Constituyente sin partidos
On la convocatoria a un proceso constituyente, Chile se en camina a la construcción de un nuevo pacto social. Esuna bue na noticia, porque da la oportunidad de legitimar un reno vado orden institucional (político y económico) y reempla zar el actual, caducado ante la enorme insatisfacción social acumulada en los últimos años. Sin embargo, mientras que en otros ca sos de la región (mayoritariamente, los socialismos del siglo XXI) los pro cesos refundacionales siguieron la estela de proyectos políticos social mente enraizados -quizás tan programáticos como personalistas-, la constituyente chilena carece, por ahora, de interlocutores partidarios legítimos. Mala noticia. La mayoría de chilenos no posee una identidad partidaria positiva. En una investigación realizada a partir dela Encuesta UDP en el 2015, seen contró que solo un 8% de consultados se identificaba con la Nueva Mayoría y un 5% con la Alianza (marcas coalicionales vigentes por enton ces). El grueso de la población clasificó como portadores de “identida des negativas”: un 22% rechazaba sistemáticamente a la coalición de centroizquierda y un 26% a la de centroderecha. El estudio también dis tinguía dos grupos adicionales: aquellos que portaban una doble iden tidad negativa y quienes carecían de identidades partidarias positivas o negativas. Los primeros, los “antiduopolio”, alcanzaron el 13%; los se gundos, desprovistos deidentidad positiva o negativa, constituían el gru po más grueso, el 39%. Tiendo a creer que en los últimos cuatro años han aumentado los por tadores de identidades negativas, lo cual es un gran condicionante para el proceso constituyente. Porque si bien es cierto que las demandas so ciales movilizadas inclinan el sentido común hacia la izquierda del es pectro ideológico, la debilidad de los organismos intermedios respecti vo (desde los ex Nueva Mayoría hasta el Frente Amplio, sus “hijos polí ticos”) deja al malestar premórbido sin traductores. (Me da la impresión que incluso la derecha opuesta al proceso, va a reemplazar su opción par tidaria pro-establisment, por una de carácter populista manodura. Un decepcionado elector de Piñera es un potencial votante de J.A. Kast). Por otro lado, no todas las demandas (a incluir en el nuevo pacto so cial) muestran signo programático, sino que se sustentan en identidades de grupos sociales estructuralmente marginados (desde minorías étni cas y sexuales, hasta inmigrantes). Esto complejiza aún más la ecuación de la representación partidaria, al menos, para el horizonte de los pró ximos dos años. Así el reto es doble. ¿Cómo un chileno promedio, insa tisfecho con la oferta política, lleva su voz al nuevo diseño institucional? ¿ Cómo un chileno excluido estructuralmente, incluso de la “sociedad ci vil organizada”, participará de este proceso? Si bien el tejido social chileno permite articulaciones tan espontáneas como parciales (como reflejan los cabildos abiertos), la ausencia de par tidos legítimos socialmente resta optimismo al proceso constituyente.
Carlos Meléndez Académico UDP y COES