LA PANDEMIA Y 50 VIDAS QUE YA NO ESTÁN
DANIEL AQUEVEQUE VALENZUELA 36 años, falleció el 16 de abril Ese día, Daniel le pidió a Nayaret, su esposa, que lo desnudara y lo acostara sobre las cerámicas del living. Tenía calor. Durante días la fiebre no descendía de los 40 grados y los síntomas del coronavirus ya habían mermado sus capacidades: apenas comía, apenas respiraba, apenas podía ponerse de pie. Al verlo en el suelo, Nayaret decidió llamar al Cesfam de su sector para exigir una ambulancia. “Me dijeron que no tenían a nadie. Solo al chofer”, recuerda ella, desde Quillón, Región del Ñuble. “Les dije que no me importaba, que mandaran a quien sez Daniel Aqueveque, electricista y dueño de una funeraria, tenía 36 años cuando contrajo el virus. Nadie lo tiene claro: no saben si fue en su trabajo, durante el manejo de algún fallecido, o en sus pocas idas al supermercado o la verdulería del barrio. Lo que sí sabe Nayaret Garrido es que luego de sentir los primeros síntomas se acercaron al Hospital de Bulnes para realizarse el examen. “Pero solo me tomaron el examen a mí”, recuerda.
“A Daniel lo diagnosticaron con una faringitis aguda y le recetaron amoxicilina e ibuprofeno”. Sin embargo, Nayaret dio por hecho el contagio y junto a su hijo de cinco años decidieron encerrarse en casa, advirtiendo a sus cercanos. Pero esta vez Daniel estaba en el suelo, sobre las cerámicas del living. Cuando el chofer de la ambulancia ingresó a la casa le preguntó a Nayaret si era el mismo chiquillo que había llevado la otra vez. Días antes, Daniel había sido trasladado al Cesfam, donde según Nayaret solo le inyectaron dipirona antes de enviarlo caminando ala casa. “El mismo”, le respondió ella, mientras los dos intentaban subirlo a la camilla. Para ponerlo en la camioneta, Nayaret necesitó más ayuda.
Llamó a su cuñado, que antes de llegar pasó por la funeraria para vestirse con los implementos que el propio Daniel había comprado en caso de trasladar cuerpos de fallecidos por coronavirus: un traje plástico, guantes y mascarilla. Antes de volver a su casa, Nayaret se acercó al chofer: le pidió que por favor no lo trajera de vuelta. “Estaba muy mal. Y además era paciente crítico, porque tenía diabetes”. Pero según Nayaret, no le hicieron nada. “A las ocho de la noche llegó de vuelta”, cuenta. “Me dijo que no le pusieron oxígeno, no le controlaron el azúcar, no le ron suero.
Según él, le dijo a un médico: Huevón, me estoy muriendo, ayúdame”. Lo único que hicieron fue tomarle el examen, que, obvio, fue positivo”. Nayaret dice que el virus no la golpeó de igual manera que a su marido. Eso le permitió levantarlo cada vez que Daniel necesitaba trasladarse por la casa. Él le decía que sufría mareos, dolor de cabeza, vértigo y la fiebre casi siempre alcanzaba los 40 grados. Un día, cuenta Nayaret, lo vio tan mal que decidió llamar a su cuñada, que trabaja como enfermera en Viña del Mar. “Ella me pidió que contara cuantas veces respiraba en un minuto. Conté 42. Mi cuñada me dijo: Está al borde de un paro. Tienes que llevarlo al hospital ahora”. La última comunicación con su marido fue un mensaje de texto. Ahí Daniel le dice: “Mamá, me van a hospitalizar en la UCI. Tengo que apagar el teléfono, te amo”. Una semana más tarde, Daniel falleció producto de una neumonía provocada por el virus. Nayaret y su hijo, todavía en cuarentena, siguieron su funeral a través de una videollamada con un familiar. Hasta que la carroza se detuvo en el frontis de su casa. Reción ahí, parados en la puerta, se despidieron de él. S Más de 600 personas han muerto por covid-19 en Chile en apenas dos meses, desde que se inició el conteo de víctimas. “Sábado” conoció 50 historias, que hasta hoy solo eran parte de esa fatal estadística. Ellas hay vidas cotidianas y extraordinarias, tragedias que afectaron a varios miembros de una misma familia y la confirmación de las advertencias de los especialistas: que los ancianos son los más vulnerables. Pero también hay entornos precarios que desnudan el desigual acceso a la salud, descoordinaciones que rodearon algunas muertes y despedidas que nunca se hicieron. POR EQUIPO SÁBADO SYLV1A BENAVIDES MUNOZ 85 años, falleció el 2 de abril Fue la primera fallecida por coronavirus en Punta Arenas.
Su muerte tomó desprevenido al servicio de Salud dela ciudad: los protocolos aún no estaban afinados y los tres familiares autorizados para despedirla tuvieron que esperar con la urna en la calle durante largo rato, porque a las 10 de la mañana el cementerio aún no abría. Viuda hace un año y medio, vivía sola Aella le gustaba su independencia, dice Jaime Alvarado, uno de sus dos hijos. Solía hacer todos los trámites y las compras ella misma, y se mantenía activa participando en un grupo de la tercera edad. Su único problema, detalla, era un asma que la complicaba durante los inviernos. A mediados de marzo se comenzó a sentir resfriada y en el Cesfam le dijeron que se trataba de una bronquitis. Guardó reposo, pero con los días su salud empeoró, Un segundo médico, que fue a su domicilio, la mandó a hacerse exámenes de sangre y tórax. Con este último le diagnosticaron neumonía y le recetaron antibióticos. Jaime Alvarado la acompañó en su casa por una semana para cuidarla, hasta que su madre presentó fiebre y problemas respiratorios. “Ella se negaba a ir al hospital. Ya se hablaba de los primeros contagios y no quería arriesgarse. Al final la llevé, la vieron, la dejaron en aislamiento y no la vi nunca más Dos días después me confirmaron que tenía coronavirus”, recuerda Alvarado. Él no sabe dónde pudo haberse infectado. Piensa que en una carnicería, a la que ella fue justo el día que anunciaron la suspensión de clases. Esa vez, temiendo el desabastecimiento, cientos de puntarenenses repletaron los supermercados, “Intenté disuadirla, pero igual fue. La carnicería estaba llena y demoramos casi dos horas en salir de allí. Al otro día comenzó con el resfrío. Le dije: '¿ Ve?, quién la mandó a salir, pero nunca sospeché que fuera el virus”. Por haber estado con ella, Alvarado también fue diagnosticado con covid. Mientras estaba en cuarentena recibió la noticia del fallecimiento de su madre. No pudo ir al funeral. S OMAR JOSÉ HOMAD SERÓN 83 años, falleció el 4 de abril Una semana antes de que fuera hospitalizado, habló por teléfono con su nieta Constanza Homad, estudiante de Obstetricia. Ella quedó preocupada “Nos dijo que le dolía el cuerpo y que se quedó en cama. Altiro dijimos “qué raro', porque a mi tata le gustaba andar trabajando, de allá para acá. Era súper enérgico”, recuerda. Omar Homad era dueño de la empresa de buses Trans HG de Osorno, que fundó hace 45 años. Había comenzado con dos buses, que él mismo manejaba, pero con el tiempo llegó a tener una flota de 78 buses.
“Era muy conocido en su rubro y en la zona por su empresa”, agrega Constanza Al día siguiente de esa llamada, Homad se enteró de que en la oficina de la hija de su pareja, con quien vivía, había un brote de coronavirus. De inmediato fue a hacerse el test. El resultado fue negativo. Con el virus descartado, Homad Continuó trabajando. “Él seguía sintiéndose mal, tenía diarrea y dolores estomacales. Le decíamos que fuera al doctor, pero le apasionaba tanto su trabajo que insistía en no hospitalizarse hasta terminar las liquidaciones y cheques”, explica su nieta. El domingo 29 de marzo, Homad llegó a la Clínica Alemana de Osorno. Tenía el cuerpo tan adolorido que apenas pudo bajarse de la camioneta. Después de cuatro días hospitalizado, le dieron el diagnostico positivo de covid-19. Constanza cuenta que la pareja de su abuelo, y la hija de ella, también dieron positivo. “Yo lo cuidé en la clínica esos días, hasta que lo llevaron a la UCI Alas pocas horas me contaron que tuvo una inflamación sistémica y que lo conectaron aun ventilador.
Para mí fue choqueante, tenía esperanzas de que iba a mejorar, ya no tenía fiebre ni diarrea y, de hecho, el día antes se alcitó para estar bien arregladito, como siempre, Esa fue la última vez que lo ví”, recuerda Constanza. El 4 de abril, Omar Homad había fa Mecido por una falla multiorgánica a causa del virus. “En la clínica se portaron muy mal, primero me permitieron a mí estar en contacto con mi abuelo cuando era un caso sospechoso de coronavirus. Y cuando entregaron el cuerpo, mi papá, mi tío y el señor de la funeraria tuvieron que ponerlo ellos mismos enel ataúd. Nadie quería hacerse responsablo, por miedo, quizá. Supuestamente, era el primer caso que fallecía en la región no sabían qué hacer”, dice. Constanza no pudo ir a la clínica, tampoco al funeral, ya que estaba en cuarentena.
Lo único que pudo ver, a través de un video, fue que camino al cementerio decenas de choferes en sus buses despidieron a su abuelo con boci-nazos y aplausos. 8 Rl ENE AGURTO SOTO 16 años, falleció el 8 de abril de abril, René Agurto cumplió 16 años. Su hija Verónica le cantó el umpleaños feliz junto a unas sobrias a través de una videollamada, por= ue él estaba hospitalizado en el Hos El Carmen de Maipú. “Yo le de“Papi, te amo”, Se emocionó. Nos aludó con la mano e intentó sacarse 1 oxígeno para decirnos algo, pero el nfermero no lo dejó, Fue la última vez ue lo ví”, dice Verónica. Dos días de: ués, su padre falleció, “Mi papá era albañil. Un hombre ¡ erno. Vivía con una nieta en Parral y 123 de marzo le dio fiebre. Lo llevaron Al hospital, le sacaron radiografía y salió que tenía líquido en los pulmones. También le hicieron el test del coronavirus, pero los resultados se demoraron. Lo dejaron un día hospitalizado y le dieron de alta, como diciendo: 'Que se vaya a morir este viejo a otro lado”, Creo que si lo hubieran tratado ahí, se habria salvado”, cree ella. Verónica lo recibió en su casa en Maipú porque nadie lo podía cuidar en Parral: “Comenzó a ahogarse. Lo llevé al consultorio, desde donde lo mandaron en ambulancia al hospital. Le pregunté si tenía miedo y no me dijo nada. Estando hospitalizado me avisaron que el marido de la nieta con la que él vivía había dado positivo. Por ahí mi papi se contagió”. Ella, desde su cuarentena, vio el entierro de su padre a través de un video, “Fue muy triste. El cuerpo lo entregaron en una bolsa de nylon.
Le teníamos su terno para vestirlo, pero no se pudo”. Ella prefiere recordarlo así: sentado bajo un árbol escuchando rancheras, en la casa de ella en San Marcos, cerca de Parral, donde lo llevaba para los veranos. “Como le gustaba tanto, le estábamos construyendo una pieza.
Pero el tiempo no le alcanzó”. S JUAN VALDEBENITO GATICA 85 años, falleció el 8 de abril “Cuando lo traje a mi casa, él me dijo: “Me vengo a quedar para siempre contigo”. Yo estaba feliz. Pensaba que íbamos a poder recuperar el tiempo que no vivimos juntos, porque él se fue de la casa cuando yo tenía 16 años.
Quería cuidarlo hasta el fin”, dice Carlos Valdebenito sobre ese sábado 4 de abril en que Juan, su padre, por fin aceptó dejar su casa en Lo Encalada, en la comuna de Ñuñoa, para irse avivir con él a Maipú. Pero la alegría duró poco. Cuatro días después, el 8 de abril, a las 12:43, Juan falleció, “Fue tan poco el tiempo”, agrega su hijo. La primera vez que pensó en llevarlo a vivir con él, cuenta Carlos, fue en diciembre del año pasado, cuando falleció la pareja de su padre.
“Fue muy duro para él Pero no queríairse, porque estaba cómodo en su casa y el trabajo le quedaba cerca”. Cuando a mediados de marzo el Ministerio de Salud pidió que los adultos mayores se quedaran en sus casas, Juan Valdebenito decidió que teletrabajaría. A sus 85 años se encontraba activo: era contador analista en Union Coop, una cooperativa de ahorro y crédito para adultos mayores. Pero esto era ahora; durante toda su vida se había desempeñado en Gendarmería, donde llegó a ser suboficial mayor. Carlos llamaba todos los días a su padre y comenzó a notarlo decaído. Por eso, el sábado 4 de abril, sin preguntarle, lo fue a buscar. Esta vez no puso resistencia. El domingo amaneció peor y llamaron a un médico para que lo fuera a ver ala casa. Él se había operado del corazón y de las arterias de las piernas en julio del año pasado, “pero estaba bien de eso”, dice su hijo.
Ese día le pregunté al doctor si es que tenía coronavirus y me dijo que no tenía síntomas y era verdad: no tenía temperatura, su presión estaba bien, solo lo encontró agitado”. Con los días su estado empeoró. Tanto, que la madrugada del miércoles Carlos se quedó despierto hasta las siete de la mañana haciéndole masajes, tranquilizándolo. 'Cuando se levantó respiraba fuerte, estaba mal”, dice. Llamó al Sapu, quería llevarlo al Hospital Dipreca, pero le dijeron que no llegaría; entonces, se fueron al Hospital El Carmen de Maipú.
Dos horas después, Juan Valdebenito falleció, “Para mí siempre quedará la incógnita de si trataron de reanimarlo, porque cuando entré a reconocerlo, todo vestido de blanco y con mascarilla, por el vidrio se veían muchas personas con máquinas, pero mi papá estaba a un lado, en una camilla, sin ningún aparato cerca. Me dio la sensación de que lo habían dejado ahí nomás”, explica. "Tras su muerte le practicaron el examen para ver si tenía covid-19. Al otro día le dieron la noticia: su padre había dado positivo y toda su familia cercana debía hacer cuarentena. La hija mayor de Carlos, que no vive con ellos, se encargó de hacer los trámites funerarios y logró que la carroza pasara por fuera de la casa de su familia para que pudieran despedirse. “Yo tengo seis hermanos, pero el único que tenía una relación cercana con él era yo. Cuando mis papás se separaron hubo un alejamiento. Nunca lo dejamos de ver, pero en los últimos cinco años yo me había acercado mucho. Siempre él me decía que quería que lo cremaran y yo hice todos los trámites por internet. La vida que él tuvo no era para que yo lo dejara en una fosa común”, dice Carlos Valdebenito. Las cenizas de su padre están hoy en el living de su casa.
S FRESIA CAMPOS CAMPOS 65 años, falleció el 6 de abril La herida en su tobillo se veía cada vez peor, Tras sufrir la amputación de un dedo acausa de una diabetes, afines de 2019, había tenido que usar una bota inmovilizadora, que más tarde le generó una nueva llaga. Carolina Argandoña, su hija, le dijo que sería mejor ir al hospital, porque la herida estaba supurando mucho. El 16 de marzo llegaron al Hospital Regional de Antofagasta, a Urgencias. Fresia quedó hospitalizada con indicación de una nueva amputación. “A mí mamá le diagnosticaron la diabetes como a los 40 años. Su enfermedad fue brusca. De muy joven empezó a perder la vista y la dentadura”, cuenta Carolina. Desde hace un tiempo que Fresia había llegado a vivir a la casa de su hija, donde sus dos nietas menores, de 9 y 12 años, la cuidaban. La ayudaban a bañarse y maquillarse, además de compartir habitación con ella. Pero con la noticia de la amputación, la familia reorganizó la casa para que Fresia pudiera dormir sola y tener más espacio para la silla de ruedas que ahora usaría.
