En Chile, casi la mitad de la población se declara estresada y en los últimos seis años las licencias por este trastorno aumentaron en más de 300 por ciento. Un exentrenador de fútbol, el chofer de una ambulancia y una publicista cuentan cómo lidian con una enfermedad que el resto no puede ver.
Las señales más claras de que estaba en medio de un cuadro de estrés, Claudio Borghi las supo mientras era DT de Colo Colo, entre 2006 y 2008. A pesar de que fue un período exitoso —el equipo fue tetracampeón y de 138 partidos ganó 83—, comenzó a resentir las críticas públicas, sobre todo durante el último tiempo, por la indisciplina de algunos jugadores. —Cuando uno es joven pareciera que todo se va a desmoronar en cualquier momento,
por cualquier cosa —dice Claudio Borghi, hoy comentarista de radio y televisión—. Yo no era un chico de 20 años, pero era mi primera experiencia; entonces, estar en el ojo del huracán como suele estar el entrenador de Colo Colo, siendo noticia por lo bueno y lo malo todos los días, te lleva a estresarte. Recuerda que tenía problemas para concentrarse y su pelo reflejaba lo que sentía. Antes lo tenía negro, pero comenzaron a brotar manchones de canas, hasta que toda su cabeza se volvió blanca. —Yo tengo la fama de un tipo medio light, como que no me interesan las cosas, pero no es así. Es solo que las siento de forma diferente. Antes de ser DT, dice, tenía el pelo más largo, comía mejor, era más flaco y dormía más. Pero cuando empezó a dirigir equipos, todo cambió. —Sufrí de alopecia. Mi mujer me decía que encontraba pelos míos en la cama; se me caía de a poco y no me daba
cuenta. Entras en una dinámica donde quieres hacer todo rápido, solucionar todos los problemas y eso te lleva a estar en automático. Yo creo que, en el momento, uno nunca sabe si tiene estrés o no. Creo que los que sufren son las personas que están alrededor tuyo. Te ven pasarlo mal, irritado, durmiendo poco, comiendo mucho. Ahora que no estoy dirigiendo, mi familia me encuentra mucho más agradable. Claudio Borghi recuerda que, en ese tiempo, no podía
POR CARLA MANDIOLA ILUSTRACIÓN FRANCISCO JAVIER OLEA
Dormir más de cuatro horas seguidas. Fue a ver a un doctor y le hablaron de las curas de sueño, donde un paciente puede dormir por días mientras le suministran medicamentos. Pero él no quiso. Siguió con la misma rutina por mucho tiempo: se dormía a las 2 de la mañana y a las 5 ya estaba despierto. Todavía tiene problemas para dormir, dice. —En ese trabajo lo que se hace bien no depende tanto de uno, pero sí lo que se hace mal. Siempre están opinando y no todos saben de qué hablan. Cuando estaba dirigiendo, mi humor cambiaba en el día. En la cancha me sentía cómodo, pero llegaba a casa y quería ponerme a trabajar inmediatamente sobre los problemas que yo creía que tenía el equipo, a ver videos, a escribir. No paras nunca.
