puerto Montt y sus papás eran súper jóvenes y amorosos. No podía venir y no podía estar con otros niños. Entonces, venía para acá y estaba con él los miércoles. Tenía seis años y le enseñaba matemáticas. Se sabía los números, sabía sumar, sabía restar, nos dedicábamos a correr por el colegio, lo único que hacíamos era jugar, nada más. Lo habían dado de alta y se fue a Puerto Montt. No resultó en el hospital de allá y lo trajeron para acá. Hubo un problema y murió. Para mí, fue terrible, yo creo que ha sido de las muertes más difíciles. Es la primera vez que lloro frente a un papá. Una de las muertes más recurrentes, cuentan las profesoras, son las repentinas.
Javiera Polanco lo cuenta así: --Mi primera experiencia con la muerte fue cuando estaba haciendo la práctica y había un niño en el hospital, Matías, que no se había podido vincular con ningún profe y me pidieron que por favor subiera a hablar con él. Me vinculo con él y durante una semana subí todos los días a verlo. Llego la segunda semana y me dicen: "Falleció Matías". "¿Cómo que falleció Matías, si lo vi toda la semana?, pregunté. Llegamos a la morgue del hospital y entramos a una sala fría, ploma y estaba ahí acostado con su mamá y su papá al lado y yo así en shock, sin saber qué hacer. Ahí tomé la decisión de nunca más venir a la morgue. Prefiero ver al niño la última semana jugando, riéndose o haciendo otras cosas que verlo en una situación como de dolor, tristeza. El año pasado, cuenta Javiera Polanco, tuvo que comunicar dos muertes. Nicole Plaza, por su parte, cuenta que una de las muertes que más la marcó fue una alumna que estuvo con ella de 1 hasta 4 básico. La doctora le había dicho que no iba a aprender a leer, a escribir, a sumar, porque tenía tumores cerebrales.
Al final, la alumna superó las barreras y, de un día para otro, Nicole recibió la noticia: "Y de la noche a la mañana se llenó de tumores y falleció". --Es recurrente enfrentarse a la muerte. A veces no sabemos cuándo puede pasar. Estamos más acostumbradas a que sepamos que no funcionó el tratamiento, que está en proceso y ahí vamos viendo el paso a paso. Pero hay muchas veces que es: `¿ pero qué le pasó?', `le dio un shock séptico'. Otra cosa a la que se deben enfrentar las profesoras es a comunicar las muertes a los niños. Algunas, como Javiera, lo hacen a través de libros. --Los niños al haber estado toda su vida en un hospital también logran entender eso. A la vez que van creciendo también empiezan a entender y de por qué pasan estas cosas.
En el caso de las profesoras, la forma de sobrellevar estas muertes es por medio de herramientas psicológicas que la misma directora de la escuela les propone, cuenta Javiera. "Cuando un niño muere y era demasiado querido y conocido en el colegio, nos hacen hacer un dibujo que nos hace expresar la emoción que tal vez te transmitía". --¿ Cuál es la carga psicológica que queda? --Acá nosotros no tenemos psicólogos para nosotros los adultos, pero sí, por ejemplo, Constanza (la directora) tiene harta experiencia en cómo enfrentar estas situaciones. Yo al día de hoy lo que trato --trato, porque no puedo hacerlo-es no involucrarme con los niños, pero igual me pasa que no puedo. El año pasado fallecieron tres alumnas muy queridas del colegio y sus muertes fueron muertes muy inesperadas.
Todo muy choqueante, pero trato de que mi vida siga su camino. --En una charla que tuve, que fue cuando entré acá a pedagogía hospitalaria --comenta Camila Donoso--, me acuerdo que un psicólogo nos dijo: "el dolor no es tuyo, el dolor no te pertenece, tú estás acompañando a la familia y al niño, pero ese dolor no es tuyo". Pero igual es difícil hacer esa separación. --¿ Qué luces ves acá? --Si no viera luces no trabajaría acá --reflexiona Camila--. Si yo viera que esto no tiene sentido, estaría en otra parte.
Acá puedes decir: "ya, te acompaño en la enfermedad, es difícil, es un proceso, pero hay esperanza de que sí te puedes mejorar, y lo vamos a vivir juntos". Acá tú también les puedes entregar valores.
Y finaliza: --Yo creo que por algo los doctores mandan a los niños para acá, porque ven que esto sí funciona. "Me lo dijeron en la entrevista de trabajo: "bacán que hayas estudiado en una universidad buena (... ) pero acá se necesitan otras características, como la resiliencia". SER GIO A LF O NSO LÓ PEZ Javiera Polanco, Nicole Plaza y C a m i l a D o n o s o s o n profesoras que trabajan en el c o l e g i o h o s p i t a l a r i o d e l Hospital Calvo Mackenna, uno de los 71 de este tipo que hay en Chile.
Allí hacen clases de historia, lenguaje, ciencias y matemáticas a alumnos que han sido transplantados, sufren cardiopatías o están en tratamiento oncológico. "Que un niño que está pasando por un momento complejo te diga: `quiero hacer tareas, gracias por enseñarme', es impagable", dice una de las docentes. POR LEONEL LILLO MORA Nicole Plaza, Javiera Polanco y Camila Donoso hacen clases en "Con todo el corazón", la escuela ubicada en el Hospital Calvo Mackenna. En total son 18 profesores. PROFES DE hospital.