“Le amputaron arriba del tobillo, pero alos pocos días tuvieron que volver a amputar arriba dela Cuando salió de la operación recuerdo que me dijo que le habían hecho también el examen de covid-19, pero tres días después la dieron de alta”, explica Carolina. La madrugada del sábado 28 de marzo, Fresia llegó en ambulancia de vuelta a la casa. “Los paramédicos me dijeron que venía estable, pero con positivo en corona rus. Ahí me enteré del diagnóstico. Yo sé que se contagió en el hospital. Casi me dio un ataque, porque además recién le habían hecho la amputación doble, entonces no te cabe en la cabeza cómo te la pueden mandar al domicilio”, agrega. Carolina llamó a su hija mayor para que fuera a buscar a las dos menores, quería protegerlas del virus, ya que una de ellas tenía asma. Su marido, después del trabajo, tampoco volvió para evitar contagios. En la casa solo se quedó ella, una de sus hijas y Fresia. Por prevención, justo habían comprado mascarillas y guantes que les sirvieron para cuidarla, pero ella veía que la salud de su mamá se complicaba. A las once de la noche de ese mismo día pidió que la ambulancia regresara. “Al otro día la conectaron a un ventilador mecánico. Yo en mi casa me sentía muy mal, me dolía el pecho. Pero solo era una crisis de angustia, porque días después me hice el examen y dio negativo”, recuerda. El 6 de abril, Carolina estaba en cuarentena cuando supo que Fresia había muerto. Fue la primera persona fallecida por coronavirus en Antofagasta. “Mi marido y mi hija reconocieron el cuerpo, Fue horrible estar encerrada y no poder hacer nada, dando instrucciones por teléfono. No pude ver a nadie hasta una semana después que mi mamá murió. Recién ahí mis hijas regresaron a la casa Fue triste cuando ellas entraron a la pieza. La abuela ya no estaba”, S RAMÓN ALBERTO RAMÍREZ FUENTES 52 años, falleció el 19 de abril A mediados de marzo hubo un brote de coronavirus en las oficinas del Indap de Talca. Siete funcionarios resultaron contagiados, entre ellos Ramón Ram rez, jefe de la unidad de administración y finanzas. Ninguno tuvo síntomas de cuidado y pudieron hacer la cuarentena en sus casas, salvo él, que a la semana casi no podía respirar. Lo notó su hermano Fernando, que junto a su señora lo llevaron al hospital de la ciudad, donde fue internado de inmediato en la UCI. Dos semanas después, tras una leve recuperación, murió. Nacido en Talca, Ramírez pasó su niñez y adolescencia en Curepto, donde su padre también era funcionario del Indap. Tras egresar de la enseñanza media estudió Técnico en Programación en Computación y luego Ingeniería en Administración Pública en Talca, Se casó en 1998, tuvo dos hijos y se separó hace tres años. No fumaba, no tomaba y, salvo una hipertensión que se trataba con medicamentos, no tenía ninguna complicación de salud. Tras la muerte de su padre, él se encargó de cuidar asu madre, quien sigue viviendo en Curepto. De hecho, dice Fernando rez, uno de sus planes era irse a vivir allá una vez que Cuando se confirmó el caso positivo en su oficina, todos quienes trabajaban allí se hicieron el examen. “Cuando supo que él estaba contagiado, no presentaba síntomas. Ese día me llamó para contarme. Lo noté asustado, pero nosotros con mi señora le ofrecimos ayudarlo en todo durante su cuarentena. Él vivía solo. Durante la primera semana fuimos a su casa, le dejábamos comida, ropa limpia y remedios en el jardín, él salía y aprovechábamos de conversar a la distancia. A veces estaba con Un poco de fiebre, pero nada preocupante. Solo un día lo vi con piyama. El resto del tiempo hacía una rutina normal dentro de la casa”, cuenta su hermano Fernando. Pero luego lo notaron más distante, No contestaba los Whats App ni los llamados, y solo tuvieron un par de conversaciones cortas. “Pensamos que era un tema más bien depresivo, pero después con mi señora nos dimos cuenta de que tenía serios problemas de respiración. Era una respiración cortita y rápida, con cierto ahogo.
Cuando hablaba no alcanzaba a terminar la frase”. En el hospital fue intubado y tras una primera semana complicada, su familia tuvo la esperanza de que podía mejorar al escuchar los reportes médicos que aconsejaban comenzar a suspender la sedación. Pero pronto le volvió al fiebre y a las 00:53 horas del domingo 19 falleció. El cuerpo de Ramírez, cubierto con una bolsa mortuoria, fue entregado en un ataúd sellado, fumigado por dentro y por fuera y envuelto en una manga plástica reforzada con huinchas. Nadie pudo entrar al parque cementerio para el entierro. Solo funcionarios de la funeraria Fernando cuenta que evitaron a toda costa que su madre supiera de la enfermedad de Ramón. Ella había sufrido mucho por la muerte de su esposo y hasta hoy no se conforma. Ahora, más anciana y con problemas de memoria, temían que pudiera darle un ataque cardiaco. Pero igual se enteró. “Lloró mucho, fue terrible Fernando—, pero una de las cosas buenas de su pérdida de memoria es que a veces nose acuerda de la muerte de Ramón y está calmada.
En esos momentos pienso que él está con ella, que la abraza y la contiene”, S —cuen IRMA CARCAMO CÁRCAMO 75 años, falleció el 13 de abril Desde que enviudó hace 12 años, Irma Cárcamo vivía sola en su casa en Punta Arenas, Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo pasaba acompañaDa. Tres veces a la semana entrenaba vóleibol con un grupo de adultos mayores y los fines de semana participaban en torneos. Además, solía ayudar en una parroquia a cobrar el diezmo, El año pasado había tomado un curso de inglés. Asistía a cenas de una caja de compensación con sus amigas. Y viajaba a Argentina a ver su hermana o a Santiago para visitar a sus dos hijos. Mauricio Triviño, su hijo periodista, dice que ella empezó a toser luego de un viaje en bus para ir a ver a un familiar. “Fue al médico y le diagnosticaron faringitis. Días después ya estaba mal. Yo trataba de hablar por teléfono con ella, pero tosía a cada rato.
Fue de nuevo al consultorio, le diagnosticaron bronquitis aguda y los exámenes descartaban covid-19”, dice, El 2 de abril fue internada en el Hospital Clínico Magallanes y allas pocas horas la conectaron a un ventilador mecánico. El primer test que le hicieron allí arrojó nuevamente negativo, pero el segundo dio positivo. El13 de abril falleció de una neumonía por covid-19. “La hermana de mi mamá estuvo todos esos días con ella y no le pasó nada. Lo que me hace pensar que el contagio fue en el hospital. Como ya venía con esta bronquitis, el virus tuvo el camino libre. Eso sí, me molestó que el intendente haya dicho que tenía enfermedades asociadas. Lo único que tenía era una operación de meniscos que se había hecho hace un año para poder seguir jugando vólcibol”, agrega su hijo. S VERÓNICA ÁLAMOS ANTOLÍN 53 años, falleció el 14 de abril “Nosotros no sabemos cómo se contagió. Ella estuvo en cuarentena preventiva desde el 15 de marzo porque tenía artritis reumatoide, además de una fibrosis pulmonar leve, Pero desde febrero había presentado una bronqui. Tis que no se le pasaba y que luego se transformó en neumonía y le dio pielonefritis. Finalmente se complicó todo y la tuvimos que internar”. Tamara Vásquez, 26 años, la hija menor de Verónica Álamos, cuenta que cada vez que sus enfermedades se iban complicando, su madre iba al Sapu.
“Puede que se haya contagiado ahío tal vez fue en el Hospital El Carmen”, dice La razón de su duda es que cuando ella fue internada, le practicaron dos veces el test para ver si tenía covid-19 y los dos arrojaron un resultado negativo. Solo al cuarto día de estar hospitalizada y luego de ser intubada, porque el daño a sus pulmones era severo, el examen salió positivo. Verónica Álamos trabajaba en una empresa de alimentación colectiva que entregaba servicio a Gildemeister Hyundai en Cerrillos. Su hija dice que le gustaba mucho su trabajo y que siempre buscaba cómo hacer más rica la co'mida que preparaba. Por eso, los gerentes de la automotora iban a almorzar ahí.
“Era cariñosa, empática, una excelente mamá, me acompañaba a todas; era de esas personas que siempre están contigo”, recuerda su hija Su marido, Jorge Ulloa, cuenta que desde el hospital, entre 12 del día y las 2 de la tardo, realizaban videollamadas para que ellos la pudieran ver, aunque olo conseguían verla inconsciente. Ella estaba muy complicada, tenía tres enfermedades muy graves, temíamos lo peor, pero también teníamos la esperanza de que pudiera salir”, dice Jorge Ulloa, Verónica Álamos murió un mes antes de cumplir 54. “No hay nada hoy que nos pueda sacar de esta pena”, dice su hija Tamara.
S CARLOS FUENTES 62 años, falleció el 28 de abril Hace cinco años que manejaba una van para trasladar pasajeros entre Punta Arenas y el Por eso Andrea Fuentes, su única hija, piensa que se contagió allí, en la terminal aérea. Fuentes Lagazzi había nacido en Quillota, pero cuando entró al Servicio Militar lo destinaron a la capital de la Región de Magallanes. Nunca más se fue. Allá hizo el resto de su vida, formó una familia y enviudó en 1994. Vivía con su hija, suyerno y sus tres nietas, mientras trabajaba como operador de máquinas pesadas, hasta que se empleó en una empresa de Transportes, donde solía levar a personal de Latam. Andrea recuerda que los primeros sintomas aparecieron a principios de abril: fuertes dolores estomacales, diarrea y fiebre. Como había escuchado en la radio que, a menos que fuera urgente, debía evitar ir los centros asistenciales por el riesgo de contagio, llamó al teléfono de Salud Responde. “Allí me dijeron que era un virus en el estómago y que tenía que darle un paracetamol cada seis horas. Lo hice, pero los dolores y la fiebre continuaron”. Su hija, entonces, lo llevó al Cestam y desde allí lo derivaron en ambulancia al Hospital Clínico para hacerle un examen por sospecha de coronavirus. “El primero salió negativo, el segundo también y recién el tercero dio positivo”, dice, Pero para entonces, él ya estaba ínternado en la UCI. “Los médicos se comunicaban todos los días para darme un reporte. Me decían que estaba estable dentro de su gravedad, pero luego me llamaron para decirme que debía prepararme para lo peor, porque mi papá llevaba tres días con fiebre”, cuenta. Horas después, la volvieron a contactar: su padre había muerto. A su funeral solo fue ella, su marido y sus tres hijas. En la estadística, Fuentes Lagazzi fue anotado como la víctima fatal número 11 de la región. S LUIS ALBERTO MENA FLORES 59 años, falleció el Il de abril No es mucho lo que su hija sabe de él. Lorena Mena tiene recuerdos deshilachados de su padre, un camionero que se fue de la casa cuando ella era niña.
Fue, como lo describe, un papá ausente que nunca reconoció su error por haberla abandonado, Y, sin embargo, ahora es la única de todos los hijos que tuvo Mena Flores con distintas mujeres que se ha encargado de ir a buscar su cuerpo, hablar con la funeraria, llevarlo al cementerio y hacerle una breve ceremonia antes de su entierro.
Entre una y otra cosa, estos días también ha reconstruido qué pasó con su padre y por qué el destino lo llevó a morir solo en una pieza que arrendaba en la frontera entre La Florida y Puente Alto. De joven, dice ella, Mena Flores solía transportar carga fuera del país. Iba con frecuencia a Argentina y Brasil. Pero en los últimos años ya estaba cansado y prefería hacer rutas dentro de Chile, especialmente hacia el norte. Parecía que al fin quería establecerse en un solo lugar, pero a comienzos de abril enfermó. Por lo que ha averiguado Lorena, presentaba fiebre y una fuerte indigestión acompañada de sangramiento. También supo que fue dos veces al Hospital Sótero del Río y que las dos veces lo devolvieron a la casa con diagnóstico de infección estomacal. “Nunca le hicieron el examen para ver si tenía covid-19. Solo le dieron medicamentos. Pero seguía mal. Incluso se comunicó con uno de mis hermanos para decirle que le costaba respirar”. Tres días después de esa llamada, la familia que le arrendaba la pieza lo encontró "muerto en su cama. Lo escucharon roncar en la mañana y recién en la tarde se preocuparon, porque aún no se había levantado. Lorena se enteró de la noticia cuando ¡ ba saliendo de su trabajo. Le dijeron que Carabineros la buscaba para que fuera a reconocer el cuerpo. “A mi papá le hicieron el examen después de muerto en el Médico Legal y salió positivo. Pero demoraron ocho días en pasarme su cuerpo. Nadie me avisó que ya estaba listo. Si yo no llamo, todavía estaría esperando”. Lo que le preocupa ahora es que, a un mes de la muerte de su padre, nadie ha ido a sanitizar la pieza donde vivía.
“All está todavía su ropa, su colchón, todo, y cuando llamé familia para contarles, me dijeron que el dueño de casa tuvo los mismos síntomas, le hicieron el examen y también salió positivo”. ¡Como la hija mayor, a Lorena le toca hacer el trámite de la posesión efectiva en el Registro Civil. Allí se enterará de cuántos hijos tuvo en realidad su papá. Ella solo conoce a tres, pero supone que son más.
Tiene un recuerdo de él que se ve que todavía le duele, Ocurrió para un Día del Padre, cuando ella tenía 5 años y lo fue a visitar para entregarle un regalo: “Pero él no lo quiso, me lo despreció y me echó de su casa. Después, cuando andaba con mujeres, me daba vuelta la cara, no me saludaba. Solo de más encaré y le dije que por qué nunca me había querido y por qué se había alejado de mí. Me contestó que en ese tiempo era muy joven y que había cometido muchas equivocaciones, pero nunca reconoció su error por dejarme... No le tengo rencor. No soy nadie para juzgarlo. Lo único que le pedí ami Dios es que ahora él esté descansando. Es mi papá y lo quiero igual”. S LUIS SERGIO SEPÚLVEDA FUENTES 40 años, falleció el 9 de mayo “No, señor, usted no entiende, mi hijo todavía está aquí en la casa”, dic Doris Fuentes. El día anterior, poco antes de las 3 de la tarde, ella había visto qu Sergio Sepúlveda tenía grandes dificultades para respirar. Ella se desesperó, En su palabras, se volvió loca, Lo abrazó. Le pidió que resistiera, Le practicó los primero auxilios. Le levantó los brazos para que pudiera entrar aire a sus pulmones. Le hiz respiración boca a boca cuando vio que convulsionaba. Y cuando nada de eso resul tó, salió a la calle gritando y pidiendo ayuda. Dos vecinos la escucharon y entraron. La casa. Sepúlveda se había desvanecido en el suelo. Intentaron reanimarlo. Su car estaba azul. Doris dice que durante más de una hora llamaron a Carabineros y 2 SAMU, sin resultados. Cuando al fin llegó la ambulancia, ya no había nada más qu hacer. Los mismos paramédicos le dieron la noticia. “Me lo dijeron así nomás: s hijo está muerto”. Doris lloró hasta que perdió sus fuerzas. Desde que fallecieron sus abuelos y su hermano se casó, Sepúlveda y su madr vivían solos en una casa de la villa Cervantes de San Joaquín. Era padre de dos hijo: mellizos de 13 años, Solía visitarlos seguido en la casa de su expareja. Trabajab como administrativo de una empresa constructora, Hacía cotizaciones y enviab órdenes de compra. La oficina le quedaba cerca, a un par de cuadras. Y desde qu comenzó la pandemia, solo él seguía yendo, Pero el lunes 4 de mayo, tras el feriad del Día del Trabajador, no asistió. Le había dado fiebre y le dolía el cuerpo. “Mi hij no tenía ninguna patología previa.