ADA Hay reacciones psicosomáticas que podrían ser una alerta de estrés, como la caída del pelo, bruxismo, temblor en los párpados, problemas en la piel, insomnio, jaqueca, empeoramiento de la vista, vértigo y dolores de espalda o colon, entre una larga lista de síntomas asociados. —El estrés fue bautizado como el “asesino silencioso” por Robert Sapolsky, un neurobiólogo estadounidense. Si alguien se muere y le hacen una autopsia, nunca van a decir que se murió por estrés —explica Alejandra Rossi, doctora en Ciencia Cognitiva y psicóloga del Laboratorio de neurociencia cognitiva y social de la UDP. En 2016, Adimark y Fundación Chile publicaron el estudio “Chile Saludable”. En él, un 42 por ciento de la población declaró estar “altamente estresada”. La misma investigación se había hecho cuatro
años antes y la cifra era casi la mitad: solo 22 por ciento dijo sentirse así. Según otro estudio, “El Chile que viene”, realizado por Cadem este año, siete de cada 10 chilenos declaró tener o haber sufrido problemas o enfermedades de salud mental. —El más preocupante es el “estrés tóxico”, el que se prolonga en el tiempo y donde la persona no tiene una figura de apoyo. Ese es el problema que tenemos hoy en Chile: la gente tiene un estrés crónico
y cada vez hay más personas que dicen estar altamente estresadas —detalla Rossi—. Lo veo en que están muy a la defensiva, en un estado de alerta constante. Y eso hace que estemos muriendo como moscas. Paula Daza, subsecretaria de Salud, entrega una cifra abrumadora: en los últimos seis años aumentaron en 310 por ciento las licencias laborales por estrés. En otras palabras, dice, si en 2013 recibieron 459 licencias, en 2018 fueron 1. 883.
—Eso puede tener dos miradas —explica—. Una, que efectivamente hay un aumento del estrés debido al mundo laboral. Y otra es que la gente tiene más consciencia de que cuando está frente a un problema de salud mental, como estrés, angustia o crisis de pánico, puede identificar que la causa es laboral. Antes había más estigmatización, pero ahora las personas tienen más autonomía y consciencia de decir que lo que les pasa es debido al trabajo. Según el último informe anual de la Superintendencia de Seguridad Social, del total de denuncias por enfermedades profesionales calificadas en mutualidades y en el Instituto de Seguridad Laboral, 36 por ciento correspondieron a enfermedades de salud mental, entre las que destaca el estrés. —El tema de las enfermedades profesionales nos preocupa, porque entendemos que las cifras que tenemos pueden no estar reflejando toda la realidad —dice la subsecretaria de
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Antes de ser DT, Claudio Borghi dice que tenía el pelo más largo, comía mejor, era más flaco y dormía más. Pero cuando empezó a dirigir equipos, sufrió alopecia
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Previsión Social, María José Zaldívar—. Hay una serie de enfermedades que serían de origen laboral, que podríamos no estar detectando y, por lo tanto, no le estamos dando la atención que corresponde, ni estamos haciendo la prevención necesaria para evitar que otras personas también puedan estar expuestas a los mismos riesgos. —En la sociedad en que vivimos, el estrés se ha convertido en un valor cultural. Es altamente valorado decir que uno está estresado. Es como si uno estuviera haciendo bien el trabajo —advierte Alejandra Rossi—. Y la salud mental en Chile está totalmente estigmatizada. Hay una sociedad que trabaja con la idea de que solo tienes que rendir. Tienes que ser un buen trabajador, porque no se nos ocurren muchas alternativas de un modelo distinto de vida. Nacimos y crecimos en un cuento que ya pareciera estar contado.
