Autor: Isabel Frías Periodista U.C.
Así fue la primera campaña de vacunación de la Patria Vieja
Para quienes los pasajes de la Patria Vieja les parecen lejanos en el tiempo, los libros guardan sorpresas y muchas similitudes con la actual crisis sanitaria que azota a Chile por estos días.
Hacia 1812, nuestro país hacía muy poco que transitaba en el mundo como nación independiente y se encontraba al mando de don José Miguel de la Carrera y Verdugo, un ilustre criollo con educación privileglada, que era descendiente directo de aristócratas hispanos.
Tras servir en las tropas napoleónicas, había regresado al país en julio 1811 con un cúmulo de ambiciones patriotas: En noviembre de ese año, luego de sucesivos golpes de estado, Carrera se hizo nombrar Presidente de la Junta Provisional de Gobierno, disolvió el Congreso y asumió con plenos poderes en diciembre de ese mismo 1811.
A partir de entonces, el prócer debió enfrentar no solo la resistencia realista encabezada ni más ni menos que por el virrey del Perú, sino que —como cada otoñoun brote infeccioso masivo del Chile decimonónico cuya población -según cifras del Censo 1812era cercana a las 877.000 personas, equivalentes a menos de la población regional de Antofagasta y Tarapacá, juntas.
En momento que gobernaba Carrera, mientras los hogares pobres sufrían más muertes, la elite chilena de la época desconfiaba abiertamente de los llamados “avances científicos” entre los cuales estaban las vacunas y toda la disciplina médica. SIMILITUDES INCREÍBLES La viruela era la más temida enfermedad infecciosa de la colonia. Durante el brote de 1805, sin embargo, ya se había producido la primera El líder político de la inoculación masiva contra la viruela fue José Miguel Carrera, quien enfrentó un escenario plagado de complejidades.
Si bien la población de Chile era de apenas 877.148 personas hacia el año 1812, aquella peste se ensañó con los sectores más pobres mientras la elite acomodada desconfiaba de las vacunas. ¿Suena conocida la historia? iniciativa de vacunación, la cual había sido emprendida por Fray Pedro Manuel Chaparro, un religioso con estudios de medicina que organizó (a título personal) una vacunación donde él mismo inoculó a la gente en el pórtico de la Catedral de Santiago. propiamente masivo fue el plan de vacunación del año 1812 que lideró José Miguel Carrera. Haciendo una tregua en las asonadas en su contra y con tropas también afectadas por la infección, la junta de gobierno que presidía Carrera decidió crear una Junta de Vacunación contra la viruela. Ese estamento lo integraron veinticuatro ilustres vecinos (como se decía en la época), y se nombró como delegado a Judas Tadeo Reyes, un funcionario público de dilata trayectoria administrativa.
Éste dirigió a los dos vacunadores que se pusieron bajo sus órdenes y que, en la capital, inoculaban en el edificio de la actual municipalidad de Santiago, en las mañanas de los días martes y viernes. Ese equipo dejaba registro del trabajo en un libro, donde se transcribían los datos de la persona vacunada y que consignaba su edad, casa y calle donde residía.
NO ERA UNA INYECCIÓN A diferencia de los sistemas actuales de inoculación, hacia 1812 la inmunización no se realizaba con una inyección en el brazo, sino que se aplicaba mediante un instrumento llamada “lanceta” y con el cual se realizaba una incisión en la piel de las personas. Era, por cierto, un procedimiento más bien doloroso y que -consecuentemente— infundía gran temor en la población.
Asumiendo ese inconveniente, Judas Tadeo Reyes difundió un revelador instructivo fechado el 5 de abril, donde se leía textual: “Se tratará a todos con suavidad y agrado para que difundan en el público buenas especies de la vacunación, y así se animen los tímidos y se desimpresionen los preocupados, aprovechándose de este beneficio para la conservación de la vida”, En tanto al personal sanitario se le asignó un dinero que corría para gastos derivasen del operativo, dicho instructivo deslizó que el monto podría alcanzar también como incentivo a quienes se vacunasen: “Gratificar a veces a algunos vacunados, principalmente a los que suministran el fluido de brazo a brazo”, aconsejaba el experto de la época. Los voluntarios se buscaban preferentemente en espacios públicos, donde había contacto estrecho entre las personas. Entiéndase, en cultos religiosos, en “vivanderas” (especie de cocinerías populares), en concurrentes a la Recova, y plaza”, detallaba el propio instructivo.
En esa primera vacunación masiva también se vacunaron a quienes estaban privados de libertad (presos) y a aquellos que se encontraban en “Casas de recogida”, las cuales funcionaban simultáneamente como reformatorios y centros de acogida para mujeres. Y, aunque se privilegiaba la persuasión verbal o monetaria, las órdenes de Reyes contemplaban el uso de la fuerza pública en caso que fuese necesario.
Sin mucha contemplación ni diplomacia como sería de rigor en 2021la normativa sanitaria daba pie para que se utilizara “hasta la fuerza, con auxilio de alguaciles, o de las guardias militares próximas”. Una historia, sin duda, muy útil para poner en perspectiva el actual proceso de vacunación contra el covid-19 y que puede ser revisada en detalle en un libro apasionante titulado “Viruela y vacuna” (Ed. Universitaria, 2016) de la doctora en Historia Paula Caffarena.