Como no mejoraba, el miércoles lo llevé al Cecos para que le hicieran el examen y dos días después lo llamaron por teléfono par decirle que había dado positivo, Pero no le pidieron que fuera a hacerse un cheque más profundo ni nada. Como sus síntomas eran leves, le recomendaron que se que dara en la casa, aislado, que utilizara loza aparte y que sanitizara todo lo que usar: hasta el baño. Y que yo no me acercara a él”, Ese mismo día citaron a Doris, porqu también podría estar contagiada.
“Llegué, pasé mi carné, esperé 10 minutos, m tomaron la temperatura, me preguntaron por mis síntomas, les dije que ninguno me mandaron para la casa. ¡Y no me hicieron ningún examen?”. Al día siguiente se desató la tragedia en su casa y el domingo, más de 20 hora después, el cuerpo de Sepúlveda aún seguía allí. Durante la madrugada, una doctor había certificado su muerte por covid y más tarde llegaron de la funeraria par ponerlo en un ataúd. Pero una confusión en los protocolos dejó a su madre y a lo vecinos de la villa sin saber qué hacer. “El cajón está en el comedor aún”, dice Doris que permanecía encerrada en su pieza, en cuarentena obligatoria, “Ni siquiera m puedo acercar, no puedo acompañarlo, no me puedo despedir de él.
Sé que en una horas lo vendrán a buscar, pero tampoco lo van a enterrar hoy, sino mañana”. Lo amigos de Sepúlveda habían denunciado la situación por redes sociales y Doris es cuchó esa mañana al ministro Mañalich asegurar que el cuerpo ya había sido retira do del domicilio. “Qué mentira más grande, Aquí hubo negligencias, toda la ayud llegó tarde, no nos tomaron en cuenta. Hasta la prensa apareció primero.
El mi debía morir así”. Tras el funeral de Sergio, a Doris finalmente le hicieron el examer Pese a que estuvo en contacto directo con su hijo, es de la tercera edad y padec artrosis, hipertensión y problemas cardiacos, nunca se contagió. * GALVARINO FERNÁNDEZ AYALA 88 años, falleció el 6 de abril Ocho bomberos, con uniformes y mascarillas, desfilan por uno de los pasillos del Cementerio Municipal de Chillán. Luego, varios metros atrás, aparecen tres funcionarios del Hospital Herminda Martín. Vestidos con overoles blancos, antiparras, guantes verdes y cubre zapatos azules, arrastran un carro con un ataúd café. La fila termina con un pequeño grupo de cercanos, igual de protegidos, que caminan distanciados entre ellos. La escena, que pertenece a una grabación, es del funeral de Galvarino Fernández, 88 años, el primer bombero en fallecer por coronavirus. “Siempre supimos que tenía dos familias: nosotros y los Bomberos”, cuenta Pablo Muñoz, 27 años, sobre su abuelo, que pertenoció por más de seis décadas a la Segunda Compañía de Chillán. Fernández, criado en la Región de Ñuble, estudió electricidad y perteneCía a la asociación de artesanos de la zona. Su familia lo describe como una persona cercana, sociable, pero sobre todo activa: hasta los 80 años se trasladó en bicicleta por la ciudad. Galvarino tuvo una estrecha relación con sus 6 hijos, 13 nietos y 4 bisnietos, con los que solía conversar y contarles historias, mientras alimentaba palomas, sentado en una banca afuera de su casa, recuerda Pablo. En el 2017, a Fernández le detectaron ¡ cer a la piel, recibiendo su última quimioterapia en enero de este año. Luego, en marzo, tras el anuncio del primer contagiado en el país, el anciano se aisló con una hija, ya que formaba parte del grupo de riesgo.
Por más de 40 días, el resto de la familia los apoyó, llevándoles mercadería en cajas a sus casas, las que desinfectaban antes de entrar, cuenta su última vez que lo vi fue una semana antes de que falleciera. Él estaba adentro de la casa, Nos separaba una ventana, el patio delantero, que mide cerca de cinco metros, y la reja”, recuerda. Sobre cómo se contagió su abuelo, Pablo explica que no lo saben: “Nuestra única hipótesis es por el personal médico que lo vacunó en la casa”, dice. El 5 de abril, Galvarino sufrió una crisis respiratoria, el único síntoma que presen16, y fue trasladado al hospital, donde el test del virus dio positivo. Murió la tarde del 6 de abril. Al otro día, una carava= na de carros de Bomberos acompañó a la carroza.
El féretro pasó por afuera de su última casa, donde dos de sus hijos estaban en aislamiento, y por el cuartel En el cementerio, diez personas presenciaron una corta misa extraoficial que realizó un sacerdote cercano. Pablo recuerda: “Todos estábamos con mascarillas, guantes y separados, a tres metros.
Nadie se pudo abrazar, nadie se pudo tocar”, S KAREN FIGUEROA RODRÍGUEZ 40 años, falleció el 1! de mayo de mayo, afuera del Hospital Van Buren en Valparaíso, decenas de funcionarios de la salud con guantes y mascarillas aplaudían detrás de la carroza fúnebre en homenaje a Karen Figueroa, técnico paramédico de 40 años, con quince de servicio enel hospital.
Ella erala tercera trabajadora de la salud en fallecer por coronavirus en Chile Entre la gente estaba Teresa Figueroa, dueña de casa de 51 años y hermana de Karen, quien más tarde vio la escena en las noticias. “Todos decían que se contagió cuidando a mis padres y eso es mentira. Se contagió antes, en el hospital. Ella empez6asentirse resfriada los primeros días de abril. Yo creo que ahí todavía no se tomaba tanta conciencia de la magnitud de esto y nosotros no pensábamos que ella estaBa expuesta a un riesgo tan grande”, dice Teresa. Karen vivía en cerro Barón, en la casa de sus padres, junto a sus hijos de 20,12 y 5 años. En la casa contigua vive Teresa, quien cuenta que el 12 de abril su madre, de 79, comenzó con síntomas y fue trasladada al hospital. Al día siguiente su padre, de 83, también partió para allá. Karen se quedó en cuarentena, hasta que el 19 de abril tuvieron que pedir una ambulancia para ella. “Mis sobrinos se quedaron dos semanas solos en la casa.
Yo les pasaba por la terraza el almuerzo o lo que necesitaran”, cuenta Teresa. "Tres semanas después, Karen que contarles a los hijos, pero yo no pude, me afectó demasiado ver a tres niños que quedan sin su madre. Pensábamos que como era joven ¡ ba a repuntar, pero no fue así. Ella tenía asma y se le afectaron mucho sus riñones”, explica Teresa. Al momento de su muerte, su padre ya estaba de vuelta enla casa y asu madre estaban a punto de darle el alta. “Nosotros queríamos decirle a mi mamá cuando estuviera en la casa, pero se enteró antes por las redes sociales”, dice Teresa. S ROMULO EVANELISTA CARRENO 92 años, falleció el 25 de abril Cuatro días después del fallecimiento de su padre, a Gustavo Carreño, profesor de Química de Linares, le llegó una foto.
Era de su papá cuando tenía 20 años, Estaba anexada a una fotocopia del primer contrato que el Ejército le había hecho, justo arriba de una descripción física de él: “Cara larga, cejas pobladas, boca chica, ojos pardos, nariz aguileña, orejas regulares, frente ancha, labios delgados, pelo negro, piel blanca”, enumera Gustavo. “Dice piel blanca, pero mi padre era moreno”, agrega Rómulo Evanjelista Carreño tenía un apellido y dos fechas de nacimiento. Había sido inscrito en el Registro Civil de Linares el 27 de diciembre de 1927, pero había sido bautizado en Parral en 1920. Tenía, por lo tanto, dos edades: la oficial, de 92 años, y la real, de 99.
Acordaba de que mi abuela Prosperina lo fue a inscribir a los 7 años junto con sus hermanos, En esa época no había Registro Civil en Parral, por lo que tuvo que viajar con ellos en carreta a Linares”, cuenta Gustavo. Rómulo se casó dos veces y entre los dos matrimonios sumó 16 hijos. Los tres últimos a través de un parto de trillizos, de los cuales Gustavo es el menor por un par de minutos.
Por sobre todas las características que su padre tenía, él recuerda una en especial: que salía de terno para todos lados, incluso a comprar pan Gustavo cuenta que su padre trabajó gran parte de su vida en el casino de oficiales de la Escuela de Artillería de Linares y que, una vez jubilado, fue presidente de la Unión Comunal de la ciudad, Es de este último período que su hijo tiene más recuerdos de él: “Yo nací y mi papá ya era viejo”, dice. Luego enumera algunas enfermedades: “Tenía 60 años y ya estaba con diabetes. Él terminó siendo insulinodependiente Alos77 años fue operado de un coágulo cerebral y quedó sin secuelas, Era hi pertenso. En 2018 se cayó y se quebró la cadera. Después de eso ya no volvió a ser el mismo, pero siempre estuvo muy lúcido”. Estuvo así, agrega, hasta que la muerte de un hijo, hace unos años, lo dejó con depresión. Y ahí vino el ensimismamiento y la falta de energía. “Perdió lucidez. Como que se bloqueó. Hablaba menos, le costaba reconocer a las personas y no se quiso levantar más”, describe. Luego, hace poco más de dos meses, vino otro duelo: el de su esposa, que falleció de una falla multiorgánica. Ras eso, una hija se lo llevó a vivir a su casa. Ahí estuvo hasta que el 13 de abril lo internaron en el hospital por una neumonitis, pero luego le diagnosticaron covid-19. Nadie supo nunca cómosse contagió. Estuvo 1 días evolucionando de forma positiva, pero el 25 de abril “falleció después de haber tenido un cuadro de hipertensión”. Se convirtióenla primera víctima fatal de la pandemia en Linares. A Gustavo le correspondió hacer los trámites funerarios: “Una de las penas que nos dejó esta cuestión es que no lo pudimos vestir como él andaba siempre. Lo único que pudimos hacer fue ponerle el terno encima de la bolsa, junto con su sombrero”, dice. Solo algunos hijos lograron llegar a despedirlo. Cuatro lo acompañaron hasta la tumba y los otros, incluido Gustavo, miraron desde la reja perimetral del cementerio.
S HECTOR GONZÁLEZ COLINA 64 años, falleció el 24 de abril Fue el primer fallecido por covid-19 reportado por el Ministerio de Salud en Alto Hospicio, pero su exesposa, Luisa Castañeda, duda que haya muerto por esta causa.
Para ella, el entrenador de halterofilia murió por los problemas derivados de una extracción de un tumor en uno de sus riñones, ocurrida en 2005, cuando además le cortaron 8 centímetros del colón, También cree que fue porque en el último tiempo consumía quemadores de grasa. “Eso le destruyó el estómago”, dice, Por el 4 de mayo pasado presentó un reclamo ante el Consejo de Defensa del Estado por supuesta negligencia en su tratamiento. Luisa Castañeda llevaba 16 años separada de Héctor González, pero ambos eran dueños de un pequeño gimnasio en el que entrenaban sus dos hijos, quienes también practican halterofilia. “Éramos grandes amigos.
Por eso, en febrero él me contó que esas pastillas le habían fregado el estómago”. Ella no le tomó mucho asunto, pero cuando a fines de marzo se empezó a quejar más y comenzó a encontrarlo con el cuerpo doblado por el dolor, se preocupó, de abril él cayó enfermo mientras estaba en un departamento situado en la parte trasera de la casa de su exmujer en Alto Hospicio. Lo usaba cuando ¡ ba a entrenar, pero él vivía con su pareja en Iquique. Apenas se podía mover, Luisa Castañeda le insistió que fuera a la Posta. “El se negaba, decía que si iba, lo iban a matar”, dice, Finalmente, el 16 de abril lo llevó. “Lo recibió una doctora y empezó a gritar que erasospechoso de coronavirus y lo mandó al Hospital de Iquique. Y yo le dije que no, que no tenía fiebre, que era el estómago. Si nosotros somos deportistas. Pero ella no me hizo caso”. En Iquique lo dejaron hospitalizado y al otro día, a Luisa Castañeda la llamaron para decirle que ella, su hija y su nieta debían hacer cuarentena preventiva. El sábado, el est confirmó el covid-19 de Héctor González.
“Pero cuatro días después de ser internado lo dieron de alta, porque no presentaba problemas, ¡Cómo, digo yo! Lo llevaron ensilla de ruedas hasta la puerta y de ahíél y su pareja tomaron una micro y se fueron a su casa, que queda como a 50 minutos del hospital, cerca de la playa Héctor González seguía con dolor de estómago, asegura Castañeda. Según ella, era por los remedios que le habían recetado en el hospital. “Ellos no se preocuparon de su problema en el estómago, llegaron y le dieron remedios nomás. Uno era para la esquizofrenia, algo que él obviamente no tenía”. El 24 de abril su pareja lo encontró muerto en su pieza. “Estaba completamente ensangrentado”, cuenta Castañeda. Ella hizo los trámites para que fueran a recoger el cuerpo, pero asegura que se demoraron 12 horas en ir a retirarlo. Nadie de la familia dio positivo en los posteriores test de covid-19 que se hicieron. “Yo quería que le hicieran una autopsia, pero no se pudo”, explica la exesposa. Cuando se supo que él había muerto, Luisa Castañeda cuenta que muchas persose acercaron a su casa en Alto Hospicio para insultarla a ella y su familia. “Nos querían apedrear, pero los dela junta de vecinos nos ayudaron. La discriminación es tremenda. Hace poco tuve que hablar con una vecina para decirle que por qué me trataba mal si yo estoy sana.
La gente es muy mala, yo todavía tengo que defenderme de esta situación”. S OLGA OYARZO ALVARADO (94) Y KARLA VASQUEZ ACEVEDO (49) Fallecidas el 4 y 15 de mayo, respectivamente Olga Oyarzo era la abuela y Karla Vásquez, su nieta.
Vivían juntas desde hace años en una casa en la comuna de Independencia y murieron de coronavirus con once días de diferencia, La primera que presentó síntomas fue Karla, que era dueña de casa, madre soltera de dos hijos y una activa participante de los talleres de manualidades en la municipalidad de su comuna. Fue al consultorio dos veces: la primera por la segunda por pielonefritis. Al examinarla se dieron cuenta de que tenía problemas para respirar y la derivaron al Hospital San José, Pero no había camas y la trasladaron a la Clínica Ensenada. Quedó hospitalizada el 29 de abril. Cuando le contaron a Olga que su nieta estaría varios días en el hospital y que estaban a la espera del resultado del examen del coronavirus, quedó muy preocupada. “La estaba lúcida, veía noticias, entendía lo que estaba pasando. Y con lo de Karla empezó a decaer.
