Autor: Por KARIM GÁLVEZ. Retrato: SERGIO ALFONSO LÓPEZ.
EL BALANCE DE Teresa Moller
Entró a una cuarentena voluntaria a principios de marzo, antes de que se anunciara estado de catástrofe y se cerraran fronteras. Recién en estos días está saliendo nuevamente. Debe cuidarse, porque sus pulmones son delicados desde que era una niña y una fibrosis acecha. Ahora está sentada frente en el escritorio de su casa. Lleva un tapado de lanilla grisáceo y unos anteojos de marco clásico que le otorgan un aire de sabiduría.
En la pared, a su espalda, cuelgan, como si fueran sus guardianes, dos cuadros de Magdalena Contreras donde aparecen sus dos hijos, Josefa (28) y León (20), retratados de niños. —Estas semanas me han venido bien —dice Teresa Moller, o Tere Moller, como la llaman a una de las paisajistas más prestigiadas de Chile—. Añoraba estar. Me parece que este momento lo podemos transformar en una oportunidad de ser y no tanto hacer, aunque suene poco moderno “el estar”. El hacer sin destino nos ha alejado de lo que somos. Se escucha reflexiva, tal vez porque este 2020 coincide con los treinta años que cumple su estudio de paisajismo. Es periodo de balances. —Ha sido como abrir un cajón que estaba cerrado y mirar un ciclo. Yo no tenía idea qué haría en mi vida, era como esos adolescentes desorientados. Estudió enfermería, obstetricia y kinesiología antes de entrar a diseño a Incacea con la sensación algo avergonzada de ingresar a una carrera con poco valor profesional. “Vengo de una familia donde son todos universitarios, entonces yo era como la perdida”. Pero le fue bien. Muy bien. Conoció al profesor Juan Grimm, que se convirtió en su mentor, y luego viajó a perfeccionarse al New York Botanical Garden. Aunque fue su padre quien la abrió al mundo de la naturaleza. —Tenía una pasión enorme por la naturaleza, un contacto directo y profundo. Hacíamos paseos a la cordillera, a los mares, al sur, el gran panorama familiar era salir de camping, las caminatas por la montaña.
No había tanto que hablar, sino estar en lugares únicos. —Muy buena tierra se está llevando —dice Teresa Moller a una clienta. —¿ Es realmente buena? La compré porque estos días de coronavirus me estoy dedicando al jardín. —Muy buena.
Yo misma la recogí bajo unos boldos El encontró a Teresa Moller, una de las paisajistas más importantes de Chile, cumpliendo treinta años de carrera y ad portas de recibir el premio de la Unesco por su aporte al desarrollo sustentable. Estos meses de cuarentena le han permitido hacer balances. Pensar en el cambio climático, social y de vida que trajo un virus que, obligará —dice— a adentrarse en lo que importa: la esencia de la naturaleza. “Hemos estado un poco enceguecidos pensando que tenemos todo asegurado”. —responde y sonríe.
Este jueves, Teresa Moller tenía que venir a La Mariposa, su centro de jardinería orgánica, “un retiro verde”, “una pequeña selva urbana en Vitacura”, “mi casa de muñecas”, en Luis Pasteur 5686, su casa esquina-jardín-vivero-oficina-centro apícola. Las plantas necesitan riego y cuidado, igual que las cinco familias de abejas refugiadas dentro de coloridas colmenas en la terraza del segundo piso. Es temporada de cosecha, dice Tere Moller, mientras enseña la centrífuga desde donde escurrirán unos 60 kilos de miel pura. La Mariposa busca atender los requerimientos de las personas en la ciudad para que tengan todo lo que necesitan para su jardinería. Hay plantas, maceteros, herramientas. Rosa es la encargada del lugar. —Aquí estaré hasta que pueda —dice, mientras recorre los caminos de pastelones donde aparecen kumgquats, mandarinos, rosas de porcelana, buganvilias, quillayes, agaves attenuatas, limones sutil, alcanfores y orquídeas. Delicadas orquídeas blancas que reciben en la entrada del centro de jardinería. —Ahora quiero poner maceteros con tierra orgánica del campo para que las personas sientan la naturaleza más cerca —dice Teresa. También ha estado ideando un proyecto en Santiago en una zona de protección con guayacanes, árboles que tienen bajo requerimiento hídrico. Ha experimentado la escasez de agua y el aumento de temperaturas del planeta en su propio refugio personal, su cabaña en Villarrica. —En ese bosque he visto lo rápido que avanza el cambio climático. Fue un ciclo que se inició hace unos cinco años y que aniquiló todos los lingues que había, árboles protegidos que vi secarse. Les puse todo el abono que pude, pero probablemente el cambio climático hizo que no soportaran las condiciones de calor y falta de agua. Fue una visión como de fin del mundo. —¿ Qué sentimientos te provoca un fenómeno así? —Al final terminas por aceptarlo; nos tenemos que preparar para los procesos de adaptación. Vemos el cambio climático, el cambio social, el cambio de vida profundo que vivimos al que ahora se suma el coronavirus. Hemos estado un poco enceguecidos pensando que tenemos todo asegurado. —¿ Qué te sucedió al ver ciudades arrasadas durante el estallido social? —Fue especialmente duro, porque tengo mucho temor de la violencia; siento impotencia.
