Para muchos no es fácil mirar el futuro de manera positiva en contextos de incertidumbre como el que hoy enfrenta nuestro país. Pero el optimismo, según estudios recientes, no solo hace bien para la salud mental y fisica, síno que además, según los expertos, es el motor que ayuda a convertir las crisis en oportunidades. Y puede entrenarse. Aquí explican cómo.
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on tiempos de emociones intensas. La euforia y el entusiasmo de los manifestantes pacíficos, que sienten que se la están jugando por lograr los cambios sociales que anhelan, choca de golpe con la rabia y la frustración de quienes han visto sus fuentes de trabajo destruidas, emprendedores a los que les han cancelados sus proyectos y familiares que han recibido a sus jóvenes heridos en las marchas. Estamos en una crisis cargada de incertidumbre, no hay duda de ello. Mientras las noticias muestran ciudades devastadas y una economía frenada, el futuro trae más preguntas que respuestas; más dudas que certezas. Es un escenario ideal para que cunda el pesimismo tanto en quienes sienten frustración por la lentitud de
los procesos de cambio como en quienes miran lo ocurrido con temor y ansiedad. Pero, según los expertos, solo una mirada positiva de lo que pueda venir más adelante nos impulsará a convertir este estallido social, con todos sus bemoles, en una oportunidad para construir un mejor mañana. —Hablar de optimismo cuando el país se encuentra transitando por una de sus peores crisis puede resultar paradójico, una ingenuidad desconectada de la realidad. Sin embargo, es imprescindible y absolutamente necesario hacerlo —acota Claudio Ibáñez, psicólogo, director ejecutivo del Instituto de Psicología Positiva. Y agrega: —Alguien podría decir: ¿ cómo pensar en ser optimista? Mira la tendalada que hay, mira las farmacias saqueaTA
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Por SOFÍA BEUCHAT. Ilustración: FRANCISCO JAVIER OLEA.
Das, los supermercados quemados. ¿De qué optimismo me hablas? Con estos niveles de desorden y violencia, parece mas “racional” hablar de los “problemas”. Cuando el entorno se muestra adverso, se activa el temor, que es nuestra respuesta evolutiva para huir de los peligros. Pero hay que hablar de optimismo, porque cuando las personas sienten que tienen todo en contra, lo único que las salva es una visión positiva del futuro. Hay que activar las miradas positivas, ponerse de pie y reconstruirse; buscar las emociones que te sirven y no las que te hunden. Porque la alternativa es quedarnos tumbados. Ibáñez explica que, si entramos en un loop pesimista, podemos caer en lo que los expertos en salud mental conocen como learned helplessness (desesperanza aprendida). Un comportamiento desadaptativo, en el que las personas sienten que no pueden hacer nada frente a las dificultades y, por lo tanto, se paralizan en la resignación o —peor aún— se hunden con mayor profundidad en sus problemas hasta terminar —dice Ibáñez— “aplastados por las adversidades”. En cambio, acota el psicólogo, cuando somos optimistas tenemos mejor salud mental, más energía y un mayor bienestar general, todo lo cual funciona como un motor que nos impulsa a salir adelante. ¿Cómo? Neutralizando las emociones negativas que de manera natural surgen en contextos de crisis, como la angustia y la incertidumbre, y activando las positivas, como la confianza, la persistencia, la calma y el coraje. Todo lo cual, explica Ibáñez, fortalece nuestra capacidad de resolver problemas y poner en perspectiva los aspectos más negativos de estas situaciones, “como los episodios de violencia que parasitan de las protestas ciudadanas”. Por eso, explica el doctor alemán Adrián Mundt, psiquiatra y académico de la Universidad Diego Portales, “el pesimismo es uno de los síntomas cognitivos de la depresión”, mientras que el optimismo sería un claro indicador de una buena salud mental. A menos, claro, que se trate de un optimismo exagerado e incapaz de anclarse en la realidad, lo cual es síntoma de trastornos bipolares, maniáticos o psicóticos. —A veces las personas, producto del pesimismo, se dejan aplastar emocionalmente. Es un drama. En cambio el optimismo sano es la convicción de que podemos hacer algo frente a una crisis, aun cuando no haya nada que así lo indique. Es el núcleo de la esperanza, nuestra única tabla de salvación cuando todo está en contra —precisa Ibáñez. Esperanza, según una encuesta realizada por la Universidad del Desarrollo y dada a conocer la primera semana de noviembre, es lo que siente el 32,3 % de los santiaguinos en estos días de marchas y paros. Pero esta cifra resulta desalentadora al compararla con la cantidad prácticamente equivalente de personas que dice sentir incertidumbre (33,8 %) y rabia (27,4 %).