A los días, le vino una fiebre y no quería comer”, cuenta Danitza Calderón, bisnieta de Olga y sobrina de Karla El 1 de mayo, la familia hizo una videollamada para saludar a Karla, que ese día cumplía 49 años. Olga miraba la pantalla del teléfono y le decía que la echaba de menos y que quería estar con ella. Karla estaba con oxigeno y saludaba desde la camilla. Dos horas después fue sedada e intubada. El 4 de mayo, Olga murió en su casa porque se negó a ser trasladada al hospital. Estaba acompañada por Valeska, otra de sus nietas. Dos días antes a Olga le habían hecho el examen del covid-19, pero aún no tenían el resultado. “Mi Mana' murió sin saber si tenía coronavirus, la sin protocolo. Su certificado de muerte dice que la causa inmediata fue un paro cardiorrespiratorio y como tercera causal sospecha de covid-19. Ya estaba enterrada cuando por teléfono nos avisaron que había dado positivo, pero aún no recibimos una notificación oficial. Ella no ha sido contabilizada como muerta por covid-19”, dice Danitza. Luego, el 15 de mayo falleció Karla. No pudo ser velada, tampoco hubo misa. Danitza relata que en el cementerio nadie quería bajar el ataúd por miedo al contagio y que la familia tuvo que pagar una propina para que alguien lo hiciera. Olga y Karla quedaron sepultadas juntas, en el mismo nicho. Hoy Valeska, mamá de Danitza, está sola en la casa de la abuela, a quien cuidó hasta el final, haciendo cuarentena preventiva. Danitza le deja en la puerta alimentos para que se cocine. No sabe si su madre se contagió, porque aún no le dan el resultado del examen. “Está viviendo el duelo sola y no podemos ir a abrazarla, a consolarla, Nada”, dice Danitza. $ MARÍA VERÓNICA DÍAZ 70 años, falleció el 8 de abril Aracelly Villagra dice que reaccionaron de inmediato. Fue el viernes 20 de marzo.
Apenas su madre comenzó a presentar dolores de cabeza y tos la llevaron a la urgencia del Hospital El Carmen, de Maipú, aunque sus sospechas eran las de siempre: otro de esos resfríos fuertes que María Verónica sufría todos los años. Al llegar al hospital, Aracelly se dio cuenta que había Dos ingresos en la urgencia: uno para pacientes con problemas respiratorios y otro para el resto de sintomatologías. “Ella entró solita por el primero. Yo no pude entrar. Pasaron como ocho horas y la dejaron hospitalizada y con oxígeno”. María Verónica, dueña de casa, sufría de párkinson, hipertensión y desde el año 2010 llevaba un marcapasos. Sin embargo, dice Aracelly, habría ingresado al hospital sin estar contagiada de coronavirus. “El doctor me dijo que al parecer tenía una pulmonía fuerte y que le habían dado antibióticos”, cuenta.
“Hasta el día de hoy de los familiares que estuvimos cerca ha dado positivo, Ni siquiera mi papá, que vivía con ella”. El sábado, María Verónica fue trasladada a la UCI, sedada y conectada a un ventilador mecánico. Ese mismo día recibieron una llamada del médico tratante. Él, dice Aracelly, les explicó que le tomarían un test de covid. La respuesta tardó cinco días: positivo. “De ahí en adelante nos informaron de su estado”, dice la hija.
“Había días muy malos, en que nos decían que quizá no pasaba la noche, pero luego se Pero después de tantos días conectada a un ventilador, sus Órganos comenzaron a fallar”. Días internada, Aracelly y sus hermanos recibieron un llamado del hospital: les dijeron que a su madre le quedaban horas de vida. Que si querían despedirse de ella debían ir de inmediato. Que ellos se encargarían de mantenerla con vida durante esos minutos. “Cuando llegamos nos dijeron que uno de nosotros podía entrara despedirse”, dice Aracelly. Ella fue la que entró. La vistieron con un traje de protección, mascarillas y guantes. “Mi madre estaba sedada, en una habitación sellada con puertas de vidrio”. Entonces, se sentó junto a ella y le tomó la mano. “No podía darle besos. Mi deseo era acercarme a ella, abrazarla. Recé, le hablé y le dije que no se preocupara por mis hermanos ni por mi papá. Que estuviera tranquila Para mí fueron veinte minutos, pero en realidad fueron dos horas.
Ese tiempo pasó hasta que ella muri DANIEL FERNÁNDEZ VEGA 58 años, falleció el 20 de abril En su casa, ubicada en Curacaví, Verónica Fernández, 56 años, aún recuerda la tarde del 20 de abril cuando la llamaron del Hospital Clínico de Magallanes, en Punta Arenas, para informarle que su hermano Daniel Fernández, de 58 años, había fallecido. Horas después, cercanos, amigas y clientes de él, la contactaron para darle el pésame. “Aún no alcanzo a dimensionar todo el cariño que le tenía la gente”, dice. Daniel Fernández era un conocido estilista en Punta Arenas. Su apodo era “El Maestro”, ya que capacitó a decenas de generaciones de estilistas, peluqueros y cosmetólogos, según Verónica. “Imagínate que, hace más de 40 años, fue el primero en la ciudad en hacer desfiles de moda, impartir cursos y crear escuelas de belleza. Hasta tuvo un salón en el Hotel Dreams. Él amaba su profesión”, relata. Verónica cuenta que la relación con su hermano solía ser muy cercana. Cuando Jóvenes, dice, eran los últimos en irse de las discotecas porque les encantaba bailar. Asegura que hablaban todos los días y en 2018, una situación los afiató más: a Fernández le amputaron un pie por una diabetes que padecía desde hace un tiempo. Durante dos años estuvo en rehabilitación, aprendiendo a caminar con una prótesis. El pasado 4 de abril, por una infección en un catéter que usaba para sus tres diálisis semanales, fue internado en el hospital. Según su hermana, fue en esa ocasión que pudo haberse contagiado del virus. “Lo trasladaban en ambulancia, entonces, en ese momento se expuso o cuando estuvo internado. Creemos eso porque los dos amigos, con los que Daniel vivía, ninguno se contagió”, confiesa. Después de una semana de haber sido dado de alta, Fernández presentó fiebre y problemas para respirar. Volvió al mismo hospital, le realizaron el examen y, siete días después, según su hermana, le confirmaron que dio positivo al virus. Verónica relata que la última vez que conversó con su hermano fue la mañana del 20 de abril, antes de fallecer. “Se sentía mal, estaba cansado y me dijo: “No quiero estar más aquí. Le respondí que tenía que luchar y mentalizarse, que ya había salido adelante de otra cosas” Alotro día, Verónica viajó hasta Punta Arenas. Dice que alcanzó a encontrarse con la carroza que iba saliendo desde el hospital. Afuera del cementerio se despidió de su hermano. El único gesto físico que pudo hacer fue abrazar el auto que transportaba su ataúd. “La pérdida de mis padres fue muy dolorosa, pero la muerte de mi hermanoes algo brutal.
Dicen que el tiempo sana, pero la pena siempre estará presente”, se lamenta y agrega: “Agradezco haber alcanzado a decirle que lo quería, solo nos quedó pendiente un último baile con los Bee Gees de fondo, en una discoteca”. S HECTOR HARO VARGAS 65 años, falleció el 23 de abril La última vez que Marta Saldivia habló con Héctor Haro, su marido, fue por una videollamada, “Me dijo. "No puedo más, estoy cansado”. Lo llevaron a la UCT”, dice ella. Marta es guardia de seguridad, tiene 65 años vive en Punta Arenas. Héctor tenía su misma edad y conducía un colectivo, Marta recuerda que fue de los primeros en dedicarse a ese transporte en esa ciudad y piensa que trabajando quizá se contagió. “No sabemos si fue en el auto Oenlazona franca, porque a él le gustaba pasar a comprar sus cosas en la tarde. Cuando escuchó del virus, me dijo que no iba a trabajar más, pero resulta que ya estaba contagiado”, explica ella. A fines de marzo hospitalizaron a Héctor y quedó en asilamiento. Marta ho tenía síntomas, pero también se hizo el test. Ambos dieron positivo, pero Héctor no alcanzó a enterarse, porque ya estaba conectado a un ventilador mecánico. “Los dos teníamos hipertenpero yo casi no tuve síntomas”, agrega. A partir de ese día, Marta continuó viendo a su marido por videollamada. Primero desde el Hospital Clínico de Punta Arenas y luego desde la Clínica Ensenada, en Santiago, donde fue trasladado. “Por la cámara vi primero que estaba con los tubos por la boca y después con una traqueotomía, El 23 de abril, sin embargo, Héctor falleció por un shock séptico con covid-19. Antes de ponerlo en el ataúd, dice Marta, con su hijo pudieron verlo por videollamada.
Un gesto que ella reconoce: “Estamos muy agradecidos del personal de la clíica y del hospital clínico, por la voluntad y disposición”. S NORMA ELENA MUNOZ RAMIREZ 46 años, falleció abril “Nunca la había visto así de motivada con un trabajo, Tenía varias proyecciones, estaba muy feliz, se sentía útil, reconocida.
Y justo llega el coronavirus”, dice Marcia Muñoz, 37 años, trabajadora social, recordando a su hermana Norma, que falleció el pasado 23 de abril de una neumonía multilobar severa por covid-19, Hace varios meses que Norma Muñoz, de 46 años, comenzó a trabajar enla Municipalidad de El Quisco como asistente del departamento de adulto mayor. Su trabajo, dice no solo le gustaba, también le había dado independencia económica. “Cuando las personas no tienen tantos recursos se privan de cosas. Ahora había ido a la peluquería, se había dado ese tipo de gustos. Estaba juntando plata para los frenillos de su hija”, dice Marcia. Norma había intentado estudiar Pedagogía y Técnico Jurídico, pero por temas económicos no había terminado. Desde entonces se había dedicado a la artesanía, sobre todo desde que se fue avivir con sus hijos, de13 y ala casa de sus padres en Isla Negra. Confeccionaba aros a partir de CDs, jabones artesanales y ponchos a telar. Hasta que había entrado a la municipalidad. En el trabajo, dice su hermana, Norma se contagió. Cuando supo que un compañero dio positivo en coronavirus hizo cuarentena, aislándose en su habitación para no contagiar a sus hijos y a sus padres, ambos de 69 años. A los pocos días ella dio Positivo. “Cuando supe casi me morí, porque ella tenía obesidad”, cuenta su hermana Con la noticia, cuenta Marcia, muchos vecinos fueron apoyadores, pero otros no. “Hay gente malvada y te marcan la casa, inventaban que los niños andaban solos en la calle y era mentira. Como que se generó un pánico comunitario”, dice ella. El miércoles 22 de abril Norma tenía tanta tos que fue al hospital. A las pocas horas la trasladaron al Van Buren en Valparaíso y la conectaron a un ventilador mecánico. El día siguiente falleció. Marcia y su hermano partieron desde Santiago a hacer los trámites funerarios. Pasaron primero por Isla Negra a buscar el carnet de su hermana Norma, a la casa de sus padres que estaban en cuarentena pero que no habían sido contagiados. “En el auto veníamos con la preocupación de si puedes abrazar o no a tu mamá. Ella nos recibió en la reja con la mano en una bolsa pasándonos las cosas. No pude abrazarla, ni a mis sobrinos”, recuerda Marcia. Luego fueron a Valparaíso, retiraron el féretro, realizaron el entierro y regresaron a Santiago. Por ahora, dice Marcia, sus sobrinos siguen con su abuela en El Quisco, pero *yo me voy air para allá, para ayudar con los niños. Tengo 37 años, soy soltera y puedo hacerlo. Debo hacerlo”, dice. $ MARGARITA GALLARDO BUSTAMANTE 81 años, falleció el 1 de mayo Fue una decisión difícil. Christian Díaz Gallardo, el menor de los cuatro hi jos de Margarita, recuerda que internara su madre con principio de demencia seil, le costó mucho. “Lo meditamos harto con mis hermanos, hasta que nos convencimos de que era necesario: aún nos reconocía y recordaba el pasado, pero a veces se perdía”, cuenta Christian. El 4 de enero internaron a Margarita en una residencia privada para adultos mayores llamada Nuevo Amanecer de la comuna de La Florida. Todo anduvo bien al principio. “En marzo nos dijeron que no habría visitas para evitar posibles contagios del coronavirus. Nos quedamos tranquilos porque estaban tomando todas las precauciones. Solo podíamos tener contacto visual con ella: abrían la puerta y la sacaban, y la saludábamos desde la calle”, recuerda. Pero a mediados de abril se desencadenó un brote de contagio en la residencia, a partir de dos funcionarios. Nueve ancianos arrojaron positivo al test del coronavirus. Por intervención del municipio, Margarita y los demás adultos mayores que dieron negativo fueron trasladados al Santuario de Schoenstatt de esacomuna. Allí alcanzó a estar un día.
“Empezó con síntomas y el 23 de abril la ingresaron al Hospital de La Florida, donde la dejaron con oxigeno, pero sin opción de conectarla a un ventilador mecánico; nos dijeron que por ser adulto mayor, no ¡ ba a resistirlo. De ahí todo fue muy rápido. La información del hospital era muy vaga y me llamaban día por medio para darme reportes médicos. El viernes 1de mayo no tuve noticias, Inten1é comunicarme y no me contestaban. A las 3:45 am. Me llamaron para decirme que había fallecido”, cuenta Christian.
A Margarita la enterraron en el Cementerio de Quilicura y fue la primera víctima de covid-19 en ser sepultada en ese lugar, Tuvieron una hora para enterrarla, sin flores y con la presencia de un grupo muy reducido de personas. Hoy Christian reflexiona: “Siento que hay una responsabilidad de la residencia por no haber tomado las medidas para que no entrara el virus. A mi viejita le quedaban un par de años más. Tenía artrosis y artritis, pero era sana.
Una mamá cariñosa, a la que le gustaban las tortas y los cumFRANCIS ZAMORA ARELLANO 34 años, falleció el 3 de abril ae ma “Hace dos años mi primo me llamó llorando: 'me voy a morir, tengo diabetes”. Y yo, que al principio me había asustado, le respondí: No, si te tomas los remedios y haces caso a todo, no te vas a morir'. Es que soy tan joven, me dijo, y yo: “es tu culpa, no te cuidas, comes de todo, sapos y culebras”. Al final se murió igual. Todo ha sido tan triste”, recuerda David Pérez y en voz baja agrega que aún no asimila lo que pasó con Francis Zamora. Zamora era comunicador audiovisual y trabajaba como fotógrafo en la Municipalidad de La Granja.
Su primo lo describe como gozador, extrovertido, bueno para salir con sus amigos y para trabajar en pubs, bares y discotecas. *Mi recuerdo de él de chico es que siempre andaba cantando, le gustaban los Back Street Boys, el escenario, el micrófono. Con él no se pasaban penas y siempre lo embarcaba a uno en sus locuras: muchas veces me tocó ser actor de sus cortometrajes para la universidad.
Él hacía de camarógrafo, productor, lo que se necesitara”. La última vez que lo vio fue el 6 de marzo para el cumpleaños de Carola, la pareja de Zamora, y madre de su única hija, quien nació diez días antes de su muerte, “La semana siguiente al cumpleaños de la Carola aparecieron las primeras noticias sobre la pandemia en Europa y China. Yo estaba preparando un viaje a Pucón y él me pidió que no viajara porque estaba muy complicado todo”, dice David.
Según su relato, Francis Zamora comenzó con los síntomas el lunes 23 de marzo, por lo que fue al Centro de Salud Familiar Laurita Vicuña, donde lo atendieron y le dijeron que comenzara una cuarentena preventiva, pero no se le aplicó el examen. Al día siguiente le bajó pero aumentó el dolor de garganta yla tos, por lo que fue al Cesfam Bernardo Leighton. Tampoco le tomaron el test. Ya el sábado, el fotógrafo estaba grave y apenas podía respirar, por lo que fue a la urgencia del Hospital Sótero del Río, donde le hicieron el examen y lo hospitalizaron de inmediato.
