El barrio Yungay de MAURICIO REDOLÉS
El barrio Yungay de MAURICIO REDOLÉS Mauricio Redolés, poeta y cantante de 70 años, está sentado en una banca de madera en la plaza Yungay. Viste un pantalón negro y una polera azul estampada con un dibujo del sol, la luna y las estrellas. Usa unos anteojos negros puntiagudos, enmarcados con un borde rosado eléctrico, y bajo ellos un bigote tupido cubre parte de su boca. Sobre él se mueven las hojas de los grandes árboles que rodean la plaza. Se le acerca un hombre que vive en una carpa improvisada con mantas y harapos, amarrados al tronco de uno de los árboles. Le extiende la mano, se presenta como el pintor de la plaza y le pregunta por próximos conciertos. --Voy lanzar el vinilo de mi disco "Bello Barrio" --dice sacándose los antejos negros.
Se trata de uno de sus primeros álbumes (lo editó en 1987), que en parte lo posicionó como un rockero y poeta de culto, y que acaba de lanzar en formato vinilo, explica Redolés, quien cuenta con once discos, ocho libros de poemas y cuatro premios Altazor. En la plaza, detrás de él, se escuchan los gritos de niños que juegan fútbol alrededor del Monumento al Roto Chileno. Al igual como jugó él en su infancia, y como lo hizo también su hijo.
Desde el monumento hoy cuelga un lienzo que dice "Acción territorial Yungay". Frente a la pancarta, a un costado de la plaza, hay una patrulla de carabineros y un guanaco estacionados, junto a dos policías que conversan. Redolés mira con tranquilidad a su alrededor y dice: --Este barrio tiene mucha historia. Es como una suerte de palimpsesto, sobre el que se van escribiendo otras historias encima. Por ejemplo, alguien me contó que en esta cuadra hubo, en los años 50, una quinta de recreo. Después en el 60 se hicieron estos edificios. Y hace un tiempo, allá arriba, en el tercer piso, yo arrendé un departamento e hice un taller literario. Desde la calle un hombre baja la velocidad de su moto y grita: "¡ Buena, poeta!". Luego vuelve a acelerar y se pierde entre los autos. Redolés sonríe, levanta la mano saludando y dice: --Es un barrio que he habitado con cariño, con esperanza, y con el deseo de que se mantenga, de que no se destruya. Con un bastón en su mano izquierda y un afiche enrollado en la derecha, Redolés llega a la esquina de Rafael Sotomayor con Compañía de Jesús. Entra a un café ambientado con muebles restaurados, saluda y pregunta si puede poner el afiche de su próximo concierto.
Redolés nació en el barrio Yungay, en la antigua clínica Carolina Freire, a casi diez cuadras del café en el que hoy da esta entrevista, y a ocho cuadras de su casa, que queda a la vuelta de la esquina. Sus padres, en ese entonces, vivían en Los Andes, donde habían sido destinados como profesores, pero vinieron a la capital para que naciera su hijo mayor en el barrio donde vivía la familia paterna. Después regresaron a Los Andes, hasta que decidieron instalarse definitivamente en el barrio Yungay. Redolés entonces tenía cinco años.
Cuenta que llegaron a la casa de su abuela paterna que quedaba en la calle Andes. --Eso es donde está hoy la llamada "Ciudad de Dios". A una cuadra de ese lugar, estaba la pensión de mi abuela.
La casa se vendió, pero todavía está ahí --dice refiriéndose a una sector que fue desalojado por Carabineros hace unas semanas, en el que había varias casas tomadas y se habían registrado cinco homicidios en los últimos años. La alcaldesa Irací Hassler lo ha identificado como uno de los lugares más peligrosos de la comuna. Sin embargo, en ese entonces, explica Redolés, a fines de los años 50, era una calle tranquila donde la casa de su abuela funcionaba como pensión. Tenía 12 habitaciones y tres baños, y vivía ahí una enfermera, un minero de Sewell, una secretaria y un detective, recuerda. Al poco tiempo, él y sus padres se mudaron a la calle Castillo, pero visitaba semanalmente la pensión de su abuela. En el libro Algo nuevo anterior, que reúne sus memorias, se refirió a ello.