EL OPTIMISMO SE ENTRENA
El concepto de optimismo ha sido ampliamente estudiado por los psicólogos y psiquiatras, en particular a partir de los años 90, cuando se popularizaron las visiones propuestas por Scheier y Carver (1992), quienes lo definieron como una mirada favorable del futuro, y Seligman (1991), quien se enfocó en el optimismo como una manera de interpretar
Los eventos que nos ocurren, en especial cuando son negativos. Desde entonces, se han hecho muchos estudios en torno a los efectos positivos que el optimismo tendría en nuestra salud mental y física. Sabemos, por ejemplo, que las personas que tienden a tener una actitud optimista tienen menos riesgo de sufrir problemas cardíacos o pulmonares, además de menos infecciones y cáncer. Entre otras razones, porque tienden a tener hábitos más saludables y a ser más proactivos a la hora de controlarse médicamente. En esta línea, uno de los estudios más recientes —realizado por un equipo de médicos de la Universidad de Harvard y la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston— comprueba que hay una estrecha relación entre el optimismo y la longevidad. Los optimistas viven más años, según esta investigación difundida en las publicaciones para público general de la Universidad de Harvard por el Dr. David Topor, psiquiatra y académico de dicha institución. Desde su consulta en Boston, el doctor Topor explica que si bien hay componentes del optimismo que parecen ser heredables, gran parte de él responde a la influencia del ambiente y, en especial, a nuestra capacidad de aprender a ser optimista. En otras palabras: el optimismo no es algo que se tenga o no, como si viniera cableado en nuestro cerebro, sino algo que se puede entrenar y aprender. Incluso cuando parece difícil, como le ocurre a muchos hoy en Chile. La clave, asegura, está en la mente. —Mi primera recomendación en esta línea es tomar conciencia de cómo nuestros pensamientos tienen impacto en lo que sentimos y en nuestras emociones —acota—. Muchas veces malinterpretamos eventos, y lo que pensamos acerca de algunas situaciones puede no ser correcto: por ejemplo, si alguien no te saluda, no significa que esté enojado o molesto, simplemente puede haber estado absorto en sus reflexiones. Es muy importante darse cuenta de cuándo se están teniendo ideas negativas, preguntarnos por qué las estamos teniendo e identificar los errores de interpretación en los que podamos hacer caído, Una opinión similar tiene el doctor Mundt, de la Universidad Diego Portales: —Uno puede proponerse ser optimista y buscar activamente esa visión de los hechos. Se puede poner stop a los pensamientos negativos y proponérselo de manera reiterativa sí funciona —explica—. Cuando se enfrentan realidades particularmente duras, agresivas o traumáticas, como por ejemplo haber sido víctima de un saqueo, hay que buscar recursos a partir de lo que se tiene, reconstruirse desde ahí. Rescatar lo que todavía funciona y fortalecerse desde ahí. El doctor Topor agrega que también es importante preocuparse de aumentar el número de eventos positivos en la vida de cada uno: deporte, reuniones sociales, conversaciones nutritivas con amigos, reponedores baños de tina. —Cuando la gente se pone pesimista, suele involucrarse en menos actividades alegres y gozosas. Las actividades positivas pueden incluir desde premiarse por lograr
una meta hasta estar más con las personas que se aman. Incluso algo tan simple como estar más atento a las experiencias buenas de cada día, como el olor del café recién hecho en la mañana, puede ayudar —precisa. Para el doctor Topor, una buena estrategia para estimular el optimismo es acostumbrarse a “reenmarcar” las situaciones que se enfrentan cada día, lo que implica enfocarse en el lado positivo de los hechos y en lo que se pueda aprender de ellos. También aconseja ponerse siempre metas alcanzables, fortalecer las relaciones sociales y hasta acostumbrarse a sonreír, incluso cuando esto pueda parecer, al menos al principio, un poco forzado. OPTIMISMO REALISTA
Exponerse en exceso a noticias negativas, según el psicólogo Claudio Sánchez, es algo que debe evitarse cuando se busca tener una visión positiva del futuro. Asegura que basta con informarse de lo ocurrido, pero no verse expuesto a ver las mismas imágenes de violencia una y otra vez, porque el cerebro tiende a interpretar cada imagen como un hecho nuevo. Buscar un optimismo racional, informado, es lo que propone. Y esto incluye tener una visión crítica de lo que se muestra en los medios de comunicación tradicionales y de lo que se comparte en las redes sociales. —Ser optimista no es ver la vida color de rosa, como si nada malo pasara, sino decirse: la vida es bella, con su adversidad. Esto te ayuda a ver los problemas como oportunidades. Pero si te expones cientos de veces a la misma imagen de violencia o daño, el cerebro empieza a “rumiar”, se produce una repetición reiterada de imágenes negativas en nuestra mente. En esos casos se puede producir lo que se conoce como “intoxicación emocional”, un estado en el que la angustia se dispara —advierte. Ibáñez también aconseja esforzarse activamente para no magnificar los aspectos negativos de la realidad a la que nos vemos enfrentados, recordar que todo pasa y nada dura para siempre, además de preocuparse por identificar las oportunidades que ofrecen la crisis para fortalecer nuestras relaciones o a nosotros mismos. Muy especialmente, aconseja evitar catastrofizar, es decir, imaginar que lo que ocurre tendrá consecuencias “desastrosas y apocalípticas”. El doctor Mundt acota que este tipo de estrategias se pueden complementar, por ejemplo, con consejos simples como hacer listas de cosas buenas que han ocurrido o con las que se cuenta —recurso muy utilizado en psicología positiva— o con prácticas que fomentan la gratitud, como la meditación. Pero recalca —y en esto coincide con el psicólogo Claudio Ibáñez, quien lleva 20 años haciendo talleres de optimismo para personas y empresas— que, en casos más graves, donde el pesimismo roza la depresión, es necesario buscar ayuda profesional. —El optimismo es contagioso. Pero en esos casos, la ayuda de los amigos, que harán lo posible por lograr que veamos el vaso medio lleno, no será suficiente— dice. M
El optimismo fortalece nuestra capacidad de resolver problemas y poner en perspectiva los aspectos negativos de la realidad.