El 3 de abril falleció, Su familia ha acusado públicamente que hubo negligencia médica en su caso, “Silo hubieran atendido una semana antes se habría salvado, independiente de la diabetes o de que era gordito”, dice David. Hace una semana. David fue a ver a su sobrina, la hija de Francis, que ya tiene dos meses. Cuenta que la niña y su madre están tranquilas dentro de su pena. "Ese día también vi que la perra de Francis anda muy triste.
Todos los días, ala hora a la que él llegaba, se para en la reja a esperarlo, y cuando ve que no aparece, se va a su casita triste... como todos, nomás”. S LEONOR ARRIAGADA SEPULVEDA (90) Y LIONEL LAGOS ARRIAGADA (58) Fallecidos el 4 de abril y 13 de mayo, respectivamente Cuando Leonor Arriagada fue internada en el Hospital Regional de Temuco con covid-19, su hijo mayor, Lionel Lagos, apenas reaccionó. Hacía una semana que casi no comía y estaba tan débil y decaído que, al saber la noticia, solo se entristeció y se humedecieron, No tenía fuerzas para nada más. Lagos arrastraba una fuerte gripe, con fiebre, dolor de garganta y de cuerpo, que intentaba aliviar a punta de paracetamol. También se quejaba de una gastritis. Su familia pensó que era influenza, aunque enla urgencia de la Clínica Alemana de la ciudad lo trataron como una infección estomacal.
Pero el mismo día en que se confirmó el covid-19 de Leonor, Bárbara, la hija de Lionel, pensó que tal vez era eso lo que tenía su padre y a la mañana siguiente lo llevó a la clínica. “Allá le sacaron una radiografía y me dijeron que sus pulmones estaban tan comprometidos que era evidente que estaba contagiado”, recuerda. Su padre quedó internado de inmediato para su intubación. Cuatro días después le confirmaron el coronavirus. Lo que Bárbara no se explica es que él nunca evidenció ningún síntoma respiratorio y se pregunta por qué la enfermedad actuó de forma tan silenciosa. Lagos Arriagada era un conocido dirigente sindical de Temuco. Durante 30 años fue vendedor en la tienda de Falabella, 24 de los cuales representó alos trabajadores. Atendía la sección de calzado masculino. Sus cercanos lo recuerdan como un líder hábil y solidario, que supo equilibrar los intereses de los empleados con los de la empresa. También se le celebraba un inusual talento: imitaba a Raphael y solía cantar “Yo soy aquel” para las fiestas de aniversario de la tienda. Con cuatro hijos, en julio iba a cumplir 30 años de matrimonio.
Llevaba una vida sana: practicaba deportes, no fumaba, no tomaba y, como cantaba bien, era parte del coro de una iglesia cristiana de marzo, cuando suspendieron las clases en los colegios, fue la última vez que fue a trabajar, Antes de caer enfermo visitaba todos los días a su madre, sobre todo cuando ella comenzó a sentirse mal. Leonor Arriagada, era viuda, vivía en Padre Las Casas con uno de sus nietos y el menor de sus cinco hijos, que tiene síndrome de Down y erasu mayor preocupación. Solía preguntarse quién lo cuidaría el día que ella muriera. Bárbara Lagos dice que, por su edad, en el hospital no la intubaron, y que casi no recibía información sobre su estado de salud. “Lo que sabía de mi abuelita era por ella misma. Hablábamos por celular y una vez me dijo que estaba orinada. Ese mismo día fui al hospital a reclamar, pero en la tarde murió”, relata. Lionel Lagos, en coma inducido, nunca se enteró y después de 45 días en ese estado, también falleció. Falabella le organizó una despedida frente a la tienda con los pocos empleados que estaban en un turno ético. Pero la llenó de amigos, conocidos y trabajadores de otros locales.
Según la prensaregional, llegaron 300 personas y hasta se tuvieron que cerrar algunas calles, Lo más peligroso para Bárbara es que se congregó tal cantidad de gente cuando pasó la carroza fúnebre por allí, que nadie respetó la distancia social. La caravana de autos se alargó por tres cuadras. Ella transmitió el funeral por Facebook. El de su abuela Leonor, que fue más familiar, lo hizo por Zoom. En las imágones que ella guarda se ven personas sosteniendo 58 globos (por la edad de Lionel) inflados con helio, que más tarde fueron soltados en el cementerio.
Pero lo que más emocionó a Bárbara fue cuando, en pleno centro de Temuco, por los parlantes se escuchó “Yo soy aquel”. S LAURA GONZÁLEZ URBINA “No la pude ver y lo único que quería era tocarle la carita, darle un besito en la frente, decirle descansa”. Verla a través de un vidrio de la morgue, envuelta en un nylon como un gusanito, fue doloroso. Yo estaba ahí cuando la metieron en una caja plástica, ni siquiera la pudimos vestir, estaba desnuda.
Ale= gamos un kilo para poder velarla, fue titánico, mi hermana peleó con el doctor y yo hablé con los de la funeraria”. Eduardo Martínez, 52 años, el hijo mayor de Laura González, aún no se conforma con la manera en la que tuvo que despedir a su madre, quien falleció de un ataque cardíaco, según confirma su certificado de defunción, pero que tres semanas antes de su muerte le habían realizado un examen que había dado positivo por coronavirus. Él dice que está seguro de que ella no tenía covid-19. “Ellos insistieron desde el principio que ella estaba infectada, y no nos dejaban verla, entonces nosotros les exigimos el examen. Al final, un día nos llaman y nos dicen que se lo hicieron y que lo tenía. Pedimos ver el papel y ahí decía que le habían dado el resultado seis horas después. ¿Cómo tan rápido? No es por ser porfiado, pero yo creo que ella no estaba enferma de eso.
Además, días después, de manera informal, otra doctora me dijo que no tenía esa infe Esta no era la primera vez que Laura González se enfrentaba a la muerte, por eso su familia estaba relativamente tranquila. En noviembre del año pasado había estado hospitalizada y la habían desahuciado. “Hace dos años descubrieron que a mi mamá solo le funcionaba el 30 por ciento del corazón y tuvo que aprender a vivir así. A fines del año pasado le dio una infección urinaria, así es que cuando la hospitalizaron esa vez nos dijeron que no iba a salir de esa. Nosotros fuimos en familia y nos despedimos, pero mi hermana la empezó a cuidar y tiró para arriba”, relata su hijo. Por eso, en esta pasada, estaban relativamente tranquilos.
El 5 de mayo llegaron las buenas noticias: ese día, a eso de las dos de la tarde y justo un mes después de que ella ingresara por una infección urinaria y una insuficiencia cardíaca, les avisaron que la darían de alta al día siguiente y que se iría con asistencia hospitalaria. Pero a las 18:30 horas los llamaron para avisarles que habia fallecido. “No lo podíamos creer. Fue tremendo. Yo llegué a despedirme, pero no me dejaron. La doctora me explicó que lamentablemente le tenían que hacer el certificado de defunción por coronavirus, por una cosa de protocolo. Así es que no la pudimos tocar, nada. Fue desgarrador. No se lo deseo a nadie”. CARLOS ESPINOZA AISA h 74 años, falleció el 17 de mayo LAA “¿ Quieren despedirse?”. El doctor, recuerda Marcela Espinoza, le hizo es pregunta a ella y sus hermanos. Luego les aclaró: “Tendrían que vestirse y asumi los riesgos al entrar. Cualquier cosa que pase los tendría que denunciar e irse e Carlos Espinoza, dedicado al rubro del transporte, sintió los primeros síntoma después de tres días de vacaciones en Lima, Perú.
Fue en marzo de este año, y juzgar por los pocos días que pasaron antes de la fiebre y el decaimiento, su famili cree que tanto él como su esposa, Silvia Vidal, contrajeron el virus al salir de Chile apenas llegaron a Perú.
“Al principio no nos quisieron preocupar, pero cuando 1 papá comenzó a sentirse peor, mi mamá nos pidió ayuda”, dice Marcela Espinoz: “Perú estaba con cuarentena y justo antes del cierre de fronteras logramos que s subieran a un avión a Chile”. Oriundo de San Antonio, Carlos Espinoza fue internado el 23 de marzo en 1 Clínica Santa María, en Santiago. Según Marcela, nadie, ni siquiera el equipo méd co, lograría comprender la cantidad de días que Carlos pasó conectado a un ventil: dor mecánico. “Lo más probable es que haya tenido que ver con que era una person sana. No fumaba, hacía deportes, era activo, trabajaba, era inquieto intelectual físicamente”. Internado, Carlos superó dos infecciones por bacterias, un neumotó rax y al día 24 desde su ingreso, fue sometido a una traqueostomía. Después de es intervención, dice Marcela, el pronóstico parecía mejorar. “Pero recayó. El coronavirus consumió el 80% de sus pulmones”, recuerda Mar cela. “Hasta que llegó a un nivel comatoso de pérdida de conciencia”. Marcela expli ca que el resto de los órganos de su padre no tuvieron complicaciones. Así pasaro días, casi dos meses, en que la rutina de la familia consistió en estar atentos a lo de la clínica para recibir actualizaciones del estado de su padre. “En u punto el médico nos dijo que le quedaban entre dos y seis días de vida”, dice Marce la. “Pero vivió 4 más.
Me di cuenta que el equipo médico estaba entre cansado frustrado por no poder hacer algo más”. El día en que el médico tratante les propuso ingresar para despedirse, los herma nos Espinoza Vidal decidieron no entrar. Aunque Carlos ya no era portador de virus, el riesgo de un contagio y el inminente fallecimiento de su padre significaba la posibilidad de no estar en su funeral. El17 de mayo, a las 5:35 horas, y después d 56 días de lucha, Carlos falleció. La noche anterior, dice Marcela, y como todos lo días, familiares y amigos habían realizado una oración en conjunto.
“Ese día le ped: mos a todos que escribieran su nombre en una vela y le dijimos a mi padre qu hiciera lo que tuviera que hacer, que era su decisión”. Durante la misma jornada, el cuerpo de Carlos fue trasladado por una carroz fúnebre de Santiago a San Antonio. Allá se paseó por los barrios que frecuentaba donde había vivido junto a su familia. En el cementerio, el llanto fue generalizad *Eso fue lo más terrible”, recuerda Marcela. “Mi mamá estaba llorando, devastad: Mis hermanos. Mis sobrinas pequeñas llorando y yo sin poder acercarme.
No pode abrazar a tu familia en ese momento fue algo surrealista”. S LUIS ESCARATE MORALES 7Laños, falleció el 14 de mayo La última conversación que Carla Escárate tuvo con su padre fue a los pocos días de que él cayera hospitalizado. “Me dijo que estaba aburrido, que quería volver a la casa, que tenía ganas de comer algo rico, porque la comida era muy mala en el hospital”, recuerda Carla. Luis Escárate vivió toda su vida en San Antonio. Durante 30 años atendió su negocio de pescados y mariscos en el mercado de la comuna y, según su familia, no sufría enfermedades de base. “En diciembre se había recuperado de un cáncer de próstata. Ni siquiera recibió quimioterapia. Estaba bien, estaba sano, pero después de vacunarse contrala influenza comenzó a mostrar síntomas de resfrío y fiebre”, cuenta su hija. La familia asoció la reacción de Luis a la vacuna. Días más tarde, su salud empeoró y uno de sus hijos lo llevó al hospital. Ahí lo diagnosticaron con una neumonía bacteriana y por protocolo le realizaron un examen para detectar el covid-19. El resultado fue negativo. Al día siguiente de su hospitalización, recuerda Carla, su padre se comunicó con ella.
Le dijo que durante la madrugada una sospechosa de covid había sido ubicada junto a su camilla y eso lo tenía preocupado: le contó que la mujer había tosido durante toda la noche y que para resguardarse intentó dormir hacia la muralla. Del hospital, agrega Carla, le explicaron que no había riesgo de contagio: que ambos pacientes permanecían separados por al menos cuatro metros de distancia. “Pero un contacto que tengo en el hospital sacó fotos y vimos que estaban a casi un metro. Mi papá tenía miedo”, dice ella. Ocho días después, con el resultado de un nuevo examen, Luis Escárate fue confirmado como covid positivo. “Simi padre hubiera ingresado con covid, es obvio que nosotros también nos hubiéramos contagiado. Y eso no fue así”. Al día siguiente del resultado, la saturación de oxígeno de Luis llegaba a un 85%. El jueves 3 de abril su padre se agravó. “Fuimos con mis hermanos y el doctor de turno nos dijo que estaba mal. Que no creía que pasara la noche. Mi papá estuvo 24 horas con un ventilador de transporte, que es más pequeño y sin la capacidad suficiente que requiere un enfermo grave.
Su organismo se deterioró por completo y sufrió un shock en sus riñones”. Eso aparece en el informe de la epicrisis: “El paciente estuvo 24 horas sin el debido tratamiento de urgencias”. Al día siguiente, Luis Escárate fue trasladado a la Clínica de Reñaca, donde finalmente falleció el jueves 14 de mayo. Su cuerpo fue cremado. La idea de la familia es cumplir con el último deseo de Luis y llevarlo de regreso a su casa. Sin embargo, aún no reciben sus cenizas. S LUIS ESCARATE MORALES 7Laños, falleció el 14 de mayo La última conversación que Carla Escárate tuvo con su padre fue a los pocos días de que él cayera hospitalizado. “Me dijo que estaba aburrido, que quería volver a la casa, que tenía ganas de comer algo rico, porque la comida era muy mala en el hospital”, recuerda Carla. Luis Escárate vivió toda su vida en San Antonio. Durante 30 años atendió su negocio de pescados y mariscos en el mercado de la comuna y, según su familia, no sufría enfermedades de base. “En diciembre se había recuperado de un cáncer de próstata. Ni siquiera recibió quimioterapia. Estaba bien, estaba sano, pero después de vacunarse contrala influenza comenzó a mostrar síntomas de resfrío y fiebre”, cuenta su hija. La familia asoció la reacción de Luis a la vacuna. Días más tarde, su salud empeoró y uno de sus hijos lo llevó al hospital. Ahí lo diagnosticaron con una neumonía bacteriana y por protocolo le realizaron un examen para detectar el covid-19. El resultado fue negativo. Al día siguiente de su hospitalización, recuerda Carla, su padre se comunicó con ella.
Le dijo que durante la madrugada una sospechosa de covid había sido ubicada junto a su camilla y eso lo tenía preocupado: le contó que la mujer había tosido durante toda la noche y que para resguardarse intentó dormir hacia la muralla. Del hospital, agrega Carla, le explicaron que no había riesgo de contagio: que ambos pacientes permanecían separados por al menos cuatro metros de distancia. “Pero un contacto que tengo en el hospital sacó fotos y vimos que estaban a casi un metro. Mi papá tenía miedo”, dice ella. Ocho días después, con el resultado de un nuevo examen, Luis Escárate fue confirmado como covid positivo. “Simi padre hubiera ingresado con covid, es obvio que nosotros también nos hubiéramos contagiado. Y eso no fue así”. Al día siguiente del resultado, la saturación de oxígeno de Luis llegaba a un 85%. El jueves 3 de abril su padre se agravó. “Fuimos con mis hermanos y el doctor de turno nos dijo que estaba mal. Que no creía que pasara la noche. Mi papá estuvo 24 horas con un ventilador de transporte, que es más pequeño y sin la capacidad suficiente que requiere un enfermo grave.
