ES VITAL QUE LOS PAÍSES ENCUENTREN UN EQUILIBRIO ENTRE EL CRECIMIENTO ECONÓMICO, LA CREACIÓN DE EMPLEOS Y LA SUSTENTABILIDAD AMBIENTAL.
IGNORA EL CAMBIO CLIMÁTICO, BAIO TU PROPIO RIESGO Un informe de gran importancia sobre el cambio climático de las Naciones Unidas describió un mundo que experimentará una escasez de alimentos cada vez peor e incendios forestales cada vez más frecuentes así como la muerte masiva de arrecifes de coral en un futuro tan próximo como el año 2040.
"De acuerdo con el Banco Mundial el efecto causado por los desastres naturales extremos equivale a una pérdida de 520.000 millones de dólares en el consumo anual.
De hecho, el cambio climático podría provocar que cien millones de personas volvieran a caer en situación de pobreza extrema para 2030." Por Michelle Bachelet Michelle Bachelet fue la primera mujer en ser presidenta electa de Chile; ocupó el cargo de 2006 a 2010 y de nuevo desde 2014 hasta 2018. Es la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Desde hace mucho ha imperado la mentalidad de que la naturaleza es un elemento estático al servicio de la humanidad. Sin embargo, los más ilustrados entre nosotros se han dado cuenta de .que esa perspectiva nos llevará a la ruina. El medio ambiente va no / es un problema secundario; de hecho, se trata nada menos que del imperativo que debería ser la guía de todas las cuestiones futuras en materia de desarrollo a largo plazo.
A medida que las naciones industrializadas como Brasil y China continúan creciendo y sus clases medias siguen expandiéndose, y tras el rechazo estadounidense del Acuerdo de París, es más necesario que nunca que los países más pequeños como Chile —que a menudo se llevan la peor parte del daño costero causado por el cambio climático— trabajen para proteger el medio ambiente, mientras continúan impulsando su tuerza económica.
La buena noticia es que la urgencia que implica nuestro actual dilema ambiental ha acelerado nuestra conciencia. La mala es que ya empezamos tarde. Somos la última generación que estará en posición de tomar decisiones para actuar a tiempo de evitar una catástrofe planetaria. Las decisiones que tomemos hoy podrían llevarnos a un futuro de mayor resiliencia climática o podrían socavar la seguridad alimentaria, energética y de recursos hídricos a lo largo de las próximas décadas.
Entender la importancia de los problemas ambientales en cualquier debate sobre el desarrollo inevitablemente hace que surjan preguntas sobre sus costos. La mitigación y, sobre todo, la adaptación, así como el proceso de transición para dejar atrás modelos de producción obsoletos, requieren una asignación considerable de recursos. Una vez que comprendemos que el crecimiento económico al corto plazo no puede ser nuestro único principio rector, nos preguntamos lo siguiente: ¿Cuánto queremos invertir en esto? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar? No hay respuestas simples. No obstante la clave es entender que cualquier interpretación económica debe reconocer el costo comparativamente bajo de elegir este camino, en especial si se toman en cuenta los efectos de los niveles en aumento del dióxido de carbono.
Nuevos estudios aportan pruebas todos los días del precio de la inacción: sequías, incendios forestales, fuertes tormentas y precipitaciones extremas, con gran impacto sobre las cosechas, el ganado o la infraestructura.
El costo por no hacer nada también se refleja en el desplazamiento forzado de millones de personas, y en los sistemas de salud pública que de pronto se ven presionados a lidiar con nuevas coyunturas epidemiológicas.
De acuerdo con el Banco Mundial, el efecto causado por los desastres naturales extremos equivale a una pérdida de 520.000 millones de dólares en el consumo anual. De hecho, el cambio climático podría provocar que cien millones de personas volvieran a
caer en situación de pobreza extrema para 2030. Tal como lo han señalado antes los expertos, si no gestionamos el cambio climático, estaremos dejando que se destruya el desarrollo.
Esta tarea de gestión comenzó a llevarse a cabo, al menos parcialmente, en Chile.
Gracias a una agenda energética agresiva establecida en 2014, durante mi segundo periodo como presidenta, hemos triplicado la cantidad de energías renovables en nuestra base v hemos reducido los costos de 130 a 32 / dólares por megavatio-hora. Antes de 2014 no solo dependíamos de energía importada de otros países, sino que también estábamos a merced de sequías largas y severas. Desde entonces, hemos aprovechado la energía del sol y del viento en nuestros desiertos y litorales, y hemos utilizado el vapor de las profundidades de nuestros volcanes por medio de plantas geotérmicas. Ampliamos el área de aguas marinas bajo la protección del Estado para salvaguardar nuestros recursos pesqueros y el ecosistema de las costas. En colaboración con el sector privado, también pudimos extender las áreas terrestres protegidas hasta abarcar una zona del tamaño de Suiza, lo cual nos abre enormes posibilidades para el desarrollo de turismo sustentable. Así mismo, estamos invirtiendo en el futuro con los primeros impuestos ecológicos en la región y con la prohibición de las bolsas de plástico.
Hemos demostrado que los modelos de producción pueden evolucionar. Al igual que ha sucedido en Islandia y Costa Rica nosotros hemos aprendido que la reducción de emisiones es buen negocio. Además, hemos probado que cualquier país, grande o pequeño, puede ser líder en las soluciones pertinentes a los desafíos ambientales.
Sin embargo, si en realidad queremos una transformación global, no podemos esperar que todos los países hagan lo mismo y que lo hagan por sí solos. Debemos sumar nuestros esfuerzos colectivos para defender el bien común y encontrar un equilibrio entre el crecimiento económico, la creación de empleos y los requerimientos del medio ambiente. Si seguimos actuando como siempre fracasaremos. Esa continuidad se ha convertido en un camino mortal en medio del crecimiento explosivo de las poblaciones, la creciente demanda de energía y nuestros peligrosos hábitos de consumo. Las iniciativas de cooperación internacional, como el Acuerdo de París y la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, proporcionan una estructura para coordinar esfuerzos, apoyar a las naciones rezagadas y sugerir alternativas.
No obstante, también debemos avanzar con una estrategia —algo parecido al Plan Marshall de Estados Unidos, con el que le ofreció apoyo económico a Europa después de la Segunda Guerra Mundial— que agilice nuestras acciones, permita inversiones viables que hagan la diferencia y, entre otras cosas, absorba los riesgos del vuelco productivo que requieren nuestras economías.
Por ejemplo, cuando consideramos la transformación energética, surge un mundo de posibilidades sin explotar. El Proyecto Drawdown, una coalición ecológica sin fines de lucro, calcula que un aumento al 21,6 por ciento en la producción global de electricidad eólica terrestre eliminaría 84,6 gigatoneladas de emisiones de dióxido de carbono para 2050, lo que sería equivalente a un ahorro de 7,4 billones de dólares.
Ha llegado la hora de ponerle un precio al tipo de desarrollo que pueda generar cohesión y paz duraderas, pues finalmente de eso se trata todo esto: de lograr la supervivencia de la humanidad, de la manera correcta. •
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