Porque además hay una historia, cariño; como adulto mayor que soy, me superó en comprensión y en aceptación. —¿ Cómo has vivido llegar a los 60? —Todavía no tengo el tiempo que quiero, entonces las cuarentenas me han permitido estar entre paréntesis para el piano, los estudios. Ahora investigo para un cultivo de pistachos orgánicos en Melipilla, en una tierra que heredé de mi papá. Este año planté pistachos sagrados. “Tenemos que recordar que somos parte de la naturaleza; de un 'ambio constante. Ser conscientes, estar en conexión con nosotros mismos”. Sobre Punta Pite, dice: “La simplicidad es la máxima elegancia, despojar de adornos a algo que ya tiene una belleza enorme.
Un lugar más humilde, que valore la existencia”. Es octubre de 2018 y en el registro de video se ve cómo Teresa Moller interpela a futuros arquitectos de la Universidad del Biobío: —¿ Qué es lo que las personas realmente necesitan frente a un proyecto? Les pido tengamos conciencia de encontrar y traer el valor a quienes lo usarán —les dice. Más adelante, les muestra el proyecto de mitigación en Calama que ideó junto con Elemental. Un parque en el borde de la ciudad en lo que antes fue un basural. —Lo primero es ir al lugar, conocerlo, adaptarnos a la realidad, en este caso el desierto. Pavimentar lo menos posible para que el árbol sea el gran escenario y la naturaleza gane el territorio —les expone.
A esta charla magistral la invitó el arquitecto Sergio Baeriswyl, académico de la Universidad del Biobío y Premio Nacional de Urbanismo, en el marco de una investigación para crear un modelo que mida la sustentabilidad de los parques urbanos. El trabajo de Teresa Moller era la referencia que buscaban. —Ella pone en ejercicio la capacidad de diseñar con pequeñas modificaciones y mínimos recursos arquitectónicos para poner el paisaje natural en su máximo valor. Es una habilidad extraordinaria porque se relaciona con cómo se entiende el paisaje, el uso de ese espacio con el entorno natural, Es un talento, una lección del diseño de las ciudades. En ese sentido, ella se ha anticipado de manera extraordinaria —dice. El también presidente del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano la describe al teléfono desde Concepción. —La tendencia internacional del paisajismo es desurbanizar el paisaje natural para que cobre su máxima expresión desde el origen. Es mucho más bella una playa natural, con sus rocas, sus arenas, para construir un Puente entre el paisaje natural y el ser humano. Teresa agudiza esa expresión para que el paisaje sea el protagonista. Es una práctica de humildad y de ponderación. Para él, Punta Pite es una de las obras magistrales de Teresa Moller. Dice que es magnífica. Un referente. Entre Zapallar y Papudo se emplaza este paseo casi místico entre rocas y acantilados, con escaleras que aparecen cortando la piedra y sogas que marcan la distancia. Y de repente, cipreses, orquídeas y pozas cristalinas. Estas imágenes se ven imponentes en el libro “Teresa Moller: Develando el paisaje”, que reúne los principales proyectos de la paisajista. Ahí aparecen también Casablanca II, Tierra Atacama, Kawelluco. En uno de los textos se lee: “Teresa es una buscadora de belleza, por eso su trabajo se traduce como poesía.