Su organismo se deterioró por completo y sufrió un shock en sus riñones”. Eso aparece en el informe de la epicrisis: “El paciente estuvo 24 horas sin el debido tratamiento de urgencias”. Al día siguiente, Luis Escárate fue trasladado a la Clínica de Reñaca, donde finalmente falleció el jueves 14 de mayo. Su cuerpo fue cremado. La idea de la familia es cumplir con el último deseo de Luis y llevarlo de regreso a su casa.
Sin embargo, aún no reciben sus cenizas. 5 JORGE PANES PARRA 69 años, falleció el 21 de abril “Nos ha tocado difícil durante toda la pandemia”, confiesa Margarita Panes, 59 años, ausiliar de aseo en un colegio. Y no es para menos: Leontina y Jorge, sus hermanos, se contagiaron de coronavirus, estuvieron en coma y conectados a un ventilador mecánico durante tres semanas. Ambos con similares síntomas, pero distintos finales. “Ha sido un tiempo de muchas emociones encontradas, Felicidad porque a Leontina pronto le darán el alta, pero mucha tristeza por la muerte de Jorge, mi hermano mayor”, agrega. Jorge Panes dejó su casa en la Villa Desco de Cerrillos al terminar el colegio. Se mudó a Temuco para estudiar Ingeniería Eléctrica, pero no se tituló, Luego, se fue a Calama y trabajó en la mina Chuquicamata. En 2015, después de 50 años, regresó a Cerrillos, donde aún vive Margarita. Jorge volvió, dice su hermana, tras jubilarse y por las enfermedades que tenía: insuficiencia renal, problemas a la tiroide, obesidad e hipertensión. “Margarita agrega que su hermano nuncase casó ni tuvo hijos, que era una persona solitaria, poco sociable y retraído con el resto de la familia. “Tenía su carácter.
Solía hacer comentarios negativos, entonces discutimos harto, Pero al rato se nos quitaba y conversábamos sin estar enojados”. Hogar, Jorge y Leontina cuidaban a su madre, de 89 años, durante el día, mientras Margarita y Patricio, su otro hermano, trabajaban. Leontina, que vive en una villa cercana, se movilizaba todos los días ala casa de su madre, Con los ri guardos correspondientes, era la única que salía y entraba. Hasta mediados de marzo, “cuando una enfermera del Cesfam los visitó para vacunar a Jorge, Leontina y mi mamá, contrala influenza”, gura Margarita. El30 de marzo, una semana después de haber ido a un doctor particular que le diagnosticó neumonía, según relata la hermana, Jorge Panes fue internado en el Hospital El Carmen, en Maipú. Ingresó grave, directo a la UCI y conectado a un ventilador. En coma, nunca se enteró que dio positivo al virus. Leontina, su hermana, llevaba ocho días en el mismo estado de salud y hospitalizada El 21 de abril, Jorge Panes falleció. Asu funeral solo asistió su sobrino mayor. Leontina, su hermana, aún estaba internada. Margarita y Patricio se quedaron enla casa, aislados, cuidando a su madre, la que también falleció, 17 días después, pero no por coronavirus. “Es terrible ver morir a un familiar por el virus, no los puedes despedir. Ni siquiera los puedes ver. La última vez que vi a Jorge fue a través dela pantalla de un celular. Me hubiese gustado acompañarlo en su funeral, despedirlo de otra manera”, reflexiona Margarita. “Lamentablemente, Jorge se fue como vivió: solo”. S GUSTAVO DÍAZ ROMO (86) Y GUSTAVO DÍAZ CABELLO (61) Fallecidos el 4 y el 26 de abril, respectivamente Joaquín cuenta que hay un video. En él aparece su padre, Gustavo Díaz Cabello, mirando la cámara que sostiene su esposa. Con la voz fina, con miedo en su rostro, Gustavo le dice a su familia que los ama. Que solo serán cinco días. Que cuando se apague la cámara será sedado, conectado a un ventilador mecánico y que luego va a despertar. Joaquín Díaz se quiebra al recordar ese video: fue el último mensaje que tiene de su padre. Y la última imagen. Gustavo Díaz Cabello fue alcalde de Curarrehue y luego concejal de la misma comuna.
Aún trabajaba para el municipio cuando en marzo de este año supo que su padre, el excamionero Gustavo Díaz Romo, había sufrido una infección en la médula y en el cerebro que lo obligó a internarse en la Clínica Alemana de Temuco. Después de varios exámenes, cuenta Joaquín Díaz, y sin llegar a un diagnóstico claro, Díaz Romo fue dado delta.
Para cuidarlo en su recuperación, Gustavo Díaz y su esposa viajaron a la capital de la Novena Región y se establecieron junto a él, Pero al poco tiempo, Díaz Romo recayó nuevamente, “Mi abuelo tenía asma crónica”, explica Joaquín Díaz. “Recuerdo haberlo visto siempre con su inhalador al lado”. Con los protocolos por el avance del covid establecidos, Díaz Romo fue sometido a un examen PCR, que arrojó positivo. “Eso encendió las alarmas en la familia, Era obvio que mi abuela y mis padres estaban infectados. Ellos se desesperaron para que les hicieran los exámenes y al día siguiente se los tomaron, pero el resultado no llegó nunca”. Inmediatamente, insiste Joaquín, su padre comenzó a mostrar síntomas. “Él no tenía ninguna enfermedad de base, pero empezó a presentar dificultad para respirar, fiebre. Transpiraba y mojaba la cama completa. Un día me amó y me dijo que estaba desesperado, que por favor fuera a ayudarlo.
Ese mismo día mi mamá lo obligó a levantarse, lo subió a un taxi y lo llevó a la clínica”. Todavía sin los resultados del examen, Gustavo Díaz fue sometido a un escáner que demostró el estado de sus pulmones: totalmente dañados por el virus, “Llegó con un 5% de su capacidad pulmonar”, dice Joaquín, que viajó de Curarrehue a Temuco para hacerse cargo de la situación. Cuatro días después, un llamado de la clínica le entregó la primera mala noticia: asu abuelo le quedaban apenas algunas horas de vida. Gracias ala ayuda de una enfermera, cuenta Joaquín, pudo darle un mensaje a través del citófono desu habitación. “Le dije que lo amábamos y le agradecí por todo. Él ya estaba inconsciente”. De madrugada, horas después, su abuelo falleció en su habitación, que era contigua a la de su padre. Díaz Romo, dice Joaquín, nunca supo que su hijo estaba internado. Al día siguiente, Joaquín realizó el funeral de su abuelo acompañado solo por su esposa. “Fue algo súper duro”, explica Joaquín. “Más sabiendo que mi papá seguía en la clínica”. A partir de ese día, asegura, la vida familiar se tornó una agonía de espera, alterada por los llamados que recibían con actualizaciones de su padre. Fue el día 22 tras la muerte de su abuelo, recuerda, que los pulmones de su padre no dieron para más. “Por suerte para ese momento pudimos detener el proceso y esperar a mi hermana, que vive en Arica. Y mi madre y mi abuela ya tenían sus certificados de alta, así que pudieron ir al cementerio a despedirlo. Fue la primera vez pudimos vernos todos a la cara desde el comienzo de esta pesadilla”. S HUGO RAMÍREZ VALDES 80 años, falleció el 1 de may: Katherine Alvear dice que no se lo esperaban.
Que apenas se enteraron del contagio de su abuelo, un grupo de vecinos de la villa Hermanos Vera, en Rancagua, comenzó a publicar mensajes con insultos y fotos de la casa familiar en redes sociales, llamando a una funa masiva: lo acusaron de esconder el resultado positivo de Hugo Ramírez y de poner en riesgo a la población. Katherine dice que sintieron miedo, pero que hasta ese momento solo Les preocupaba la situación de su abuelo, Hugo Ramírez. Era militante del Partido Socialista y dirigente sindical dedicado a educar a futuros sindicalistas, además de presidente de un club deportivo. “Era un hombre activo, jugaba fútbol, pero también tenía hipertensión”, dice su nieta. Esa fue su preocupación cuando los médicos del Hospital Regional de Rancagua le advirtieron que Hugo había dado positivo por covid, después de pocos días internado por unaneumonía. “Lo habíamos dejado en la urgencia y al otro día ya estaba intubado y sedado”, cuenta Katherine.
“Nunca supimos dónde se contagió, porque ninguno de nosotros tuvo síntomas, Después de 16 días de hospitalización, dice, su abuelo presentó una leve mejoría en sus pulmones, sin embargo, al día siguiente recayó, esta vez por una infección provocada por una bacteria. “Eso pasó por un catéter que le tenían que cambiar al tercer día y recién al octavo selo sacaron”, asegura Katherine. “Como tenía las debajas, todo su organismo se deterioró”. Hugo Ramírez falleció el1de mayo. En el barrio, cuenta ella, aún le piden disculpas por el maltrato que recibieron.
S CARLOS RIQUELME VILLALOBOS fallec ó el 16 de abril La vida de Carlos Riquelme cambió el año 2017, cuando fue operado de una disección aórtica que, tras una larGa recuperación, lo dejó inhabilitado de realizar tareas que requirieran esfuerzo. Por eso sus trabajos nunca fueron estables y transitó de una labor a otra hasta establecerse en la casa de uno de sus hermanos, en Angol. “Ahí estaba bien”, dice Viviauna de sus hermanas. “Hasta que de un momento se sintió mal y lo hospitalizaron por una neumonía”. Eso fue el 26 de marzo de este año. Viviana asegura que su hermano no estaba contagiado por covid antes de ingresar al Hospital de Angol. Que además de la neumonía, presentaba dolores en la misma zona donde había sufrido el problema coronario, “A pesar de eso, lo dieron de alta”, dice ella. “Y una semana después se descompensó y volvió a caer internado. Del hospital nos decían que estaba bien, que comía, que tenía ánimo”. Cinco días más tarde, la familia recibió un llamado del hospital: Carlos Riquelme había dado positivo por covid. El16 de abril, Carlos falleció. Según Viviana, durante todo ese tiempo hospitalizado Carlos no tuvo contacto con sus familiares. “Y luego me enteré que en el hospital habían comprado tablets para que los pacientes se pudieran comunicar”, dice ella. “Ese es mi dolor más grande. Imaginar a mi pobre hermano, cómo habrá vivido todos esos días de soledad, de tristeza. Él era muy miedoso. Le tenía mucho miedo al covid. Se cuidó tanto para morir contagiado por eso.
Al final, lo que me dijo un médico era la pura verdad: *ese virus va a liquidar a tu hermano”. S CARMEN GUZMÁN FREITAS 90 años, falleció el 14 de mayo El1 de febrero, Carmen Guzmán bailó hasta que no pudo más en el Chilenazo de Gran Avenida. El restaurante completo la aplaudió cuando apareció la torta con una vela que indicaba los 90 años. “Mucha gente se paró a saludarla, le decían que les gustaría llegar con esa energía a su edad. Mi mamá era una mujer llena de vida”, dice Consuelo Teña, una de sus hijas. En febrero, incluso, subió hasta el volcán Villarrica, como parte de las vacaciones que realizó junto a su hijo y su familia. “Siempre la llevábamos con nosotros en el verano y este año tocaba el sur, así es que partimos con ella en la camioneta”, dice Leonardo Teña, su hijo. Ambos hijos coinciden en que era una mujer muy vital, algo que le venía de joven, tal como el canto y los escenarios. “Ella audicionó en la radio Minería y Santiago, y le fue bien. Cantaba en un programa de la época. Su nombre artístico fue Ruth Freitas, aunque nunca hizo una carrera profesional. Tenía un timbre muy parecido a Libertad Lamarque. Ya de viejita ganó varios concursos de festivales del adulto mayor”, agrega Leonardo.
Cuando aparecieron los contagios en Chile y se conoció lo que sucedía en países como Italia, donde los doctores debían elegir a quién ponerle ventiladores mecánios, ella le dijo a su hijo que si llegaba a pasarle eso, no quería que la conectaran. *Prefería que ese ventilador fuera para alguien que tuviera una vida por delante. Me dijo que ya había vivido lo suficiente”, asegura él. Por entonces, Carmen se a vivir con su hijo Leonardo a Maipú. El 20 de abril, él ya se sentía mal. Le hicieron el examen PCR y dos días después le confirmaron que estaba positivo. “No sé dónde me contagió. Tomé medidas extremas, solo salía a comprar al supermercado y a la farmacia. En uno de esos lugares debe haber sido”, explica. Leonardo cuenta que su esposa comenzó a sentirse mal a los dos días y su madre, poco después.
“Ella estaba bien, tenía tos y fiebre, pero estaba con buen ánimo, así es que esperamos a que mejorara”. Pero en una de las revisiones que le hizo un equipo médico en su casa, un examen arrojó que estaba saturando poco oxígeno y decidieron internarla. Quince días más tarde falleció. Leonardo está agradecido del Hospital del Carmen, donde fue internada su madre, pero hay algo que le duele: “Siempre nos informaron que estaba tirando para arriba. Estábamos muy esperanzados, pero nunca fue así. Cuando se lo dije a la doctora, ella me dijo que mi mamá siempre estuvo mal y que no sabía por qué nos habían dicho eso. Eso fue cruel. Habría preferido saber la verdad”. S CHRISTIAN ARAVENA LEPE 45 años, falleció el 17 de abril Cuando joven, su pasatiempo era armar y desarmar cosas. “Giro sin tornillo”, recuerda su hermana Rosario Aravena que le decían en el Liceo Juan Ignacio Molina, de Linares, el mismo donde ayudó a instalar una radio para los alumnos. Años más tarde, Christian Aravena se matriculó en Ingeniería, pero no terminó, Desde entonces trabajó en lo que más le apasionaba: instalando y haciendo mantención a equipos de radio. “Le gustaba su trabajo, decía que le daba libertad. Viajaba por todas partes de Chile”, dice ella. Aravena tenía dos hijos y vivía desde hace ocho años en Santiago. Viajaba habitualmente a ver a su padre en Melozal, cerca de Linares, y acompañaba a su hermana a una cabaña en el sector de Ancoa, en la precordillera de la Región del Maule. Rosario cuenta que allí estuvieron la primera semana de marzo, cuando él le manifestó su inquietud por la pandemia. “Estaba preocupado por el futuro porque en su área se veía mal la cosa. Decía que no iban a llegarle lucas”. Esa fue la última vez que se vieron, Un mes después, el viernes 10 de abril, a Christian. Le diagnosticaron covid-19 y empezó una cuarentena en su departamento. “En ese miúnuto no se sentía tan mal y estaba resignado. Fue a un Cesfam y le dieron solo un paracetamol. Lo fueron a ver como dos veces más, pero el martes empeoró. Habían quedado de ir el miércoles y no llegaron”, explica Rosario, Para entonces, unos amigos le habían arrendado un tanque de oxígeno, que un doctor conocido le había recomendado usar. Ese miércoles 5 de abril, según recuerda su hermana, él mejoró. “Nos llamó y nos dijo que nos quería mucho”, agrega. Pero en pocas horas empeoró súbitamente. Según lo que ha podido reconstruir su hermana, el viernes17 de abril, Christian llamó aun amigo y luego nadie más supo de él. El sábado, ella misma telefoneó a los conserjes del edificio para que le golpearan la puerta.
Al rato, una prima, que vivía en Santiago, se contactó con Carabineros y muy entrada la tarde abrieron la puerta: estaba fallecido, A las siete de la mañana del domingo su cuerpo fue trasladado al SML. A la semana siguiente lo cremaron y ala subsiguiente les entregaron las cenizas. Cuando pase todo, le harán un funeral simbólico en la cabaña de la precordillera, donde más le gustaba estar. Aún tienen muchas preguntas: “No sabemos cómo murió. Queremos tomar medidas legales, no queremos que esto le pase a otra persona. Como el servicio ya estaba medio colapsado, creo que lo dejaron abandonado”, dice. S PATRICIA 58 años, falleció el 13 de mayo Todo comenzó con un brote de coronavirus en la municipalidad de María Elena, región de Antofagasta. Fue a mediados de abril.