DIA
Carolina Burgos tiene 29 años, más de 10.000 seguidores en Instagram, es fotógrafa profesional y siempre trabajó en agencias de publicidad. En su último trabajo tuvo gente a su cargo y se convirtió en una parte esencial de su empresa. —El estrés es muy abusivo porque te hace sentir bien, importante. Pero me levantaba y no quería ira la oficina, me ponía a llorar. A veces estaba en el trabajo y sentía que respiraba cortito y tenía que ir al baño a tranquilizarme —recuerda Carolina. Entonces, googleó sus síntomas y coincidían con el estrés crónico. —No tuve tiempo de parar y decir qué me está pasando, pensaba todo el día en que tenía que producir. A los 27 años me volví anoréxica y llegué a
pesar 36 kilos. Estuve a 500 gramos de que me internaran. Los gramos eran su obsesión. Comía las cosas según su peso, y si el gramaje no era un número cerrado, no lo podía tragar. Cuenta que no podía ir a restoranes y que en su mochila siempre había una balanza. Una psiquiatra le dijo que el estrés lo manifestaba con comportamientos obsesivos, como este: pesar la comida. —En el trabajo nadie me dijo que no fuera a trabajar. Yo estaba muriéndome ahí, al lado, y nadie me decía que descansara, que me tomara vacaciones. Pensaba que no podía faltar, que tenía que ser la más responsable. Estaba comiendo tan poco que no podía dormir. Y sin dormir, sentía que me estaba volviendo loca. Pensaba que tenía que contestar un correo, pero el mail nunca existió. Me daba pánico que me llamaran y me dijeran que no estaba rindiendo bien, que mi trabajo no era tan bueno. Pero eso nunca pasó. A Carolina no la amenazaron con despedirla ni le dijeron que su trabajo era insuficiente. Pero al mismo tiempo, explica, nadie se daba cuenta de que ella se escondía en el baño para tratar de respirar. Cuando no pudo más, le dieron una licencia por 15 días y luego se la extendieron por 12 más. —Me habría gustado que alguien me hubiera dicho que si no mandaba un no pasaba nada. Pero todo el tiempo sentía que si no hacía algo, iba a quedar la embarrada, Carolina Burgos renunció después de cinco años en la empresa. Logró mantener a un cliente coreano que representa marcas de maquillaje y ahora realiza talleres de skin care y de contenidos, dirigidos a emprendedores que necesitan difundir su trabajo. —Superando el síndrome
del impostor, y que no sé hacer nada, siento que he crecido —dice hoy.
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En su consulta en Providencia, el psicoanalista Javier Ravinet, director de la Sociedad Chilena de Salud Mental, tiene pacientes que lo van a ver hasta cinco veces por semana. —No existe la cultura de que hablar tus cosas con un profesional ayuda a elaborarlas, y sobre todo, la idea de conocerse a uno mismo y saber los factores estresantes que hay en ti, que es una de las mayores fuentes de alivio que puedes tener. Porque uno no va a cambiar el transporte público, no vas a cambiar el sistema laboral —dice el psicoanalista Para él, los verdaderos factores que nos afectan están dentro de nuestra cabeza. —Son los ideales internos: las exigencias, las culpas. Eso tiene solución, se arregla. Y si aceptas la realidad de determinados hechos de la vida, como que las cosas no van a ser como tú quieres, y toleras bien esas frustraciones, obviamente te vas a estresar menos. Y no es desalentador, es realista. Tienes que conocer cuáles son las fantasías, idealizaciones, exigencias que te pones, que son irrealizables. René García aprendió a controlar el estrés que le producía su trabajo por sí solo. Era eso o causar un accidente grave. Por más de 30 años ha sido conductor de ambulancias, uno de los empleos más estresantes que existen, junto con ser bombero o policía. Hoy tiene 59 años y es el conductor de los móviles avanzados del SAMU Metropolitano, donde debe mezclar rapidez con cautela cada vez que está al volante. Trabaja por turnos de 12 horas, y generalmente recibe entre 5 y 10 llamadas por jornada; cada vez debe lidiar con situaciones que estresarían a cualquiera, como el riesgo y la muerte. —Ya estoy curado de espanto, pero cada llamada es una incertidumbre. Generalmente es más grave de lo que pensamos —dice García—. Y tengo que manejar mi estrés porque no puedo acelerar o frenar fuerte. El estrés me puede llevar a tener sueño o a sufrir algún accidente. Pero admite que hay una situación que lo estresa de su trabajo: los niños que hay que rescatar. —Te recuerdan tu propia vida. En un turno reciente nos mandaron a ver una guagua de un mes y tanto, que su papá no supo qué hacer y lo puso boca abajo. Casi no respiraba. Eso sí me estresa. De todos modos, García dice que no puede imaginar su vida sin manejar ambulancias, sin sentir esa adrenalina y sin controlar cada día ese estrés. S
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