Es, más que todo, la belleza de lo simple y lo primitivo”. La autora de estas líneas es la arquitecta Jimena Martignoni, colaboradora de la prestigiosa publicación Landscape Architecture Magazine. —Conocí a Tere en 2008, cuando tuve que publicar una nota sobre el proyecto Punta Pite. Luego nos hicimos amigas y a través de nuestras “conversaciones sobre el paisaje”, su mirada, y la mía sobre la suya, fuimos pensando en armar un libro. Ella piensa que yo puedo traducirla... , y bueno, iterminé haciéndolo! —cuenta desde Buenos Aires, donde reside. Al describir la labor de Tere Moller, la arquitecta recurre a la nostalgia. —La nostalgia está envuelta de pasado y este se conecta con la historia y el origen de un lugar. La búsqueda de Teresa se centra en este proceso de descifrar la historia de un lugar. En el libro, el paisajista inglés Dan Pearson también le dedica un texto. Desde su casa en Londres, comenta: —Ella ha sido muy afortunada en Chile porque con muy poca intervención logra una gran conexión con el paisaje, permitiendo que uno se sienta parte de él. Es una gran habilidad.
Cuenta que la conoció hace una década cuando vino a Chile a participar de una conferencia y visitó algunos de sus proyectos. —Condujimos por senderos remotos, en medio del polvo y vegetación silvestre, con el mar al lado y las montañas. Fue como una aventura porque ella quería mostrarme lo que le inspiraba. Su paisaje es potente, queda fijo en la memoria, tal vez por un asunto de percepción. Ella entiende qué hace un lugar especial y es capaz de revelarlo con los movimientos correctos, entonces no pierde energía y te hace sentir parte del paisaje. Diría que es una paisajista “muy económica”, en el sentido de que con ello logra sutileza y elegancia. Cuando Teresa Moller habla de Punta Pite utiliza las palabras herida y reparación. —Me gusta la imagen de una herida que hay que recuperar, que es un poco lo que nos ha pasado como país.
La recuperación se basó en reforestar con vegetación nativa para dar una continuidad sobre cómo era ese lugar antes de que llegara la humanidad y lo destruyera. —En todo tu trabajo la simplicidad es un sello importante. —Pienso que la simplicidad es la máxima elegancia, despojar de adornos a algo que ya tiene una belleza enorme. Un lugar más humilde, que valore la existencia. Entonces cuando me preguntan qué hiciste en este proyecto porque pareciera que no hice nada, estoy feliz. Es octubre de 2017 y en este otro registro de video a Teresa Moller la presentan como una de las más destacadas paisajistas de América Latina. Esta tarde dictará la charla “Un momento de silencio”, en la Escuela de Graduados de la Universidad de Harvard. Vestida con un pullover negro y, sobre este, una pañoleta gris claro, sube al proscenio, se coloca sus anteojos de marco clásico y agradece.
A lo largo de poco más de una hora, muestra imágenes de mares, bosques, croquis, planos generales y detalles de sus proyectos, para concluir: —Tenemos que recordar que somos parte de la naturaleza; somos parte de un cambio constante, así como un otoño no es igual que el anterior. Ser conscientes, estar en conexión con nosotros mismos.
Ahora, en el escritorio de su casa en Chile, agrega: —Creo que es fundamental oír a la naturaleza, observar y entender lo que nos muestra y recibir su belleza; las personas estamos sobrecargadas de estímulos hechos por el hombre; estamos tan sobreestimulados que no podemos ver las estrellas. La palabra clave es proceso, La vida, el universo es proceso y se nos había olvidado. Recoge una libreta en la que ha escrito algunos apuntes:—He pensado que el coronavirus nos obligará a adentrarnos a lo que realmente sí importa, a pensar en la esencia y el significado de la vida.
A fines de marzo reci desde París la noticia de que la distinguieron con el Global Award for Sustainable Architecture, patrocinado por Unesco, que premia a investigadores del mundo que contribuyen al desarrollo sustentable equitativo. —La ceremonia sería ahora en mayo, pero se postergó con el coronavirus. Es muy lindo recibirlo ahora, pensando en los 30 años desde que creé el estudio de paisa jismo. No me había dado cuenta de que había pasado este tiempo. He vivido muy preocupada por el hacer; esta cuarentena, en cambio, me ha permitido detenerme y pensar cómo han sido estas décadas. “Tenemos que recordar que somos parte de la naturaleza; de un cambio constante. Ser conscientes, estar en conexión con nosotros