Ahí escribió lo siguiente: "A principios de los años sesenta, los buses de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado se estacionaban entre las once de la noche y cinco de la mañana afuera de las casas de la calle Castillo. En la noche los niños jugábamos entre los buses a la escondida. En la radio seguramente sonaba Adamo o Mike Laure". Las calles del barrio Yungay y sus intersecciones son algo que Redolés tiene grabado en su mente con precisión. Tanto que con lápiz y papel puede dibujar el mapa del sector.
Cuenta que de niño solía caminar diariamente 20 cuadras atravesando el barrio de ida y de vuelta para tomar una micro que lo llevaba a un colegio en San Miguel, donde estudiaba él y trabajaba su madre. --Era un barrio familiar. La calle Castillo era de trabajadores, había obreros, profesores, oficinistas, mecánicos, gente que atendía en la feria. Y cuando llovía todo el mundo se entraba. La calle no tenía pavimento, era de tierra en aquella época. Más tarde, agrega: --Los tiempos de gloria del barrio fueron de fines del 1800 hasta los años 50. Hay un documental, que se llama "Santiago Poniente", en el que aparece una entrevista al nieto de un señor Rossetti que tenía un almacén, donde antiguamente se hacían tertulias con obispos, militares, expresidentes, senadores, escritores.
Y este señor habla de cómo en los años 50 decían que había que irse del barrio, que estaba muy hediondo --dice y luego explica: --Los recogedores de agua están en las esquinas y expelen una fetidez propia. Eso se limpia, pero en algún tiempo había un cierto olorcillo fétido. Además, empezaron a proliferar conventillos en las casas antiguas de las familias pudientes que se iban a Ñuñoa, La Reina y Vitacura. Uno de los vestigios de esa época es el Teatro O'Higgins al que Redolés recuerda haber ido a ver películas cuando tenía 17 años. Se trata de un edificio que se construyó en 1924 como un glamoroso lugar de entretención, sin embargo hoy es el recinto de una iglesia evangélica. De a poco, recuerda, varias casas comenzaron a quedar desocupadas.
En una ocasión cuenta que unos amigos lo invitaron a jugar fútbol, lo citaron en la calle Esperanza y lo que vio al llegar al lugar fue en realidad una gran casona: --La cancha de baby fútbol era en el living comedor, que tenía una altura y una extensión que podía tener una cancha. Tenía además las piezas, baños, era un verdadero palacete.
En esos años, Redolés estudiaba en el tradicional Liceo Amunátegui del barrio Yungay, donde aprendió a tocar guitarra y leyó el primer poema que lo marcó. --Me acuerdo cuando leí "Tarde en el hospital" de Carlos Pezoa Véliz: "Llueve mientras yo en la cama yazgo enfermo y afuera la lluvia cae... ". Quedé obnubilado, ese traspaso de sentimientos del alma de un enfermo, me maravilló. Yo jugaba al arco y me hicieron como 16 goles ese día, porque seguía pegado con la poesía. Al salir del colegio, Redolés dejó el barrio Yungay y entró a estudiar Derecho en la Universidad Católica de Valparaíso, donde comenzó a militar en las Juventudes Comunistas. A los dos años fue el golpe de Estado, lo tomaron detenido, estuvo preso por dos años y finalmente se fue exiliado a Londres. Nueve años, nueves meses y diecinueve días después de haber sido expulsado de Chile, Mauricio Redolés regresó a su país y lo hizo directo al barrio Yungay. Fue el 10 de junio del año 1985. Sus padres lo fueron a buscar al aeropuerto. Todavía recuerda la impresión que tuvo ese día al llegar al barrio. --Entramos por San Pablo y llegamos a la casa. Me llamó la atención lo pobre que era Chile.