En ese lugar, Luis Robledo, maestro de obras civiles, contrajo la enfermedad y luego de presentar síntomas fue enviado a pasar la cuarentena a su casa que comparte con dos de sus hijos, dos nietos y su esposa Patricia Ahumada Enlacasa, relata su sobrino Axel Carvajal, todos se contagiaron. Con los días, Luis empeoró y fue hospitalizado en el Hospital de Calama. Dos semanas después ocurrió lo mismo con Patricia, Contrario a su marido, que es hipertenso y diabético, Patricia Ahumada no tenía enfermedades de base. “Siempre fue una mujer activa”, dice Axel. “Hacía aseo en la casa de los doctores de María Elena. Les planchaba y les lavaba su ropa”. Tres días después de ingresar, Patricia fue conectada a un ventilador mecánico. Según Axel el virus atacó muy fuerte sus pulmones, evitando que realizara correcta'mente el intercambio de gases. “La tuvieron que girar y ponerla de estómago para ver si así oxigenaba mejor, pero no lo soportó”, explica su sobrino. “La volvieron asu posición y con los días comenzó a mejorar”. El 12 de mayo, recuerda, un doctor del hospital se comunicó con la familia para contarles que Patricia tenía muy buen pronóstico.
Para entonces, Luis, su marido, ya estaba de alta y permanecía en cuarentena preventiva en María Elena, Pero al día siguiente, cuenta Axel, “nos llamaron para decirnos que mi tía había fallecido”. La intención de la familia era cremar a Patricia y esparcir parte de sus cenizas en la pampa de la oficina salitrera de Pedro de Valdivia, su lugar de origen, “pero por medidas sanitarias no nos permitieron trasladarla ni a Antofagasta ni a Pozo Almonte, donde podían cremarla”. Durante la mañana del 14 de mayo, la familia acompañó el cuerpo de Patricia con una pequeña caravana en el cementerio de Coya Sur. A diez metros del nicho, separados unos y otros, la despidieron entre llantos. 5 SERGIO RAMOS MUNOZ 70 años, falleció el 30 de marzo “Bl siempre andaba con una libreta. Le gustaba escribir poemas. Era una persona maravillosa, culta y estudiodice Teresa Ramos sobre su hermano, que falleció en su departamento en “Temuco. Jorge Ramos dejó Pinto, un pueblo cercano a Chillán, para estudiar en Temuco. Pero con el golpe militar, tuvo que salir de Chile en 1976. Llegó a Argentina, pero al tiempo se mudó a Inglaterra tras ganar una beca de la ONU para estudiar Letras en la Universidad de Londres. Alí vivió por más de 40 años. Se casó con una inglesa, pero años después ellase suicidó, dejó a la deriva”, recuerda Teresa. Con el tiempo, Ramos conoció a María Elena Antipán, chilena que viajaba a Londres para visitar a un familiar. En 1996, ambos regresaron a Chile, se casaron e hicieron su vida en Temuco.
“Nuestra relación con él era profunda de mucho amor, Los cuatro hermanos nos preocupábamos por todos”, explica Teresa, Esa preocupación por su familia hizo que en marzo de este año Ramos viajaraa Santiago: al hijo de Teresa fue diagnosticado con cáncer testicular. Ella cuenta que le pidió que no saliera de Temuco porque era mucho el riesgo. “Creemos que se contagió en el vuelo de regr porque ninguno de nosotros se enfermó”, dice. El 22 de marzo, Sergio Ramos se sintió mal y en una clínica de Temuco le confirmaron el virus. Le recomendaron tomar paracetamol y agua, aislado en su casa. María Elena, su esposa, también se aisló en el departamento. “Él entró en pánico, tenía susto. Después empeoró. Hablábamos todos los días y el 29 de marzo, por una videollamada, me dijo que se sentía mejor. Me puse contenta, porque tenía más ánimo”, dice Teresa. Al otro día, Ramos falleció. La familia cuenta que su esposa, al escucharlo con problemas para respirar, rompió su aislamiento y lo abrazó. Ella estuvo junto a él cinco horas, encerrada en el departamento, esperando que retiraran el cuerpo. María Elena es la única que sabe cómo fueron las últimas horas de Ramos, pero Teresa aún no puede hablar con ella porque se infectó del virus, estuvo tres semanas internada y con ventilación mecánica. Pronto recibirá el alta. Sergio Ramos fue cremado y su familia planea una ceremonia en Pinto. Teresa confiesa que su mayor arrepentimiento es no haber compartido más con él y sobre todo no haber estado en su funeral.
S ELIANA REYES 78 años, falleció el 23 de marzo César Rivera Reyes tiene este recuerdo de infancia de su madre: la ve bailando rock and roll con su padre en el living, donde había un tocadiscos. A su mamá, Eliana Reyes Nanjari, le gustaba mucho la música. También los aniMales y el mar. Eliana fue el segundo caso de muerte por covid-19 en Chile. Su hijo César cree que se contagió en el hospital San Borja Arriarán, donde cada 20 días se hacía quimioterapía porque tenía cáncer a un pulmón. A mediados de marzo empezó con los primeros síntomas. La llevaron al SAPU, donde el doctor tuvo sospechas de que podía estar con coronavirus, pero no le hizo el examen, y les dijo que si la mandaba a Urgencia, con seguridad se contagiaría. Volvieron con ella a la casa y al día siguiente perdió la conciencia. “Llamamos ala ambulancia. En el hospital le pusieron suero y oxígeno, pero no la conectaron a un ventilador. La dejaron ahí, en una pieza aislada, y esperaron que se muriera. Yo le hablé al oído y le dije que si quería irse, que estuviera tranquila, que nosotros íbamos a estar bien. Una doctora me vio y me dijo que saliera, porque le iban a hacer el examen del coronavirus”, relata César. A las seis de la mañana del 23 de marzo, el hospital les avisó que Eliana había fallecido y había dado positivo en el examen. Toda la familia que vivía con ella, incluido César, se habían contagiado y tuvieron que quedar en cuarentena. Para retirar el cuerpo del hospital y llevarlo al cementerio, tuvieron que pedirle ayuda a la municipalidad de Maipú. “Solo pudimos ver pasar la carroza desde la puerta de la casa, Fue muy triste. Los vecinos adornaron el pasaje con globos blancos. Después la alcaldesa nos hizo una videollamada desde el cementerio para que viéramos el entierro”, dice César. A principios de mayo, cuando la familia terminó la cuarentena, lo primero que hicieron fue visitar la sepultura de Eliana.
La adornaron con flores y acercaron un celular a la placa, con el que hicieron sonar las canciones con las que a ella le habría gustado ser despedida: “Libertad”, de Nana Mouskouri, y “Mi mano en tu cintura”, de Salvatore Adamo. “Ahí sí que lloramos todos”, recuerda César.
S El de abril, Yeny Toledo venía llegando a su casa cuando se encontró con una ambulancia estacionada en su cuadra, Venían a buscar a Julio Montalba, chofer en la Municipalidad de El Quisco y pareja de su tía. “Hace una semana que se sentía mal, como con un resfrío; se hizo el test rápido y le salió negativo. Pero ese día cuando llegamos vimos que él estaba mal. Cuando se subió a la ambulancia le tiró un beso a mi tía. Fue la última vez que se vieron”, recuerda Yeny. Su tía Sara Arao, de 62 años, conoció a Montalba hace un año. Empezaron a conversar, luego a salir, hasta que él se fue a vivir con ellas. “Julio siempre comentó que tuvo un cambio muy grande cuando conoció a mi tía, salían para todos lados, de verdad eran tan felicos los dos.
Creo que fue injusto lo del virus, se lo evó tan rápido y no pudieron disfrutar más, De hecho, les quedó hasta un viaje pendiente, con boletos de avión y estadía pagados, que no pudieron hacer”, explica Veinticuatro horas después de que a Montalba seo llevara la ambulancia, falleció de una neumonía viral por coronavirus, “Fue horrible, no sabíamos cómo explicarle a mi tía. El hijo de él tuvo buena voluntad y la carroza con las camionetas municipales pasaron por fuera de la casa y estuvieron unos minutos acá parados, pero mi tía no salió, No quiso. No lo asumía”. Alos pocos días, Sara Arao dio positivo, también su hija y su nieta de 9 años, que vivían con ellos. La hija de Sara fue enviada a un hotel sanitario y Sara fue hospitalizada y más tarde conectada a un respirador mecánico. Después de casi un mes fue dada de alta. “Aunque a veces igual le viene su bajón, mi tía sabe que él está con ella y que la va a cuidar”, dice Yeny. S ADELA VALDÉS PINILLA 86 años, falleció el 18 de mayo Alejandra Carrasco dice que el escenario era aterrador. Cada vez que un paciente diagnosticado con covid-19 iba a ser trasladado por los pasillos del Hospital San José, alguien gritaba para advertir a todos los que estaban en la sala de espera. La indicación era esa: mantenerse ahí, no asomarse más allá. Ahí estaba Alejandra junto a su madre, Adela Valdés, con una fractura en su cadera. El día anterior, Adela se había caído en el patio de su casa en Recoleta. Desesperada, Alejandra llamó a una ambulancia para trasladarla al servicio de urgencia de la Clínica Indisa. El 8 de mayo, la mayoría de los hospitales de la zona norte de Santiago ya presentaban altas tazas de pacientes con coronavirus. Alejandra pensó que en la clínica su madre estaría mejor. “La ingresaron, la estabilizaron y confirmaron su fractura”, cuenta. “Pero era mucho el dinero que pedían.
Me estaban pidiendo dos avales que ganaran sobre el millón de Pesos, más una tarjeta con cupo de dos millones de pesos solamente para hospitalizarla”. Entonces la llevaron a la ex Posta Central, menos colapsada en ese entonces que los hospitales de la zona norte. “Me la recibieron, pero después la persona a cargo de traumatología ordenó que la derivaran al Hospital San José. Yo pedí que no lo hicieran. Les dije que mi mamá se me iba a morir allá, pero por su dirección, el sistema los obligaba” Después de 10 horas de espera, Alejandra llegó con su madre al Hospital San José. “Me dijeron que el viernes la podían operar, pero al final no se pudo”, cuenta. Con los días, agrega, los informes del hospital se hicieron cada vez más escuetos. Recién cinco días después le informaron que su madre había presentado tos y que por protocolo fue sometida a un examen para detectar si era un caso de covid-19. El resultado fue positivo. “La madrugada del lunes 18 me llamaron para avisarme que mi mamá falleció”, recuerda Alejandra.
“Cuando fui al hospital a buscarla le hice una pura pregunta al doctor de turno “¿ Ella entró con una fractura y ahora me dicen que me la van a entregar muerta?””. Alejandra recuerda que mientras esperaba el cuerpo de su madre, otras personas se aglomeraban por lo mismo. Al funeral de Adela, por protocolo sanitario, solo pudieron asistir 10 familiares. Según Alejandra, todavía no cree lo que le tocó vivir. “Mucha gente me dice que tome acciones legales contra el hospital”, dice desde la casa que compartía con su madre.
“¿ Pero qué saco con eso? ¿ Me van a devolver la vida de mi mamá?”. 5 ROBERTO ARANGUIZ (54) Y ELIANA MORENO (83) Fallecidos el 8 y 12 de mayo, respectivamente Una vez que Rodrigo Aránguiz agotó todos los medios —los llamados telefónico los mensajes de texto y los gritos—, no le quedó otra que ingresar por el portón de la vivienda donde residía su tío Roberto Aránguiz, en La Florida. Forzó una ventana que daba a su pieza y el cuerpo apareció de frente, Rodrigo pronunció su nombre y después, al ver que no respondía, con el palo de la escoba le picó los pies. “Pensé que podía estar inconsciente o desmayado. Estaba en una posición de dormido, muy tranquilo.
Quería que despertara, pero su piel estaba blanca”, recuerda Roberto Aránguiz tenía 64 años, era soltero, sin hijos y cuidaba a su madre, Eliana Moreno, a quien todos llamaban “Nana”. Eliana era oriunda de Doñihue, legó a Santiago consus tres hijos pequeños para trabajar en la Universidad de Chile, donde se desem'como secretaria en la Facultad de Derecho. A comienzos de los años 80 compró la en La Florida, donde vivía con su hijo Roberto hasta hoy. “El vínculo que tenían ellos era tremendo. Celebraban sus cumpleaños juntos, porque estaban en diciembre, y a veces se mimetizaban hasta con el mismo corte de pelo”, describe Rodrigo. Roberto y Eliana eran muy independientes. Él atendía un minimarket, en la comuna de San Miguel, y ella hacía sus cosas sin ayuda. Por eso, a todos les llamó la atención cuando el domingo 26 de abril ella comenzó a perder energía y respirar con dificultad. “En esa semana fue la Help a verla y le dejaron antibióticos, Pensábamos que tenía un cuadro de bronquitis y en la madrugada del viernes 1 de mayo la llevaron al hospital de La Florida. Quedó internada y al día siguiente confirmaron que estaba positiva con covid. Ese mismo sábado empeoró y la conectaron al ventilador”, cuenta Rodrigo. Enlos días siguientes, explica, su tío comenzó con síntomas. Dice que el domingo fue al hospital para que le hicieran el examen y que un guardia no lo dejó pasar, porque no tenía orden médica. Reción el martes, agrega, le confirmaron que estaba contagiado. Esa semana, Roberto empeoró. En paralelo, su abuela llevaba ya varios días intubada.
El jueves 7 de mayo fue la última vez que Rodrigo habló con él: “Le dije que no se olvidara día siguiente ba airel doctor de la municipalidad averlo”. Pero el viernes su tío no abrió la puerta ni respondió los llamados.
“Debe haber muerto en la noche, en el sueño”, piensa su sobrino, La muerte de Roberto fue el inicio de la peor semana que han vivido como familia, Esa tarde su cuerpo estuvo todo el día tendido sobre la cama. Rodrigo dice que los carabineros le dijeron que solo la Seremi de Salud podía autorizar el retiro. “Después de unas horas, alguien de la seremi me llamó para decirme que no les correspondía venir, que llamara a la funeraria. Pero no teníamos certificado de defunción.
En la noche el alcalde Rodolfo Carter habló con el fiscal de La Florida y autorizó que el SML se lo llevara”. En uno delos llamados de esa tarde, Rodrigo cuenta que le dijeron que el examen de su tío estaba listo desde el miércoles y que había dado positivo, pero nadie le había comunicado. Dos días después recibieron otra mala noticia. Eliana había empeorado de forma irreversible y les permitieron a algunos familiares despedirse de ella. “Le dije que la queríamos y que el tío la estaba esperando arriba, que no tuviera susto”, recuerda él. El martes 12 de mayo, Roberto fue sepultado. Mientras hacían un responso, los lan ron del hospital para decirles que Eliana había fallecido. Al día siguiente, Rodrigo estaba enterrando a su abuela y a fines de esa semana, su padre dio positivo. Desde el sábado que está intubado. “Ha sido una pesadilla”, dice Rodrigo. S JORGE SOTO PEREIRA 64 años, falleció el 30 de marzo “No cerré un capítulo con mi papá”, se lamenta Paulina Soto, enfermera del Cesfam Lo Franco, en Quinta Normal. Su padre falleció el 30 de marzo en el Hospital El Carmen, en Maipú sin saber que tenía el virus.