Yo venía de un país desarrollado, por lo tanto, mejor iluminado, mejor pavimentado, con gente mejor vestida y Chile estaba, incluida mi familia por supuesto, en una pobreza económica muy grande, efecto de la dictadura y de ser un país subdesarrollado. Además, había sido recién el terremoto y había mucho polvo en suspensión, mucha tierra. Mi casa no había tenido ninguna reparación en 12 años, excepto que la habían pintado --cuenta Redolés. Tres semanas después ocurrió algo que no esperaba. En el libro Algo nuevo anterior lo relata así: "Era el 3 de julio de 1985.
Iba caminando desde la Posta Tres a tomarme un café con mi amigo El Punta a Chacabuco y Catedral cuando un enfermero salió corriendo de la posta, me llamó y me dijo: `Murió su papá'". --Fue un golpe enorme para mí. Nunca he llorado más en mi vida, nunca quisiera llorar más tampoco, fue como una estafa, un timo, un fraude volver a mi país para ver a mi padre y que muriera tres semanas después. Redolés dejó el barrio. Tenía que encontrar una pieza para vivir con su pareja que volvería también de Londres. Estuvieron arrendando en distintas comunas o viviendo con amigos. Hasta que un año después su madre le pasó su casa en la calle Cueto, donde se instaló por casi 20 años.
Allí, continuó con el camino de cantante y poeta que había comenzado en el exilio, y tuvo a su primer hijo que, al igual que él, creció en el barrio Yungay. --En esos años siguió siendo un barrio residencial, no tenía en absoluto bohemia, había unos locales que cerraban tarde, pero eran restoranes populares. La plaza estaba muy vacía. Era un barrio muy apagado. De hecho, relata que su hijo solía salir solo a las calles, a jugar con los amigos sin mayor problema. Algo muy distinto a lo que le tocó vivir cuando nació su segunda hija en 2006. Redolés camina por la calle Cueto, la misma que inspiró su álbum "Bailables de Cueto Road", la misma en la que vivió su infancia y en la que vive hoy.
En la esquina con Santo Domingo se detiene y lee con ritmo una frase rayada en un muro: --"Llegando a Yungay a las dos de la mañana... ". Es el verso de una versión de una canción mía que alguien escribió aquí --dice. Redolés como personaje también está retratado en otras partes del barrio, como un mural donde alguien lo dibujó junto a Violeta Parra y otro donde aparece solo.
El color del barrio Yungay, cuenta, comenzó a cambiar a principios de los 2000, cuando él tenía casi cincuenta años. --Se formó una suerte de lugares medio emblemáticos de carrete en la Plaza Brasil, estaba el Galpón Víctor Jara, que fue un epicentro de la movida cumbianchera y tuvo mucho éxito, pero después se cerró porque no cumplía con las medidas de seguridad. Luego se fueron instalando cafés, estaba el Café Brasil, una librería, el bar Puro Chile, y empezó a circular gente que venía aquí a carretes.
Más tarde, recuerda que comenzaron a realizarse fiestas en la plaza Yungay. --De repente a alguien se le ocurre hacer una fiesta, no sé si pedirán permiso o no, traen parlantes, se cuelgan al sistema eléctrico, traen orquesta y tocan. Se hace hasta las diez de la noche y eso está bien. Los problemas son que no se provee de baños químicos para evitar que orinen y defequen frente a las casas. Además de la venta libre de alcohol, que es un desastre.
Hace poco más de un mes, cuenta, iba saliendo de la casa de un amigo que vive a una cuadra de la plaza y se encontraron con un grupo de mujeres orinando justo en la entrada. --No era gente del barrio y no eran tampoco extranjeros, eran chilenas que se notaba que eran de clase alta, muy garabateras y prepotentes. Venían aquí en un ámbito fiestero a tomar en la calle y orinar las casas de los vecinos.