Jorge Soto, mecánico, tres hijas, separado, es descrito por su familia como un hombre cercano y que adoraba a sus tres nietos. "No era de hacerte cariño, pero demostraba su amor de otra forma”, confiesa su hija. Hace seis años, Soto jubiló por invalidez. La diabetes afectó su visión y le habían amputado un dedo del pie. Pero lo que más le dolió, asegura Paulina, fue la muerte de una de sus hijas. “Nunca aprendió a vivir con esa pena”. En febrero de este año, a Soto le diagnosticaron la Enfermedad de Crohn, por lo que estuvo hospitalizado en di tintas ocasiones. Por entonces, desde hacía tres años que Soto vivía en un hogar de ancianos de Maipú. Paulina asegura que habló todos los días con él, pero nunca le comentó si tenía síntomas.
El 30 de marzo, a las 4 de la mañana, ella recibió un llamado del hogar: su p: dre sería trasladado al hospital por una baja de A las pocas horas le informaron que tenía neumonía y que probablemente estaba contagiado con el virus. Falleció en la tarde del día siguiente. El resultado de su examen positivo dos horas después. Paulina se arrepiente de no haber podido acompañar a su padre en el hospital. Dice que, por su trabajo, sabe lo que significa morir por el virus. “Me faltó estar con él, haberle tomado la mano, saber si tenía dolor, Cuando mi hermana murió, lo hizo en mis brazos, La ayudé en todo y siento que cerré ese cap tulo.
Pero con mi papá no, me quedo con la sensación de que él me necesitó en el peor momento”, S JUAN HUENCHUPÁN 58 años, falleció el 1 de abril Clarita Badilla no olvida la cara de su tío: “Estaba morado”, dice. Aquel Il de abril, mientras ella iba por un vaso de agua, Juan Huenchupán comenzó a tiritar. “Me dijo que no podía respirar y llamé al 131. Cuando volví, no reaccionaba”, agrega. Huenchupán nació en Temuco y en 1996 llegó a Valdivia a vivir con sus padres. Luego, cuando ellos murieron, s quedó en la casa de su hermana, la mamá de Clarita. “Él trabajaba como obrero, era soltero y nunca tuvo hijos. No hablaba mucho, era solitario, fanático de Colo-Colo y muy trabajador”, describe ella. Clarita fue la primera en presentar síntomas de covid-19. Auxiliar de aseo, cree que se contagió en la micro y que de ahí llevó el virus a la casa de sus padres, que están postrados, cuando el de marzo fue a cuidarlos. “Al otro día estuve con mi tío y el viernes también. Después me fui para la casa y el sábado me sentí mal. Estuve toda esa semana así, hasta que el otro viernes fui al médico y me dijeron que tenía el virus. Yo estaba con miedo por mis papás, pero fue mi tío quien presentó los síntomas”, cuenta. Ambos hicieron la cuarentena juntos para cuidarse. En esos días, mientras Clarita mejoraba, su tío solo empeoraba. “Me decía que se ahogaba, pero yo pensaba que se le iba a pasar”. Pero la mañana del 1 de abril, Juan Huenchupán comenzó a ahogarse. “Del 131 me dijeron que lo botara al suelo y le hiciera respiración. Yo no si lo hice bien, pero mi tío no volvió. Di todo lo que pude. Estuve como media hora”, recuerda, Ese mismo día, Huenchupán fue sepultado, en completa soledad.
“No alcanzamos ni a Norar”, dice Clarita, que estuvo dos meses encerrada en su ca En ese tiempo, confiesa, se sentía responsable: “Estuve harto tiempo echándome la culpa, porque lo contagié, pero ahora lo veo desde otro punto, porque lo cuidé con amor. Hice todo lo que pude”. S ARODY CAYUL TORRES 45 años, falleció el 13 de mayo Cuando Arody Cayul volvió al Pedregoso, en Lonquimay, tenía 25 años, estaba casado y tenía tres hijos. Pedregoso es un sector rural en La Araucanía donde vive una comunidad mapuche Ahí había nacido y crecido, pero al cumplirlos18 años partió a Santiago, ala Escuela de Carabineros. Su hijo menor, Bastián Cayul, de 20 años, cuenta que sus padres se conocieron allá. Arody ya era Carabinero y su mamá trabajaba como asesora del hogar. Vivían en Colina, pero poco antes de que Bastián naciera, una balacera cambiólos planes de Arody. “Mi papá estaba en una persecución cuando su compañero murió baleado. Sintió que su vida estaba en peligro y se retiró. Ahí volvimos a Lonquimay”, dice su hijo, Se instalaron en pleno campo y Arody construyó la casa donde viven. Trabajó por unos años como guardia y luego se dedicó a la construcción. También fue asistente en la Municipalidad de Lonquimay. Fueron cuatro años en los que se hizo muy conocido, dice Bastián: “Cuando yo iba a algún lado siempre me preguntaban por él, era recordado porquele gustaba interactuar con las personas”, dice. Por lo mismo, todos se enteraron cuando la madre de Arody, de 64 años, fue la primera en el sector de Pedregoso en dar positivo de coronavirus. “Mi abuela ¡ ba frecuentemente al consultorio a medirse la presión, puede que se haya contagiado ahí.
Ella tuvo contacto con mis papás, que también se contagiaron”, explica Bastián, quien estaba en Temuco por sus estudios de asistente social y su trabajo de reponedor de supermercado, Afines de abril, la mamá de Arody fue trasladada al Hospital de Temuco y luego conectada a un ventilador mecánico. El 6 mayo, dice Bastián, su pap: má y su hermano dieron positivo al virus, pero su papá estaba con dificultad respiratoria y se preocupó, ya que tenía de base una diabetes. “En el Hospital de Lonquimay le dijeron que se trataba ansiedad o estrés. A mí me dio angustia, porque lo devolvieron a la casa y lo encontré ilógico”, agrega Bastián Al día siguiente, Arody llegó al Hospital de Temuco, donde lo conectaron a un ventilador. Dos días después, su esposa, de 46, y su padre, de 65, fueron trasladados al Hotel Temuco, habilitado para cuarentenas. De mayo, Bastián recibió una llamada: “Me dijeron que mi papá estaba grave.
Nos explicaron que le hicieron muy malas maniobras al no mandarlo antes a Temuco, donde podrían haberlo atendido mejor, eso fue lo que más me dio rabia, Con mi hermana fuimos al hospital y pudimos verlo con todas las medidas de seguridad”, dice. Horas después, Arody falleció Ese mismo día, Bastián y su hermana hicieron los trámites funerarios y llevaron el cuerpo de Arody a Lonquimay. Al regresar llamó a su mamá, quien no pudo asistir al funeral. “Estaba destrozada. Me dijo que iba aser trasladada a la UCI por problemas respiratorios. Le dije que tenía que sor fuerte y salir de esto. Después la conectaron a un ventilador mecánico”. Una semana más tarde recibió otra llamada del hospital: “Me dijeron que mi mamá había evolucionado bien y ya debería despertar. Mi abuela, aunque se está recuperando, hace casi un mes que no despierta.
Ella no sabe lo de mi papá y enla medida que vaya mejorando cla: LILIA ZAGAL DÍAZ 73 años, falleció el 26 de abril “Fue amor a primera vista”, así recuerda Rubén Astorga, de 74 años, a su esposa Lilia Zagal, de 73. Cuenta que siendo jóvenes se conocieron en un cine de una sede social en la población El Pinar, en San Joaquín, y que luego de cinco años de pololeo se casaron. “Nos llevábamos bien, como si hubiésemos nacidos para estar juntos. Yo soy medio nervioso, pero ella me controlaba con su calma”, recuerda Después de casarse, Rubén se fue a vivir a la casa de Lilia con sus papás. Ella había estudiado peluquería y trabajaba enun salón en la rotonda Grecia. En 1992 compraron su primera casa en la Villa Cousiño, en Peñalolén, donde Rubén le construyó su propia peluquería. Desde entonces trabajó en eso, pero a comienzos de este año, Lilia se quebró el brazo derecho. “En el hospital me dijeron que no la podían operar por su problema al corazón y artrosis. Tuvo que esperar que Se le sanara solo”, recuerda él.
Luego, con la llegada del virus al país, el matrimonio realizó cuarentena preventiva junto a Ángelo, su hijo, que era el encargado de hacer las compras y de salir El 10 de abril, Lilia presentó síntomas de resfrío. Trató de conseguir una hora al doctor en varias clínicas, “pero estaban todas copadas”, asegura Rubén. Una semana después fue a una consulta privada, donde le diagnosticaron neumonía. También le dieron la orden para hacerse el examen de covid-19. El 18 de abril, Lilia fue a un policlínico en su comuna y la trasladaron al Hospital Dr. Luis Tisné Brousse. Desde ese día, Rubén nunca más la vio. “Siempre estuvo consciente. Los doctores me decían que se veia bien, pero sus pulmones no mejorabar El 25 de abril, una doctora del hospital llamó a Rubén para advertirle que su esposa fallecería en los próximos días. Ella le prestó su celular para que tuviese una videollamada con Rubén. “Fui tan feliz, fue cortito, pero unos minutos muy lindos. Me dijo que se quería venir ala casa y me pidió champú. Nos reímos”, recuerda su esposo. Lilia falleció horas más tarde. Como Rubén y Ángelo estaban en ais Jamiento, no pudieron realizar ningún trámite legal. Yocly Jeria, exesposa de Ángelo y con quien no se hablaba hace más de 5 años, se ofreció en ayudarlos, lo hizo Carolina Leitao, alcaldesa de Peñalolén, quien les pagó la funeraria. El 10 de mayo, Rubén planeó retirar las cenizas de Lilia, pero su comuna entró en cuarentena. “Todavía no asimilo nada, no he podido vivir mi duelo”, dice.
S ARNOLDO SCHAFFNER MEDER 88 años, falleció el 13 de mayo “Antes muerto que vivir encerrado de por vida”, Ese era el lema que en los últimos meses le decía todoel mundo Arnoldo Schafíner, ingeniero eléctrico de 88 años y quien desde hacía dos meses guardaba cuarentena en la casa de una de sus hijas, en Lo Barnechea, donde había llegado a vivir hacía seis meses. “Partió muy es tricto pero luego se fue relajando. Salía un poco, de hecho el fin de semana antes de enfermarse fue a almorzar a mi casa. No nos pareció riesgoso, porque nosotros llevamos encerrados dos meses. Y era importante ansiedad.
Él sentía que este encierro no venía con él, prefería estar muerto que pensar en pasar su última ctapa de la vida sin ver a sus hijos ni a sus nietos”, dice Ricardo Schaffner, su hijo. Cuenta que su padre, pese a la desastrosa situación económica que vivió de joven, logró titularse de ingeniero eléctrico de la Universidad Santa María. “A él lo becaron enel colegio y durante todala universidad. Además tuvo que trabajar para ayudar a mantener a su madre y sus hermanos.
Por eso, cuando ya tuvo su situación con su fábrica de transformadores Schaffner, nunca dejó de ayudar a la gente”. Recuerda que su padre estaba sano, pero que el 8 de mayo cuando se levantó se sintió debilitado. Ese día también se sintió mal su cuidadora.
La primera en ser confirmada con coronavirus fue ella, “Nos preocupamos, pero mi papá se veía bien”. Alos días Arnoldo ingresó a la Clínic: Las Condes, Pasó el fin de semana estable y el lunes 1 de mayo tuvieron que ponerle oxígeno. “A las siete de la tarde hablé con él y estaba regio, leyendo un libro y esperando que le dieran la comida”, dice Ri cardo. Pero no fue así. Al otro día el doctor le contó que en la madrugada lo habían tenido que sedar e intubar. Murió 36 horas después “Fue muy fulminante el fi nal y después de pasar la pena, siento que :s mejor que que haya sido rápido y no una tortura lenta. Él siempre dijo eso: “me quiero morir rápido, no quiero quedar tonto, ni inválido” LORENA DURÁN HERRERA 42 años, falleció el 29 de abril “Nunca perdí la esperanza.
A pesar de que fue un impacto muy grande, nunca se me ocurrió que podía llegar el virus a un pueblo tan chico”, dice Gladys Herrera, 48 años, sobre su sobrina, la primera funcionaria de salud en morir por el virus en Gorbea, un pueblo cercano a Cautín, en la Región de la Araucanía Lorena Durán, 42 años, trabajaba como administrativa en el Cesfam de esa zona. Estaba casada y tenía dos hijas, de 13 y 21 años. Gladys describe a su sobrina como una persona alegre, solidaria y muy querida en la comunidad. “Era muy risueña. Cuando toda la familia se reunía, ella llegaba con la chispa, con la broma”. Esa personalidad de Lorena cambió radicalmente el 12 de marzo, cuando sintió fuertes dolores de cabeza. En el Cesfam donde trabajaba, a Lorena le dieron analgésicos y licencia médica. Alos días regresó al mismo centro, ya que seguía con dolor. Le volvieron a dar analgésicos y extendieron su licencia, “Le pedí que fuera aun hospital porque nadale estaba resultando. Tenía miedo de que fuese un tumor, pero jamás pensé que era coronavirus”, comenta Gladys. El 19 de marzo, Lorena se atendió en el Hospital de Pitrufquén donde le diagno: ticaron neumonía. Le dieron antibióticos y reposo en su casa. A los dos días, explica latía, volvió al hospital, ahora con problemas para respirar, Fue internada y dio positivo al virus. El 22 de marzo, la traslad: ron al Hospital Hernán Henríquez de Temuco. Allí permaneció hasta el 29 de abril, díaen que falleció. “Estuvo grave los 39 días en el hospital. Ella era una mujer sana, sin enfermedades. Ni siquiera fumaba”, asegura su tía Alos días, el esposo de Lorena dio positivo al virus, pero sus dos hijas no. Ninguno de ellos pudo acompañarla en el trayecto al cementerio, “Me arrepiento de no haberme dado cuenta de las señales, pedirle que se hiciera el examen antes.
Quizá la historia hubiese sido diferente”, adi a Hace algunos años que ya había jubilado, La mayor parte de su vida Julio Rojas se había dedicado a la cosecha y venta de algas, pero ahora, ya retirado, había tenido que buscar una nueva fuente de ingreso: “No le alcanzaba, por eso salía a vender con mi mamá rosquitas preparadas por ellos mismos”, cuenta su hijo Diego Rojas. En Antofagasta, Diego atendía a su suegro, quien tiene un cáncer terminal y necesitaba ayuda para cuidar a su hija pequeña. Por eso le propuso a sus padres que se fueran a vivir con él a Antofagasta para que lo ayudaran. Ellos accedieron. Cuando llegaron, el coronavirus ya estaba en la región y por precaución decidieron ir a vacunarse contra la influenza. “Les dije que no lo hicieran, porque eso los iba a debilitar, iban a caer en cama, y yo no iba a saber después si era por la vacuna o porque se contagiaron”, cuenta. Alos pocos días su madre se sintió mal, pero Diego cree que probablemente fue un efecto de la vacuna. Su padre cayó en cama después.
Hace poco había salido a hacer compras a La Vega, “donde supimos que hubo un brote, quizá ahí se contagió sin saber” Alos pocos días, Julio Rojas ingresó al Hospital Regional de Antofagasta, lo conectaron aun ventilador mecánico y una semana después, el 24 de Su hijo siente que nole dieron todoslos cuidados necesarios. “Mi papá llegó caminando al hospital solo con problemas de respiración. Siento que lo intubaron y pensaron que se recuperaría solo, le tocaron doctores muy jóvenes, con poco conocimiento, pero bueno... ”, dice y agrega: “Es todo muy raro. Mi mamá no tuvo el virus, siendo que dormía con mi papá. Ahora estamos enfocados en cuidarla a ella, que es la que nos queda”. S