Redolés comenzó a denunciar esto en 2015, cuando publicó una carta titulada, "Algo huele mal en el barrio Yungay". Junto a su malestar respecto a las fiestas, describe que "había muchos hombres que orinaban sin ningún cuidado, mostrando sus partes íntimas a mujeres y niños a plena luz del día". Hace poco, publicó también otra carta dirigida a la alcaldesa Irací Hassler, denunciando una casa que funcionaba como discotheque clandestina y que, a pesar de sus reclamos a la municipalidad, no pasaba nada. --Fue realmente un calvario, fue un año que estuvimos con eso. Esa casa ya se cerró y hoy se ocupa como vivienda.
La llegada de migrantes, dice Redolés, es algo que también se ha visto con mayor notoriedad en el barrio. --Quiero decirlo de manera muy taxativa: es una bendición para el barrio, ha sido gente trabajadora, buena onda, alegre y muy musical, y con una cultura culinaria que Chile no tiene. Aparejado con esto, viene un porcentaje, menor por cierto, de delincuencia. En los últimos cuatro años la cifra de homicidios en la comuna de Santiago ha sido la más alta del país. El barrio Yungay ha sido noticia por homicidios a plena luz del día y también robos con violencia.
Uno de los más recientes, en enero de este año, fue un asalto a un convento de monjas que llevó a los vecinos del sector a hacer una marcha contra la delincuencia, a la que se sumó el Presidente Boric como un vecino más. --La gente que organizó esa marcha es la misma que en su momento me acusó a mí de estar desprestigiando el barrio, porque yo estaba hablando de la delincuencia.
Con el Presidente, dice, no se ha cruzado en el barrio, pero sabe que visita algunos restoranes y tiendas de vinilos. --Su llegada ha servido más que nada en el entorno en el que él vive.
Me acuerdo que yo pasé por ahí mostrándole a un amigo dónde vivía el Presidente y había un grupo de tipos fumando pito, tomando copete, a 50 metros de los carabineros que estaban mirando para otro lado. Incluso se robaron una camioneta a 20 metros de los carabineros. Ha significado seguridad dentro de estas vallas papales, sí, pero nada más. Agrega que después de las diez de la noche él no sale de su casa, ni siquiera a sacar la basura. Reconoce que ha pensado en irse del barrio, pero no ha planeado nada concreto para hacerlo. --Lo que ocurre es que yo no elegí vivir aquí, mis padres eligieron vivir acá y yo me quedé. Cuando tenga ganas me voy a ir, pero todavía disfruto estar acá. He pensado en irme, y un elemento que cada vez tiene mayor incidencia es cómo está este barrio, eso no puedo negarlo, es un barrio que se ha puesto malo.
Echo de menos lo que se vive en otros lados, en algunas ciudades de provincia, donde puedes salir a las once de la noche, ir a un lugar y volver a las tres de la mañana, y que no pase nada. Es algo que cada vez es más raro en Chile, pero todavía hay algunos barrios donde se puede hacer eso. "Es un barrio que se ha puesto malo.
Echo de menos poder salir a las once de la noche, ir a un lugar y volver a las tres de la mañana, y que no pase nada". Redolés como personaje está retratado en algunas partes del barrio, como un mural donde alguien lo dibujó junto a Violeta Parra y otro donde aparece solo. "Yo no elegí vivir aquí, mis padres lo eligieron y yo me quedé. Cuando tenga ganas me voy a ir, pero todavía disfruto estar acá", dice.
De su infancia jugando fútbol dentro de antiguos palacetes, de su regreso tras el exilio a la casa de sus padres en la calle Cueto, y de las fiestas y delincuencia que ha visto en el barrio en los últimos años, habla Mauricio Redolés, quien batalló por casi un año con una discotheque clandestina. "Es un barrio que he habitado con cariño, con esperanza, y con el deseo de que se mantenga, de que no se destruya", dice el poeta y cantante nacional. POR ANTONIA DOMEYKO. FOTOS FELIPE BAEZ B. El barrio Yungay de MAURICIO REDOLÉS.